–¿Qué pasó? –pregunto.
–Llegó una sutura y no encontramos a nadie –me dice el morocho.
Muevo la lengua adentro de mi boca y me la paso por los dientes. Tengo gusto pastoso, a mañana o a siesta. Me imagino que mi aliento debe ser peor. (+)
–Ya voy –les digo con la cabeza para el costado para no tirarles el vaho.
–Dale, doc, que se nos pasa la noche –me apura el morocho.
–Sí. Sí. Vamos –agrego, esta vez, sin tanto recaudo.
(+)
(+)
–Voy al baño y me ocupo –les digo mientras les hago señas para que vayan yendo.
–Y lavate los dientes, de paso, que así no vas a conseguir novio –me larga el morocho.
El rubio se lo festeja.
(+)
–Es a propósito, para que no se me tiren encima tantos hombres –le contesto y voy hacia el placard donde dejé mi mochila.
Busco mi cepillo de dientes y veo que me lo olvidé en casa. Lo mismo la pasta.(+)
Aprovecho para hacer pis con la nariz apretada para no sentir el aroma que suele juntarse para estas horas. Me lavo las manos –solo con agua porque no hay jabón–, (+)
Casi que me arrastro hacia el pasillo donde suelen esperar los pacientes que requieren sutura y veo a una mujer –no mucho más grande que yo– que se agarra la mano. (+)
Los hago pasar. Ella se sienta en la camilla y él le agarra la otra mano y le hace mimos. "Quiero un modelo de esos para llevarme a casa", pienso. (+)
–Tranquila –le digo, aunque él ya se lo repitió unas cuantas veces–. ¿Cómo te llamás?
La respuesta llega de boca de él y es un nombre clásico del estilo de Florencia o Cecilia.
–¿Qué te pasó? –pregunto.
(+)
–Se le ocurrió cortar un pan encima de su mano y terminó cortándose la mano –responde él.
–¿Mucho? –indago, esta vez mirándola fijo.
–Bastante –contesta él otra vez.
(+)
–¿Te suturaron alguna vez?
Ella abre la boca y él la interrumpe:
–Nunca.
Ella hace que sí con la cabeza.
–¿Sí o no? –insisto.
(+)
–¿Y cómo yo no sabía esto? –le pregunta él casi ofendido.
Ella levanta los hombros, le explica que fue hace mucho y que no se ve (+)
Preparo todo para arrancar la sutura y le explico paso a paso a la paciente lo que le voy a hacer (+)
–Está bien, doctora –me dice él–. Usted haga lo que tenga que hacer que ella va a estar bien.
–Por supuesto que va a estar bien. Es solo un corte en la mano –recalco. (+)
–Claro, por eso. Vas a estar bien –le dice a su novia o esposa a la que ya casi que le tengo lástima por estar con tremendo aparato.
Ella asiente. La hago acostarse y le saco la venda.
–Cuidado que tal vez se pegó ya –me marca él.
(+)
–¿Hace cuánto te cortaste? –le pregunto a ella sin siquiera mirarlo.
–Media hora –contesta.
–Sí. O cuarenta minutos diría –agrega él y cada vez lo detesto más.
(+)
–Perfecto –sentencio–. Le voy a pedir que espere afuera –me dirijo hacia él–. Es un procedimiento para el que necesito estar tranquila.
–Perdón. No hablo más –responde.
No le veo la más mínima intención de irse.
(+)
–No es solo eso. No dejamos que haya acompañantes durante procedimientos cruentos salvo que el paciente sea menor o haya que sostenerlo por alguna causa y este no es el caso –insisto mientras sigo desenrollando la venda que no termina de salir.
(+)
–Es que ella necesita que yo esté acá. Es muy impresionable.
Pienso en la paciente. No quiero ir contra su voluntad, pero la presencia de ese hombre me pone algo nerviosa.
–¿Vos necesitás que él se quede? –le pregunto a ella.
(+)
–Y bueno… –contesta.
–Está bien. Pero te quedás en silencio –le indico al hombre– y si te llegás a marear o algo, me avisás.
(+)
–No se preocupe, doctora. Me quedo mudo –responde y hace que cierra un cierre sobre sus labios.
Yo giro hacia la mano de mi paciente, decidida a ignorarlo por completo.
(+)
–Avisame si te duele algo –le digo.
Ella asiente. Voy sacando las gasas una por una. (+)
–¿Sos alérgica a algo? –le pregunto a la mujer antes de pasarle pervin0x.
(+)
–Al clima cuando está pesado –contesta.
Yo me río pensando en el pesado de su acompañante al que veo a mi costado izquierdo haciendo que no con la cabeza desde que pregunté lo de las alergias.
Limpio la herida y le aviso que ahí viene la anestesia.
(+)
El hombre vuelve a donde estaba y otra vez le agarra la mano sana. Arranco con la infiltración. Ella ni se queja. Para cuando termino el primer borde, él se levantó de nuevo y está caminando otra vez.
(+)
–¿Está bien? –le pregunto y me doy cuenta que dejé de tutearlo al ratito de que lo empecé a detestar.
No me aflijo demasiado.
–Sí, sí. Usted haga tranquila que lo importante es que ella esté bien.
(+)
Le hago caso y sigo con el otro borde para después arrancar con la sutura. No llegué ni a anudar el primer punto que escucho el golpe. Giro y no veo al hombre por ningún lado. La chica intenta sentarse y le pido que se quede quieta un segundo. (+)
–¿Está bien? –pregunta ella.
–Tranquila –le contesta el enfermero mientras busca un apósito y le pone alcohol a un pedazo de algodón.
Yo aprieto la herida de la chica con una gasa para evitar que sangre para todos lados (+)
–Se dio contra la escalera –me informa el enfermero refiriéndose a los dos escalones de metal que usamos para que los pacientes menos ágiles puedan subirse a la camilla.
Escucho un “uhm” que sale de la boca del que se acaba de convertir en paciente.
(+)
–Ya estás acá –le dice el enfermero.
El hombre de las caricias levanta las manos y trata de correr el algodón de su cara.
–Quedate quieto que tenés un cortecito –le ordena–. Vos apretate acá que yo ya vengo.
(+)
El paciente –que todavía está algo boleado– abre los ojos y gira la cabeza.
–¿Estás bien mi amor? –pregunta.
La chica lo mira y llora.
–Tranquila –le dice–. Tranquila que vamos a estar bien, te lo prometo.
(+)
–Tranquila, mi amor, en serio, tranquila que no pasó nada –sigue él.
(+)
Termino la sutura de la chica, le hago la curación y me voy a evaluar a al hombre y a su cabeza. (+)
–¿Qué pasó? –pregunta el jujeño con el que tuve toda la onda durante meses (+)
–¿No era una guardia tranquila esta? –larga la cirujana plástica que vino de reemplazo y se ríe desde sus labios llenos de colágeno.
–¡Eso no se dice! –le gritamos los dos a la vez.
(+)
–Ay, chicos, no me vengan con que creen en esas cosas –sigue la bocona.
Me dan ganas de ponerla a suturar al señor de las caricias.
–¿Por qué no te callás y me das una mano en vez de seguirla? –le ladro.
(+)
El jujeño mete aire hondo y pasea la vista entre nosotras dos.
–Dale, buenísimo, ¿con qué te ayudo?
–Andá a pedirle una tomografía de cerebro que yo lo suturo rápido y lo llevamos –le digo sabiendo que está el técnico del peor carácter.
(+)
Ella asiente y se va con su misma sonrisa de antes. El jujeño la sigue, gira hacia a mí, me hace "hurra" con nuestros vasos de café en las manos y se va al grito de “yo busco silla”.
Reanudo la sutura. La mujer espera sentada en la otra camilla mientras mira el celular.(+)
–Tranquila, mi amor que voy a estar bien –pronuncia el señor de las caricias y me quedo tranquila de que tan mal no está.
Lo repite dos veces, cada una moviendo la cabeza y arriesgándome a pincharme. (+)
–Perdone, doctora, perdón –responde.
Yo chisto y sigo en lo mío.
(+)
–¿Estás bien? –le pregunto a ella mientras escribo.
Hace que sí con la cabeza y al mismo tiempo se le caen las lágrimas.
(+)
–Tranquila que no fue nada. Va a estar todo bien –le aseguro–. Le hago la tomografía por precaución nomás.
De repente la cara se le transforma de algo angustiada a desencajada total. Llora fuerte y se pone roja.
(+)
–Qué tranquila ni tranquila –dice en un tono demasiado alto–. Basta con esa palabra de mierda.
Yo me quedo muda, con los ojos bien abiertos y a una distancia prudente.
–¿Qué hago yo? ¿Me querés decir? –sigue.
La miro sin entender hasta que arranca de nuevo:
(+)
–¿Qué hago yo todavía dando vueltas con este pedazo de pelotudo? Mirá en lo que terminamos –dice señalando la mancha de sangre del piso–. Esto tiene que ser una señal del cielo. Es Dios, te lo juro. Es Dios que me grita “Dejalo”.
(+)
Me muerdo los cachetes por adentro para no estallar en una carcajada. Le entrego los papeles y se levanta de la camilla.
–¿Ya te vas? –le pregunto pensando en el señor de las caricias.
–Y sí. ¿Qué pretendés que haga?
(+)
–Está bien –le contesto–. ¿Qué le digo cuando vuelva? –le pregunto casi con miedo.
–Decile... Decile que me fui muy tranquila.