Thread by @monicanienor

Esta pequeña niña, de ojos grandes y cándida mirada, lleva más de 4 siglos espiando nuestros pasos. No os dejéis engañar por su cabello rubio ni sus rosadas mejillas pues ella representa, como nadie, la ambigüedad, el engaño y el peligro.

¿Nos vamos con Bronzino?

DENTRO HILO!

Bajo un delicado vestido de seda verde, la niña enseña su verdadera naturaleza: cuerpo escamoso, patas de león y cola de serpiente. En su brazo izquierdo, la mano derecha; en su brazo derecho, la mano izquierda.

¿De qué hablamos?
De Manierismo, por supuesto.

Aparece en la penumbra de un cuadro tan luminoso como oscuro en su iconografía, tanto, que ni siquiera Vasari parece saber muy bien de qué trataba: la Alegoría de Venus, Cupido, la Locura y el Tiempo, hoy en la National Gallery de Londres.

Vasari parece identificarla con el Fraude, el engaño, interpretando la obra como una lección sobre la ambigüedad del amor y la pasión, una advertencia acerca de sus placeres y sus peligros:
La niña-híbrido que nos ofrece la dulzura de la miel y el veneno del aguijón...

El feliz amorcillo que, feliz, lanza pétalos de rosas, no se da cuenta de que sus espinas han atravesado sus tiernos pies.
Es el Placer, el Juego, la felicidad engañosa que lleva y conlleva el dolor inevitable. Es tras su cuerpecillo donde se esconde nuestra niña-manticora.

La Gelosia o los Celos. Una figura ambigua, ni hombre ni mujer, que mesa sus cabellos con desesperación. Otros autores la identifican con el Dolor, otros con la Sífilis, aquel morbo gálico que corría como la pólvora por la cortesana sociedad del siglo XVI.

Las máscaras, símbolo universal del fingimiento, de lo engañoso, de la mentira y el encubrimiento.

Arriba, el Tiempo parece luchar con otra figura sin cabeza ni rasgos por desvelar lo que sucede en el centro de la composición. Panofsky la identifica con la Verdad, hija del Tiempo, colaborando para desvelar la escena central. No obstante, la lucha es clara. ¿Es la Noche, quizá?

Todos estos personajes, este despliegue de actitudes, gestos, monstruos y símbolos rodean y adornan a los protagonistas: Venus y su hijo, Cupido, quien besa y acaricia a su madre con una sensualidad que nos deja paralizados.

"...mientras besa el niño la boca a su madre, sin darse cuenta rasgó su pecho con una afilada flecha. Herida, con la mano a su nacido la diosa rechaza; más profundamente llegado la herida había que su aspecto, y al principio a ella misma había engañado" (Ovidio, Metamorfosis)

Bronzino había dado un triple mortal desde el dibujo que Miguel Ángel hiciera entre 1532-1533 para el banquero florentino Bartolomeo Bettini, hoy en el Museo de Capodimonte y que fuera copiado decenas de veces.

Pontormo lo ejecutó ese mismo año y hoy está en la Academia florentina; también Vasari fue fiel punto por punto al divino (Royal Collection) y puso carne a esta exhuberante Venus.
Allí están las máscaras, las rosas y el enigma de una figurilla cenicienta caída.

Alessandro Allori pintó su propia versión e incluso el mismísimo Bronzino hizo una interpretación menos literal que sus coetáneos de esta Venus, posterior a la de la National Gallery, pero de una belleza soberbia.

La alegoría de Venus es un monumento al Manierismo, a su deseo de perfección formal, de virtuosismo, de belleza; pero también a su búsqueda de lo ambiguo, del contrapposto dentro y fuera del lienzo, de constituir un desafío intelectual.
Es la belleza perversa.

"Tenía apacible rostro, hábito honesto,
humilde volver de ojos, y andar grave:
Un hablar tan benigno y tan modesto,
que parecía a Gabriel que dijese Ave...

... Era sucia y deforme en todo el resto,
mas escondía lo feo no suave
con luengo hábito y bajo, sin sentirlo
alguno, allí emponzoñado, trae el cuchillo
(Ludovico Ariosto, Orlando Furioso, 1516).

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