Es una compañera silenciosa de la Tierra. La Luna, a pesar de su familiaridad en el firmamento, llama su atención por lo grande que es en comparación a nuestro planeta. Pero, ¿es necesaria su existencia para que haya vida? La respuesta no es ni mucho menos sencilla... 
Remontémonos a hace 4 500 millones de años. A poco tiempo después de que se formase el Sistema Solar. Antes de que la Tierra tuviese su único satélite natural. En aquel momento, se calcula que nuestro planeta tardaba poco más de seis horas en rotar sobre sí mismo.
La Tierra, en aquella época, era una bola de magma que todavía tardaría cientos de millones de años en enfriarse lo suficiente para permitir que la vida pudiese desarrollarse. Pero, si se hubiese podido ver en aquel momento, la Luna aparecería 10 o 20 veces más grande que ahora.
Porque estaba a unos 30 000 kilómetros de nuestro planeta. Estaba mucho más cerca y, en consecuencia, su atracción gravitatoria era también mucho más intensa. Sin la Luna, es posible que las placas tectónicas no fuesen tan activas. En su lugar, tendríamos un mundo como Venus.
Es decir, hostil para la vida y muy poco parecido a nuestro planeta. Así que ahí tenemos un primer efecto positivo. Pero no el único. La presencia de nuestro satélite sirve para elevar el nivel del mar en la zona del ecuador y reducirlo en los polos:
Sin nuestro satélite, seguiría habiendo mareas en la Tierra, pero no serían tan intensas. No está del todo claro cómo se originó la vida en nuestro planeta, pero hay dos grandes teorías. Por un lado, que fue en el fondo del mar, por otro, en las mareas:
Con todo esto, podemos ir definiendo las principales funciones de nuestro satélite. En la actualidad, se encuentra a 384 400 kilómetros de distancia. Los días duran 24 horas, 4 veces más que en su formación, y la Luna se aleja 3,8 centímetros cada año:
Sin nuestro satélite, los días serían mucho más cortos y las mareas menos intensas. El clima del planeta sería más duro, y no podemos olvidarnos del eje de rotación. Nuestro satélite lo estabiliza. Impide que la inclinación, a lo largo del tiempo, cambie mucho.
Pero en este último punto, hay que decir que no está del todo claro si la Luna es excesivamente importante. Es innegable que ayuda a estabilizar el eje de rotación. Pero ha habido algún que otro estudio que plantea que, sin ella, la inclinación variaría más pero no en exceso.
Aunque, claro, hay que ponerlo en perspectiva. Se cree que podría variar unos 10º más. Mientras que para desencadenar una era glacial, o una era interglacial, como en la que estamos en la actualidad, parece que hace falta mucha menos variación:
Si el origen de la vida está en las fuentes hidrotermales en el fondo del océano, entonces su presencia no es esencial para la aparición de la vida en sí. Aunque parece que para nuestra existencia, y la de muchas otras especies, sí es un factor totalmente imprescindible.
Es decir, sin nuestro satélite, la Tierra podría estar habitada hoy en día. Pero la vida que albergaría sería muy diferente a la que conocemos. Quizá no hubiese ningún tipo de vida inteligente. ¿Es esto lo que le pasó a Venus o Marte? Ninguno de los dos tiene un gran satélite.
Hay muchas especies cuyo comportamiento está ligado al ciclo lunar. Ciertos peces se mantienen ocultos en los arrecifes durante la Luna llena, porque es cuando más fácil son de ver. Los leones parece ser que cazan menos, también, en torno a los días de luna llena.
Lo mismo podemos decir de los murciélagos, que son menos activos. La lista podría seguir, pero está claro que para, al menos, parte de la vida de la Tierra, la Luna es imprescindible. De manera indirecta, quizá para toda la vida. Volvamos al tema de las mareas para ilustrarlo.
Aún suponiendo que la vida surgiese en las fuentes hidrotermales, parece que la aparición del ARN y el ADN, responsables de la vida, podría estar íntimamente ligada a las mareas. La mayor parte de las reacciones del origen de la vida implican librarse del agua.
En los primeros momentos de la Luna y la Tierra, las mareas debieron ser muy intensas. Con los océanos, seguramente, adentrándose muchos kilómetros en tierra firme. Algo que sucedía cada muy pocas horas. De forma que teníamos una región que estaba en constante cambio.
Algo que nos da, como resultado, un entorno muy salino durante las mareas bajas, y un entorno menos salino durante las mareas altas. Perfecto para los ácidos protonucleicos, que se asociarían durante la marea baja y se separarían en la marea alta. Una y otra vez, cíclicamente.
Esos ácidos bien pudieron ser la base de la aparición del ADN y el ARN. Esenciales para la vida en la Tierra. ¿Es posible que sin las mareas hubiese surgido igualmente? Algún estudio dice que sí pero, seguramente, la probabilidad habría sido mucho más baja en ese entorno.
Por eso mismo, un lugar como Marte quizá no llegase a formar vida. Ni Deimos ni Fobos (sus dos lunas) son satélites que puedan compararse a la Luna, en relación al tamaño que tienen en comparación a su planeta. Porque Marte pudo tener océanos en un pasado muy remoto.
Sin duda, también tuvo sus mareas, provocadas por el Sol. Pero los efectos de estas no serían tan pronunciados como en nuestro caso. Así que la Luna cumple con un papel estabilizador que parece esencial. Impide que el eje del planeta se incline en exceso con el paso del tiempo.
Algo que asegura que, en escalas de tiempo muy largas, el clima sea estable. Al mismo tiempo, las variaciones del clima de la Tierra, entre edades de hielo y edades interglaciares, sirvieron para provocar la migración de muchas especies a lo largo de la superficie.
Sin nuestro satélite, la vida probablemente habría llegado a la superficie de todos modos. Pero quizá el ser humano no habría aparecido. Es algo que quizá pueda darnos una pista sobre qué hay que buscar en otros lugares de la galaxia. Quizá un satélite grande sea necesario.
Así que descubrir un exoplaneta terrestre con un gran satélite podría apuntar en una dirección prometedora. O quizá no, quizá haya otras formas de que aparezca vida sin necesidad de un gran satélite. Podemos poner a Europa (satélite de Júpiter) de ejemplo:
Tanto Encélado (satélite de Saturno) como Europa tienen una superficie completamente congelada. No tienen atmósfera y, en principio, parecería que no reúnen las condiciones adecuadas. Sin embargo, los dos orbitan en torno a planetas gigantescos, en comparación a ellos.
Esa diferencia de tamaño hace que los satélites estén sujetos a grandes mareas. Se contraen y se estiran bajo la influencia de Júpiter y Saturno. Ese proceso libera calor y, se cree, es más que suficiente para que ambos tengan un océano líquido bajo sus superficies.
Si es así, es posible que esos océanos estén habitados. Hay motivos para pensar que, como mínimo, quizá reúnan las condiciones necesarias. No se sabe aún si están habitados, pero descubrirlo nos ayudaría a entender la importancia de la Luna. ¿Imprescindible o solo beneficiosa?
Lo que está claro es que, sin la Luna, nuestro planeta tendría un clima mucho más severo. La vida podría haber aparecido de todos modos. Se habría adaptado a la ausencia de luna. Muchas especies viven en el fondo del mar, lejos de la luz del Sol:
No la necesitan porque se han adaptado a un entorno al que no llega. Así que cabe suponer que con la Luna habría sucedido lo mismo. Pero sin ella, nuestro planeta rotaría mucho más rápido en la actualidad. No se habría ralentizado tanto. Las cosas serían diferentes.
Es decir, no podemos simplemente quitar la Luna de en medio y suponer que todo seguiría igual. Es más bien al contrario. Quitarla acelera nuestro planeta, hace que, probablemente, las placas tectónicas fuesen mucho menos activas y el clima seguramente variaría más rápido.
Aún con todo esto en mente, si algo nos ha demostrado la vida de la Tierra, es que es capaz de adaptarse a los medios más extremos. Hay criaturas capaces de vivir cerca de volcanes o en las durísimas condiciones de los polos. Así que seguro que la vida se habría adaptado…
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