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#CosasQuePasanEnLaGuardia #66. 22 hs. Estoy a punto de comer unas empanadas de carne que hizo la mujer de uno de los enfermeros. No llegué a subir al comedor por baile que nos pegaron hasta ahora. Mi compañera tampoco. Él se apiadó y nos guardó algunas. (+)
(-) Aparece una ambulancia de SAME con una médica colorada que nunca vi en mi vida y me pregunto cómo estará la Colo que sigue de licencia. Hago una nota mental para escribirle mañana. Le digo a mi compañera que se quede comiendo y voy a recibir a la paciente. (+)
(-) Está acostada en la camilla de la ambulancia con los ojos cerrados. No llega a los treinta. Tiene los dos brazos vendados; las vendas, bañadas en sangre. La médica me informa que las lesiones son autoinfligidas (se cortó ella misma) y que va a requerir unos cuantos puntos.(+)
(-) La paciente murmura algo que no logro comprender. Viene también un hombre –que se presenta como el hermano– junto a dos mujeres policía, una de pelo corto y otra con una trenza impecable. Le indico a mi colega que la entre y, junto con ella y el chofer de la ambulancia, (+)
(-) la pasamos de camilla. La paciente se sienta y llora que se quiere ir. El hermano trata de calmarla sin éxito. Las policías se ubican a ambos lados por si se pone violenta. Le firmo el recibido a la médica de ambulancia que me desea suerte y se va con el chofer. (+)
(-) Le pido al hermano que espere afuera y cierro la puerta. Comienzo con el interrogatorio.
–¿Me querés contar qué pasó? –le pregunto a la paciente mientras le mando un mensaje a los de salud mental acerca del caso.
–Me secuestraron –contesta ella mirando a la puerta.
(+)
(-)
–¿Quiénes? –pregunto sin entender nada.
–Me secuestraron para que no cuente. Me quiso matar y me encerraron para que me calle.
–¿Quién te quiso matar? –insisto.
Una de las policías me hace señas de que está loca. (+)
(-) La paciente mira la puerta, la pared, el piso, a las policías y al piso otra vez. No dice nada. Decido que por ahora es mejor dedicarme a las suturas para que no siga perdiendo sangre. Le digo que estoy para cuidarla, que necesito que me deje coserla (+)
(-) y que, una vez que haya terminado con eso, prometo tratar de ayudar.
–No puede –contesta–. Nadie puede –dice mientras mira al techo.
Se le resbalan las lágrimas. Tiene los codos doblados y los puños cerrados abajo del mentón, como si ese solo gesto le hiciera de escudo. (+)
(-) No creo poder convencerla de que estoy de su lado, sea lo que sea que esté pasando. Me remito al silencio. Se me ocurre abrazarla, aunque temo que le haga peor. Sé que a mí me pasaría eso. Opto por sentarme enfrente suyo. (+)
(-) La miro como pidiendo permiso y –despacio– le agarro una a una las manos hasta que logro que estire los brazos. Empiezo a desenrollar primero la venda de un lado y después la del otro para ver con qué me encuentro. (+)
(-) Tiene tres cortes –dos en la muñeca derecha y uno en la izquierda– todos bastante profundos. Busco un apósito, lo pongo sobre la muñeca derecha y le pido a la policía de la trenza que apriete fuerte. Acepta y hago señas para que agarre un par de guantes (+)
(-) de la caja que está sobre la mesada. Evalúo la muñeca izquierda y después cambiamos de lado. No parece haber ninguna arteria cortada, aunque por las dudas llamo al cirujano vascular. Está terminando de operar a un señor con un aneurisma de Aorta roto (+)
(-) y la instrumentadora pregunta si es urgente. Contesto que no, pero que por favor baje apenas termine. Ella le transmite el mensaje y corta sin despedirse. Me asomo en busca de algún enfermero. No veo ninguno. (+)
(-) Le pregunto a la policía de la trenza si le molesta ayudarme y contesta que para nada. Arranco por el lado más fácil, el izquierdo, mientras ella comprime el otro. La paciente ni se inmuta, sigue con su llanto monocorde. La mujer de la camilla de al lado, ronca. (+)
(-) Estoy por terminar la sutura cuando la noto a la policía cada vez más pálida. Le hago señas a su compañera para que la ataje y la hace sentar en el piso. Grito llamando a un enfermero y la paciente de los tajos (porque ahora mi ayudante pasó a ser paciente también) (+)
(-) se iza en la camilla hasta casi sentarse.
–Tengo que irme –dice–. Me tengo que ir antes de que vengan.
Intenta levantarse y riega con su sangre tanto la camilla como el piso. Se tambalea. Le pido que espere y que se acueste otra vez. (+)
(-) Me hace caso, creo que más por el mareo que le agarró que por querer quedarse.
Vuelvo a gritar que necesito un enfermero. Viene –con mala cara– uno que se destaca por su falta de tacto y temo por la paciente. Acota que no es sordo y que si tardó es porque estaba ocupado.(+)
(-) Me disculpo y le pido que por favor busque a mi compañera. Contesta que para qué la quiero si ya está él y ni amaga a ir en su búsqueda. Me trago la respuesta y me olvido de mi plan de llamar a otro en cuanto fuera a buscarla. (+)
(-)
–¿Le falta mucho ahí? –pregunta señalando el corte que estoy suturando.
–Un punto –respondo.
–Mejor.
Busca un apósito, una venda y le hace un vendaje bien apretado a la otra muñeca. Se saca los guantes, se pone otros, agarra algodón, alcohol (+)
(-) y se lo acerca a la nariz a la oficial de la trenza que está sentada en el piso.
–Vienen flojitas ahora –le dice y se ríe.
La oficial de pelo corto –que permanece de pie– se ríe con él. Su compañera no contesta.
(+)
(-)
–Dale, despertate que no tengo camilla libre y vas a terminar en el piso al lado de la sangre –insiste él.
Lo dice con una media sonrisa y me pregunto si, dentro de su acidez, habrá algún intento de ser amable. La oficial le hace que sí con la cabeza (+)
(-) y él la ayuda a levantarse. La sienta en la punta de la otra camilla en la que duerme la mujer de los ronquidos conectada al monitor (no sé bien que tiene, es de emergente o de cardio). Tiene las piernas encogidas y ni se entera. (+)
(-) Le pido al enfermero que vende la muñeca que acabo de terminar de suturar y paso a la otra. Me hace caso y agradezco que no emita comentario alguno.
Este lado sangra bastante más. (+)
(-)
–¿No me alcanzás un camisolín y unas antiparras? –le pido–. Por favor, que da para todos lados –agrego.
–Estoy ocupado con esto –contesta sin siquiera mirarme.
–Te espero –le respondo con mi sonrisa falsa y la sostengo mientras lo miro fijo.
(+)
(-) Resopla, frena lo que está haciendo y los busca. Me los da y aprieta la muñeca sangrante para que logre ponérmelos.
–Gracias –le digo.
–Sí, sí –emite por respuesta y vuelve a lo suyo.
La paciente ni se inmuta ante todo esto.
(+)
(-) Si no fuera por los ruidos de su nariz, su llanto casi mudo y su murmullo –que ahora creo que es un rezo–, parecería como si no estuviera acá. La lleno de puntos sin lograr frenar del todo el sangrado. Sangra hasta por los agujeros de la piel por donde pasó la aguja.
(+)
(-) Le pregunto qué medicación toma. No contesta. Temo que esté anticoagulada. Le pido al enfermero que por favor comprima y le informo a ella que ya vengo. Las policías charlan en voz baja; están en la suya. Les chisto y les aviso que salgo un segundo. Asienten. (+)
(-) Empujo la puerta con mi espalda para no ensuciarme los guantes. La abro a medias. El hermano de la paciente está hablando con cuatro hombres más. Ella escucha las voces y se alza de nuevo en la camilla con cara de que va a gritar, aunque solamente llora.
(+)
(-)
–Me tengo que ir. Tengo que salir –pronuncia entre lágrimas mientras trata de soltarse del enfermero que le comprime la muñeca.
Mira para todos lados y manotea la hoja de bisturí de la mesa en la que dejé lo de la sutura. (+)
(-) La policía de la trenza la ve y le hace señas a su compañera.En dos segundos están encima de la paciente que revolea piernas y brazos para todos lados y grita que la dejemos irse.
–¿No ven que me va a matar? –agrega.
(+)
(-) Los hombres de afuera abren la puerta del todo.
–Está loca, doctora, no la escuche –me dice, con voz demasiado alta, uno de bigote que no sé quién es.
Les indico que esperen afuera. Protestan, pero salen. La paciente no se calma de ninguna forma. (+)
(-) Les indico que esperen afuera. Protestan, pero salen. La paciente no se calma de ninguna forma. Me saco los guantes, busco mi teléfono y veo si me contestaron de salud mental. Nada. Los llamo. Están con un paciente complicado y dicen que apenas pueden vienen. (+)
(-) Giro hacia a la paciente. Leo el terror en su cara. No sé si todo, pero algo de lo que dice me resulta cierto. Las policías la esposan a la camilla y el enfermero le ata las piernas a la misma. Ella no deja repetir que la van a matar, ya sin tanto sacudón, (+)
(-) pero con muchas más lágrimas. Se le abrieron algunos puntos de la muñeca derecha. Le agarro la otra mano, se la aprieto, le pido que me mire y le prometo que la voy a ayudar. Afloja los músculos y cierra los ojos. (+)
(-) Le pido al enfermero que le comprima la herida, que ya vuelvo, me saco el disfraz de asesina serial –los guantes, el camisolín ensangrentado y las antiparras– y salgo. En el pasillo está el hermano con el grupo de hombres que incluye al que me dijo que la paciente está loca(+
(-) Les pregunto quiénes son. El del alegato de locura se presenta como su marido y explica que los otros son amigos que quieren mucho a su mujer. Palmea la espalda de uno que asiente enseguida. El resto lo imitan. (+)
(-) Les pido a todos los que no son familiares que vayan para la sala de espera. Ellos miran al marido –que les da el OK con la cabeza– y salen. Sin que llegue a hacer ninguna pregunta, él comienza hablar.
(+)
(-)
–Usted tiene que saber, enfermera, que mi mujer es una paciente psiquiátrica que está muy mal.
–Doctora –lo interrumpo.
(+)
(-)
–Da igual –contesta y sigue mientras se retuerce el bigote–. Escucha voces y ve gente que no está. No quiere tomar las pastillas y anda re loca diciendo mentiras.
Pienso que no, que no da igual, que son dos carreras distintas y que hacemos cosas distintas. (+)
(-) Se lo quiero gritar, aunque me trago el discurso porque sé que no va a llegar a ningún lado.
–¿Y qué pastillas toma? –le pregunto.
–Unas que le dio el doctor.
–¿Cuáles?
(+)
(-)
–No sé. Unas blancas. Están en casa. Yo cuando terminen de coserla me la llevo y la obligo a tomarlas, de verdad –dice casi sin pronunciar la D final.
Miro al hermano.
–¿Hace cuánto que está enferma? –le pregunto.
(+)
(-)
–Desde los veinte o por ahí me parece. ¿Cuándo empezó a salir con vos? –le pregunta al marido.
–A los veintiuno –contesta él.
(+)
(-)
–No, no puede ser, porque yo me casé a los veintisiete, o sea que ella tenía veintiuno, y ya estaba enferma hacía como un año. Con vos tiene que estar desde los diecinueve –lo corrige el hermano.
(+)
(-)
–Qué se yo. Da igual –dice el marido–. No importa hace cuánto. Solo que ahora está peor. Está re loca.
Otra vez su “da igual” que no sé si da tan igual. Algo me hace ruido.
–¿Ya terminó de coserla? Así me la llevo que mañana trabajo temprano –me apura.
(+)
(-)
–Faltan un par de puntos –le contesto y me dirijo al hermano otra vez –. ¿Y hoy qué fue lo que pasó?
–Pasó que se quiso matar de lo loca que está, eso pasó –se mete el marido.
–Le pregunté a él –lo freno señalando al hermano.
(+)
(-)Miro a este último y, con un movimiento ascendente de cabeza, le pido que me conteste.
–Yo no la veía hace unos días –arranca–, y eso que tenemos la casa en el mismo terreno. La llamaba y no atendía.
El marido abre la boca.
(+)
(-) Levanto la mano para que se calle y le hago señas al hermano de que siga.
–Así que me fui a tocarle el timbre. No contestaba nadie y me asomé por la ventana que tenía la cortina medio corrida. Ahí vi la sangre y llamé al 911.
(+)
(-)
–Es que ella hace rato que dice que se va a matar –alega el marido mientras se pone un chicle en la boca y lo masca con la boca abierta–. Ya se había cortado antes –agrega.
Cada vez lo creo menos.
(+)
(-)
–Entiendo –contesto–. Lo mejor va a ser que la vea nuestro equipo de salud mental.
–Ella ya tiene su loquero –interrumpe y otra vez se agarra el bigote–. Usted termine de coserla y yo me la llevo. O deje, me la llevo a otro lado donde sepan coser (+)
(-)
que usted está tardando mucho y yo mañana trabajo –me larga mientras avanza hacia la puerta.
Pretende entrar. Me pongo adelante y le informo que no puede pasar, que la paciente no está en condiciones de ver a nadie y que tengo que terminar de suturarla. (+)
(-)
–Usted no me puede prohibir ver a mi mujer –contesta–. Soy policía y sé de la ley.
Se me paran los pelos de los brazos y se me tensan los músculos de la nuca. Creo empezar a entender parte del miedo de la paciente. Marco el número de la psiquiatra y, apenas me atiende, (+)
(-) pronuncio un “vení ya mismo por favor”. El marido me corre y entra a donde está su mujer que apenas lo ve empieza a gritar.
–Me mentiste –ella llora y grita a la vez.
Sé que me lo dice a mí. El enfermero lucha por sostenerle la compresión sobre la muñeca que sangra. (+)
(-) Le hago señas para que la suelte y con disimulo agarro una hoja de bisturí.
–Tranquila, mi amor, ya te voy a dar tus pastillas y vas a estar bien –le dice el marido.
–No. Por favor, me prometiste –ella llora y me mira.
(+)
(-) Me acerco a la muñeca que tiene sin vendar, se la agarro y le hago con los ojos que no diga nada. Miro al marido que saluda a las policías y se presenta como oficial de la provincia. Les habla como si fueran sus amigas y les pide que le saquen las esposas. (+)
(-) Me aseguro de que no me vean y corto un par de puntos de la muñeca de la paciente. El enfermero abre grandes los ojos, levanta las cejas y separa los labios como para decir algo. Le ruego con toda la cara que se calle. Él sacude la cabeza para los costados, pero lo hace. (+)
(-) Una de las policías se acerca a la paciente. Escondo el bisturí y me alejo de la muñeca que chisporrotea sangre para todos lados.
–Acá hay demasiada gente –escucho desde la puerta.
Es la psiquiatra que viene con el psicólogo y el trabajador social. (+)
(-) Largo el aire y un par de lágrimas al verlos. La policía de pelo corto lucha con la llave para abrir las esposas.
–Te pido que no se las saques todavía –le dice la psiquiatra con un tono que refleja una orden más que un pedido.
(+)
(-)
La policía retrocede.
–¿Y usted quién es? –interrumpe el marido.
–Yo soy la doctora encargada de evaluar a los pacientes psiquiátricos como me dicen que es su mujer.
–Pero mi mujer ya tiene su loquero –retruca él– y usted no me puede impedir llevarla con él.
(+)
(-)
–Yo tengo la obligación de evaluar a la paciente y determinar si está en condiciones de irse o si requiere internación– le contesta ella–. Si usted quiere, puede decirle a su psiquiatra que venga y con gusto conversamos.
(+)
(-)
–Usted no puede impedir que me la lleve –insiste él mientras se le acerca demasiado.
El psicólogo, que es bastante más grandote, avanza y se para entre ambos. El trabajador social, más flaco, pero con bastante más casos de estos encima, se ubica al lado. (+)
(-)
–No solo puede, sino que debe –remarca este último–. No sé si me entiende. Igual, si no le parece, damos intervención a la fiscalía y que ellos decidan.
El marido se pone blanco. La paciente llora, aunque ahora puede que de felicidad.
(+)
(-)
–Además, mire como sangra su mujer, no se puede ir así –agrega el enfermero.
Por primera vez en todos estos años siento algo de cariño hacia él.
El marido sale de un portazo y se va. El hermano se queda, con cara de preocupación genuina. (+)
(-)Las policías se disculpan y dicen no conocerlo. La psiquiatra les pide que le saquen las esposas a la paciente que ya está más tranquila y que esperen afuera mientras la evalúa.
Una vez que salieron todos, les pido que me den un segundo para confirmar una sospecha. (+)
(-) Agarro un apósito, le indico a la paciente que se apriete la muñeca sangrante y, con su permiso, le levanto la remera y le bajo los pantalones.
Ahí están.
Son hematomas hechos por alguien que sabe dónde pegar para que no se note.
(+)
(-)
Le hago señas a los de salud mental para que miren. Ponen la misma cara de furia que debo tener yo. Ella pregunta si ya está y se viste con vergüenza. Le pido disculpas.
Resuena un ronquido de la señora del monitor y yo me pregunto si tendrá un ACV o estará dopada. (+)
(-)Espero que todo esto se termine pronto y poder dormir como ella apenas llegue a casa. Respiro hondo y preparo todo para reiniciar la sutura.
(+)
(-)
–Esperá –me dice el trabajador social –. ¿No querés llamar a los de tráumato por si se cortó algún tendón? Estaría bueno que se interne en otro lado –agrega.
Sé que cuando habla de “lado” se refiere a la guardia, (+)
(-) y que lo dice porque acá los de seguridad ni se van a gastar en que no entre el marido.
–Dale –contesto–. Y también a los de vascular, que ya los llamé por una arteria que está dando.
–Perfecto.
(+)
(-) Le pido al enfermero que comprima mientras los contacto. Salgo y dejo que los de salud mental la evalúen tranquilos. Paso por al lado del hermano –cuya cara es un signo de pregunta– y junto a las policías que realmente parecen preocupadas. Busco al vascular (+)
(-) y le cuento lo sucedido.
–Decime que tenés cama –le ruego.
Asiente y lo abrazo.
–Pero vos la suturás y le hacés las indicaciones –me aclara.
Acepto. No me importa. Lo abrazo otra vez. Me palmea la espalda, se suelta y se va. (+)
(-) Yo muero por salir a fumarme un pucho, pero no me animo a ir hasta la entrada por si está el marido. En vez de eso, camino hasta el baño, me encierro y lloro un buen rato. Salgo y vuelvo a donde está la paciente casi sonriendo. (+)
(-)
–Gracias, doctora –me dice.
Le aprieto la mano y bajo la cabeza. Ella me la aprieta también. Voy para donde están los camisolines y largo un par de lagrimas más. Me las seco, me sueno la nariz, me pongo –parte por parte– mi disfraz y arranco de nuevo la sutura.
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