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#CosasQuePasanEnLaGuardia #80. Cuatro de la mañana de un sábado. Una voz masculina bastante joven grita "¡Un médico!". El sonido viene del pasillo que da a la entrada de ambulancias. Mi compañera está conectando a un asmático a la nebulización que requiere (+)
(-) y haciéndole la orden para un corticoide endovenoso. Yo estoy con una señora coqueta que básicamente consulta porque tiene gases. La dejo hablando sola acerca de cómo el sonido de su propia flatulencia la despertó y que por suerte su novio no se dio cuenta (+)
(-) y me apuro hacia el lugar del que proviene la voz. Mi compañera termina lo que estaba haciendo y se une. Es un hombre de cuarenta y largos. Trae en brazos a una chica de quince o –como mucho– dieciséis años a pasos del coma alcohólico. Él está pálido, casi transparente. (+)
(-) Su camisa celeste y blanca chorrea lo que creo que es transpiración. Además tiene manchas de vómito –que despiden un olor bastante ácido–, manchas que también decoran el cuello de la chica, su musculosa blanca con puntilla en los bordes y su tanga fucsia de encaje. (+)
(-) Me pregunto si yo a su edad tenía ropa interior de algún color que no fuera blanco o, a lo sumo, negro y de algún material que se alejara del algodón. La respuesta es un “no” rotundo. Tampoco usaba nada más chico que las vedetinas que mamá me compraba al por mayor. (+)
(-) Le tomo el pulso mientras mi compañera busca un consultorio en el que ubicarla. Resulta fuerte y algo acelerado. Al ponerle el saturómetro, marca noventa y cinco. Noventa y nueve sería lo ideal en alguien joven, pero, con lo que parece haberse tomado, esperaba incluso menos(+
(-) Sus pupilas están algo dilatadas, aunque por lo menos no como el dos de oro. Emergento no la compra ni por broma. La ubicamos en una camilla en la que no me gustaría estar internada: es la única vacía. (+)
(-) Sus compañeros de consultorio son una señora de ochenta y cinco que grita llamando a su mamá y un drogadicto violento con consigna policial. El hombre pregunta si no la podemos poner en otro lado y mi compañera le explica que la guardia está repleta. (+)
(-) Él sube y baja la cabeza mientras se le escapan un par de lágrimas.
–Por lo menos díganme que se va a poner bien –ruega.
–Vamos a hacer todo lo posible –le contesto–. Pero para eso necesitamos hacerle algunas preguntas.
(+)
(-) El hombre repite el movimiento de cabeza mientras se lleva la mano derecha a la frente.
–Mi mujer me va a matar –larga.
Mete y saca aire rápido por su boca. Parece un nene asustado.
(+)
(-)
–Trate de calmarse. Si sigue respirando así, le va a hormiguear todo el cuerpo –le explica mi compañera.
Yo mientras le tomo la presión a la paciente. Resulta algo elevada, probablemente por alguna droga, aunque por suerte no tanto como hemos visto en otros casos. (+)
(-)
Lo que sí, está bastante fría al tacto, y si no la abrigamos, el asunto va a empeorar.
El hombre cierra los ojos y trata de aminorar la respiración.
–¿Sabe qué tomó? –le pregunto.
(+)
(-)
–Las botellas que vi eran de cerveza, vodka y ron creo, pero no sé si algo más.
–¿Y consumió alguna sustancia? –sigo.
–No sé. Espero que no. ¿Ustedes creen que sí? Va a estar bien, ¿no? Tiene que estar bien. Díganme que va a estar bien. Mi mujer me mata. Me mata.
(+)
(-)
Miro a mi compañera. Ella frunce las cejas y lo increpa
–¿Cómo se llama la paciente? ¿Es su hija?
–No –contesta el hombre y se tapa los ojos–. Mía no.
Los párpados de mi compañera se levantan demasiado y estoy segura de que los míos también. (+)
(-) Estoy a punto de preguntarle qué vínculo tiene con la paciente cuando el hombre corre las manos de sus ojos y posa estos últimos primero en mi compañera y después en mí y empieza:
(+)
(-)
–No me miren así. No soy un monstruo. No es mi hija, pero igual me preocupa –respira hondo y larga el aire de a poco–. Es la nena de mi mujer.
Nos dice el nombre y el apellido de la chica entre sollozos y que tiene dieciocho años. (+)
(-)
Explica que su mujer se fue de viaje por trabajo y ella quedó a cuidado de él, que solo iba a salir un rato con los amigos porque uno se casa, que igual ella le había prometido no hacer lío y además tenía que estudiar para un final, que la salida se alargó (+)
(-) y recién hace un rato pudo volver, que cuando volvió la casa estaba hecha un caos, llena de vasos y botellas vacías, que él dio vueltas y no encontró a nadie, que supuso que la hijastra había dado tremenda fiesta y se mandó para la habitación para retarla, (+)
(-) que la puerta estaba abierta, que él no la abrió, que estaba abierta y ella tirada en el piso en un charco de vómito, que trató de despertarla, pero no reaccionaba y ahí se preocupó, porque no es su hija pero igual se preocupa, porque él también es padre. (+)
(-)
Así que la cargó y la trajo para acá. Él hombre se apoya contra la pared del pasillo, se resbala sobre ella hasta que queda en cuclillas y llora.
–No lo hago más. Que esté todo bien y prometo que no salgo nunca más.
(+)
(-)
Suena a rezo, aunque no pronuncia la palabra “Dios” ni nada similar en ningún momento.
–¿Tiene alguna enfermedad? –lo interrumpo.
–Creo que no. Es chica. ¿Qué puede tener? Solo es chica y hace estupideces –contesta.
Le pido que llame a su mujer y le pregunte. (+)
(-)Asiente y sigue en su intento de rezo. Lo dejamos en lo suyo y nos vamos para el estar de enfermería. Lo dejamos en lo suyo y nos vamos para el estar de enfermería. Mi compañera calienta sueros y yo busco un juego de sábanas. No hay ninguno. Voy para el shock room (+)
(-) y me robo el último que queda. Me cruzo con uno de los enfermeros y le pido si tiene alguna manta por algún lado. Se ríe. Le hablo de la paciente y que necesito que le ponga una vía y le saque un laboratorio. Se le borra la sonrisa. (+)
(-)
Vuelvo con él y con la sábana. Mi compañera ya hizo las órdenes de laboratorio y preparó el “combo revive muertos”. Vamos con el enfermero para el consultorio donde quedó la chica. El padrastro sigue lamentándose y cuasi rezando en el pasillo. Entramos. (+)
(-) Le pido al paciente violento y al oficial que lo custodia que miren para otro lado. El oficial lo hace enseguida, el paciente solo después de que éste le empuje la cabeza hacia la pared. (+)
(-) Entre los tres le cortamos la remera mojada a la paciente (levantarla para sacársela es complejo en ese estado), la limpiamos y la tapamos con la sábana. Mi compañera la rodea con sueros calientes envueltos en venda y la chica ni se inmuta. (+)
(-) Apenas mueve los dedos de la mano unos milímetros cuando el enfermero le pone la vía. Dejamos pasando el combo a chorro y mi compañera queda en ocuparse de pasarle un par calentitos después de ése. Yo robo una frazada de una de las habitaciones de médicos (+)
(-) y se la tiro encima a la chica.
–Nos van a matar –me reta mi compañera.
Sé que tiene razón en gran parte. Tenemos prohibido sacar frazadas de ahí porque después no alcanzan para nosotros y en las habitaciones hace un frío de morirse que no te deja dormir (+)
(-) sea por el invierno o por lo fuerte del aire acondicionado), pero la paciente no tiene la culpa de que en el hospital no haya mantas. Levanto los hombros en señal de resignación y le digo que si putean, yo me hago cargo.
(+)
(-)
–No lo decía por eso –contesta–. Además, si tapamos así todos los agujeros, nadie se ocupa.
Me muerdo el labio de abajo. De nuevo tiene razón. Igual ya está, le acomodo la manta encima a la paciente mientras el padrastro me agradece y le prometo a mi compañera (+)
(-) que es la última vez, aunque dudo poder cumplirlo.
Voy a ver a la señora de los gases. Se fue. Me acerco a los dos pacientes que dejé compartiendo camilla con suero con medicación para sus piedras –las del primero en la vesícula y las de la segunda, renales– y, (+)
(-) tras constatar que ya están mucho mejor, les hago los papeles correspondientes y les doy el alta.
Lo que queda de la madrugada pasa entre pacientes con neumonía, gastroenteritis, gripe, más borrachos, una nariz rota con la piel abierta, (+)
(-) un infartado y un paciente que se trató de matar tomando ansiolíticos. Entre mi compañera y yo monitoreamos de tanto en tanto a cada uno de los borrachines, incluida la chica. El padrastro camina de un lado al otro y habla por teléfono. (+)
(-) No escucho lo que dice, pero se lo nota desesperado. Cuelga y pregunta si hay alguna novedad. Ni siquiera llegaron los laboratorios y la paciente sigue knock-out. Se lo informo y casi que llora otra vez. (+)
(-)
Suturo a un hombre de casi noventa al que le cortaron el brazo con una botella rota durante un robo. Huele a tierra, a caca de perro, a cigarrillo, a úlcera podrida y probablemente agusanada, y puede que a algo de alcohol, aunque no tanto como el que tomó la chica. (+)
(-) Dice que vive en una plaza. Lo que le sacaron fueron la ropa y la manta que le juntaron unos vecinos. Casi que me dan ganas de sacarle a ella la frazada que le conseguí y regalársela al pobre hombre. (+)
(-)
Se banca la sutura como un campeón. Cuando termino le pregunto si tiene alguna lastimadura.
–En esta pierna, sí –dice sacudiendo la izquierda–. ¿Usté cómo sabe?
–Magia –le contesto con una sonrisa.
(+)
(-)
El señor se ríe y se le cae la dentadura postiza. Se la saca y la mete en el bolsillo del pantalón apestoso. Le ofrezco una gasa para envolverla.
–Ta acostumbrada a andar acá –dice desde sus encías mientras se palmea el bolsillo en cuestión.
(+)
(-)
Le reviso la pierna. Tiene un agujero profundo y se ve la colita de un gusano. Pido éter. Otra vez el enfermero se ríe. Albahaca a esta hora imposible. Pruebo con agua oxigenada. Algunos salen, aunque no sé si todos. Se los voy sacando mientras trato de mentalizarme (+)
(-) en que lo que huelo no son más que las flores blancas que había en mi casa cuando era chica.
Dejan de salir. Lo curo, lo vendo y le ofrezco buscarle algo de la ropa que tenemos acobachada para pacientes como él. (+)
(-)
–Déjela para alguien que la necesite más –responde–. A mí los vecinos me dan.
Quiero abrazarlo, aunque me contengo para no ensuciar mi ambo blanco. Le doy una nota para que vuelva mañana a que lo revisen a ver si hay más. Al que le caiga me va a odiar.
(+)
(-) Estira la mano para saludarme. La agarro y ruego que no tenga escabiosis. Se va y me lavo bien, un poco la posible sarna y otro poco la vergüenza que me produce mi actitud.
Vuelvo a los consultorios y visito a la chica. Ya no está tan fría y su pulso está menos alocado.(+)
(-) La sacudo y me pide que la deje dormir. Va a estar bien, pienso y sonrío para adentro.
Justo el padrastro vuelve para este lado prendido al celular. Lo freno.
–Ya reaccionó –le informo contenta.
Me hace señas de que espere un segundo.
(+)
(-)
–Pará que me habla la médica. Ya te llamo –le dice a la persona al teléfono y corta.
Me mira callado unos segundos. Se empapa en transpiración y finalmente sonríe
–¿Va a estar bien entonces? –me pregunta tembloroso.
(+)
(-)
–Hay que ver cómo evoluciona, pero yo creo que sí.
Levanta los brazos para arriba en señal de victoria. Yo me río.
De golpe lo noto un poco pálido y algo mareado.
(+)
(-)
–¿Y pudo hablar con ella? ¿Puedo hablarle? –interroga mientras lo hago sentarse.
–Por ahora solo pide que la dejemos dormir, así que vamos a respetar su deseo.
(+)
(-)
–Claro, claro. No sabe el alivio que me da. Yo pensé… pensé que se moría, le juro. Y mi mujer… ella no me iba a hablar nunca más y ahí me iba a morir yo también.
Me da la sensación de que a la chica no la quiere ni un poco (+)
(-) y que solo le preocupa por lo que pueda pensar su mujer. Asiento y le pregunto si se siente mejor. Su cara ya tiene color al menos.
–Sí, no pasa nada. Se me vino a la cabeza cómo la encontré nomás. Pensé que era el final, en serio.
(+)
(-)
Muevo la cabeza en forma ascendente y descendente una vez más y le indico que puede pasar a verla si quiere.
–Sí. Ahí voy. Solo deme un minuto que llamo a mi mujer para darle las buenas noticias –me contesta y se aleja por el pasillo mientras marca el celular. (+)
(-) Atiendo a una mujer con neumonía que me lleva lo poco que queda de mi guardia. Llegan los laboratorios de la chica: dan bien. Voy hacia el consultorio donde la dejamos y me cruzo a mi compañera que avanza en una especie de corrida. (+)
(-)
–Buscá ropa para la chica –me grita–. Ya vengo y te explico.
Me quedo con una sensación horrible y, en lugar de ir para donde guardamos la poca ropa que nos donan, sigo hacia el consultorio de la paciente. Estoy por entrar cuando sale el enfermero (+)
(-) que nos había ayudado a sacarle la ropa vomitada y cierra la puerta.
–Era todo mentira –me larga.
Lo miro sin entender demasiado, o al menos sin querer hacerlo.
–¿Cómo?
(+)
(-)
–El tipo no era el padrastro. La levantaron para enfiestarse, la piba labura de eso. Y yo te digo que para mí no tiene dieciocho ni en chiste.
Me da frío, calor y frío de nuevo. Siento que mi piel empalidece. (+)
(-) Me apoyo sobre la pared del pasillo, me derrito sobre ella hasta quedar en cuclillas y respiro más rápido de lo que sé que debo. Justo vuelve mi compañera. Niega con la cabeza mientras pronuncia un "se rajó". (+)
(-) Yo me quedo ahí sin poder moverme y ella se va a llamar al nueve once, al trabajador social y a los de salud mental. Son casi las ocho. Ni miramos los pacientes que hay para el pase. Trato de levantarme y anotarlos, pero mis piernas (+)
(-) están casi tan muertas como yo por dentro. Necesito llorar, gritar y pegarle a la pared por lo taradas que fuimos.
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