#CosasQuePasanEnLaGuardia #68. Veintidós horas que parecen las cuatro de la mañana. La gente no golpea las puertas de los consultorios y logramos vaciar la lista de los que quedaban por llamar. Me quedo dormida en el sillón del estar, (+)
(-) en una guardia que –al menos hasta ahora– resulta sorprendentemente calma. Mi cuerpo se desparrama entre los almohadones y mis músculos se aflojan como rara vez lo han hecho durante mi estadía en el hospital. Es que anoche casi no pude dormir. (+)
(-) Me despiertan las voces de mis compañeros con su charla sobre lo milagroso de que hoy todos hayamos logrado hacer las cuatro comidas y aporto que hasta tomamos unos cuantos mates, para enseguida volver a roncar. Al rato –ni idea cuánto tiempo después– los escucho comentando(+
(-) que por primera vez en muchas guardias no recibimos a nadie realmente grave y que la trabajadora social hasta le consiguió lugar en un hogar al paciente social que vivía hacía tres meses en el consultorio cinco y que fumaba a escondidas en el baño. (+)
(-) Me dan ganas de chistarles, no vayan a enyetar la cosa, pero ni fuerzas tengo. Me conformo con que por lo menos no escucho a ninguno pronunciar la palabra prohibida que empieza con “T” y sigo durmiendo. (+)
(-) Siento que alguien me sacude y murmuro que cinco minutitos más. Escucho risas y llega otro sacudón. Abro los ojos. Son dos de los enfermeros de la noche. Tienen los ojos muy abiertos, atentos a mi reacción. Miro alrededor. No veo a ninguno de mis compañeros. (+)
(-)
–¿Qué pasó? –pregunto.
–Llegó una sutura y no encontramos a nadie –me dice el morocho.
Muevo la lengua adentro de mi boca y me la paso por los dientes. Tengo gusto pastoso, a mañana o a siesta. Me imagino que mi aliento debe ser peor. (+)
(-)
–Ya voy –les digo con la cabeza para el costado para no tirarles el vaho.
–Dale, doc, que se nos pasa la noche –me apura el morocho.
–Sí. Sí. Vamos –agrego, esta vez, sin tanto recaudo.
(+)
(-) Estiro los brazos para que me ayuden a levantarme. El morocho se hace cargo y me hace dar una vuelta como si bailáramos. Miro otra vez alrededor y saco el celular para ver si tengo algún mensaje. Nada.
(+)
(-)
–Voy al baño y me ocupo –les digo mientras les hago señas para que vayan yendo.
–Y lavate los dientes, de paso, que así no vas a conseguir novio –me larga el morocho.
El rubio se lo festeja.
(+)
(-)
–Es a propósito, para que no se me tiren encima tantos hombres –le contesto y voy hacia el placard donde dejé mi mochila.
Busco mi cepillo de dientes y veo que me lo olvidé en casa. Lo mismo la pasta.(+)
(-) Me meto un caramelo de mentol en la boca y lo traslado para un lado y para el otro con la lengua.
Aprovecho para hacer pis con la nariz apretada para no sentir el aroma que suele juntarse para estas horas. Me lavo las manos –solo con agua porque no hay jabón–, (+)
(-) me las seco a los sacudones y las remato sobre el ambo.
Casi que me arrastro hacia el pasillo donde suelen esperar los pacientes que requieren sutura y veo a una mujer –no mucho más grande que yo– que se agarra la mano. (+)
(-) La tiene vendada casi hasta el codo. Apoya su cabeza sobre la cadera de un hombre apenas mayor que le acaricia el pelo y le susurra frases del estilo de “No pasó nada”, “Tranquila” y “Todo va a estar bien”. (+)
(-) Me dan ganas de decirle que me encanta que me acaricien la cabeza y si no quiere hacerme masajes mientras la suturo.
Los hago pasar. Ella se sienta en la camilla y él le agarra la otra mano y le hace mimos. "Quiero un modelo de esos para llevarme a casa", pienso. (+)
(-)
–Tranquila –le digo, aunque él ya se lo repitió unas cuantas veces–. ¿Cómo te llamás?
La respuesta llega de boca de él y es un nombre clásico del estilo de Florencia o Cecilia.
–¿Qué te pasó? –pregunto.
(+)
(-)
–Se le ocurrió cortar un pan encima de su mano y terminó cortándose la mano –responde él.
–¿Mucho? –indago, esta vez mirándola fijo.
–Bastante –contesta él otra vez.
(+)
(-) Me pregunto si será muda y me pongo bien enfrente suyo como para que no quede ninguna duda de que me estoy dirigiendo a ella:
–¿Te suturaron alguna vez?
Ella abre la boca y él la interrumpe:
–Nunca.
Ella hace que sí con la cabeza.
–¿Sí o no? –insisto.
(+)
(-) Ahí finalmente me habla. Dice que sí, que de chica se abrió la cabeza con una ventana y le dieron cuatro puntos.
–¿Y cómo yo no sabía esto? –le pregunta él casi ofendido.
Ella levanta los hombros, le explica que fue hace mucho y que no se ve (+)
(-) y él habla de lo nocivos que son los secretos en la pareja. Ahí pienso que ya no quiero ninguno como él y menos que menos sus masajes. Ella no dice nada.
Preparo todo para arrancar la sutura y le explico paso a paso a la paciente lo que le voy a hacer (+)
(-) (dudo que se acuerde cómo es si era tan chica la vez pasada).
–Está bien, doctora –me dice él–. Usted haga lo que tenga que hacer que ella va a estar bien.
–Por supuesto que va a estar bien. Es solo un corte en la mano –recalco. (+)
(-)
–Claro, por eso. Vas a estar bien –le dice a su novia o esposa a la que ya casi que le tengo lástima por estar con tremendo aparato.
Ella asiente. La hago acostarse y le saco la venda.
–Cuidado que tal vez se pegó ya –me marca él.
(+)
(-)
–¿Hace cuánto te cortaste? –le pregunto a ella sin siquiera mirarlo.
–Media hora –contesta.
–Sí. O cuarenta minutos diría –agrega él y cada vez lo detesto más.
(+)
(-)
–Perfecto –sentencio–. Le voy a pedir que espere afuera –me dirijo hacia él–. Es un procedimiento para el que necesito estar tranquila.
–Perdón. No hablo más –responde.
No le veo la más mínima intención de irse.
(+)
(-)
–No es solo eso. No dejamos que haya acompañantes durante procedimientos cruentos salvo que el paciente sea menor o haya que sostenerlo por alguna causa y este no es el caso –insisto mientras sigo desenrollando la venda que no termina de salir.
(+)
(-)
–Es que ella necesita que yo esté acá. Es muy impresionable.
Pienso en la paciente. No quiero ir contra su voluntad, pero la presencia de ese hombre me pone algo nerviosa.
–¿Vos necesitás que él se quede? –le pregunto a ella.
(+)
(-) Desplaza su mirada de la mano con la venda infinita a la sonrisa de él y a la mano que está siendo mimada.
–Y bueno… –contesta.
–Está bien. Pero te quedás en silencio –le indico al hombre– y si te llegás a marear o algo, me avisás.
(+)
(-)
–No se preocupe, doctora. Me quedo mudo –responde y hace que cierra un cierre sobre sus labios.
Yo giro hacia la mano de mi paciente, decidida a ignorarlo por completo.
(+)
(-)Finalmente logro sacarle la venda, la tiro y abajo veo unas cuántas gasas empapadas en sangre. La mujer mira cada uno de mis movimientos.
–Avisame si te duele algo –le digo.
Ella asiente. Voy sacando las gasas una por una. (+)
(-) Parecen ser tres o cuatro. A la segunda, el hombre hace ruido entre la lengua y los dientes como si le doliera. Tarareo para adentro la canción ochentosa que anoche escuchaba en mi cabeza –tocada en la guitarra por mi primo– y sigo en lo mío. (+)
(-) Salen fácil. El corte no es muy grande, aunque parece profundo en un extremo. Le pido a la paciente que abra y cierre la mano. Mueve bien todos los dedos. El novio/marido/concubino/ser altamente insoportable se levanta del otro costado de la camilla (+)
(-) sobre el que está semi-sentado y camina alrededor nuestro. Vuelvo a las canciones de misa y le pido a mi tía Cuca que está allá arriba que me de serenidad de esa que no me queda ni un poco.
–¿Sos alérgica a algo? –le pregunto a la mujer antes de pasarle pervin0x.
(+)
(-)
–Al clima cuando está pesado –contesta.
Yo me río pensando en el pesado de su acompañante al que veo a mi costado izquierdo haciendo que no con la cabeza desde que pregunté lo de las alergias.
Limpio la herida y le aviso que ahí viene la anestesia.
(+)
(-)
El hombre vuelve a donde estaba y otra vez le agarra la mano sana. Arranco con la infiltración. Ella ni se queja. Para cuando termino el primer borde, él se levantó de nuevo y está caminando otra vez.
(+)
(-)
–¿Está bien? –le pregunto y me doy cuenta que dejé de tutearlo al ratito de que lo empecé a detestar.
No me aflijo demasiado.
–Sí, sí. Usted haga tranquila que lo importante es que ella esté bien.
(+)
(-)
Le hago caso y sigo con el otro borde para después arrancar con la sutura. No llegué ni a anudar el primer punto que escucho el golpe. Giro y no veo al hombre por ningún lado. La chica intenta sentarse y le pido que se quede quieta un segundo. (+)
(-) Anudo rápido, corto el hilo y me paro. Justo aparece en la puerta el enfermero rubio que entra enseguida y se agacha del otro lado de la camilla. El hombre de las caricias en la cabeza está desmayado en el piso al lado de la mano sana de la chica que lagrimea (+)
(-) y se ríe a la vez.
–¿Está bien? –pregunta ella.
–Tranquila –le contesta el enfermero mientras busca un apósito y le pone alcohol a un pedazo de algodón.
Yo aprieto la herida de la chica con una gasa para evitar que sangre para todos lados (+)
(-) y me asomo por encima suyo para ver cómo viene la cosa. El enfermero le pone el algodón con alcohol debajo de la nariz al caído en combate mientras le apoya el apósito en la cabeza. Noto que hay algo de sangre en el piso –no mucha, por suerte– y asumo que sale de ahí.(+)
(-)
–Se dio contra la escalera –me informa el enfermero refiriéndose a los dos escalones de metal que usamos para que los pacientes menos ágiles puedan subirse a la camilla.
Escucho un “uhm” que sale de la boca del que se acaba de convertir en paciente.
(+)
(-)
–Ya estás acá –le dice el enfermero.
El hombre de las caricias levanta las manos y trata de correr el algodón de su cara.
–Quedate quieto que tenés un cortecito –le ordena–. Vos apretate acá que yo ya vengo.
(+)
(-)
El paciente –que todavía está algo boleado– abre los ojos y gira la cabeza.
–¿Estás bien mi amor? –pregunta.
La chica lo mira y llora.
–Tranquila –le dice–. Tranquila que vamos a estar bien, te lo prometo.
(+)
(-) Ella se seca las lágrimas y mira para mi lado. Yo reanudo la sutura mientras el enfermero le venda la cabeza al hombre y lo acuesta en la otra camilla.
–Tranquila, mi amor, en serio, tranquila que no pasó nada –sigue él.
(+)
(-) Esta vez no lo hago callar, solo porque me siento una mezcla de boluda, mala médica y mala persona.
Termino la sutura de la chica, le hago la curación y me voy a evaluar a al hombre y a su cabeza. (+)
(-) Le saco la venda y lo hago quedarse acostado con la cabeza de costado para evaluarle la herida (tengo miedo de que se desmaye otra vez si lo siento). El enfermero ya me preparó todo para la sutura y se fue. (+)
(-) Estoy limpiándole –entre sus “ay” y sus “uy” – el lindo tajito que se hizo, cuando aparecen mis compañeros en la puerta con tres cafés.
–¿Qué pasó? –pregunta el jujeño con el que tuve toda la onda durante meses (+)
(-) hasta que me enteré de que es casado con dos hijos y sumamente pirata.
–¿No era una guardia tranquila esta? –larga la cirujana plástica que vino de reemplazo y se ríe desde sus labios llenos de colágeno.
–¡Eso no se dice! –le gritamos los dos a la vez.
(+)
(-) La paciente de la mano nos mira como si estuviéramos locos.
–Ay, chicos, no me vengan con que creen en esas cosas –sigue la bocona.
Me dan ganas de ponerla a suturar al señor de las caricias.
–¿Por qué no te callás y me das una mano en vez de seguirla? –le ladro.
(+)
(-)
El jujeño mete aire hondo y pasea la vista entre nosotras dos.
–Dale, buenísimo, ¿con qué te ayudo?
–Andá a pedirle una tomografía de cerebro que yo lo suturo rápido y lo llevamos –le digo sabiendo que está el técnico del peor carácter.
(+)
(-)
Ella asiente y se va con su misma sonrisa de antes. El jujeño la sigue, gira hacia a mí, me hace "hurra" con nuestros vasos de café en las manos y se va al grito de “yo busco silla”.
Reanudo la sutura. La mujer espera sentada en la otra camilla mientras mira el celular.(+)
(-)
–Tranquila, mi amor que voy a estar bien –pronuncia el señor de las caricias y me quedo tranquila de que tan mal no está.
Lo repite dos veces, cada una moviendo la cabeza y arriesgándome a pincharme. (+)
(-) A la tercera le digo que si no se calla y se queda quieto lo voy a tener que dormir para poder suturarlo. Ya se me volaron los patos y reconozco que no me importa demasiado.
–Perdone, doctora, perdón –responde.
Yo chisto y sigo en lo mío.
(+)
(-) Le doy cuatro puntos, lo curo y estoy terminando de vendarlo para cuando aparece el jujeño con la silla de ruedas. Enseguida llega la plástica con la misma sonrisa de antes e indica que lo llevemos YA. Me muero de la bronca por lo rápido que lo consiguió. (+)
(-) Les pido si me hacen el favor de llevarlo mientras yo le hago las órdenes a la mujer que tiene cara de consternada. Aceptan y se van con el paciente.
–¿Estás bien? –le pregunto a ella mientras escribo.
Hace que sí con la cabeza y al mismo tiempo se le caen las lágrimas.
(+)
(-)
–Tranquila que no fue nada. Va a estar todo bien –le aseguro–. Le hago la tomografía por precaución nomás.
De repente la cara se le transforma de algo angustiada a desencajada total. Llora fuerte y se pone roja.
(+)
(-)
–Qué tranquila ni tranquila –dice en un tono demasiado alto–. Basta con esa palabra de mierda.
Yo me quedo muda, con los ojos bien abiertos y a una distancia prudente.
–¿Qué hago yo? ¿Me querés decir? –sigue.
La miro sin entender hasta que arranca de nuevo:
(+)
(-)
–¿Qué hago yo todavía dando vueltas con este pedazo de pelotudo? Mirá en lo que terminamos –dice señalando la mancha de sangre del piso–. Esto tiene que ser una señal del cielo. Es Dios, te lo juro. Es Dios que me grita “Dejalo”.
(+)
(-)
Me muerdo los cachetes por adentro para no estallar en una carcajada. Le entrego los papeles y se levanta de la camilla.
–¿Ya te vas? –le pregunto pensando en el señor de las caricias.
–Y sí. ¿Qué pretendés que haga?
(+)
(-)
–Está bien –le contesto–. ¿Qué le digo cuando vuelva? –le pregunto casi con miedo.
–Decile... Decile que me fui muy tranquila.
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