Le debía un hilo a @FlyingFlying62 sobre este cuadro. Y aquí está. Soltemos nuestro lado más pasional y dionisíaco. Con vosotros, Dos sátiros, de Peter Paul Rubens.
Lo primero, tengo que admitir que Rubens nunca ha estado entre mis pintores favoritos. Y eso que es un grande entre los grandes del Barroco. Por eso quiero hacer con él un pequeño ejercicio para disfrutar de su pincelada.
La mitología grecolatina tiene un peso enorme en su obra y no hay prácticamente episodio que no haya tocado o esbozado.
Así que sátiros pintó toda su vida. Antes de los dos que nos ocupan, pintó éste en 1615, que se encuentra en la colección del Príncipe de Liechtenstein.
Acompañado de una bacante, el sátiro nos mira fijamente, sugetando una cesta con frutas. Deja poco a la imaginación esta simbología de "coger los frutos y disfrutar de la vida".
Y es obra de su taller (y del de Rubens salieron obras de primerísimo nivel, ahora que toca reivindicar los talleres, @elbarroquista) esta obra, subastada en Sotheby's en 2017, que sería una variación del anterior. La dama ahora está desnuda, dejando poco ya a la mente.
Pero hubo muchos más sátiros. Sobre todo en forma de Sileno, el preceptor y leal compañero de Dionisio en sus bacanales (@Pinakotheken y @state_hermitage) .
O acompañando a un Hércules borracho. Siempre vino. Siempre lujuria. Siempre placer.
Pero en este cuadro, los sátiros están solos. No hay bacantes, dioses, semidioses o animales que les distraigan. Por no haber, no hay paisaje. ¿Pero están solos?
No. Estamos con ellos. Nos hace partícipes de la acción. El sátiro nos mira con deseo. Está a punto de comer unas uvas, pero para un momento. Quiere que nosotros nos unamos.
Detrás de él, su compañero sigue bebiedo de una concha, ajeno a nosotros. Sus rasgos son más animales. Más bestiales. Menos humano.
El otro no. Es muy humano. Tan humano como nosotros. Por eso nos atrae y horroriza a la vez.
Lo único animal, es la piel que usa como vestido.
Pintó más sátiros durante toda su vida. Algunos aislados, como éste del @museodelprado, con su taller. Pero sus rasgos están más desfigurados. No son tan humanos.
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Ahora, muchos pensaréis que la Ronda de Noche es todo menos barroca: no parece haber ni diagonales, ni curvas, ni trampantojos, ni drapeados imposibles. Parece más bien una foto congelada en el tiempo.
En estos tiempos de cierres perimetrales y viajes reducidos, tomamos rumbo a Venecia. La Venecia de hace 300 años, para recordar a un artista muy poco conocido y que merece nuestra atención.
De la Venecia del S. XVIII siempre se recalca la imagen de ciudad decadente, que vivió mejores tiempos artísticamente, sobre todo si echamos la vista atrás y recordamos la gloriosa época de los Giorgione, Tiziano, Tintoretto y Veronese.
Y la literatura y el cine no han hecho sino alimentar está idea romántica-decadente de la Venecia del S. XVIII.
Casanova, Federico Fellini (1976), creo que uno de los directores favoritos de @anapinan.
Si el exterior de la catedral de Albi puede parecer muy sobrio, anodino o "marciano", como alguien dijo por aquí, el interior no puede ser más impresionante.
Lo primero que nos llama la atención es el magnífico órgano del S. XVIII. Bajo él, el mayor Juicio Final pintado en la Edad Media.
Desconocemos su autor o autores. Fue encargado por el obispo Louis I d'Amboise y pintado entre 1474 (su nombramiento como obispo) y 1480 (consagración de la catedral). Mide 18 x 13 metros. Las franjas rojas y amarillas en el inferior hacen referencia a sus armas heráldicas.