Tuve grandes maestros. Aún tengo algunos.
Hoy comprendo mejor las formas; antes, hace 25 años, me costaba un madral entender a la mayoría: me exigían un madral, sin concesiones, sin margen de error.
Hoy doy gracias por todo. Por todos.
Hoy comprendo mejor las formas; antes, hace 25 años, me costaba un madral entender a la mayoría: me exigían un madral, sin concesiones, sin margen de error.
Hoy doy gracias por todo. Por todos.
De algunos alcancé a ser amigo.
De muchos, un alumno destacado.
De todos, un aprendiz atento.
Recuerdo sus rostros, sus manías, sus modos, sus regaños, sus felicitaciones... ¡qué privilegio cruzarme en su camino!
De muchos, un alumno destacado.
De todos, un aprendiz atento.
Recuerdo sus rostros, sus manías, sus modos, sus regaños, sus felicitaciones... ¡qué privilegio cruzarme en su camino!
Pocas personas me mantuvieron en vela noches completas, fuera de mis Maestros, y cuando lo hicieron fue por motivos mucho más gratos o situaciones súmamente graves: sólo mis Maestros valieron tanto como para no dejarme dormir, sin acostarse conmigo o preocuparme de muerte.
Bien visto, ninguno de ellos tenía la menor obligación de exigirme al grado en que lo hicieron: bien pudieron dejarme a mi suerte, sin recibir por ello el menor reproche. Pero no lo hicieron: como si les fuera la vida en ello, me siguieron, observaron, y corrigieron. Doy gracias.
Quien tenga un Maestro en su vida, no sólo atienda sus enseñanzas: valore también su esfuerzo y vocación. Enseñar a alguien, llevándolo de las tinieblas de la ignorancia a la luz del saber, es cosa grande. Muy grande.
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