–Reacción alérgica –contesta con tono de “¿Vos sos médica y no lo sabés?”.
Me dan ganas de mandarlo a lidiar con el borracho en situación de calle que me acaban de dejar (+)
Salgo y llamo a la paciente “RA” que espero que tenga solo una erupción. Se acerca y me dan más ganas todavía de putear al orientador: lo que anotó como RA al final de la lista es una chica inflada como un sapo que no entiendo (+)
Le explico que no es por orden de llegada sino por gravedad del cuadro, y que esto es una urgencia.
–Lo de mi mujer le aseguro que es más urgente –contesta y le hace señas para que se acerque.
(+)
–Si su mujer no está a punto de morirse, esta paciente tiene prioridad –lo freno sin una gota de paciencia (la poca que tenía se la quedó el orientador).
–Sí. Eso. Se está muriendo.
Maldigo por no haber aclarado un lapso de tiempo para el tema de la muerte. (+)
Acompaño a la paciente sapo hacia el extremo de una camilla en la que duerme un hombre con las piernas encogidas hacia la panza que está esperando para que lo suban a quirófano. (+)
–La va a dejar morirse –me increpa–. No le importa nada igual que al resto.
Ahí sí que me pega fuerte. (+)
(+)
–A la paciente que hice pasar le está costando cada vez más respirar. Si no hago algo pronto, va a haber que intubarla. Dígame por favor si su mujer realmente tiene algo más urgente o no, porque no puedo con todo a la vez. ¿Si no atiendo a su mujer por cinco minutos, (+)
–Claro que puede. Se puede morir en un minuto, o en dos.
Me larga con la voz temblorosa mientras me entrega una nota escrita con letra poco clara. Me contagia el temblor.
Me pregunto cuánto faltará para que mi compañero termine de suturar (+)
–Además, tengo la orden de un juez para que la interne –sigue el hombre.
Ahí ya lo de la muerte inminente me hace ruido; alguien que está por morirse YA mismo no tiene tiempo de pasar por un juzgado.
(+)
Le indico que la acerque mientras me ocupo de la chica a la que le pido sus datos. Tiene nombre de color y sus labios parecen dos bombuchas a punto de reventar. La voz le sale ronca, de volumen bajo y tendiendo a nula. En el medio de las palabras algún chiflido se escapa (+)
Corro de vuelta a donde ubiqué a la chica del nombre de color y le inyecto la mitad de la ampolla de adrenalina por debajo de(+
El hombre cuenta-monedas se asoma por la puerta con una mujer que entra caminando (+)
–Por favor, esperen afuera –les ordeno mientras les señalo a la chica sapo.
(+)
Vuelvo a pasarle otro tanto de adrenalina a la paciente que esta vez apenas hace un “ay” ante el ardor y sonríe orgullosa (+)
Vuelvo a mirar la lista por si el orientador anotó algo que urja+
–Espéreme otro momentito que hay dos urgencias antes –le pido con un tono que no acepta un no.
–Esto también es una urgencia, ¿es tarada que no se da cuenta?
(+)
–¿Disculpe? ¿Qué me dice? –le contesto a la espera de una respuesta.
–Tarada, eso. Tiene que ser tarada para darle prioridad a estos extranjeros ignorantes antes que a un compatriota.
Quiero gritarle que acá el único ignorante es él, y que si pretende pasar antes, (+)
–Acá se atiende a todos por igual sin importar la nacionalidad, como creo que a usted le gustaría que lo atendieran si acá explotara una guerra y se tuviera que ir para otro lado.
(+)
Igualmente, si tan tarada le parezco, le recomiendo que vaya a otro hospital.
–¿Qué guerra ni guerra ni guerra? Si éstos no vienen de ninguna guerra. ¿No ve que vienen para volvernos pobres a todos? Además, usted no nos puede echar. No nos vamos a mover de acá hasta que (+)
Ya no me da bronca, me da pena. Su mentalidad de dinosaurio territorial me da lástima. Ni me gasto en contestarle.
(+)
Hago sentar al hombre de la supuesta precordalgia y le pregunto sus datos filiatorios. (+)
–¿Faltará mucho? –consulta–. Pasa que me queda medio libro por tragar…
Quisiera poder decirle que no, que van a venir pronto a medicarlo para darle una mano y que salve la materia. No me gusta mentir, así que en vez de eso levanto los hombros (+)
–Te veo en un rato –me despido.
Vuelvo al consultorio dispuesta a llamar al transplantado renal que orina rojo y que espero que solo sea porque comió remolacha.
(+)
(+)
–Ahora sí es nuestro turno, ¿no le parece? –me larga el hombre de la prehistoria.
Me dan ganas de escupirle que no, que hasta que no se vuelva una persona civilizada no pienso atenderlo, pero recuerdo que la que está enferma es su mujer y le hago señas para que la traiga(+)
a la punta de camilla disponible donde antes estuvo sentada la chica RA.
El hombre avanza con su mujer de la mano. Ella arrastra los pies. Tiene los labios resecos, algo que antes no había notado. Lleva el pelo corto teñido de un marrón algo rojizo con raíces blancas (+)
–Espere. Primero cuénteme cómo se llama y cuántos años tiene –lo freno.
Responde él. Pronuncia un nombre tremendamente clásico y un apellido demasiado paquete como para estar atendiéndose en este hospital. En cuanto a la edad, descubro que estaba en lo cierto:
(+)
él le lleva a ella unos cinco años. Agarro la nota y caigo en que está firmada por un oncólogo de otra institución. Dentro de lo que logro descifrar, dice que la manda a internar porque la paciente no tiene apetito, adelgazó mucho y deterioró bastante su estado general. (+)
–Cuénteme que le pasa por favor –le digo a la mujer.
–Pasa que tiene que internarla –se mete el marido.
(+)
–Está muy flaca, no ve. Y así se va a morir de desnutrición. Usted tiene que salvarla, por eso la internación que pide el doctor –pronuncia el hombre.
(+
Ella sonríe tímida. Entrecierra los ojos y lo mira cansada. Creo que sabe que de esta no va a salir, y me parece que está acá más por él que por ella.
–Empecemos por el principio, ¿sí? Así veo cómo puedo ayudarlos –insisto–. ¿Cuál es la enfermedad que la puso mal?
(+)
–Tiene un tumor que pensaban que era cáncer pero no. Al final era bueno, pero grande y la tienen que operar. Están esperando que se achique para eso –dice él.
Ella me mira con cara de que no es tan así. Enseguida sus ojos ruegan para que no lo contradiga.
(+)
–¿Y dónde está el tumor? –me dirijo a ella.
Esta vez abre la boca y pronuncia algo que sé que le duele.
–Primero estaba en este pecho –se señala el derecho–, me lo sacaron y apareció en el otro.
(+)
Se levanta la remera y le pide ayuda al marido con las gasas.
–Me parece que no hace falta –insiste él.
Ella le hace que sí con la cabeza y finalmente el marido cumple con el deseo de su esposa de lucir tremendo horror ante esa médica desconocida que a él no le cae (+)
Es grande, con bultos y retracciones. Ya no hay teta, es todo tumor. Se comió el pezón y supura por ahí. Me pongo guantes y lo palpo. Es duro; demasiado. Tiene esa dureza que por sí sola expresa malignidad. La mujer me mira para ver si entendí. Asiento (+)
–Suspendieron la quimio y ahora están esperando a que se achique un poco más –me explica él.
No dudo que cree eso; es lo que necesita creer, aunque creo que dista mucho de la realidad.
(+)
–El tema es que ella dejó de comer. No le gusta lo que le cocino y tampoco tiene ganas de tomar agua –sigue–. Y necesitamos que la pongan fuerte para que pueda curarse.
Me duele escuchar su negación. Siento que va a terminar reventado contra el colchón cuando ella parta,(+)
–¿Duele? –le pregunto a la paciente.
Ella niega y agrega:
–Solo estoy muy cansada.
Su cara dice mucho. Básicamente transmite que no da más, que no puede más. Si habré visto caras como esa… (+)
–Entiendo. De verdad –le respondo–. ¿Y le cuesta tragar o solo le falta el hambre?
(+)
–No le gusta mi comida, ya le dije. Eso y está enojada –se mete el marido con la boca apretada.
Creo que lo hace para que no se le escurran las lágrimas, porque algo en el fondo entiende.
–No es eso. Nada más no tengo apetito –contesta ella–. Solo quiero dormir.
(+)
Bajo la cabeza y entrecierro los ojos en señal de que comprendo lo que le pasa, cuando en realidad no tengo mucha idea, al menos no en carne propia.
–¿Le va a hacer análisis de sangre? –pregunta él.
(+)
La mujer abre grande los ojos y me mira con cara de que ni se me ocurra pincharla.
–No creo que eso haga falta –le respondo–, estoy segura de que usted, con lo mucho que la cuida, me trajo un montón de estudios para que mire y que con eso me va a alcanzar.
(+)
El hombre –que ya no me parece tan dinosaurio en este momento– sonríe y me entrega una bolsa llena de papeles. Busco los últimos. Tardo bastante, pero me abstengo de sugerirle que los ordene (no me parece apropiado). Hasta hace tres meses la mujer tenía comprometidos (+)
Le pongo el saturómetro, el termómetro y le tomo la presión. Sus signos vitales están estables. Su presión resulta algo baja, pero, con lo adelgazada que está, (+)
–Tal vez sea mejor que usted le diga que esto es malo y que ya está por todos lados. Yo no puedo.
Asiento mientras le aprieto la mano. Ella me devuelve el apretón y abre la boca de nuevo.
–Lo único, no se lo diga adelante mío. No quiero recordarlo hecho polvo.
(+)
La última frase me hace acordar a mi abuela cuando me contó que mi abuelo estaba muy mal por la muerte de su hermano. Usó esas palabras exactas. Mi abuelo falleció a los dos meses, y no hubo otra explicación en ese entonces más que su tristeza.
(+)
–No se preocupe, yo me encargo –le prometo.
Mis ojos le preguntan si vamos y los suyos responden que sí.
Llegamos al consultorio y entre el hombre y el camillero la ayudan a subir a su rincón de camilla.
–¿Y? ¿Cuándo la suben a la habitación? –pregunta el marido.
(+)
Yo le sonrío casi sin poder creer que me dan ganas de abrazar a ese hombre al que hace poco quería echar del hospital.
–Primero le voy a pedir que me acompañe a ver si me explica algunas cosas que no entiendo –arranco.
(+)
–Claro, ¿cómo no?
El hombre me sigue, y en vez de al pasillo, lo llevo para afuera.
–¿A dónde vamos? –pregunta.
–Necesito un café –le miento– y creo que a usted también le va a venir bien uno.
(+)
Cruzamos al kiosquito que abre veinticuatro horas. Yo me pido un café negro y él elige un cortado. Compro también un chocolate y le convido la mitad.
–¿Tan mal está? –me increpa.
Le contesto con la mirada nomás al principio.
(+)
–No puede decirle nada. Yo le prometí que se iba a curar. Ella ni siquiera sabe que es cáncer –agrega.
Sus palabras me dan ganas de llorar. Sé que después de esto, de ellos, voy a terminar hecha polvo. No pronunciar palabra alguna.
(+)
–Tiene que internarla, hacerla comer, por lo menos que se vaya un poco mejor –sigue.
Junto fuerzas. Ni sé bien de dónde las saco, y empiezo:
–¿Sabe qué pasa? Si se queda acá, estaría en una camilla, porque otro lugar, al menos hasta mañana o pasado, no tengo para ofrecerle.+
(+)
El hombre me mira. Saca otro papel y me lo entrega.
–Es que el juez la mandó a internar –me larga y ahí sí que se le resbalan unas cuantas lágrimas.
Veo la nota. Solicita una evaluación y ni siquiera la firma un juez.
(+)
–En el otro hospital no la quisieron internar, y yo conseguí esto, y ahora usted me dice que se me va a ir igual.
Sus manos cuentan monedas más rápido mientras la cara se le retuerce. Algo de café se chorrea sobre sus dedos y revolea el vaso a la calle.
(+)
Veo en el pasillo al chico de la precordalgia que no era tal. Está sentado con las piernas cruzadas sobre el asiento y mueve sus manos intercalando los dedos. (+)
–No vino nadie, y me está empezando apretar acá otra vez –dice marcando su pecho con el puño derecho.
Respira cada vez más rápido y se queja de hormigueos alrededor de la boca. (+)
–Tranquilo, es susto nomás –le explico mientras le doy una bolsa y le indico que respire adentro.
Busco a mi compañero y le pido uno de los comprimidos sublinguales que suele usar para dormir. Vuelvo con el chico y le doy medio.
(+)
–No te preocupes. Vas a estar bien, te lo prometo –le largo.
Sé que no tengo que prometer, pero se siente bien poder decirle alguien que no tiene nada grave.
Vuelvo al consultorio de la mujer de recién. Justo llega el marido. (+)
–Salió todo bien, mi amor –le dice él con una sonrisa–. Nos vamos a casa.
Ella sonríe también. Me aprieta la mano y yo no puedo contenerme y la abrazo. Su “gracias” me recorre hasta la última de mis neuronas y me muerdo los cachetes por adentro para no llorar.
(+)
Los veo irse y vuelvo con el chico.
–¿Qué estudiás? –le pregunto.
–Medicina. Rindo semio–me contesta con una sonrisa de que no puede creer lo que le está pasando.
(+)
Le pido que me espere un segundo y camino hacia la lista de pacientes que quedan por atender. Un síndrome gripal y dos gastroenteritis; nada grave. Vuelvo al lado suyo, me siento yo también con las piernas cruzadas y le largo un:
(+)
–Contame qué es lo que más te cuesta y arranquemos. Vos tranquilo, que a mí en semio me fue muy bien.
Me olvido por un rato de mis lágrimas y de las ganas que tengo de prenderme un pucho.