Anoche —y varias— tuve esa extasía nostálgica de los amantes: desear al otro a tu lado para que contemple en una suerte de unanimidad imposible lo que uno está viendo.
“La misma de los escritores”, dice Palitos. “Todo lo que quieres es que otro (amada, lectora) mire desde ti.”
“La misma de los escritores”, dice Palitos. “Todo lo que quieres es que otro (amada, lectora) mire desde ti.”
En efecto. Pero en el amante es más intenso, creo yo, porque es un ejercicio absoluto de posesión del otro. Como en la mater/paternidad —Palitos encuentra esta distinción, supongo yo, aberrante, pero así son los gatos o, quizá, las perras.
El lector es un traidor consumado siempre. (No que el amante no lo sea.) Y me cuesta desear —verlo—pensando lo mismo que yo. En cambio, quiero a mi amante orgánicamente mía: como tal, ha de ser absorbida y luego liberada, más completa o despojada.
Palitos ahora pide caricias.
Palitos ahora pide caricias.
Palitos es una gata imaginaria —aunque, en el fondo, es una perra.
Me hace creer que la unanimidad es posible y, cuando yo pico el anzuelo, Palitos me muerde.
Como buena gata, orina y marca fuerte. Como buena perra, menea el trasero cuando quiere que la siga.
Me hace creer que la unanimidad es posible y, cuando yo pico el anzuelo, Palitos me muerde.
Como buena gata, orina y marca fuerte. Como buena perra, menea el trasero cuando quiere que la siga.
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