El cierre perimetral por la pandemia —no se puede salir del municipio— me pilló en un pueblo cántabro de 30 habitantes. Ahora, 31.
Llevo semana y pico programando y zascandileando por el pueblo, y empezando a pensar que esto es uno de los futuros de la profesión tecnológica. 👇
Es posible gracias a las telecomunicaciones, por supuesto. He tenido cobertura móvil 4G incluso ayer que me adentré en un bosquecillo y subí a curiosear unas cabañas de pastores.
Si hay datos, hay vida. ✌️
Como tanta gente, he sufrido el «burnout» y he convivido durante años con el estrés laboral.
Pero ayer recordaba esta idea de frenar un poco. La vida profesional moderna es frenética y hay que elegir las prioridades inteligentemente.
Hace mucho que mis comunicaciones son completamente asíncronas: solo hablo por teléfono con mi familia. Porque hablar por teléfono o tener videoconferencias y reuniones altera mi agenda. Y eso es un raro privilegio.
Todo lo profesional, asíncrono: chat, audionotas, mensajes.
Después de años con la agenda como un tetris, esta es mi agenda ahora.
Mi trabajo me ha costado, pero está completamente vacía. O mejor dicho: está completamente llena de tiempo que solo yo decido cómo emplear.
Nunca he tenido horarios. Y ya ni despertador. Soy más eficaz así.
Y aquí le cedo el micrófono a Fernando Pessoa, que tiene algo que decir.
— «mi biografía tiene solo dos fechas: entre una y otra, todos los días son míos»
Pues eso:
Más Pessoa y menos Stajanov.
Hay que tratar de emplearse en profesiones también asíncronas. Muchas intelectuales, en esencia, lo son: programar, diseñar, escribir, gestionar, traducir…
Pero tendemos a pervertir esa esencia llenando el trabajo de reuniones, oficinas y presentismo.
Démosle una vuelta a eso.
El «downshifting» también significa decir frecuentemente «no». Poner el foco. Abarcar poco para apretar mucho.
Últimamente me han invitado a un montón de charlas, congresos y saraos. Estoy muy agradecido, pero rechazo todo.
👉🏻 Decir «sí» a una cosa es decir «no» a muchas otras.
El trabajo moderno es líquido. Líquido en el tiempo —la dicha asincronía— y líquido en el espacio.
La pandemia ha hecho evidente algo que antes era solo se intuía: que muchos trabajos del sector servicios pueden hacerse desde cualquier sitio.
Es absurdo anclarse a una oficina.
¿Vamos a vivir un «éxodo urbano» igual pero de signo opuesto al «éxodo rural» del tiempo de nuestros abuelos? Madrid, Barcelona, San Francisco… ¿dejarán las megalópolis globales de crecer mientras regresan a las provincias, a los pueblos, los nietos de aquellos otros emigrantes?
Hace unos años leí una historia singular: la escribía un vasco que se había enamorado de una chica de China. Y se iban a vivir juntos a una casa en Guipúzcoa.
Pero había un problema: la abuela de ella no aprobaba que su niña marchara a un pueblo.
Tenía que vivir en la ciudad.
El protagonista lo explicaba muy bien: en muchos pueblos chinos se piensa que el triunfador es el habitante de la aldea que emigra a la ciudad. A medrar. A hacer riqueza en la fábrica. O en el comercio.
Y en el pueblo no hay futuro posible; solo aguarda una vida miserable.
Con las súpertelecomunicaciones que ya tenemos, un sistema financiero hiperdesarrollado, una logística de ciencia ficción, el advenimiento inminente de la telemedicina… ¿no será que pronto muchos trabajos dejarán de hacerse en grandes edificios de cristal?
Sea como fuere, ahora es un buen momento para replantear la cultura de las organizaciones respecto del trabajo. Para probar nuevos modelos laborales. Para poner en valor la asincronía en las comunicaciones. Para cuestionar la vida en las megalópolis.
Y para frenar un poco.
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Hace mes y pico dejé bastante avanzada una refactorización del código de contratosdecantabria.es, en la que quería apoyarme para hacer después la versión “todo el Estao”™️. Pero me puse con otro proyecto (que también quiero publicar pronto) y ya no recuerdo por dónde lo dejé.
Ahora que ha cerrado completamente la noche y he regresado ileso a mi HQ, mi plan para este viernes noche de pandemia global es… intentar encontrar dónde diablos me quedé 😂.
Para ello me valdré del arma más mortífera en el arsenal del programador disidente: EL PICO DE BALLMER.
Trátase de un estado de nirvana intelectual e hiperproductividad mental, muy difícil de alcanzar y altamente inestable, nombrado así en honor a su descubridor: el ex CEO de Microsoft, Steve Ballmer.
Este clásico paper científico ilustra los principios neurológicos. 👇
Pues me voy a meter por aquí, a ver qué hay. Si no tuiteo más, es que me han comido los lobos.
😃+🐺=💀
…Lo cual sería una faena, sobre todo porque me he dejado varios “commit” sin hacer “push”.
Esto parece la contraportada del libro de Religión del instituto.
«Tema 8: La Sexualidad Humana»
Esa fue la única lección que el cura no se atrevió a darnos… 😂 Decía que íbamos fatal de tiempo y se saltó al tema 9, que trataría de las bienaventuranzas o alguna mierda de esas.
Año 1996. Como muchos adolescentes de la época, yo también escribo un diario™️. No de papel, sino digital. Funciona con un software que ya no existe —Lotus Organizer 1.0— sobre un sistema operativo también muerto: MS-DOS con Windows 3.11.
He conseguido reabrirlo 23 años después.
Era Vinton Cerf, uno de los pioneros de internet, el gurú que llamaba la atención sobre algo en lo que no solemos reparar: que los formatos van quedando obsoletos y como Humanidad corremos el riesgo de perder información digital con valor histórico.
Darle más visibilidad a los chanchullos sirve para que los políticos se lo piensen dos veces la próxima vez. Lo que he hecho estos meses ha llegado tres veces al Parlamento de mi región y ha provocado preguntas al Gobierno. Cuando eso sucede, hacer chanchullos deja de compensar.
El enchufismo y la corrupción necesitan de la oscuridad y del temor de las personas a alzar la voz. Como la prensa local está untada, colgar los chanchullos en la cuerda de tender de Twitter para que los dé el sol es una forma de que resulten incómodos y comiencen a menguar.
En cuanto al temor a alzar la voz: la autocensura llega por capilaridad a través de las redes clientelares tejidas durante décadas por los partidos, y por los favores y subvenciones con dinero público que acallan a empresarios y particulares por igual.
Uno de los retos a que me enfrento en mi trabajo tecnológico destripando millones de datos procedentes de boletines oficiales, es el clásico problema de vincular registros o «record linkage».
Hay muchas aproximaciones a este viejo problema; muchos «papers» casi científicos, mucha bibliografía, un ejército de librerías y algunos servicios en la nube.
El problema es informáticamente interesante. Voy a explicarlo con un ejemplo real al que me enfrento en el BORME. 👇
Estas tres direcciones son, en realidad, la misma:
1⃣ Calle Avenir, 35, Planta 6, Puerta 2 de Barcelona
2⃣ CL L'AVENIR NUM.35 P.6 PTA.2 (BARCELONA).
3⃣ Carrer de l'Avenir, 35, 6ª, P. 2. 08021 Barcelona
Pero en el BORME aparecen escritas de forma muy diferente.