–Tengo consultorio y guardias. No estoy para esto –me dice mientras me muestra el mensaje.
Se desata la colita del pelo y se masajea el cuero cabelludo. Resopla. Pienso que, si fuera yo, probablemente estaría llorando.
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–Contestales que no podés y poné una fecha que te quede bien a vos –le sugiero.
–¿En el 2099?
–En el 3010 mejor.
Se ríe y sé que es para no llorar. La abrazo. Contesta que va la semana que viene y nos vamos a atender.
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–Vamos mañana. Yo te acompaño –le suelto sin pensar en los pacientes que voy a tener que reprogramar para poder ir.
–Planazo –contesta.
Me río y aplaudo como cuando arreglamos para ir a comer pizza con cerveza. (+)
–Eso sí, salimos y nos tomamos un helado –agrego.
Ahí la que hace un intento de aplauso es ella.
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Jueves a las ocho paso a buscar a mi compañera. Se quedó dormida.(+
–No le gustan los extraños –dice la mujer sin disculparse.
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Mi compañera aparece justo cuando el hombre se dirige al árbol con una bolsa. (+)
–Tené cuidado –le dice mi amiga–. Hace un mes que nos contagió sífilis tanto a mí como a su mujer.
–¿Qué decís? –nos grita el hombre mientras bajamos–. Te juro que no las conozco –se escucha que le dice a la morocha.
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–¿Para qué me hace perder tiempo si no me va a ayudar? –gruñe la señora, esta vez hacia mí–. ¿No ve que se me pone feo el pichín? –agrega.
Con mi compañera nos miramos con los ojos extremadamente abiertos y los labios apretados para no explotar de la risa (+)
El resto de los de la fila pasan sin mayores problemas. Cuando llega el turno de mi compañera, le pregunta a la que atiende cómo hace para descargar los resultados de la página (+)
–No puede descargarlos –le contesta la administrativa–. La ART nos lo prohíbe.
–¿Cómo? Pero si es MI análisis –remarca mi compañera.
–Ya sé, pero la ART se los tiene que entregar.
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–Es que siempre tardan un mes en mandármelos.
–Eso se lo tiene que reclamar a ellos –sigue la administrativa con cara de hartazgo.
Me pregunto cuántas de estas conversaciones tendrá por día.
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–Se los voy a reclamar. A ellos, a ustedes, a todos. Ya les va a llegar mi carta documento, y voy a poner que vos “fulana de tal” –le contesta mi compañera mientras señala su nombre en el distintivo que tiene prendido en la camisa– no me quisiste facilitar (+)
Sé que son su angustia y su bronca por la situación las que hablan. Igual le hago señas a la secretaria de que nos disculpe. Ella no le hace caso, llena los datos de mi compañera en un formulario (+)
Nos sentamos a esperar. El reloj avanza y yo le cuento de mis citas fallidas de Tinder con tal de distraerla. Casi no se ríe. (+)
A los veinte minutos nos llama un chico de cara redonda (+)
–No puedo volver otro día. Vivo de guardia –le grita ella entre lágrimas mientras entra y cierra la puerta.
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–Se desmayó –dice como si no fuera obvio.
Le agarro la muñeca a mi compañera y le busco el pulso. Es débil pero está; eso es bueno.
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–Soy médica, ¿ayudo en algo? –pregunta.
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–Yo también, no te preocupes –le digo a la chica–. ¿Accidente laboral? –agrego apenas gira hacia su asiento.
Sacude la cabeza para arriba y para abajo. Sonrío en señal de suerte.
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–¿Vamos? –pregunta mi compañera que ya abrió los ojos e intenta bajar las piernas.
–Esperá un poco – le ordeno mientras le vuelvo a buscar el pulso.
Ya está bastante mejor. Ella levanta una mano y frena el abanico humano del extraccionista. (+)
–Ya está –dice y sé que está pidiendo que la suelte.
Aflojo el agarre, me alejo y ambas nos secamos las lágrimas.
–Vamos a tomar el helado –le digo–. Creo que nos lo merecemos más que nunca.