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No creo que nadie pueda negar una cierta originalidad, y aun lucidez diagnóstica, a los documentos de Tiqqun o el Comité Invisible. El problema central: ¿hay contenido (revolucionario) más allá de la fraseología? Veamos esta conferencia transcrita.

elestadomental.com/diario/propaga…
Si desempolvara unos comentarios críticos de «La insurrección que viene», se vería que las críticas del documento arriba enlazado, que para mí es una buena síntesis de lo mejor y lo peor de este tipo de planteamientos, van en una dirección casi idéntica.
El capital no se podría sostener únicamente bajo la pura represión (de hecho, esta es en general solo el último recurso, el que «pone orden» allí donde el normal caos capitalista se disloca temporalmente). Pero no basta con decir que también se sostiene porque «es deseable».
El capital es una totalidad social históricamente constituida que, como decía Marx en los «Grundrisse», domina mediante abstracciones. Pero tales abtracciones son la expresión teórica de unas relaciones concretas, materiales, que van mucho allá de lo que deseamos o no.
Se afirma en la conferencia algo que resulta cuando menos curioso. Los «acusados de Tarnac» hablan del anarquismo como si de alguna forma fuera externo a ellos (el Bloom sería algo así como el ser humano contemporáneo, «sin cualidades»):
Y es más curioso aún teniendo en cuenta su mitificación de la insurrección como una especie de éxtasis final de la liberación, algo que es común, lo reconozcan o no, a todas las corrientes que tienen como base teórica una visión espontaneísta de la revolución.
«[E]l reino no está simplemente por venir, sino que está ya, en fragmentos, aquí, entre nosotros». ¿Está aquí, entre nosotros, inmediatamente dado? ¿O está aquí en el sentido de que la clase que puede terrenalizarlo tiene la potencialidad de empezar a hacerlo... con mediaciones?
«El comunismo es una práctica que comienza a partir de los destellos de esas otras formas de vida». Bien, pero esto no dice ni define absolutamente nada. Es, como diría Engels, sustituir el movimiento real que supera el statu quo por la pretensión de que formular es superar.
«Nosotros no pensamos que haya un “afuera” del capitalismo, pero tampoco creemos que la realidad sea capitalista (...) Una comuna sólo es su propio devenir». Más arriba se decía que el capitalismo se ha hecho deseable; ahora, que la realidad (?) no es capitalista.
No habría, por tanto, necesidad de mediaciones ni de transiciones, que en realidad solo son, o deberían ser, momentos de un mismo proceso de revolución ininterrumpida, tal como lo formuló Marx y tal como lo sustanció, «fallidamente», el sujeto revolucionario durante Octubre.
El comunismo tiene que ser, tiene que devenir, ahora y aquí, o no lo será nunca ni en ningún lugar. Y tienen razón en parte, pero olvidan que solo puede serlo de forma mediata, mediada, para que se terrenalice y cristalice en una forma social que supere al capital.
Un inmediatismo, es decir, una incomprensión de la naturaleza de las mediaciones, no por casualidad muy emparentado con el del anarco-insurreccionalismo. Una crítica a un documento que hoy, salvo en determinados círculos, ni se conoce ni se recuerda:

Qué pena que la comprehensión de la necesidad, la posibilidad y el 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜 de construir el reino de la libertad únicamente pueda tener lugar en un terreno antagónicamente distinto al del puro descubrimiento sensitivo de esa realidad que quedamos en que no era capitalista.
Es curioso, la crítica radicalísima de las experiencias revolucionarias fallidas se difumina como el azúcar en el café cuando se trata de hacer lo propio con lo que llaman «las grandes batallas de nuestro tiempo», que no alteran, porque no pueden, los cimientos del capital.
No hace falta recordar cómo han terminado todas y cada una de estas «grandes batallas». En todo caso, es lógico y legítimo defender tales experiencias, máxime si uno considera «la insurrección como el horizonte del mundo». Vaya, ¿no estábamos contra la Parusía?
Puede ser tal vez una variante mesiánica de nuevo tipo, algo así como la del chiismo duodecimano, el Mahdi y Jesús de Nazaret. Quién sabe... De todas formas, lo que no es legítimo es plantear tal cosa como si tuviera algo que ver con la revolución total comunista.
Vaya, resulta que en Grecia también terminó siendo abortada la «insurrección». Ojalá tuviéramos algún tipo de explicación que nos permitiera comprender y superar el camino que nos conduce siempre a la derrota. ¿No tendrá algo que ver con la lógica espontaneísta...? ¡A saber!
Me parece que la superación y sustitución del «insurreccionalismo que viene» por el «insurreccionalismo que ya está aquí» no hace más que empeorar la propuesta de los amigos de Tarnac. Es el mito espontaneísta, quintaesenciado, de la insurrección.
No llamaría «jugar» a la tarea más seria a la que nos podemos dedicar hoy: la revolución, que además se puede pagar con cosas no muy divertidas. Pero bueno, entiendo y defiendo que cada cual use su jerga. Otra cosa es si tras esa prosa alambicada hay terrenalidad revolucionaria.
Pero insisto, el problema per se no es la jerga. Todo el mundo la usa. El oportunista medio lloriquea todo el día por la de los «recons» (por cierto, decir esta palabra es un buen detector de imbéciles, más o menos al nivel de los cráneos previlegiados de «los posmos»).
Dejando a un lado que los de Tarnac vuelvan a poner como ejemplos lo que no son sino puras expresiones sociales perfectamente metabolizables por el sistema de dominación burgués, sí creo muy justa, al menos, la idea que subyace a buscar las grietas del poder burgués, bien reales.
«Todo el poder para las comunas. Lo que significa: derribar el poder globalmente, localmente». Esto me parece magnífico. Me pregunto si, ya que hablaban más arriba de Estados Unidos y el general Petraeus, la burguesía norteamericana y su Estado lo verán igual de bien. ¡A saber!
Como tampoco se esboza siquiera ningún plan que pueda llevarlo a efecto, cosa habitual en este tipo de corrientes (los planes revolucionarios son metafísicos), es difícil no concluir que el discurso no pasa de fraseología huera. Pero suena bien, y eso siempre reconforta.
Que el movimiento de los pensionistas de Francia sea para los amigos invisibles un referente es perfecto para comprobar cómo sustituyen el rancio espontaneísmo obrerista por un espontaneísmo de nuevo cuño.
Al margen de los cuentos fantásticos que cada uno quiera difundir, no, el «sabotaje» francés no encarnó ni en acto ni en potencia ningún tipo de subversión de la totalidad de relaciones sociales capitalistas. Ni durante un nanosegundo. Pero allá quien se lo quiera creer.
Lo interesante es que los conferenciantes buscan la causa de la derrota del movimiento de pensionistas en un afuera del propio movimiento. Si miraran dentro de la naturaleza de los movimientos espontáneos en la era del imperialismo, ¡descubrirían muchas cosas interesantes!
Sin embargo, para eso tendrían también que mirar en lo más profundo de sus propios presupuestos, de sus puntos de partida no «metafísicos». Sea como fuere, el deseo de los amigos invisibles es muy claro:
¡Los programas revolucionarios son metafísicos y autoritarios! Y parece que los grandes revolucionarios perdieron su tiempo, y se lo hicieron perder a los demás, contribuyendo a construir también programas que hicieran terrenal el comunismo como revolución total ininterrumpida.
Decir que «[n]ecesitamos ficciones, o un horizonte para el mundo, que nos permita aguantar, que nos dé aliento», sin proponer ningún tipo de plan revolucionario, sin salirse una micra de los presupuestos del espontaneísmo, me parece pura literatura de autoayuda.
Y de esa mercancía, creo, ya tenemos de sobra en los estantes de los templos del capitalismo: los centros comerciales (físicos y virtuales). Pero no me cabe duda de que señalar tal cosa es ser un «teólogo marxista». Esperar la Parusía de la insurrección, eso seguro que no.
Al menos defienden la necesidad del Partido (o del partido, en minúsculas, da igual), que debe ser para ellos no una organización, sino «un plano de circulación, de inteligencia común, de pensamiento estratégico tanto como de consistencias locales».
Lo cual es muy interesante, pues conecta con la mejor tradición de los grandes movimientos revolucionarios de nuestra clase, empezando por sus figuras más emblemáticas, que pusieron encima de la mesa los fundamentos y formas de mediación del Partido, de la clase para sí.
¿O en realidad no...? ¡«Creemos que existe la posibilidad de construir el partido aquí, esta noche (...) Así que... construyamos el partido»! El Partido se construye simplemente deseándolo, creyendo en la posibilidad de su construcción. Voluntarismo en su forma paroxística.
Un colofón inmejorable, a mi juicio, pues condensa perfectamente en qué se traduce toda la prosa espontaneísta de los conferenciantes respecto a la revolución y lo que entienden por comuna y partido. Si esa es la apuesta «antimetafísica», a saber cómo será la metafísica.
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