-¿Ha pasado algo?
-¿Algo? ¿Algo como qué, hijo mío?
-Algo fuera de lo normal.
-¿Normal? Esta casa repele a la normalidad, Jacobo. Es un gineceo frenopático en el que cumplo condena a reclusión perpetua.
-Gracias, hijo. Aunque he echado de menos los aplausos.
-Ten en cuenta que necesito una mano para coger el teléfono.
-Bueno, mañana me invitas a almorzar y en paz.
-Entonces, ¿a qué hora salimos?
-No sé, mira a ver el horario del AVE. El precio no importa. Lo que sea.
-Prefiero ir en coche.
-Entonces no podrás beber.
-Vamos en tren.
-Como quieras. Pagas tú.
-Papá, no podemos ir a…
Me interrumpe.
-Sí podemos, Nene. Tengo consulta médica urgente. La próstata.
-¿En Sevilla?
-¿De siempre?
-Sí. ¿No lo conoces? Excelente. De fama mundial. Es el yerno de don Alberto el farmacéutico.
-Papá…
-No preguntes. Tengo papeles y requiero acompañante dado mi estado de salud y mi avanzada edad…
Suspira teatralmente.
-Antes de las doce, ni de broma. Ni que fuéramos a abrir la Giralda.
-¿A las dos?
-No, es la hora del aperitivo.
-¿A las cuatro menos cuarto?
-Estaremos con el café y la sobremesa.
-¿A las siete?
-Tardísimo.
-Entonces, ¿cuándo?
-Es el de la foto del despacho. Uno con la barba de pico. Todo un caballero, Nene. ¿Tú conoces la historia de la familia de tu abuela Rosario, ¿no?
-Pues claro, papá.
-Si has dicho antes que no.
-He dicho que no me acordaba de tu abuelo.
-Los Chiaramonti y el tren.
-Papá no podemos ir en AVE porque no te gusta ningún horario.
-Así que me va a obligar el gobierno a viajar contigo y en coche. Siempre te tienes que salir con la tuya, Nene. Ya está. Hay que ir en coche, ¿no? Pues, recógeme a las doce.
Cuelga.
-Aquí la tiene, agente.
-¿El señor? Señala a mi padre.
-Soy su padre. Vamos a Sevilla a una visita al urólogo y lo acompaño para que no vaya sólo. Es muy aprensivo. Me ha salido blandito. Ni siquiera hizo la mili. Aquí tiene la cita y el Certificado.
-Gracias. Dice mi padre.
El guardia se da la vuelta, se asoma a la ventanilla, le da la mano a mi padre y oigo que murmura:
-Lo siento, parece un buen hombre.
-Lo es, agente, lo es…
El guardia saluda militarmente y nos da paso. Me quedo estupefacto. No sé si ríe o llora…
-Nada, tu cita del urólogo a las cuatro, Nene.
-¿Tú?
-Si, tú.
-¿Yo?
-No, tú.
-No me líes como cuando era un chavalillo, papá. ¿Qué pone ahí exactamente?
-Nada importante.
-Quiero verlo.
-No, que vas conduciendo y podemos tener un accidente, Nene.
-Papá, el papel.
-¿Para qué lo quieres?
-Para leerlo.
-¿No te fías de tu padre?
-En absoluto. Contesto con firmeza.
-No te censuro. Toma. Fue idea de don Alberto…
-El guardia estaba riéndose. Y a él no le has dicho nada.
-Me callo.
-Ahora almorzamos y se pasa el enfado. Que eres muy niño. Nos sentamos en una terraza y tapeamos.
Pide él:
-Una botella de manzanilla y otra de agua. Y unas raciones.
-Mira que eres tiquismiquis. Si es una broma. Además llevo otra carta para la vuelta. Dice que ya estás recuperado.
-No puedo contigo. ¿No te da vergüenza?
-Hombre, si el guardia te pide que te bajes los pantalones, sí
-¿Gritar ¡milagro, milagro!? Y se parte de la risa.
-¿Y mi copa?
-Para ti he pedido agua que tienes que conducir. Pero es con gas que es mucho más excitante, como decía tía Adelita, Nene.
-¿Ya te lo has comido todo?
-Has dicho que no tenías hambre, ¿no?
-Dos cafés solos, un brandy bien servido y … ¿Quieres un dulce? Tres dulces No, cuatro. Y la cuenta, joven.
-¿Papá, dónde lo echas?
-Si como como un pajarillo…
Llega el camarero.
-Paga y nos vamos, Nene, que son casi las cuatro.
-¿Tienen prisa, caballeros?
Lo dice elevando el tono, él se parte de risa y yo me sonrojo de vergüenza.
Nos ponemos las mascarillas y... ¿creen que vamos para la sombrerería? No, ha visto un sitio abierto, se sienta y se toma otro brandy. Yo, agua con gas.
-¿Un panamá, entonces?
Yo contesto que sí y mi padre pone cara de disconformidad y aclara.
-Uno para cada uno, Nene, que tú tienes bastante más cabeza que yo. Le has salido a la familia de tu madre. No te ofendas.
-No ha llegado a tanto como mesa camilla pero para telefonera da, ¿no le parece querida?
Y ahora me sale el galán. Que día, Señor.
En fin, que pago los dos sombreros, nos despedimos y salimos camino del aparcamiento.
-Volvamos a la sombrerería. Vamos, sin pausa. Apresúrate.
Y sale a buen paso. Lo sigo con la lengua fuera. Llegamos
-Al barquillero gordo de cuando tío Ramón organizó “Agua, azucarillos y aguardiente” en el Orfanato de Montilla. Pero más repuesto.
Tendré que hacer dieta.