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Les adelantaba ayer como la inmensa tristeza que atenazaba a mi padre tras enterarse de la muerte de Dionisio el «Contraído», se tornó en carcajadas cuando le pregunté por mera curiosidad, y él me contó con todo lujo de detalles, a qué se debía apodo tan curioso. Va hilo 👇
Dionisio ha muerto con 102 años cumplidos. Y tan cumplidos. El día de San Miguel hubiera hecho los 103. Y todavía se fumaba media docena de cigarrillos que él mismo liaba, se bebía su copita de vino con el almuerzo y seguía esperando que nuestro Atleti ganara la Copa de Europa.
Según mi padre, el «Contraído» no era tan mayor. Aunque naciera cuando la I Guerra Mundial era portada de los periódicos, luchara en los dos bandos durante la Guerra Civil porque se perdió una noche en mitad de la Batalla del Ebro y se jubilara gobernando la UCD de Calvo-Sotelo.
Pero eso es porque a mi padre nadie le parece mayor y no porque haya cumplido los ochenta y cuatro en pleno #confinamiento sino porque es algo que ha defendido toda su vida. Según él, las personas no envejecen. Como mucho se estropean y al final por pura obligación, se mueren.
A tío Ramón, eso de morirse por obligación le parece una imposición inadmisible. El creía que todos deberíamos morirnos cuando nos parezca bien, como hizo la bisabuela Isabel, y si no nos apetece pues no deberíamos morirnos. Comprenderán que como filósofos no tenemos futuro.
Bueno, que yo iba a contarles porqué a Dionisio el «Contraído» le llamaban así. Les cuento, tal y como me lo refirió mi padre que de alguna forma lo vivió. Más o menos. Un verano de finales de los sesenta y estando de perol con la familia, el bueno de Dionisio acabó en Urgencias.
Llegó retorciéndose de dolor en el coche de su cuñado, un gordini blanco que recuerdo perfectamente, igual que a su cuñado Fernandito que trabajaba en los silos del Servicio Nacional del Trigo y que, conduciendo, era un inútil con bandera y banda, como hubiera dicho mi abuelo.
Imagínense al pobre de Dionisio, soltero y cincuentón, que después de mucho insistirle su hermana deja su cómodo pasar en Las Golondrinas, se coge el autobús de línea para pasar unos días con ella, se va de perol con la familia al campo y allí mismo le da un dolor muy fuerte.
Quejándose, según mi padre, como una parturienta primeriza se monta en el gordini. Fernandito al volante, la hermana del «Contraído» de copiloto y él tumbado en el asiento de atrás. Fernandito con el carné calentito y el coche de segunda mano recogido el jueves en un compraventa.
Un cuadro, vamos. Salen a toda velocidad, la hermana sacando un pañuelo por la ventanilla, Dionisio retorciéndose de dolor y el cuñado tocando el claxon en mitad del campo como si no hubiera un mañana. Llegan al cruce con la carretera nacional y todo cambia. Fernandito frena.
No frena, clava el gordini en el cruce. Le da miedo incorporarse. Es normal. Casi no ha conducido y ve venir coches en ambos sentidos y él, además, debe cruzarse de carril. El «Contraído» chilla como un marranillo en la matanza y su hermana ondea el pañuelo. Fernandito tiembla.
Una pareja motorizada de la Guardia Civil pasa camino de Córdoba y a los pocos minutos lo hace en sentido contrario. A los guardias le extraña ver al gordini parado cuando puede incorporarse en cualquier sentido. Oyen sonar el claxon y ven el pañuelo ondear al viento. Vuelven.
Uno de los guardias se acerca al coche, ve a Dionisio en el asiento trasero, pregunta qué ocurre y adónde van y además de al enfermo, detecta el miedo escénico de Fernandito. Así que mira a izquierda y derecha, palmea el techo del gordini y en voz alta, dice: «Vamos, salga ya».
Pero ni oye el ronroneo del motor, ni el rodar de las ruedas sobre el asfalto. Silencio. Se vuelve y ve a Fernandito con las piernas abiertas, los brazos apoyados en el techo del gordini y gritando «soy funcionario del Ministerio de Agricultura y adicto al Movimiento Nacional».
La mujer llora mientras Dionisio se queja amargamente del dolor intenso que sufre. El guardia no sabe si detener a Fernandito, reírse a mandíbula batiente o darle un tirón de orejas. Hace señas al compañero que para el tráfico de ese carril; él, se cruza y lo hace con el otro.
En ese momento, con el tráfico de la nacional parado, Fernandito pisa el acelerador y el coche atraviesa la vía a paso de pavana con Fernandito sudando. Los guardias les escoltan hasta el Hospital pero tienen que ir azuzándole para que acelere y alcance, al menos, los 30 Km/h.
Pero fue llegar a Urgencias, darle un calmante y bajar la intensidad del dolor referido por el pobre Dionisio que al rato pasó a una consulta con un joven médico.
-A ver, Dionisio, ¿qué ha pasado?
-Pues que estaba yo con mi cuñado Fernandito y mi hermana y más gente en el campo.
-¿Y entonces?
-He ido a buscar espárragos trigueros.
-Y ¿se ha caído? ¿un golpe?
-No señor, que de pronto me ha dado un dolor muy fuerte en el pingajo y se me ha contraído todo. Un dolor horroroso, como un latigazo
-Vaya… a ver, bájese los pantalones.
Dionisio lo hace obediente.
-¿Le duele ahora?
-No, me han puesto una inyección nada más llegar y mano de santo.
El doctor se acerca, observa, mira, ve que no se aprecian heridas, rojeces ni bultos más que los que la Madre Naturaleza entiende como necesarios y habituales en cualquier entrepierna masculina.
Explora, palpa, pregunta si le duele aquí cuando le toco aquí o aquí. Y nada. Calma chicha. En eso que entra una enfermera y el pobre Dionisio -recuerden, solterón sin televisión siquiera, encerrado en Las Golondrinas y entradillo en años- se azora y lo contraído se descontrae.
-Sin muchas fiestas, don Luis, pero se notó.
-¿Y tú qué hiciste? -le preguntó mi padre cuando se lo contó entonces.
-Pues mirar al techo y pensar en Paqui la carnicera con su mostacho de guardia civil y sus verrugas en el mentón a ver si aquello se contraía. Y cayó a plomo, oiga.
La cuestión es que el médico, novato y bisoño, no percibía nada en el enfermo, más allá del correcto funcionamiento del órgano en función de la presencia de la joven enfermera -«una jaca de mujer, don Luis» en palabras del «Contraído»- por lo que decidió llamar a otro galeno.
En menos de media hora se corrió la voz por el Hospital y la consulta era un hervidero de médicos de especialidades varias. Y Dionisio, inasequible al desaliento y siendo el centro de atención, repetía la misma historia con una fidelidad pasmosa. Sin falla ni contradicción alguna
Que si estaba en el campo, que si me dio un dolor muy fuerte en el pingajo y se me contrajo todo, que se me ha quitado con la inyección -«mano de santo»- que si aquello reaccionaba a la presencia de enfermeras y doctoras, que si el recurso a Paqui la carnicera y vuelta a contraer
Al rato y tras incorporarse a su turno de tarde apareció un médico veterano al que le comentaron el caso al llegar. Entró a la consulta de la expectación, vio a Dionisio apoyado en la camilla con el pantalón bajado y exhibiendo sus partes pudendas a todo un congreso de sanitarios
Pasó entre ellos, sacó una cajetilla de rubio americano, le ofreció un cigarrillo a Dionisio que lo aceptó encantado, le dio fuego, encendió el suyo, lo miró y le preguntó en voz alta para que todos lo oyeran
-A ver Dionisio, ¿a usted dónde le duele?, remarcando mucho ese «dónde»
Y Dionisio se echó mano a la espalda, más o menos a la altura de la cuarta vértebra lumbar y dijo:
-Aquí, doctor, aquí.
-¿Al coger los espárragos?
-Sí, señor,
El médico se volvió sonriendo y miró al bisoño doctor que había iniciado el entremés:
-Es que me dijo le dolía el pingajo
-Dionisio ¿qué le dijo usted?
-Que me había dado un dolor muy fuerte en el pingajo y se me había contraído todo.
-¿El pingajo?
-El barranco del Pingajo. ¡Qué espárragos trigueros!
-¿Y entonces -es el médico bisoño- por qué ha dejado usted que todo el mundo le palpe y le mire ahí?
-¿Quién ha ido a la Universidad, usted o yo? ¡Qué yo guardo un cortijo!
La concurrencia médica se disolvió y como contaba Dionisio a mi padre:
-Don Luis y yo contraído que me había quedado, pero de la espalda. Bueno y luego de lo otro que parecía un muelle con tanto meneo.
Hoy ofreceremos la misa de doce por su alma. Que ayer mi padre se entristeció al enterarse y también nos reímos mucho al recordarlo.
DEP, Dioniso el «Contraído» protagonista del Congreso Médico del Pingajo. (El barranco, claro).
Les deseo un feliz domingo, amigos.
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