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Una de las mejores caracterizaciones que hizo Marx sobre lo inmanente al dinero, que bajo el reinado del capital deviene la forma más desarrollada de autonomización de la riqueza universal respecto a los productores mismos.

Grundrisse, Cuaderno I.
Inaugura una nueva universalidad que abre la posibilidad histórica de creación del individuo social libre, pero al precio de que la dictadura del capital se imponga negando y cancelando todo carácter propio de cualquier actividad social.
El carácter y la forma social de producción se manifiestan como producto ajeno a su creador, como cosas frente a los individuos que pasan a «estar subordinados a relaciones que subsisten independientemente de ellos y nacen del choque de los individuos recíprocamente diferentes».
Tras la antigua dependencia personal, liquidada por la producción y la sociedad burguesas, la dependencia de las personas para con las cosas crea las condiciones del tercer estadio de sociedad, para el libre desarrollo individual, consciente, como patrimonio social.
La sociedad regida por el cambio —en la que los cambiadores se cambian a través del cambio entre cosas— presupone a la vez «la dependencia recíproca universal de los productos» (que solo son mercancías al entrar en circulación) y «el aislamiento completo» de «intereses privados».
Cuanto más se socializa (e internacionaliza) la producción capitalista, más se aísla y particulariza el sujeto productor. Se impone, en palabras de Marx, «una relación 𝐧𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚𝐥 externa a los individuos, independiente de ellos».
La producción social, a la que se subordinan todos los miembros de la sociedad (con una clase rectora, la capitalista, personificación del capital), se impone como «una fatalidad», «no está subordinada a los individuos y controlada por ellos como un patrimonio común».
Marx historiza hasta tal punto la cuestión que, tras afirmar que «la existencia del dinero presupone la reificación del nexo social», proclama como «producto histórico» el nexo social, «los individuos universalmente desarrollados»:
Dado que la sociedad burguesa es la antítesis del individuo social libre, las relaciones entre seres humanos tienen necesariamente que ser un «nexo objetivo que nace 𝐧𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚𝐥𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞». Nexo de individuos conscientes, pero que es inconsciente como proceso, como totalidad.
A Marx no se le escapa que «[t]oda producción es una objetivación del individuo» (Cuaderno II). Lo singular del modo de producción burgués es, entonces, que en él «la objetivación del individuo [se da] en cuanto es puesto en una determinación (relación) social (...) externa».
La clase de los desposeídos modernos se ve arrollada por «la fuerza creadora de su trabajo en cuanto fuerza del capital», la cual «se establece frente a él como 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟 𝑎𝑗𝑒𝑛𝑜» (Cuaderno III) que separa trabajo y propiedad, trabajo y riqueza.
No pueden existir el uno sin el otro. Por eso, Marx sentencia con rotundidad que «[h]acer que el trabajo asalariado subsista y, al mismo tiempo, abolir el capital, es, por lo tanto, una reivindicación que se contradice y se disuelve a sí misma».
El capital solo puede existir si se autovaloriza, si chupa trabajo vivo del que trata de extraer la mayor cantidad de plustrabajo, plusvalor que se materializa en plusproducto: «Si el capital, para vivir, tuviera que trabajar, no se conservaría como capital, sino como trabajo».
Si entre fuerza de trabajo y capital se diera un intercambio equivalente, la plusvalía y por tanto el capital como tal no podrían existir. De hecho, Marx considera que es el plustrabajo (trabajo excedentario) el «gran sentido histórico del capital» (Cuaderno III).
Una magnitud de trabajo social que no es necesario para la subsistencia, sino para la valorización. En ese sentido, el capital es «una relación esencial para el desarrollo de las fuerzas productivas sociales». Solo se frena allí donde se obstaculiza su impulso valorizador.
El capital es la forma de «riqueza autonomizada» más desarrollada mediante la forma de trabajo asalariado, que Marx define como «trabajo forzado mediado», en contraposición al «trabajo forzado directo» (esclavitud), el cual «nunca puede crear la industria general».
Que haya existido o siga existiendo la esclavitud, como trabajo forzado directo, en el sistema de explotación burgués es una anomalía perfectamente lógica a nivel histórico-económico. Véase el ejemplo de los poderosos esclavistas sudistas de la Confederación norteamericana:
Si la plusvalía es el vínculo «entre el trabajo vivo y el objetivado en el obrero» (o el «excedente de plustrabajo por encima del trabajo necesario», C. III), elevar la fuerza productiva solo puede aumentar el plustrabajo si reduce la proporción entre este y el trabajo necesario.
Marx, de hecho, identifica plustrabajo y plusvalor del capital. La gran contradicción interna de este es que el plusvalor únicamente puede elevarse a costa de hacer cada vez más difícil agrandar dicho plusvalor. Así lo explica Marx en el Cuaderno III de los Grundrisse:
Es una producción social fundada sobre la escisión entre capital y trabajo asalariado. A vueltas con el problema de la conciencia, Marx refiere que el capital «de ningún modo tiene una conciencia sobre la naturaleza de su proceso de valorización» (Cuaderno IV).
Solo durante las crisis económicas el capital «se interesa por tener esa conciencia», que nunca llega a ser plena, recordemos, ni como proceso ni como totalidad. El capital únicamente busca hacerse más productivo, es decir, «crear el mismo valor con menos trabajo».
O, dicho de otra forma: forzar al obrero asalariado, en tanto que trabajo formalmente libre, para que cree, con un trabajo menor, «el mismo producto con un capital mayor», disminuyendo el tiempo de trabajo necesario y aumentando el «plustiempo» (plustrabajo).
Chocan dos tendencias mutuamente contradictorias: por un lado, la creación de la mayor cantidad posible de trabajo; por otro, la reducción del trabajo necesario al mínimo. El capital tiende a desvalorizar aquella fuerza, el trabajo vivo, que puede valorizar cada vez más capital.
El capital es valor, nuevo valor y no valor hasta que no ha finalizado su ciclo reproductivo (Recordemos: el producto solo es mercancía cuando el capital realiza su valorización.) Son tres procesos, dirá Marx, yuxtapuestos, independientes, pero con su «unidad interna».
Sin dejar de ser una criatura (rectora) del orden burgués, que no llega a ser plenamente consciente del proceso de producción, el desarrollo del capital «amplía el poder del capitalista, su existencia como capital, contrapuesta a la capacidad viva de trabajo».
El capital aparece así como «trabajo objetivado[,] como dominio o poder sobre el trabajo vivo», y el producto del trabajo, gracias al trabajo vivo, pasa a tener «un alma propia», estableciéndose ante el obrero como «un 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟 𝑎𝑗𝑒𝑛𝑜» (Cuaderno IV).
En la sociedad burguesa el trabajo no construye su realidad «como ser para sí, sino como mero ser para otro (...) ser del otro, opuesto» a sí mismo. El trabajo se desrealiza realizándose, «se pone objetivamente (...) como su propio no-ser o como el ser de su no-ser: del capital».
Lo singular del capital, que «𝑠𝑜́𝑙𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒 𝑠𝑒𝑟 𝑢𝑛𝑎 𝑟𝑒𝑙𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑑𝑒 𝑝𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑐𝑖𝑜́𝑛» (Cuaderno V), es colocar «𝑏𝑎𝑗𝑜 𝑠𝑢 𝑖𝑚𝑝𝑒𝑟𝑖𝑜» la mayor cantidad posible combinada de masas de asalariados y de medios de producción.
Instituye históricamente una nueva dialéctica del derecho de propiedad: la propiedad ya no es «el comportamiento del sujeto que trabaja (...) como con algo suyo» (Cuaderno V), sino la apropiación de lo ajeno y el extrañamiento de lo que uno mismo ha producido.
Con la irrupción histórica del capital, la «𝑣𝑒𝑟𝑑𝑎𝑑𝑒𝑟𝑎 𝑒𝑛𝑡𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑐𝑜𝑚𝑢𝑛𝑖𝑡𝑎𝑟𝑖𝑎» es la cosa, a la que el obrero «trata de devorar y por la cual es devorado». Es «la forma más extrema de la enajenación», creadora de la posibilidad del libre individuo social:
Marx es medirianamente claro al respecto: la separación entre trabajo y propiedad o riqueza, la escisión entre sujeto y objeto, constituye un 𝑝𝑟𝑜𝑐𝑒𝑠𝑜 ℎ𝑖𝑠𝑡𝑜́𝑟𝑖𝑐𝑜:
¿Cuál es, al fin y a la postre, «la gran influencia civilizadora del capital» (Cuaderno IV), lo revolucionario del modo de producción capitalista para Marx?
¡Pasa por encima de la divinización de la naturaleza y de los prejuicios nacionales! O sea, sienta las bases para superar, por primera vez a una escala histórico-universal, lo natural como poder externo que sojuzga al ser humano y la mezquina estrechez local, nacional.
El capital liquida, de hecho, los «𝑑𝑒𝑠𝑎𝑟𝑟𝑜𝑙𝑙𝑜𝑠 meramente 𝑙𝑜𝑐𝑎𝑙𝑒𝑠» y la «𝑖𝑑𝑜𝑙𝑎𝑡𝑟𝑖́𝑎 de la naturaleza» (esto último, por supuesto, al precio crudo, devastador e implacable que todos conocemos si es el capital el que desidolatra la naturaleza...).
Por si alguien lo desconoce, en estos enlaces se puede acceder a los tres volúmenes de los Grundrisse: ecopol.sociales.uba.ar/wp-content/upl…, ecopol.sociales.uba.ar/wp-content/upl… y ecopol.sociales.uba.ar/wp-content/upl…
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