Conozco un crío de 7 años que vive atrapado en el cuerpo de un tío de 47. Ese crío llevaba 40 años deseando hacer una cosa: bucear en la isla de Cabrera. Hace unos días, lo consiguió. No saben la ilusión que le hizo. Y es que la vida, la de verdad, va de estas cosas. Dentro hilo.
Seguro que ya les he contado que, aunque nací en Barcelona, yo tengo media familia mallorquina. Lógicamente, desde que era muy, muy pequeño, veraneaba en Mallorca, en un pueblecito al sur de la isla llamado la Colonia de Sant Jordi, al lado de Ses Salines.
En la Colonia había un cura se enfadaba porque le robábamos las alcaparras de una planta que tenía junto a la iglesia. Y, si me portaba bien, me compraban unos sobres con muñecos de soldados dentro que creo que se llamaban Monta-Plex o Monta-Man.
Un día, un guiri, inspirado, se puso a tocar el saxo en la playa toda la noche. Y recuerdo que con mi hermano comíamos limón helado, y nos parecía la bomba. Y otras mil historias. Pero recuerdo, sobre todo, que frente a la colonia estaba la Isla de Cabrera.
Cabrera es una isla bastante grande, de unos 2 km de ancho, a unos 10 km de la costa. Desde la Colonia, se veía como una sombra enorme, negra y misteriosa. No olviden esto: yo tendría unos 6 o 7 años. La edad perfecta para imaginarse cosas alucinantes.
En aquella época, Cabrera ya era sinónimo de aventuras. Cada verano, allí se hacía un campeonato de pesca submarina. Y venían los campeones al puerto de la Colonia con unos meros que igual medían dos metros. No sólo eso: en aquella época se decía que en Cabrera...
... estaban los del ejército, probando armas. Y había el rumor de que en Cabrera había tintoreras, un tipo de tiburón, e incluso focas. Por si alguien conoce la historia, piensen que esto tiene que ser hacia 1981, antes del Parque Nacional. Para un crío, Cabrera era lo más.
Así que, cada año, recuerdo que siempre decíamos „este año iremos a Cabrera“. Y lo típico del verano: que entre vagancia, que tienes otros planes, se nos pasaba el mes. Y nunca fuimos. No, señores: vivía literalmente delante de la isla misteriosa, pero nunca fui. Ya ves tú.
Y así me hice mayor. Con los años dejamos de ir a la Colonia. Cosas de la vida, también dejamos de ir a Mallorca. Y íbamos por Tarragona. O a la Vall d’Aran. O a la Costa Brava. Que sí, que allí también había aventuras chulas. Pero no tenían una isla llena de misterio delante.
A los 16, para complicar más la cosa, me encontraron asma crónico. Esto del asma tenía, en mi época, sólo una ventaja, pero muchos inconvenientes. La ventaja? Te librabas de hacer la mili. No es cosa que un asmático se quede seco jugando a los soldaditos.
Que oye, eso mola. Lo de la épica militar no me ha ido jamás. Los inconvenientes? Pues se lo imaginan: no corras que te cansas. Tómate este inhalador. No bucees. No entres en casas viejas que te da el ataquito. Vamos, un coñazo. Pero un coñazo que, a mí, me fue muy útil.
Porque yo soy el clásico tío tozudo y paciente que, si me prohibes algo, me reboto. Que no puedo correr? Pues me pongo a correr resistencia, llegando hasta hacer una media maratón. Que me he de medicar? Pues me acostumbro al asma y lo controlo (bastante) sin medicinas.
Pasaron los años, me casé y, cosas de la vida, como mi mujer tenía casa en Mallorca, volví a ir a la misma isla donde había estado tantas veces de crío. Ahora ya tenía 30 y pico. Estaba por otra parte de la isla. Pero cada año, visitábamos la Colonia.
Recuerdo la primera vez que volví. Llevaba 30 años sin ir. Estaba nervioso. Recuerdo bajar del coche, captar el olor, y echar una lágrima. Pensé „joder, este lugar olía exactamente así, hace 30 años“. Como la magdalena de Proust, todo me vino a la cabeza. Estaba en casa.
Recordé cómo caí de un tobogán y me abrí la cabeza. Dónde estaba el Restaurante Marisol donde comía con mis abuelos. Cuál era mi casa. La playa Es Caragol, donde íbamos a hacer nadar al perro por las tardes. Y, entre todos los recuerdos, Cabrera. Que ahí seguía, misteriosa.
Consejo: si vas a hacer algo loco en la vida, hazlo poco a poco. Así no te detectan hasta que es tarde. Si, entonces, le llego a decir a la familia: „quiero ir a Cabrera a bucear“, me matan. Total, que empecé comprándome una máscara y un tubo. Recuerden: soy un tipo paciente.
Yo, cuando quiero algo, tengo todo el tiempo del mundo. Total, que empecé con buceo a pulmón libre. Nada serio: 4-5 metros. „Oye, cari, que me hacen falta unas aletas“. Y de repente los 5 metros pasaron a ser 10. „Oye, para reyes, me compráis un reloj de buceo?“
Y los 10 metros pasaron a ser 15. Y de ahí a mi mejor marca (de momento) que son unos 18 metros. Que oye, viene a ser un edificio de 6 plantas. Bajar eso a pulmón libre, siendo asmático, pues qué quieres que te diga? Que supera mis expectativas, con mucho.
Y claro, si ya puedo bajar 18 metros... pues un día podría probar a ver qué tal las botellas. Nada serio, amor, es sólo por probar, y si no me veo cómodo, paro, te lo prometo. Y el „sólo por probar“ se convirtió en un Open Water Diver sacado con nota y sin ningún problema.
Aquí, un inciso: si está usted pensando „eres un imprudente“, dos comentarios: Primero, gracias por preocuparse por mí, pero no sufra, ya me preocupo yo, que para eso estoy más cerca. Segundo: no, no haga usted lo que yo hago. Tome sus propias decisiones, y será mucho más feliz.
Pero volvamos al mar. A mí bucear me vuelve loco. Ya sea apnea, botellas, o hacer el memo con unas gafas y un tubo, yo no saldría del agua jamás. He buceado con tiburones. Con manta rayas. Con medusas. Con tortugas. Con barracudas y hasta con ingleses borrachos.
Total, que llega 2020. Ya les he avisado que esto era un plan a largo plazo, como todas las buenas epopeyas. Y, como todas las aventuras que valen la pena, tiene un anticlímax antes del gran final. O es que a Frodo se lo pusieron fácil? Una leche. Las pasó canutas.
El año pasado ya lo tenía todo alineado: curso, entrenamiento. Cabrera, prepárate que vengo. Y llega el covid. Enfermedad respiratoria grave. En serio que enmedio del Covid te vas a poner a respirar de una botella de aire comprimido de origen desconocido? Anda ya!
Mi parte supersticiosa pensó: el destino, cabrón, sabe que quiero ir a Cabrera, pero me lo trata de impedir. Como en las grandes sagas nórdicas. Total, un año sin bucear. Pero recuerden: soy paciente. Llega 2021. El virus está más controlado. Y Cabrera seguía ahí.
Fíjense si esto era tema de conversación obsesiva en mi casa, que mis hijas, que tienen la edad que tenía yo cuando empecé a soñar con Cabrera, me decían: "papi, no irás, ya verás: como pasa cada año, pasará algo y te quedarás sin ir". Ahí, dando ánimos.
El día en cuestión fue el Martes. Acompañado de mi colega de inmersión/vigilante (Divemaster, más de 400 inmersiones, vamos, un tipo al que los peces saludan por su nombre), nos cruzamos la isla, en dirección a la Colonia de Sant Jordi. Y aquí viene la parte más épica.
Pueden creerlo o no, pero la travesía entre la Colonia y Cabrera en barca fue infernal: olas de dos metros, lluvia. La isla conspiraba para detenerme. Decía „aquí mando yo“. Pues no, señores: aquí se viene a bucear. Y se bucea, aunque sea con olas como casas.
Y como sea que fuere que alcanzamos la isla. Y, de repente, el mar asumió que no me pensaba ir, y se calmó. Saltamos al agua, y ahí estaban bandadas de barracudas de metro de unos 100 ejemplares. Y meros para aburrir de tamaño descomunal, a un palmo de nuestras caras.
Parecía literalmente que todos estos años Cabrera se hubiese estado poniendo guapa, como un decorado de película, esperando mi visita. Un estallido de vida marina, un agua clarísima. La espera, desde luego, valió la pena.
Si les gusta el mar, vayan a Cabrera, es la bomba. Si no, no sufran: saben que este hilo no va realmente de eso. Va de la vida. De los sueños que tenemos de pequeños, de cómo la vida tiene sus propios caminos pero, a veces, nos deja imponer el nuestro, aunque sea años más tarde.
Y de cómo, al cumplir nuestros sueños de crío, nos viene a la mente todo el camino andado hasta llegar ahí, como una avalancha de recuerdos y sensaciones. Eso me pasó a mí este Martes: Cabrera me permitió recordar, revivir y emocionarme.
Por eso en este hilo, si me lo permiten, no hay fotos. Qué quieren, una foto de un mero? Hay mil en Google. Porque no es el mero lo que importa: importan los recuerdos y las sensaciones. Y esas son sólo mías y, si no les importa, me las guardo para siempre. Gracias.

d

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5 Sep
Con el relax del verano, uno puede tomar distancia, y dedicar tiempo a pensar. Y me ha venido a la cabeza una reflexión polémica, que quería compartir: en España, la política no sirve para nada. Desde hace años, políticamente, somos un país en coma. Así de simple. Dentro hilo!
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13 Aug
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Llevo unos días observando curvas de covid de varios países, intentando entender las nuevas olas. He tardado en escribir esto porque ahora la situación es bastante única, diferente a las anteriores. Pero, como siempre, ahí vienen los datos y un análisis. Dentro hilo!
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Y es gracioso: por avatares de la vida he acabado comentando el covid, donde juego, digamos, „en campo contrario“, cuando es en hilos como el de hoy cuando yo juego „en casa“. Así que si quieren saber qué opina un profesional de los juegos de la PS5, lean!
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