Thread by @SamuelRomAporta

Hemos vertebrado la política económica y el desarrollo territorial de nuestro país en torno a máquinas que ensucian el aire que respiramos, llenan de ruido nuestro descanso, nos quitan espacio para caminar y provocan miles de accidentes y muertes.

Claro que tiene algún efecto positivo: que ya saldrán a decirme que sí las ambulancias, que si desplazamientos para aquello que no podemos llegar andando y que si el transporte de mercancías. Sí, tiene muchas utilidades.

Pero desde luego hemos sobrepasado el límite en el que esos beneficios compensan lo terrible del resto de consecuencias.

Constructoras, energéticas y grandes industrias han sabido ver que el modelo de negocio residía en forzar el uso del coche para casi cualquier tarea cotidiana y articular nuestras ciudades y regiones para forzar a su uso.

Así, el ciclo capitalista de consumo se mantenía intacto: más carreteras, más ciudades desconectadas, más uso del coche, más venta del coche. Un círculo vicioso con dos efectos muy nocivos de forma directa.

1. El consumo de materiales y energía que ha sobrepasado los límites del planeta.
2. Los residuos y la contaminación (también acústica) que genera.

Pensándolo, si nos aisláramos de la realidad actual y nos planteásemos un escenario en el que la actividad económica se sustenta en torno a elementos que provocan esos efectos, nos parecería un escenario distópico.

Como poco.