#CosasQuePasanPorSerMédica #15. Sigo sin tener demasiado tiempo para salir y, como con en t1nder no me fue muy bien, decidí probar otra aplicación parecida en la que, según me dijeron, hay gente con más ganas de conocer a alguien. (+)
(-) Vengo hablando –de forma reiterada– con un hombre algo más grande que yo. Espero que la diferencia de edad resulte positiva, ya que estoy agotada de los pendejos que solo quieren ir a la cama cuando vamos por la primera porción de la pizza.
(+)
(-) Arreglamos para encontrarnos cerca de las veinte porque mañana tiene que levantarse temprano (como si yo no arrancara todos los días a las seis o incluso antes). Nos encontramos en una cervecería –que también hace hamburguesas– y de vista ya me resulta agradable.
(+)
(-) Invita él y lo dejo hacerlo; ando sin un peso. Nos sentamos casi al fondo. La música es de la que me gusta y el volumen permite mantener un diálogo sin gritar. Todo está dispuesto para que pasemos una linda velada. (+)
(-) No sé por qué cuando me preguntó a qué me dedico –a los pocos minutos de que comenzara nuestro diálogo por la aplicación– le dije que soy escritora. Esquivé la medicina y sus recovecos. (+)
(-) Tal vez haya sido porque, por una vez, no tuve ganas de responder si mi carrera me permite tener vida, si veo cosas muy jodidas, si soy pediatra o dermatóloga, si es cierto que en la guardia vivimos garchando por los pasillos o si alguna vez lo hice con un paciente. (+)
(-) Capaz también porque, por un rato al menos, quise ser todo el resto de lo que soy por fuera de la medicina, ese resto del que me olvido bastante seguido. La cosa es que sostengo la historia. (+)
(-) Hablamos de nuestros autores favoritos, de lo mágico de los libros, de lo lindo que es salir a correr, del gimnasio al que miento que voy todas las semanas, de su espiritualidad y cómo medita, de lo interesante que me resulta eso (aunque sea otra mentira), de su perro, (+)
(-) de la gatita que tuve en mi infancia, de nuestros padres, hermanos, hijos –tiene dos y no me lo había dicho–, sobrinos y ahijados. Le cuento que mi sobrino quiere ser maratonista como la tía que hace que lo es. Se ríe y pienso que tiene linda boca. (+)
(-) Termino la hamburguesa y la pinta que pedí. Le digo que ya vuelvo y voy para el baño. Tengo un pedazo de lechuga entre los dientes. Ruego para que no se haya dado cuenta. Al intentar sacarlo se me salta el esmalte que me desparramé por las uñas en honor a la salida (+)
(-) y que estoy segura de que en la guardia se me va a terminar de salir. No sé bien por qué se aparece en mi cabeza la mujer del ojo morado que dijo haberse golpeado contra la alacena. Me dan ganas de raspar el esmalte hasta sacarlo, no sé si de esa uña o de todas. (+)
(-) Aprieto los dientes, manoteo el atado de cigarrillos de mi cartera y estoy a punto de prenderme uno cuando recuerdo que dijo que odia el tabaco. Vuelvo a la mesa. Me pidió otra cerveza y no sé si tomarla, (+)
(-) por un lado por miedo a que le haya puesto algo –aunque parece un tipo bastante normal– y por otro porque me pidió una negra cuando yo venía tomando honey.
–Espero que no te moleste el atrevimiento –dice–. Yo sé mucho de esto, y esta stout es de lo mejor. Probala, en serio+
(-) La cerveza negra no es o mío, y el hecho de que la haya elegido sin siquiera consultarme, me choca en cierto punto. Doy un microtrago por cortesía y saco tema de conversación para que no note que el nivel de ocupación del vaso casi no desciende. (+)
(-) Le pregunto por sus amigos y descubro que solo tiene uno y que lo ve cada bastante tiempo ya que vive afuera.
–¿Y tus compañeros de trabajo? –indago.
–Son todas minas, y una más tarada que la otra –contesta. (+)
(-) Se me tensan todos los músculos de la cara y se me borra la sonrisa. Tengo ganas de tirarle la bendita stout por la cabeza.
–No te lo tomes a mal, eh. Son nada que ver con vos que sos una divina total.
Sonríe. Cruza su mano hasta mi lado por encima de la mesa (+)
(-) y acaricia la mía. Tengo ganas de clavarle las uñas que me quedan enteras. Las mordidas también, en realidad, que son más filosas. Estoy buscando en mi cabeza una manera amable de irme a mi casa y no verlo nunca más –porque todavía no aprendí (+)
(-) a que no me importe ser descortés– cuando un chico de unos veinticortos empieza a toser fuerte cerca nuestro. Lo tengo de frente. Veo a los amigos reírse y a la novia golpearle la espalda como si fuera un mimo. Noto sus ojos cada vez más saltones, brillosos, (+)
(-) la frente transpirada y su cara cada vez más pálida. Los labios se le empiezan a poner azules. No pienso. Me suelto la mano del Sr. Stout y avanzo a pasos más largos de los que nunca di en mi vida hasta colocarme detrás del chico que se lleva las manos a la garganta. (+)
(-) Saco a la novia hacia un costado. Me grita algo, no sé bien qué. Tampoco me importa. Abrazo al chico por detrás, junto mis manos –una hecha puño y la otra abierta por encima– justo debajo de donde termina su esternón y comprimo de forma seca (+)
(-) hasta que una aceituna entera sale volando y aterriza sobre los zapatos del Sr. Stout. Todos aplauden. Todos menos él –que se pasa una servilleta por los zapatos con la nariz fruncida de una forma que nunca vi– y la novia que remarca que ella estaba a punto (+)
(-) de lograr que la escupiera. Le pregunto al chico si está bien. Asiente. Le indico que mastique mejor la próxima y vuelvo a mi asiento. Agarro la cartera.
–¿Vamos? –le pregunto, sin preguntar realmente, a Mr. Stout que todavía se está tratando de limpiar los zapatos.
(+)
(-) Sigue en lo suyo sin escucharme.
–No dijiste que fueras médica –larga como si eso me añadiera cierto valor agregado.
–Es que casi no ejerzo ya –miento.
–Pero tenés matrícula y sello igual.
No pregunta. Afirma. Afirma y casi se relame.
(+)
(-)
–Claro –respondo y me arrepiento al instante de no haber inventado que se venció.
–¿Y qué te parece si me hacés un certificado para el trabajo y nos vamos a seguir en la cresta de la ola toda la noche? –propone con cierto brillo en los ojos muy distinto al del chico ahogado+
(-) Sonríe como antes y estoy segura de que se cree un seductor. Acerca su mano a la mía y la alejo antes de que llegue a agarrarla.
–Disculpá –contesto–, dejé el sello en casa.
–No pasa nada. Te acompaño y lo buscamos –sigue con un guiño de ojo.
(+)
(-) Me acuerdo de mi hermano cuando era chico y no sabía hacer bien ese gesto. Pienso que le sale bastante parecido.
–Gracias –contesto–. Quedé agotada con lo de recién. Lo dejamos para otro día mejor.
Le guiño el ojo y sonrío igual que él. (+)
(-) Me subo a un taxi segura de que voy a morir soltera.
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