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#CosasQuePasanPorSerMédica #17. Mañana de domingo. Recién terminamos el pase. Por la ventana se ve oscuro, casi parece de noche. Me quedo charlando con una de las pediatras acerca de una eruptiva que se agarró mi ahijado y recién a las ocho y media salgo para casa. (+)
(-) El colectivo por suerte ya no tiene tantos borrachos como cuando salgo en horario. Me desplomo sobre uno de los asientos del fondo y cierro los ojos decidida a dormir lo máximo posible durante el viaje. (+)
(-) Me despierto a los diez minutos, a los quince, a los veinte, y a la media hora preocupada por no pasarme. La última vez que sucede veo a una señora de piel extremadamente blanca que parece que se va a desgarrar si alguien osa acariciarla, con algún que otro moretón en los (+)
(-) de pelo teñido de un rubio oscuro con raíces completamente canosas que me hace acordar al que usaba mi abuela paterna cuando yo era chica y anteojos de marco carey remendados con cinta adhesiva transparente. (+)
(-) Es flaca al punto de que podría evaporarse ante una ráfaga de viento de intensidad moderada como las que azotaron al salir del hospital. Parece de cien años. Viaja parada cerca mío sin que nadie le ofrezca el asiento, ni siquiera los que están (+)
(-) en los reservados para discapacitados, embarazadas y ancianos. El colectivo dobla y la veo bambolearse. Me la imagino cayéndose, rompiéndose múltiples huesos y abriéndose la cabeza. Veo a la gente corriendo los pies y mirando su sangre con asco, para volver a sus celulares(+)
(-) o libros sin preocuparse por ayudarla. Cierro los ojos, sacudo la cabeza y los vuelvo abrir. La mujer se ve que se sostuvo fuerte porque sigue en pie aferrada al parante. Le chisto y le ofrezco el asiento, un poco por educación (o tal vez compasión) y otro poco por egoísmo,(+
(-) ya que prefiero no tener que atenderla por el politraumatismo que mi imaginación dibujó de forma tan vívida. Sonríe, entorna los ojos y baja el mentón en señal de agradecimiento. Me siento una porquería. (+)
(-) Alzo mi cuerpo como puedo y una mujer de cuarenta y tantos que escucha cumbia demasiado fuerte a través de un par de auriculares poco herméticos intenta sentarse en el asiento que acabo de abandonar. La freno, no yo sino mi traste: interpongo mi culo entre ella y su objetivo+
(-)
–Es para la señora –le aclaro y se la señalo antes de que su mano llegue a apartarme.
Me mira sin una pizca de amabilidad mientras masca chicle con la boca abierta de forma ruidosa. Vuelve a su celular y apenas deja espacio para que pase la anciana. (+)
(-) Yo ocupo el lugar de la viejita junto al parante. Me agarro de él y, con la otra mano, del respaldo del asiento adyacente. Cierro los ojos por un segundo y me despierta la baba que me cae por la comisura derecha de la boca. Me limpio mientras miro alrededor. (+)
(-) Para cuando entiendo dónde estoy y logro tocar el timbre, ya me pasé dos paradas. Bajo en la siguiente y arrastro mis pies entumecidos a casa bajo la tormenta que finalmente se largó. Llego empapada. Me saco la ropa mientras abro la ducha y me meto abajo del agua caliente.+
(-)La dejo masajearme el cuello y los hombros; necesito el mimo.
Recién me puse el shampoo cuando suena el teléfono por primera vez. No atiendo. La segunda coincide con mis uñas rascándome el cuero cabelludo post colocación de la crema de enjuague. (+)
(-)Me enjuago y seco la mano con la cortina de la ducha y la estiro hasta el aparato. Miro quién es: una de las chicas. Se corta antes de que llegue a atenderla. Me llama la atención el tema del llamado –siempre manda whatsapp, más que nada audios– y sobre todo (+)
(-)que fueran dos al hilo. Me saco rápido el jabón y la crema de enjuague y la llamo mientras me seco.
–Menos mal –atiende.
Se la nota acelerada y la angustia le vibra en las pocas sílabas que pronuncia.
–¿Qué pasó? –le pregunto con miedo.
(+)
(-) No me pongo el pijama todavía –y cuando digo pijama me refiero a mi remera rotosa de dormir–, no hasta que sepa si tengo que salir corriendo para algún lugar. Temo que haya tenido un accidente o que le haya pasado algo a alguna otra de las chicas. Repaso en mi cabeza (+)
(-) la edad de los parientes de cada una y cuál tiene más enfermedades graves. Tal vez la cosa pase por ahí.
–Es que no sé si el bebi no me caga. Eso o soy muy forra por dudar de su amor –dice finalmente.
(+)
(-) Respiro. Largo el aire que venía aguantando sin darme cuenta pensando en quién se había muerto o estaba a punto de hacerlo. Acto seguido me siento una mala amiga porque me alivie la posibilidad de que sea cornuda. Igual me suena raro. El bebi es su esposo, (+)
(-)el papá de su bebé, un tipo bueno, buenazo, muy. Están juntos hace ocho años y se casaron hace tres. Salvo por alguna pelea tonta, siempre los vi bien, contentos, con gestos amorosos. Son el tipo de pareja que –de a ratos– me encantaría formar. (+)
(-)
–¿Pero de dónde sale tu duda? –interrogo–. Creí que estaban bien.
–Es que yo también, pero ahora pienso si las flores y los chocolates no serán por culpa, te digo.
–Sigo sin entender de dónde sacaste que te caga… ¿Lo encontraste en alguna? ¿Le revisaste el celular?
(+)
(-)
–No, nada de eso. Pasa que tengo flujo.
Habla de flujo y yo me imagino enseguida que seguro es el típico flujo ricota por hongos propios de la flora del organismo que aumentan cuando bajan las defensas o cuando una mujer se lava demasiado, sobre todo con jabones (+)
(-) antibacterianos. Ella es la típica pulcra y demasiado limpia. Pienso en las veces que me pasó mientras estudiaba para finales como el de pediatría en la facultad o por haber tomado un antibiótico potente por alguna cuestión respiratoria y casi que me río. (+)
(-)
–Pará, pará un poco. Hay varios tipos de flujo que no indican una infección de transmisión sexual –trato de tranquilizarla–. ¿De qué color es?
–Verde –contesta.
Dice “verde” y mi cerebro escucha “blanco”. “Blanco” que es bueno, o menos malo. (+)
(-) “Blanco” de “hongo que se va con unos ovulitos y ya está”.
–Tenés que ir a la ginecóloga y que te evalúe, pero seguro que no es nada –pronuncia mi cerebro que sigue pensando que escuchó “blanco”.
(+)
(-)
–Es que ya fui. Me revisó, me hizo un cultivo y dijo que por las dudas me iba a dar unos antibióticos.
Ahí sí que se prenden todas mis neuronas.
(+)
(-)
–Y los estuve tomando estos días sin decirle nada al bebi –sigue–, y esquivándolo porque la doc me dijo que no puedo coger y que, según el cultivo, me iba a dar tratamiento para él.
–¿Y cuándo te dan el resultado del cultivo? –indago.
(+)
(-)
–Lo tengo acá, me lo dieron el viernes.
–Mandame una foto –le ordeno impaciente.
–Es que no lo abrí. No puedo.
–¿Por? Dale, abrilo, seguro que no es nada.
–¿Pero y si es? Me muero si es. No puedo –le tiembla la voz.
(+)
(-)
–¿Querés venirte para casa ahora? Pero ya mismo porque estoy muerta postguardia –le ofrezco.
No le digo de ir yo para allá, no me da el cuerpo para tanto.
–No puedo. El bebi va a volver en cualquier momento con facturas y el gordi se va a despertar pronto.
(+)
(-)
Pienso en “el gordi”, su bebé, en cómo duerme sin drama, se prende perfecto a la teta y apenas llora cada tanto. Seguro que si yo tuviera uno se despertaría cada dos horas, no sabría succionar y lloraría toda la noche.
(+)
(-)
–Bueno, lo vemos a la tarde, tranquila. Yo me duermo y tipo cinco venís o voy para allá y lo vemos, ¿te parece?
–¿Y cómo aguanto hasta las cinco sin preguntarle si es un metecuernos hijo de su madre? –me dice de golpe.
(+)
(-)
Le sale con entre miedo y furia contenida. Pienso en insistirle que venga ahora, pero sé que no lo voy a conseguir. Respiro hondo y finalmente le contesto:
–Cada vez que estés por largarle algo así, pensá en mí diciéndote que lo más probable es que no sea nada de eso.
(+)
(-)
–Voy a intentarlo. Si no puedo te llamo –contesta y suena semi-conforme.
–Dale, solo dejame dormir un rato que estoy knock out.
–Sí, sí. No te voy a llamar ya mismo. Dormite, morsa –se ríe.
(+)
(-)
Cuelgo el teléfono con bastantes ganas de decirle que si trabajara un cuarto de guardia conmigo, ella sería mucho más “morsa” que yo. Me contengo solo por si su flujo no es del todo blanco y además porque me alegra y tranquiliza un poco su risa. (+)
(-)
Me pongo la remera de cuando terminé séptimo grado que todavía está bastante entera y me meto en la cama. Mis ojos están demasiado abiertos ya. Pienso en la señora que estaba segura de que le dolían sus divertículos y tenía un tumor, en el hombre con las manos destrozadas (+)
(-) por la garrafa que explotó, en el señor con EPOC que apenas podía respirar –que cuando le pregunté a quién le podía llamar me dijo que no tenía a nadie– y que terminó intubado enchufado a un respirador del que probablemente no vaya a salir. (+)
(-)
Trato de contar mis respiraciones del uno al diez y del diez al uno sin distraerme. Viene a mi cabeza la mujer golpeada que dijo que se chocó con la alacena. La saco y vuelvo a contar. Me invade el pensamiento el borracho que se lastima a propósito para vivir(+)
(-) unos días en el hospital. Uno, dos, tres, cuatro. Llega una chica anotada como ataque de pánico que de verdad se estaba infartando. Cinco, seis, siete. Pienso en mi tío con su tos que no me deja revisar. (+)
(-) Ocho, nueve. Se mete una canción de misa de cuando estaba en el colegio. La canto para adentro seguida de dos más. Hay partes que no me acuerdo y las invento. Caigo en que mi amiga dijo “verde” en vez de “blanco”. (+)
(-) Quiero abrir los ojos, sentarme y llamarla, decirle que no importa cuántas facturas traiga el bebi, que ya voy para allá. Trato, pero el sueño me succiona para abajo, para adentro. Me pesan las piernas, los brazos, los pies, los párpados… No llego a pensar nada más (+)
(-) que me desarmo en un sueño en el que hay gnomos, mi ahijado, un dragón, pacientes y camillas.
Me despierta el timbre. Ni abro los ojos. Calculo que habré dormido dos horas. Me arrastro hasta el portero eléctrico y atiendo. Me piden si tengo ropa para dar. (+)
(-) Contesto que no y vuelvo a mi cama sin siquiera adentrarme a pensar en que tampoco les bajaría si tuviera porque en el hospital se necesita y porque, además, para dársela tendría que abrirle la puerta y cómo voy a estar segura de que –con cómo está el país– no se me va (+)
(-) a meter en mi casa a la fuerza para robar o incluso algo más. Siempre que tocan pidiendo ropa pienso en eso, pero esta vez ni siquiera llego a hacerlo. Me meto de nuevo en la cama y entro como por una puerta chiquitita –encogida como en Alicia en el País de las Maravillas– (+
(-) de vuelta a un sueño recuerdo que habían flores de olor rico como en mi casa de cuando iba a la primaria temprana.
Ronco hasta que suena por segunda vez en las pocas horas que llevo dormida.
(+)
(-) Esta vez el reloj me informa que ni es la una del mediodía. Camino hasta el aparato, lo atiendo y de nuevo piden ropa. En esta ocasión mi “no tengo” sale en forma de gruñido que me catapulta de vuelta a la cama. (+)
(-) Demoro en dormirme unas cincuentas respiraciones, dos canciones de misa, una de sui generis, medio reggaetón, cinco historias tristes de guardia y dos que no tanto.
Un mensaje de mi papá que pregunta sobre los canales de la tele que se le desconfiguraron (+)
(-)me hace abrir los ojos y putear. Apago el teléfono y sigo durmiendo.
Cuando suena el timbre por tercera vez pasó apenas una hora. Me niego a atender. Me tapo la cabeza con la almohada y mi cerebro repite la canción de la propaganda pegadiza del arroz de hace mil años. (+)
(+) Tocan de nuevo, esta vez sostenido. Aprieto la almohada contra mis orejas hasta que sueltan. Recapitulo las muestras de remedios que tengo que conseguir para parientes y conocidos que me manguearon y las que ya tengo, canto otra vez canciones de misa, (+)
(-)cuento cuántos pacientes con cosas que no eran para guardia vi ayer… voy por la segunda uña encarnada que siguió a cuatro gripes cuando pienso en el hombre que venía infartado desde ayer sin consultar y me pregunto qué habrá sido de él. (+)
(-) Trato de que mis inhalaciones y exhalaciones duren lo mismo, tres segundos de entrada y tres de salida. Paso a contarlas y a tratar de no pensar en la mujer que vino con su perro sangrando y que lloraba porque lo salváramos. En algún momento me duermo y el portero eléctrico(+
(-) no molesta más.
Me despierto a las cinco. Afuera diluvia y me alegro de no haberme perdido un día de sol. Me levanto y preparo una merienda-almuerzo mientras prendo el teléfono y veo tres llamadas perdidas de mi amiga del flujo que al final era verde. Miro los mensajes.
(+)
(-)
“No atendiste y me fui a la guardia”, dice el primero de ella. Papá sigue con los canales, que no puede ver el partido, que le conteste. “Ya salí, parece que puede ser porque yo fui una trola y que encima puedo contagiarlo”, pone mi amiga seguido de un meme de una chica al(+)
(-) borde del ataque de locura que llora, grita y se arranca los pelos. “Nos quedamos con el gordi por tu casa. Avisá cuando te despiertes. No me animo a volver así”, pone en su último mensaje. Me preparo un café bien negro y le escribo que venga, que el peaje es algo rico, (+)
(-)con mucho dulce de leche. Manda un meme de homero con una dona y la baba que se le cae, otro de Phoebe de Friends corriendo de forma graciosa y uno de un perro con corazoncitos. Trato de que se vaya de mi cabeza el perro de anoche de la señora al que no pudimos salvar.
(+)
(-)
Prendo la tele y busco el capítulo en que Phoebe corre así en Netfl1x. Lo miro hasta que llega. Toca timbre sostenido como la vez que me tapé la cabeza con la almohada y me siento culpable. La hago pasar y se pone a preparar una mamadera para el bebé usando los términos (+)
(-)“mema” y “gordi”. Me pregunto si yo hablaré así el día que tenga un hijo, si es que llego a tener uno. Pienso en mis ovarios y en si les quedará algún folículo o si tendré que adoptar. Antes a mi edad a las mujeres ni se les ocurría buscar descendencia, (+)
(-) pero ahora con los nuevos métodos nada es imposible. Igual, adoptar estaría muy bien también, eso de darle casa y –sobre todo– amor a una criatura que alguien no pudo o no quiso criar me parece admirable y una opción a tener en cuenta, sobre todo si sigo sola (+)
(-) (recurrir a un donante de esperma no me copa), pero habría que ver si el sistema me acepta para ser madre soltera.
–¿Tenés alguna frutita? –pregunta mi amiga y me saca del trance.
–¿Eh?
–¿Manzanita? ¿Duraznito? –sigue.
(+)
(-)
Mi cerebro quiere volarle el diminutivo de un sopapo y no contesta.
–Para el gordi, ma –aclara–. Frutita para cortarle.
Me pregunto si alguna vez me dijo “Ma” antes. ¿Ma de quién?, pienso, si ni siquiera tengo plantas. (-)
(-)
Frunzo las cejas y la miro unos segundos fijo hasta que me digno a abrir la heladera. Saco la única manzana que hay, esa que pensaba cortarme para mi merienda-almuerzo. Está algo machucada. La lavo, le corto el pedazo mocho y le pregunto si sirve mientras agrego: (+)
(-)
–¿Ma?
Lo sigo de un estallido de risa que no puedo contener.
–Ay, gorda, perdón, es que la maternidad me pegó fuerte –se defiende y se ríe también.
–Veo, pero nunca más me digas así –le largo entre ruego y orden.
(+)
(-)
Levanta la mano derecha en señal de “palabra de honor” y le prepara la “manzanita” al “gordi”.
–¿Me explicás qué pasó? –arranco.
–Es que empezó a picarme ahí abajo. Picarme, quemarme, arderme, todo. Y manché la bombachina de un verde feo con olor medio a pescado.
(+)
(-)
–Ajá –le digo animándola a que siga.
–Cuestión que fui a la gine y me revisó y tomó un cultivo. Me mandó unos remedios que dijo que eran por las dudas, pero hasta me pincharon el culín. Dijo que por ahora nada de coger, justo ahora que retomamos con el bebi, (+)
(-)así que me inventé una infección urinaria y lo vengo esquivando. Y bueno, que según el cultivo me iba a decir si él no tiene que tomar antibiótico también.
–¿Pero te dijo qué sospechaba? ¿Qué remedios te dio?
(+)
(-)
–No, y yo tampoco pregunté, pero cuando llegué busqué en internet y me asusté un poquitín.
–¿En internet? ¿Tenés una amiga médica y buscás en internet? –la reto.
(+)
(-)
–Ya sé, ya sé. Es que estabas de guardia y no quise molestarte. La cosa es que con flujo verde salieron bichos feos y con esos remedios también, y entendí que eran de transmisión sexual.
–¿Qué remedios te mandó? –insisto.
(+)
(-)
–No sé, no los traje y ya los terminé. Una pastilla amarilla grande que tuve que tomar dos juntas, una que era cada ocho horas y como no me acordaba por cuánto era la tomé por una semana y me hizo bolsa la panza, y el pinchazo que todavía duele.
(+)
(-)
Pienso en que seguro que la médica la medicó para múltiples ETS (enfermedades de transmisión sexual) y no tengo dudas de que algo en el flujo le llamó la atención.
–Mostrame el cultivo –le digo cansada de tanta vuelta y extiendo la mano.
(+)
(-)
Ella le hace caras al “gordi” y revuelve en la mochila con él en el otro brazo. Me lo entrega y me mira leerlo.
Gonorrea y tricomonas además del hongo que me esperaba encontrar. Definitivamente, para mí, “el bebi” le metió los cuernos.
(+)
(-)
Busco en mi cerebro las palabras adecuadas para trasladarle mi sospecha. No las encuentro. No hay forma linda de decir algo así. Abro la boca y estoy a punto de largárselo como me salga cuando me frena.
(+)
(-)
–Igual, el gine de la guardia me tranquilizó. Fue un re amor y me explicó que tal vez yo tenía esto durmiendo adentro mío hace mucho y que se despertó con el estrés de la maternidad, que tal vez me lo contagió mi ex y el bebi no tuvo nada que ver.
(+)
(-)
Sonríe. Es una sonrisa que ruega que no le diga lo contrario. Pienso en el gordi, que nació hace menos de un año por parto natural. Creo que si hubiera nacido a través de la gonorrea, como mínimo habría tenido una conjuntivitis gonocóccica. (+)
(-)Además, estoy prácticamente segura de que ninguno de esos bichos está latente tanto tiempo sin dar síntomas.
–Mirá, yo no soy ginecóloga –arranco–, pero hasta donde me acuerdo de lo que estudié, es difícil que hayas tenido tantos años unos bichos tan feos durmiendo (+)
(-) adentro tuyo sin que dieran ningún síntoma, que se yo. Yo lo consultaría con tu ginecóloga.
Me mira con los ojos cargados de entre pánico y angustia.
(+)
(-)
–No quiero que te pongas mal. Si te cagó tal vez fue cosa de una vez y decidís perdonarlo, pero creo que tenés que saber la verdad.
–La reputísima madre –llora y abraza al gordi.
Me sumo al abrazo.
(+)
(-)
Merendamos y hablamos de mi guardia, de mi sorprendente ausencia de chongos y de que tengo que volver al T1nder. Habla de nuestra edad y de que no me deje estar para buscar un chico no vaya a ser tarde. La dejo retarme sobre eso con tal de que se distraiga.
(+)
(-)
A la hora se va y me asegura que va a sacar turno con su ginecóloga. Yo tengo ganas de llamar al bebi y reputearlo. Me contengo solo porque se lo prometí a ella.
Estoy por irme a dormir (temprano porque mañana tengo guardia de nuevo) cuando me llega un mensaje de ella: (+)
(-)”No podía más y le escribí a mi gine. Me re tranquilizó. Dice que sería muy raro lo de que lo tuviera hace tanto, pero que no lo descarta. Estoy segura de que fui yo. El bebi me re ama, ma. Estoy segura.”
Le digo que me alegro entonces. (+)
(-)No quiero repetirle lo que no está lista para escuchar.
Salgo al balcón y me prendo un pucho que sigo de dos más. Borro el T1nder definitivamente, o al menos eso me digo.
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