Esteban Muruetagoiena Scola salió del juzgado «destrozado, desorientado y diciendo incoherencias». Su cuerpo y su forma de actuar no dejaban lugar a dudas de lo que había vivido durante los diez días de incomunicación en manos de la Guardia Civil.
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El doctor Esteban Muruetagoiena fue detenido en su domicilio de Oiartzun en la noche del 15 al 16 de marzo de 1982 acusado de haber atendido, en calidad de médico, a un militante de ETA herido, hecho por el cual había sido absuelto tres años antes.
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Nadie supo de su detención hasta dos días después, cuando, alarmados ante su ausencia en el consultorio, varios vecinos del municipio fueron junto al alcalde a su casa. Nada más llegar, se percataron de que algo le había sucedido.
Tras varias gestiones e indagaciones, ⬇️⬇️
supieron que había sido arrestado y trasladado a la Comandancia de la Guardia Civil en Madrid.
Diez días después quedó en libertad sin cargos. Pero ya no era la misma persona. «Cuando lo vimos en los juzgados después de que lo dejaran libre, no entendíamos su comportamiento.⬇️⬇️
Estábamos sorprendidos por las cosas que decía, algunas totalmente incoherentes. En ocasiones pensaba que éramos policías y ni siquiera sabía dónde estaba. He visto a personas golpeadas y medio muertas, pero lo de Esteban era diferente. A nivel sicológico estaba derrumbado. ⬇️⬇️
Cuando a los pocos días murió, lo entendí», recordaba Bixente Ibarguren, arrestado en la misma operación junto a dos hermanos y otras dos personas. Ninguno de los detenidos en aquel operativo se libró de la tortura, una práctica sistemática amparada por una impunidad que ⬇️⬇️
se dejaba sentir a todos los niveles.
Una impunidad sustentada por la incomunicación, en aquella época de diez días con sus noches, por un sistema jurídico que despoja al detenido de todos sus derechos, por la labor incompetente e incluso cómplice de ciertos médicos forenses,⬇️⬇️
por una autopsia mal hecha intencionadamente,….
«El trayecto de Donostia a Madrid lo hice en coche con cuatro guardias civiles. Llegué con la cara reventada. Un médico forense me preguntó qué me había pasado. `¿No lo ves? Me han ostiado’, le dije. Era tal la impunidad que ⬇️⬇️
en su informe puso que me había caído por las escaleras y hasta los guardias civiles iban con la cara descubierta. En una ocasión le pregunté a uno cuándo acababa la tortura, porque si hablabas te torturaban más para siguieras haciéndolo, y si no lo hacías, también para que ⬇️⬇️
lo hicieras».
«Me pusieron la bolsa, los electrodos y me sometieron a la tortura conocida como `el quirófano’, apretándome fuertemente los testículos. También nos hicieron `el gimnasio’, es decir, andar agachado o en posturas forzadas. Cuando te caías te daban cuatro ⬇️⬇️
hostias y vuelta a empezar. Para Esteban, aquello fue lo más duro por la poliomielitis que sufría».
«Le quitaron los zapatos a sabiendas de que no podía andar sin ellos por la parálisis que tenía. Todavía sigo oyendo sus gritos», dijo Elixabete Hormaza, excompañera de ⬇️⬇️
Muruetagoiena. Ella fue detenida en Madrid, donde residía junto a su hija Tamara, de ocho años.
«Llegué tarde» «Vinieron a casa. No recuerdo qué me dijeron. Me llevaron por las afueras de Madrid. Tardé dos horas en hacer un trayecto que cuesta un cuarto de hora. ⬇️⬇️
Nunca he sentido tanto terror como en aquellos días. Me quedé bloqueada. Me amenazaron con violarme y me hicieron firmar unos papeles que, a día de hoy, sigo sin saber qué eran. Adelgacé entre ocho y diez kilos, me quedé en los huesos. Cuando hablé con Esteban, no era persona.⬇️
Me contó que le habían dado en los testículos y que le habían puesto películas de nazis. Me pidió ver a la niña y yo le dije que se la llevaría pero que necesitaba un poco de tiempo para recuperarme. Pero no tuve tiempo, su corazón no aguantó».
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Lo vivido en aquellas celdas, en una opacidad absoluta, condujo a Muruetagoiena a la muerte, oficialmente causada por un infarto de miocardio.
Y 40 años después, las secuelas siguen, tanto en sus familiares como en Ibarguren. Explica que «mi celda estaba junto a un cuerpo de ⬇️⬇️
guardia. Cada vez que sonaba el teléfono, significaba que llevaban a una persona a la sala de torturas. Aún hoy, nunca descuelgo el teléfono si estoy en compañía de otra persona», confiesa.
Al enterarse de la muerte de Muruetagoiena, Txema Montero contactó con ⬇️⬇️
Amnistía Internacional y se entrevistó con el encargado de la autopsia practicada a Muruetagoiena, Faustino Alfageme, «un médico de cabecera que engordaba su salario haciendo de forense».
Su total falta de rigor quedó en evidencia ante las preguntas que le hicieron dos ⬇️⬇️
forenses enviados por el organismo internacional Anti Torture Research. Sigur Riber Albrectsen, médico forense jefe del Departamento de Salud Pública de Copenhague, y Nicole Léry, especialista en medicina legal del hospital de Lyon, escucharon de boca del propio Alfageme ⬇️⬇️
cómo se hizo cargo del tema: «Me llama el gobernador de Gipuzkoa y me dice: oye, hay un lío muy grande y te pedimos, como amigo, que por favor, hagas la autopsia. Hay un lío muy grande porque la Gestora pro-Amnistía ha conseguido que se haga la autopsia y te lo pedimos como ⬇️⬇️
amigo».
Cuando Albrectsen quiso saber si había seccionado el corazón para comprobar si, efectivamente, se trataba de un infarto, contestó que no: «Yo me dije, ¿corto corazón o no? Se trataba de la muerte de un compañero y lo más adecuado, como cristiano que soy, es no andar ⬇️⬇️
haciendo más cosas. Yo lo que quiero es que el corazón de este compañero suba cuanto antes al cielo», dijo Alfageme.
Esta conversación está recogida en el libro «Gernikako semeak», de @EuskalMemoria.
#TalDiaComoHoy un 29 de marzo de 1956, Juan Carlos, con 18 años, mató de un disparo a su hermano Alfonso de 14.
Disparó con un revólver de calibre 22. Eran los hijos de Juan de Borbón y de María de las Mercedes de Borbón. Alfonso era uno de los potenciales herederos ⬇️⬇️
de la dinastía real Española. Alfonso era el preferido de la familia, divertido, inteligente y más simpático que su hermano.
El 29 de marzo, jueves santo, después de una misa en la iglesia de San Antonio de Estoril, la familia regresó a casa. «A las 8,30 de la noche, ⬇️⬇️
el coche del médico de la familia, el doctor Joaquín Abreu, paró a las puertas de Villa Giralda«. Según se supo, habían estado en el cuarto de juegos, en el primer piso de la casa, entretenidos en tirar al blanco (unas farolas) con un pequeño revólver. ⬇️⬇️
#MiguelHernández fallecia en la enfermería de la prisión alicantina a las 5:32 de la mañana del 28 de marzo de 1942 #TalDíaComoHoy, con tan sólo treinta y un años de edad. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos, hecho sobre el que su amigo V. Aleixandre compuso un poema.⬇️⬇️
Miguel Abad Miró formó parte del reducido séquito fúnebre q, con la viuda, acompañó los restos mortales del poeta hasta el cementerio y corrió con los gastos del enterramiento.
Fue enterrado el 30 de marzo, en el nicho núm 1009 del cementerio de Nª Sra del Remedio de Alicante⬇️⬇️
En abril de 1939, recién concluida la guerra, se había terminado de imprimir en Valencia El hombre acecha. Aún sin encuadernar, una comisión depuradora franquista presidida por el filólogo Joaquín de Entrambasaguas, ordenó la destrucción completa de la edición.
Sin embargo, ⬇️⬇️
Faltaban cuatro días para el final de la Guerra Civil. El Stanbrook, un buque carbonero británico de 1.500 toneladas, había fondeado en Alicante con la orden de cargar naranjas y azafrán.
En la explanada del puerto bullía una multitud agotada después de tres años de combate,⬇️⬇️
miles de civiles y soldados republicanos que vieron en el puerto levantino, todavía no tomado por el bando franquista, la única puerta para huir de la represión que les esperaba.
Abrumado por la tragedia, el capitán de la nave, un galés de 47 años llamado Archibald Dickson, ⬇️⬇️
cambió el plan inicial de embarcar provisiones por el de evacuar a civiles.
Al atardecer del 28 de marzo de 1939, el Stanbrook partió hacia Orán con la última carga civil que zarpó camino del exilio antes de acabar la contienda, 2.638 pasajeros que protagonizaron una ⬇️⬇️
Jorge Caballero Sánchez fue apaleado y apuñalado #TalDíaComoHoy el 28 de marzo de 1980, frente al cine Azul, en la Gran Vía de Madrid, por un grupo de extrema derecha.
Murió quince días después a causa de los daños ocasionados por la agresión.
Era afiliado de CNT, militaba ⬇️⬇️
en el sindicato de la construcción de Madrid.
Ese día 28, a las 10.20 de la noche, Jorge y su novia salían del cine Azul, donde acababan de presenciar la película La Naranja Mecánica. Ya en la calle, se detuvieron al borde de la acera, con el propósito de esperar un taxi en ⬇️⬇️
el que pudieran volver a casa. De repente se les acercaron siete u ocho muchachos de entre quince y dieciséis años. No portaban distintivo político alguno, ni objetos contundentes visibles. Al parecer, habían visto la insignia con la «A» Anarquista, motivo por el cual ⬇️⬇️
Los guerrilleros ANTIFASCISTAS, Gloria Magdalena Suárez, Maximiliano Cuetos Alonso, Bartolomé López Medina, y el colaborador Juan Mª Medina Hernández, fueron asesinados por la guardia civil franquista en Sevilla, en 1952
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Gloria Magdalena Suárez, “Isabelita” nació en La Brañeta, Laviana (Asturias) en 1922. Cuando su hermano Juan se incorporó a la guerrilla antifascista, Gloria desarrolló su actividad contra la dictadura funcionando como enlace en la guerrilla de su hermano. ⬇️⬇️
Elementos franquistas la persiguieron, detuvieron, y en varias ocasiones la pegaron e incluso violaron. Gloria consiguió escapar con su novio Maximiliano Cuetos Alonso «alias Larido», y en el año 1948 se echaron juntos a la sierra. La pareja ya no abandonó las armas.
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BARTOLOMÉ GARCÍA LORENZO, Antifascista e Independentista Canario, 21 años, estudiante de magisterio, militante del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC).
Con su barba en punta y la frente despejada y tersa, estaba
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aquel 22 de septiembre de 1976 en el 4º piso del bloque “Divina Pastora”, de la barriada “Somosierra”, la casa de su prima Antonia, con ella y su bebé.
Seis policías franquistas, “grises”, 4 del cuerpo general de policía y 2 de la policía armada, acudieron a la vivienda de
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Antonia Lorenzo y tocaron la puerta.
Bartolomé abrió y se encontró unos hombres armados con metralletas que lo apuntaban. Bartolomé, asustado, intentó cerrar. Los sicarios del régimen franquista no se lo pensaron dos veces y descargaron sus armas:
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