Thread by @pvallin

Hay cosas que me parecen un secreto a voces, un elefante en la habitación, y me pone nerviosísimo que no se mencionen, que se conviertan en una especie de tabú, así que voy con un pequeño HILO TRUMPIANO sobre mi perplejidad.

Una de las características sobrevenidas del trumpismo, como versión posmoderna del viejo reaccionarismo es que lo que creíamos que era un avatar, estar encabezado por un perfecto idiota (Donald Trump lo es en el sentido estricto) no parece ser accidental.

Durante todo el mandato de Trump se ha evitado decirlo, se hablaba de que es estrafalario, de que no tiene filtro, de que es un desalmado y, en general, se subrayaba que su equipo de asesores eran linces de la comunicación política. Vale.

Seguro que era cierto pero, a la vez, su característica más patente, la que cualquier humano con un cociente intelectual normal percibe es que es un ignorante orgulloso, que nunca tiene ni idea de los sofisticados asuntos de los que habla y aun así no hay forma de hacerlo callar.

Es cierto que ha sido un mentiroso patológico, pero por encima de todo eso ha brillado como un fogonazo deslumbrante y cegador la idea estremecedora de que al frente de la primera potencia mundial estaba un completo imbécil.

Mi primera inclinación ha sido estos años considerar este atributo como accidental: otros mucho más inteligentes dirigen el país y velan por sus intereses y a este señor lo tienen ahí de títere, porque al votante enfadado le gusta su desparpajo y su retórica antielitista.

Pero por una parte, Trump no ha sido fácilmente manejado. Se ha cargado a muchísimos de sus colaboradores sin pensárselo en cuanto han tratado de hacerle ver que debía escuchar pues él no sabía muchas cosas. Trump estaba realmente al mando.

Y por la otra, esa brutal evidencia, ese elefante descomunal, su idiotez ostensible (siempre ha habido tontos que disimulan, lo relevante es la exhibición), se ha ido repitiendo y revelando como una característica de ese movimiento político en muchos lugares del mundo.

¿Es la vergüenza ajena un contrapoder del que el pueblo se quiere dotar eligiendo para mandar a lo más ridículo y vergonzante del país? Viendo el abracadabrante despliegue de Bolsonaro durante la pandemia, se diría que sí. Pero la cosa no acaba ahí.

En Filipinas está Duterte diciendo sinsonadas día sí, día también, y haciéndole el trabajo a los Marcos, cuyo hijo parece destinado a recobrar el poder para la familia del dictador. Duterte es el brutico de clase al que le pides que haga las locuras de Jackass y el memo las hace.

Y luego pienso en los actores del Brexit, en el inefable tour cómico de Johnson y Farage, arlequín y polinchinela de ese circo político suicida del que la inteligencia estratégica parecía haberse exiliado sin dejar señas.

Me lleva a pensar que, por alguna razón, para ese nuevo reaccionarismo, el lema de Millán Astray ("¡muera la inteligencia!") resulta indispensable. Parece asociado al éxito de este nuevo movimiento político el liderazgo de alguien cuya cortedad sea patente y presuntuosa.

Ser tonto orgulloso como factor político. Es una novedad muy llamativa y sobre la que, seguramente por decoro y por ser ajena a las corrientes de fondo que indagan los análisis estructuralistas, apenas se ha escrito una línea.

Que la estupidez exhibicionista, el raciocinio falto, sea condición de posibilidad del triunfo político. Insisto, tontos ha habido muchos, pero bajo la premisa de disimularlo, camuflarlo. La novedad es esa obscenidad del ser falto, convertida en factor de adhesión popular.

Y nada, quería verbalizar mi estupefacción, me pone muy nervioso este tabú de no llamar idiota al idiota, cuando está en sus manos nuestro futuro.

Se me ha venido a la cabeza recordando que el martes es el día de Star Wars. O por otra cosa, yo qué sé.

May the 4th be with you.