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Lo ocurrido en Notre Dame abre un debate interesantísimo en el ámbito internacional de la restauración científica: reconstruir o no un “neo” que desde entonces ha sido mostrado como ejemplo de lo que NO debe hacerse en restauración.
En 1850 Viollet Le Duc interviene la Catedral de Notre Dame, que se convierte en la bandera de un criterio que entendía la restauración como la terminación de los edificios y la reafirmación de su estilo arquitectónico.
Este criterio de restauración tuvo especial repercusión en la arquitectura medieval. Los arquitectos decimonónicos trataron de reforzar este carácter aunque para ello tuvieran que incluir elementos ornamentales nuevos en exceso que subrayasen las particularidades estilísticas.
En Notre Dame, Le Duc aparte de introducir gárgolas y pináculos, añadió la aguja (hoy destruida), la galería de los reyes e incluso proyectó los chapiteles elevadisimos que habrían de rematar los campanarios. Fotos: antes y proyecto de Le Duc 
Otro de los monumentos franceses intervenidos por él fue la Sainte Chapelle, a la que entre otros elementos ornamentales añadió otra aguja. Fotos: antes y después de Le Duc.
Todo esto es lo que se ha denominado “falso histórico”, es decir, un añadido en el que el arquitecto suplanta el papel del autor o de la historia y aporta un elemento que distorsiona la autenticidad, la esencia y la originalidad histórica y artística del bien.
Esta teoría tuvo tanto éxito que se propagó por toda Europa. En Italia las fachadas de las Catedrales de Florencia y Milán fueron recreadas en un alarde decorativo que reinterpretó su estilo artístico hasta el punto de que hoy ofrecen un aspecto muy distinto a su época.
En España las catedrales de León, Cuenca y sobre todo Barcelona fueron reinterpretadas y reconstruidas con el fin de mejorar su apariencia, añadir elementos monumentales y fortalecer así su impronta gótica. Fotos: antes y después de la Catedral de Barcelona
En Sevilla este influjo también se sintió en su Catedral, teniendo el ejemplo más evidente en la culminación de las portadas principal y laterales. Foto: Fachada antes de la recreación de la portada principal.
Uno de los casos más dramáticos en esta línea fue la iglesia de Santa Ana de Triana que perdió sus revestimientos barrocos para ofrecer una imagen medieval basada en la exteriorización de la fábrica de ladrillo que nunca tuvo. La idea se extendió a otros templos mudéjares.
Por suerte, la propuesta metodológica de Ruskin y Boito luchaba por el máximo respecto a la originalidad de la obra, sentando las bases de la Carta de Atenas de 1931 que es el principal precedente de la teoría de Brandi y así del marco normativo en el que hoy restauramos.
Supongo que Notre Dame convocará un comité internacional de expertos moderados por la UNESCO que determinará si reconstruir el falso o prescindir de él. Creo que se optará por lo primero, pues con más de dos siglos de antigüedad es la imagen aceptada e identificada por Francia.
Sí estoy seguro que sea cual sea la decisión, ésta cambiará el rumbo de la restauración científica e iniciará un nuevo camino donde entrarán en juegos nuevos factores de análisis y nuevas necesidades, que ampliarán el concepto científico de restauración.
