–Es para la señora –le aclaro y se la señalo antes de que su mano llegue a apartarme.
Me mira sin una pizca de amabilidad mientras masca chicle con la boca abierta de forma ruidosa. Vuelve a su celular y apenas deja espacio para que pase la anciana. (+)
Recién me puse el shampoo cuando suena el teléfono por primera vez. No atiendo. La segunda coincide con mis uñas rascándome el cuero cabelludo post colocación de la crema de enjuague. (+)
–Menos mal –atiende.
Se la nota acelerada y la angustia le vibra en las pocas sílabas que pronuncia.
–¿Qué pasó? –le pregunto con miedo.
(+)
–Es que no sé si el bebi no me caga. Eso o soy muy forra por dudar de su amor –dice finalmente.
(+)
–¿Pero de dónde sale tu duda? –interrogo–. Creí que estaban bien.
–Es que yo también, pero ahora pienso si las flores y los chocolates no serán por culpa, te digo.
–Sigo sin entender de dónde sacaste que te caga… ¿Lo encontraste en alguna? ¿Le revisaste el celular?
(+)
–No, nada de eso. Pasa que tengo flujo.
Habla de flujo y yo me imagino enseguida que seguro es el típico flujo ricota por hongos propios de la flora del organismo que aumentan cuando bajan las defensas o cuando una mujer se lava demasiado, sobre todo con jabones (+)
–Pará, pará un poco. Hay varios tipos de flujo que no indican una infección de transmisión sexual –trato de tranquilizarla–. ¿De qué color es?
–Verde –contesta.
Dice “verde” y mi cerebro escucha “blanco”. “Blanco” que es bueno, o menos malo. (+)
–Tenés que ir a la ginecóloga y que te evalúe, pero seguro que no es nada –pronuncia mi cerebro que sigue pensando que escuchó “blanco”.
(+)
–Es que ya fui. Me revisó, me hizo un cultivo y dijo que por las dudas me iba a dar unos antibióticos.
Ahí sí que se prenden todas mis neuronas.
(+)
–Y los estuve tomando estos días sin decirle nada al bebi –sigue–, y esquivándolo porque la doc me dijo que no puedo coger y que, según el cultivo, me iba a dar tratamiento para él.
–¿Y cuándo te dan el resultado del cultivo? –indago.
(+)
–Lo tengo acá, me lo dieron el viernes.
–Mandame una foto –le ordeno impaciente.
–Es que no lo abrí. No puedo.
–¿Por? Dale, abrilo, seguro que no es nada.
–¿Pero y si es? Me muero si es. No puedo –le tiembla la voz.
(+)
–¿Querés venirte para casa ahora? Pero ya mismo porque estoy muerta postguardia –le ofrezco.
No le digo de ir yo para allá, no me da el cuerpo para tanto.
–No puedo. El bebi va a volver en cualquier momento con facturas y el gordi se va a despertar pronto.
(+)
Pienso en “el gordi”, su bebé, en cómo duerme sin drama, se prende perfecto a la teta y apenas llora cada tanto. Seguro que si yo tuviera uno se despertaría cada dos horas, no sabría succionar y lloraría toda la noche.
(+)
–Bueno, lo vemos a la tarde, tranquila. Yo me duermo y tipo cinco venís o voy para allá y lo vemos, ¿te parece?
–¿Y cómo aguanto hasta las cinco sin preguntarle si es un metecuernos hijo de su madre? –me dice de golpe.
(+)
Le sale con entre miedo y furia contenida. Pienso en insistirle que venga ahora, pero sé que no lo voy a conseguir. Respiro hondo y finalmente le contesto:
–Cada vez que estés por largarle algo así, pensá en mí diciéndote que lo más probable es que no sea nada de eso.
(+)
–Voy a intentarlo. Si no puedo te llamo –contesta y suena semi-conforme.
–Dale, solo dejame dormir un rato que estoy knock out.
–Sí, sí. No te voy a llamar ya mismo. Dormite, morsa –se ríe.
(+)
Cuelgo el teléfono con bastantes ganas de decirle que si trabajara un cuarto de guardia conmigo, ella sería mucho más “morsa” que yo. Me contengo solo por si su flujo no es del todo blanco y además porque me alegra y tranquiliza un poco su risa. (+)
Me pongo la remera de cuando terminé séptimo grado que todavía está bastante entera y me meto en la cama. Mis ojos están demasiado abiertos ya. Pienso en la señora que estaba segura de que le dolían sus divertículos y tenía un tumor, en el hombre con las manos destrozadas (+)
Trato de contar mis respiraciones del uno al diez y del diez al uno sin distraerme. Viene a mi cabeza la mujer golpeada que dijo que se chocó con la alacena. La saco y vuelvo a contar. Me invade el pensamiento el borracho que se lastima a propósito para vivir(+)
Me despierta el timbre. Ni abro los ojos. Calculo que habré dormido dos horas. Me arrastro hasta el portero eléctrico y atiendo. Me piden si tengo ropa para dar. (+)
Ronco hasta que suena por segunda vez en las pocas horas que llevo dormida.
(+)
Un mensaje de mi papá que pregunta sobre los canales de la tele que se le desconfiguraron (+)
Cuando suena el timbre por tercera vez pasó apenas una hora. Me niego a atender. Me tapo la cabeza con la almohada y mi cerebro repite la canción de la propaganda pegadiza del arroz de hace mil años. (+)
Me despierto a las cinco. Afuera diluvia y me alegro de no haberme perdido un día de sol. Me levanto y preparo una merienda-almuerzo mientras prendo el teléfono y veo tres llamadas perdidas de mi amiga del flujo que al final era verde. Miro los mensajes.
(+)
“No atendiste y me fui a la guardia”, dice el primero de ella. Papá sigue con los canales, que no puede ver el partido, que le conteste. “Ya salí, parece que puede ser porque yo fui una trola y que encima puedo contagiarlo”, pone mi amiga seguido de un meme de una chica al(+)
(+)
Prendo la tele y busco el capítulo en que Phoebe corre así en Netfl1x. Lo miro hasta que llega. Toca timbre sostenido como la vez que me tapé la cabeza con la almohada y me siento culpable. La hago pasar y se pone a preparar una mamadera para el bebé usando los términos (+)
–¿Tenés alguna frutita? –pregunta mi amiga y me saca del trance.
–¿Eh?
–¿Manzanita? ¿Duraznito? –sigue.
(+)
Mi cerebro quiere volarle el diminutivo de un sopapo y no contesta.
–Para el gordi, ma –aclara–. Frutita para cortarle.
Me pregunto si alguna vez me dijo “Ma” antes. ¿Ma de quién?, pienso, si ni siquiera tengo plantas. (-)
Frunzo las cejas y la miro unos segundos fijo hasta que me digno a abrir la heladera. Saco la única manzana que hay, esa que pensaba cortarme para mi merienda-almuerzo. Está algo machucada. La lavo, le corto el pedazo mocho y le pregunto si sirve mientras agrego: (+)
–¿Ma?
Lo sigo de un estallido de risa que no puedo contener.
–Ay, gorda, perdón, es que la maternidad me pegó fuerte –se defiende y se ríe también.
–Veo, pero nunca más me digas así –le largo entre ruego y orden.
(+)
Levanta la mano derecha en señal de “palabra de honor” y le prepara la “manzanita” al “gordi”.
–¿Me explicás qué pasó? –arranco.
–Es que empezó a picarme ahí abajo. Picarme, quemarme, arderme, todo. Y manché la bombachina de un verde feo con olor medio a pescado.
(+)
–Ajá –le digo animándola a que siga.
–Cuestión que fui a la gine y me revisó y tomó un cultivo. Me mandó unos remedios que dijo que eran por las dudas, pero hasta me pincharon el culín. Dijo que por ahora nada de coger, justo ahora que retomamos con el bebi, (+)
–¿Pero te dijo qué sospechaba? ¿Qué remedios te dio?
(+)
–No, y yo tampoco pregunté, pero cuando llegué busqué en internet y me asusté un poquitín.
–¿En internet? ¿Tenés una amiga médica y buscás en internet? –la reto.
(+)
–Ya sé, ya sé. Es que estabas de guardia y no quise molestarte. La cosa es que con flujo verde salieron bichos feos y con esos remedios también, y entendí que eran de transmisión sexual.
–¿Qué remedios te mandó? –insisto.
(+)
–No sé, no los traje y ya los terminé. Una pastilla amarilla grande que tuve que tomar dos juntas, una que era cada ocho horas y como no me acordaba por cuánto era la tomé por una semana y me hizo bolsa la panza, y el pinchazo que todavía duele.
(+)
Pienso en que seguro que la médica la medicó para múltiples ETS (enfermedades de transmisión sexual) y no tengo dudas de que algo en el flujo le llamó la atención.
–Mostrame el cultivo –le digo cansada de tanta vuelta y extiendo la mano.
(+)
Ella le hace caras al “gordi” y revuelve en la mochila con él en el otro brazo. Me lo entrega y me mira leerlo.
Gonorrea y tricomonas además del hongo que me esperaba encontrar. Definitivamente, para mí, “el bebi” le metió los cuernos.
(+)
Busco en mi cerebro las palabras adecuadas para trasladarle mi sospecha. No las encuentro. No hay forma linda de decir algo así. Abro la boca y estoy a punto de largárselo como me salga cuando me frena.
(+)
–Igual, el gine de la guardia me tranquilizó. Fue un re amor y me explicó que tal vez yo tenía esto durmiendo adentro mío hace mucho y que se despertó con el estrés de la maternidad, que tal vez me lo contagió mi ex y el bebi no tuvo nada que ver.
(+)
Sonríe. Es una sonrisa que ruega que no le diga lo contrario. Pienso en el gordi, que nació hace menos de un año por parto natural. Creo que si hubiera nacido a través de la gonorrea, como mínimo habría tenido una conjuntivitis gonocóccica. (+)
–Mirá, yo no soy ginecóloga –arranco–, pero hasta donde me acuerdo de lo que estudié, es difícil que hayas tenido tantos años unos bichos tan feos durmiendo (+)
Me mira con los ojos cargados de entre pánico y angustia.
(+)
–No quiero que te pongas mal. Si te cagó tal vez fue cosa de una vez y decidís perdonarlo, pero creo que tenés que saber la verdad.
–La reputísima madre –llora y abraza al gordi.
Me sumo al abrazo.
(+)
Merendamos y hablamos de mi guardia, de mi sorprendente ausencia de chongos y de que tengo que volver al T1nder. Habla de nuestra edad y de que no me deje estar para buscar un chico no vaya a ser tarde. La dejo retarme sobre eso con tal de que se distraiga.
(+)
A la hora se va y me asegura que va a sacar turno con su ginecóloga. Yo tengo ganas de llamar al bebi y reputearlo. Me contengo solo porque se lo prometí a ella.
Estoy por irme a dormir (temprano porque mañana tengo guardia de nuevo) cuando me llega un mensaje de ella: (+)
Le digo que me alegro entonces. (+)
Salgo al balcón y me prendo un pucho que sigo de dos más. Borro el T1nder definitivamente, o al menos eso me digo.