Lo que yo quería ser de joven era periodista. Trabajé casi un año sin sueldo para una empresa en Cuernavaca que me mandó a los patios de la Estación a cubrir la historia de un niño que jugando se trepó al tren, resbaló y el tren le cercenó un brazo y una pierna.
Preguntando llegamos a una casita de cartón y maderas, con piso de tierra en donde su madre, sola criaba a tres niños, ahora uno con discapacidad adquirida por este terrible accidente.
Pregunté todas las cosas que entonces me parecían lógicas y platicando con ella y sus vecinas, uno a uno destruyeron mis prejuicios sobre la pobreza, el mérito, la justicia.
Su entereza ante una situación que para mí era intolerable me impactó profundamente. Pero lo que me marcó para siempre fue que una vecina trajo unas ciruelas que encontró en un árbol y las puso en la mesa, recién lavadas. "Tomen por favor" nos dijo a mí y al fotógrafo...
Yo no quería tomar ni una, porque había tan poco en esa casa, pero por educación comí una. "Toma más, llévale a tu mamá", me dijo. Yo salí de ahí llorando. Faltaba todo en esa casa, menos generosidad. Juré nunca olvidar que hay olvidados.
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