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Breve ponencia magistral de Josep Fontana (un autor ineludible de la historiografía marxista), titulada «Espanya i Catalunya: tres-cents anys d’història». Merece la pena comentarla con detenimiento.

La línea de interpretación histórica que defiende Fontana es clara: la evolución de la sociedad catalana a principios del siglo XVIII es muy similar a la de los Países Bajos o Inglaterra en lo relativo a desarrollo capitalista (a nivel económico, sociocultural y político).
Nada nuevo, pues a idéntica conclusión llegaron en su momento Nadal, Vilar y muchos otros. Para no repetirme más, quien quiera puede consultar este resumen crítico del célebre libro de Nadal sobre la Revolución industrial en España desde 1814 hasta 1913:
Otro hecho histórico que refiere Fontana (y que no casa muy bien con ciertas mixtificaciones de la historiografía nacionalista catalana): las clases dominantes catalanas deseaban mantener la unión dentro de la Monarquía hispánica, al estilo del Imperio austrohúngaro.
La Guerra de Sucesión sería para ellas una guerra para la libertad “de todos los españoles”. La derrota debilitó a la monarquía. Azaña, citado por Fontana: “el defensor de las libertades catalanas pudo decir con razón que él era el último defensor de las libertades españolas”.
Desde el punto de vista de las clases en pugna, la Guerra de Sucesión española encarnó la lucha entre dos fuerzas: las que empujaban hacia el desarrollo capitalista y las que basaban su poder en el dominio feudal de la tierra.
Pese a la represión de Felipe V, el derecho civil catalán se mantuvo en gran medida, dada su gran disparidad respecto al derecho de la Corona de Castilla. Económicamente, el embrionario desarrollo capitalista catalán diferenciaba cada vez más a Cataluña del resto de España.
Sobre todo en el campo, algo perfectamente documentado por Vilar en su monumental obra sobre la historia de Cataluña, que Fontana cita y cuyos puntos clave resumo a continuación:
Creo que Fontana insiste demasiado en la "actitud intolerante" de las clases dominantes de Castilla. No dudo de ello, pero habría que resaltar más que el problema de fondo no era actitudinal ni moral, sino de clase, de formaciones sociales y modos de producción muy dispares.
Sea como fuere, en ese momento histórico, Cadalso o Jovellanos, mencionados por Fontana en su ponencia, hacían alusiones a la posición de vanguardia de la formación económico-social catalana dentro del Reino de España.
La Corona española informó del peligro del desarrollo socioeconómico catalán, por hacer bullir a burgueses y proletarios (tendentes estos al “caos social”). Las viejas clases feudales, temerosas de que de la burguesía pudiera nacer el sepulturero de todas las clases explotadoras.
Dirigentes como Martínez de la Rosa se felicitaban por que la industria —como “germen revolucionario”— no progresara y se tranquilizaban con la creencia de que las ideas comunistas que “sublevan a las clases inferiores” no podían entrar en España, un “país de agricultores”.
En el marco del desarrollo industrial catalán (con la base del capital comercial y de un agro cada vez más capitalista), organismos burgueses como la Reial Junta Particular de Comerç de Barcelona serían esenciales para el desarrollo del modo de producción burgués en Cataluña.
A nivel ideológico-político, intelectual y sociocultural, la Ilustración catalana era muy distinta de la castellana, que no cuestionaba —al menos, no en la misma medida o con idéntico grado de coherencia— el armazón político del absolutismo y el dominio feudal en el campo.
En este sentido, Fontana resalta al final la evidencia de la historia particular de Cataluña respecto a la lengua, los modos de trabajo, el derecho civil, las instituciones privadas, las relaciones familiares, las costumbres, los hábitos festivos y de ocio, etc.
En suma, todo un cúmulo de factores históricos dificultaban en grado sumo la unificación de dos sociedades que durante siglos se habían desarrollado de manera tan distinta y a velocidades tan diferentes. Realidad histórica innegable.
No podía haber una organización única de defensa de los intereses entre las clases dominantes de la sociedad agraria castellana y las de la sociedad industrial catalana, pues no había intereses conjuntos; las entidades patronales españolas eran fundamentalmente catalanas…
….y estas no encontraban un buen interlocutor y representante de sus intereses en Madrid; tampoco había en el resto de España modernos sindicatos obreros como los de la industria textil catalana desde los 40 del siglo XIX. Recordemos en este sentido las palabras de Nadal:
Aun así, como el mismo Nadal mostró en su momento, semejante alianza entre los industriales catalanes y los llamados harineros castellanos sí se fraguó, pero sin resolver el problema de fondo que (d)enuncia Fontana en la conferencia. Bloque dominante, sí, pero muy débil.
Fontana recuerda que, en la Cataluña decimonónica, el sentimiento de identidad nacional, catalán, empapaba a todas las clases sociales. Cita al gobernador civil de Barcelona, quien en 1864 se refiere al “espíritu de independencia de los catalanes”.
Espíritu de independencia con su particular sello de clase: bajo la forma de constantes alzamientos entre las clases explotadas, y de la tendencia al autogobierno, a la autogestión, entre las clases medias y explotadoras.
Que durante la primera mitad del siglo XIX Cataluña fuera el territorio económicamente más desarrollado desde el punto de vista capitalista se expresaba igualmente en lo social: no por casualidad, se convocó en Cataluña la primera huelga obrera general de la historia de España.
Otro rasgo sociopolítico del XIX catalán: el republicanismo, y aun un socialismo utópico a la catalana. A nivel lingüístico, las clases explotadas eran en muchos casos las que más usaban el catalán (medios ácratas, por ej.), “frente al desprecio de los potentados” (Fontana).
Pese al compromiso entre las clases dominantes catalanas y las del centro político español, el engarce resultaba fallido. Poder político sin poder económico, poder económico sin poder político (Vilar). Fontana alude a la escasa cantidad de ministros catalanes entre 1833 y 1868.
Fontana es explícito: las dos grandes dificultades de la Cataluña burguesa de fines del XIX eran la gran agitación social (Barcelona, la Rosa de Foc) y las dificultades de encaje de Cataluña en el Estado español.
Crecía la frustración, en última instancia económica, de un sector de la burguesía catalana. Creación del Centre Català, Primer Congreso Catalanista... Nacía el catalanismo como movimiento político. El mercado, primera de escuela donde la burguesía aprende el nacionalismo.
El Centre Català no defendía un programa de independencia, sino de mayor autonomía y distinta articulación en el Estado español; el grueso de la burguesía catalana, al disponer de un tejido industrial ligado al mercado español, no estaba interesada en salirse de tal plataforma.
Además, la burguesía catalanista era muy consciente, como explica Fontana, de que radicalizar el movimiento nacional podía hacer de “bacilo” (Lenin) del movimiento obrero revolucionario que pusiera en peligro los intereses de la burguesía catalana.
De ahí la política moderada bajo la forma de compromisos y pactos subterráneos. Se trataba de un proyecto autonomista que reclamaba más cuota de poder para beneficiar así a la burguesía catalana. Pero el conflicto, aunque velado por el compromiso, seguía latiendo.
Aun así, sería un error hablar de un solo tipo de catalanismo (aunque toda forma de nacionalismo y de movimiento nacional es por definición burguesa), pues había una gran heterogeneidad de corrientes: la de Prat de la Riba, el federalismo, el anarquismo, etc.
Cuando se publicaron las Bases de Manresa (1892), las cosas ya no se podían arreglar con la mera política arancelaria, como durante el s. XIX. (De todas formas, estamos aún ante una iniciativa regionalista que en absoluto cuestionaba la integridad territorial del Estado español.)
Y era lógico: la burguesía explotadora catalana necesitaba sobre todo la estabilidad social garantizada a la postre por la Guardia Civil y el ejército español. Pese a ello, las Bases de Manresa soliviantaron al “españolismo integrista” (Fontana), al nacionalismo español.
El chovinismo español se creció sobre todo desde el Desastre del 98. Como prueba de ello, Fontana cita los discursos de dirigentes nacionalistas españoles que pedían pena de muerte para los “regionalistas” y “autonomistas”. El garrote nacionalista español en su máxima expresión.
Se cortocircuitaba el intento del catalanismo por encajar en el marco político del Estado español. Sin embargo, como recuerda Fontana, durante más de dos siglos las clases dominantes catalanas participaron con interés en la construcción y el desarrollo de la nación española.
A nivel estatal (dejando a un lado el efímero episodio de la I República), fracasado el intento de llevar a cabo el proyecto de las Bases de Manresa durante la II República, la gran burguesía catalana, cuenta Fontana, optaría por “priorizar sus intereses de clase”.
Pero ¿cuándo la burguesía, de Cataluña o de la República Popular China, no ha priorizado sus intereses de clase? Lenin ya denunció el chalaneo nacional; la burguesía siempre ha pergeñado todo tipo de componendas envilecedoras de los movimientos nacionales contra la opresión.
El resto es más conocido. Tras el franquismo, en el que el grueso de burguesía catalana, de nuevo, “priorizó sus intereses de clase”, se armó el trípode del 78: gran burguesía española, aristocracia obrera y burguesías periféricas vinculadas a los nacionalismos vasco y catalán.
Desde entonces, la política de transacciones entre el nacionalismo catalán y el Gobierno central español duró, con altibajos, hasta la crisis del Estatut y el crack de 2008, que en la economía española revistió un carácter especialmente grave.
Fractura que coincidió con la otra gran grieta del bloque de clases dominantes del Estado español (que no se ha terminado de sellar del todo): el divorcio entre la aristocracia obrera y el PSOE a partir de 2010.
Termino recomendando este documento (reconstitucion.net/Documentos/Dos…) para seguir el trasfondo de clase de los últimos acontecimientos y para comprender la posición defendida por el Movimiento por la Reconstitución, tras una intensa lucha de dos líneas, respecto al conflicto catalán.
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