,
11 tweets,
2 min read
Read on Twitter
Las posturas escépticas predominan. Incluso para quitar el poder a alguien, dárselo a otra persona y volver a quitárselo.
Incluso mucho del voto es hacia atrás. Pero recuperar otras épocas. Discursos restauradores -de otro orden pasado-.
Las campañas electorales ya son lo eran. La racionalidad es escasa. La moderación ausente. Las pasiones mandan.
Asistimos a una era de consensos precarios donde priman más los consensos grupales y tribales antes que los acuerdos sociales amplios. Mantener la cohesión tribal estimulando los rasgos identitarios es la tarea cotidiana.
Fomentar la lealtad a las pasiones, aún si estas se contraponen con normas del consenso democrático. Todo se justifica (violencia, humillaciones, transgresiones) por la defensa de la identidad.
Lo políticamente correcto ya no prima o no necesariamente es un bien político destacable Encima el votante ve y lee lo que quiere ver. Elige un medio porque de antemano sabe que va a decir ese medio. La diversidad es conflicto.
Hoy las campañas son puro acto adversarial. Una respuesta al hartazgo. Empatizan con la ciudadanía desde la crítica a los otros. ¿Garantizan alternancias? Sí. Pero los sistemas políticos crujen tras ellas tanto como las expectativas que generan. Son separadores sociales.
Lo anti funciona mejor. Las campañas son plebiscitos con mayoría de carga emocional e ideológica de los ejecutivos de turno, quienes a su vez replican a la oposición en los mismos términos. La ausencia de diálogo es llenada con hostilidades y agresiones. Son monólogos violentos
Y la política perdió sustancia. Es el tiempo de la comunicación de pseudoacontecimientos como fines en sí mismos, de convertirse en hechos comunicacionales sin importar su aporte o consistencia a la política.
El uso de discursos de felicidad y esperanza no tienen contraindicaciones electorales. La autorregulación depende más bien si alguien sabe que va a ganar, de cómo lidiar con esa inflación de expectativas.
Y los discursos son más simples. Más o menos así: con menos ideas y conceptos, con más personas y hechos. Con menos dudas, pero con más seguridad. Más seguros e intuitivos. Pero no verdaderos.
