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He leído la entrevista que @HdezEsteban ha hecho a Fusaro. Me parece necesario conocer esas opiniones, pues no mirar no arregla el problema. Fusaro es un síntoma. Creo que Hernández ha hecho un muy buen trabajo periodístico. Pero unos matices adicionales: (hilo 👇)
No me parece preciso decir que Fusaro sea un fascista, y no debemos trivializar un movimiento político tan grave como ese. Pero sus ideas xenófobas en un marco “antiglobalización” le sitúan claramente en la extrema derecha. En línea de la ola reaccionaria que recorre Occidente.
Por eso me preocupa la fascinación que despiertan personajes así en nuestra izquierda. No es el primero ni, supongo, el último. En algunos casos es un desplazamiento ideológico, y en otros me temo que es simple mediocridad intelectual. Me explico...
En la primera ola de globalización (1870-1914), las migraciones internacionales fueron espectaculares. Solo desde Italia llegaron a Estados Unidos unas 2 millones de personas. Desde España salieron 3,6 millones hasta 1935. En toda Europa las cifras fueron parecidas.
La mayoría eran trabajadores no cualificados, analfabetos, varones y víctimas de las modernizaciones económicas en Europa. Fueron la base obrera del rápido desarrollo de otros países, como Estados Unidos o Argentina, pero no siempre fueron bienvenidos.
Al llegar la I Guerra Mundial, los países receptores impusieron enormes barreras de entrada a esos migrantes. En muchos casos, como en EEUU, fueron medidas concertadas con los sindicatos. La contradicción en cierta izquierda también estaba ahí, latiendo con fuerza.
Que hoy, en la segunda ola de globalización, sea Italia la negra bandera de la restricción migratoria es una triste ironía de la historia. Pero aún más lo es que la peor de las tradiciones de la izquierda siga en pie: no considerar clase obrera al trabajador extranjero.
Quienes hablan del “no cabemos todos” (¿dónde y con respecto a qué?; España tiene la mitad de densidad demográfica que Italia), y del “buenismo” respecto a la inmigración representan una visión estrecha (nacional, en concreto) de la idea de clase trabajadora.
Ahí es dónde entran dos cosas: 1) la lectura “fusariana” de Gramsci, reducido a lo nacional-popular en primera instancia y a lo nacional en segunda, de una forma tan obtusa que por momentos es indistinguible de lo que decía Primo de Rivera en España.
Y, 2) la visión dicotómica de lo cultural y económico. La clase vista únicamente como “hueco en la producción”. Hay obreros o no hay obreros. Y negada en su inherente diversidad, en la cultura que media toda relación social. Según esto, ser obrera va “antes” que ser lesbiana.
La suma de ambos fenómenos (1 y 2) nos sugiere que la única contradicción relevante es la de clase y que la única estrategia posible es la nacional. El resultado es un corporativismo nacional del que los fascismos no harían ascos. De ahí su proximidad en lo práctico.
Pero ese desplazamiento a la derecha, desde un internacionalismo abstracto (que encaja mejor en tiempos de expansión económica) hacia un corporativismo estrecho y xenófobo (que se abre paso en los tiempos de vacas flacas) es solo una parte de la historia.
La mayoría de los atraídos en la izquierda por personajes como Fusaro lo hacen por la vía de lo que podríamos llamar izquierdismo nihilista. Una actitud “teenager” de la política. Les seduce el discurso antiestablishment, el antieuropeismo y su actitud “políticamente incorrecta”.
Se trata de una izquierda que caricaturiza lo “posmoderno”, que lo incorpora como el “chivo expiatorio” de todos los males presentes y que niega cualquier diálogo crítico con una realidad que ha cambiado mucho en los 50 últimos años. Quizás sea melancolía, o solo mediocridad.
Ahí es dónde ese izquierdismo y el “fusarismo” se encuentran: en su carácter reaccionario frente a los cambios económicos, culturales y sociales. Ambos implican proyectos morales conservadores y reaccionarios. Por eso el feminismo es la gran bestia de ambos. No lo comprenden.
Ese izquierdismo es inerte y, además folclórico. Se mueve únicamente por consignas oxidadas, atemporales, y en ningún caso es capaz de elaborar un análisis materialista del presente. Tiene básicamente la función de una “mosca cojonera”.
En definitiva, para mi la izquierda debe seguir abordando la amenaza de la extrema derecha desde un análisis crítico de la dinámica social en Europa bajo la globalización. Y eso no se puede hacer solo desde las consignas y mucho menos desde la autocomplacencia “teenager”.
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