Uno de los rasgos característicos del moderno Estado-nación es su indisolubilidad, en el sentido de que debe existir una identificación entre Estado y nación y que ésta no puede ser dividida en unidades políticas. (1/4)
De hecho, si entendemos la nación como una construcción cultural, no se entiende por qué no puede estar dividida en varias unidades políticas. (2/4)
Goethe, Hegel o Schiller pertenecen claramente a la cultura germana a pesar de que cuando ellos escribían Alemania estaba dividida en varias unidades políticas. (3/4)
Una nación puede perfectamente estar unida en sus principios esenciales y dividida políticamente, como puede comprobarse en muchos casos. (4/4) #PaleoLET
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La inexistencia de Estado implica que de una forma u otra todo el territorio de los actuales Estados pasará a estar organizado bajo alguna de las formas que puede revestir la propiedad privada, ya sea de forma individual o colectiva. (1/6)
Conviene recordar que pueden existir propiedades privadas gestionadas de forma colectiva y que éstas siguen presentes aún en países como el nuestro (por ejemplo, los montes comunales). (2/6)
También que pueden darse propiedades en nombre de corporaciones como iglesias o universidades (como era frecuente en España antes de que los liberales las expropiaran). Eran de uso colectivo, pero de propiedad privada, esto es, sus propietarios podían decidir sobre su uso. (3/6)
La secesión constituye un problema desde que el Estado se configura como un ente abstracto. Cualquier repaso a la Historia nos muestra que la secesión o unión de territorios era lo más normal del mundo. (1/4)
Los antiguos reyes dividían sus dominios entre sus hijos, o adquirían territorios por matrimonio, o bien se anexionaban territorios por la fuerza. (2/4)
Al habitante de esos territorios esto le suponía poco cambio en su vida, dada la relativamente pequeña capacidad de penetración del poder político en sus actividades cotidianas. No se veía obligado a cambiar de idioma o a padecer cientos de nuevas regulaciones. (3/4)
Se suplanta a la familia con el diseño de los sistemas de previsión social. Éstos prestan principalmente servicios en las etapas más vulnerables de la vida, tanto en la infancia como en la vejez, pues era precisamente donde la función social de la familia era más evidente. (1/5)
Se trata de que nuestro cuidador sea algún tipo de agente estatal y reclamemos su presencia cuando nos encontremos desvalidos o incapaces. También es el Estado quien asigna la patria potestad o quien decide si los hijos pueden o no permanecer con sus padres o ser tutelados. (2/5)
El diseño actual de muchos sistemas de pensiones también contribuye a desvincular al individuo de su familia y a hacerlo dependiente del Estado. (3/5)
Desde siempre la familia ha sido una fuente de lealtades y solidaridad entre seres humanos. Los seres humanos tienden a ser más leales a su familia que al Estado y a respetar sus valores más que los del propio Estado. (1/4)
Una vez debilitadas otras lealtades, como la que nos une a las regiones o localidades de procedencia, el proceso de construcción del Estado ha pasado a confrontar a instituciones como la familia, que le disputan su papel como sujeto de lealtad y obediencia. (2/4)
Una vez conseguida su regulación se pasa lentamente a usurpar funciones antes exclusivas de la familia. El primer paso será el de intentar controlar la educación formal, obligando a todos los niños a asistir a colegios y escuelas sometidos a normas y currículos estatales. (3/4)
La principal consecuencia de situaciones de ruptura de la estabilidad social, ya sea por causas naturales o por causas políticas, es la del incremento del poder del aparato estatal. (1/4)
En estas situaciones de desestructuración social los lazos orgánicos de la sociedad (familia, comunidad…) se ven seriamente dañados, y a los gobernantes les es más fácil regimentar las conductas de las personas al carecer de anclas sociales. (2/4)
Controles de precios, adulteración de la moneda, trabajos forzosos o imposiciones fiscales son mucho más fáciles de implementar en este tipo de situaciones que en condiciones ordinarias y, como es de suponer, los gobernantes aprovechan la oportunidad para instaurarlas. (3/4)
Reclaman una suerte de autoridad sanitaria “independiente” que decida sobre las medidas a adoptar. Pero parece que tal autoridad vive en los reinos de la alta teoría y que un buen día bajará de las alturas e ilustrará a los mortales sobre la praxis correcta. (1/6)
Lo digo porque no explicitan quiénes serán los elegidos para dictar los protocolos de acción ni qué especialidad o área de conocimiento liderará la toma de decisiones. Tampoco somos informados de cómo serán escogidos dentro de esa área los encargados de liderar el proceso. (2/6)
¿Serán escogidos a nivel mundial o cada país tendrá los suyos? Esta última solución no parece muy científica, dado que la ciencia no debería entender de barreras estatales y, por consiguiente, lo lógico sería establecer una única autoridad a nivel mundial. (3/6)