–Por lo menos díganme que se va a poner bien –ruega.
–Vamos a hacer todo lo posible –le contesto–. Pero para eso necesitamos hacerle algunas preguntas.
(+)
–Mi mujer me va a matar –larga.
Mete y saca aire rápido por su boca. Parece un nene asustado.
(+)
–Trate de calmarse. Si sigue respirando así, le va a hormiguear todo el cuerpo –le explica mi compañera.
Yo mientras le tomo la presión a la paciente. Resulta algo elevada, probablemente por alguna droga, aunque por suerte no tanto como hemos visto en otros casos. (+)
Lo que sí, está bastante fría al tacto, y si no la abrigamos, el asunto va a empeorar.
El hombre cierra los ojos y trata de aminorar la respiración.
–¿Sabe qué tomó? –le pregunto.
(+)
–Las botellas que vi eran de cerveza, vodka y ron creo, pero no sé si algo más.
–¿Y consumió alguna sustancia? –sigo.
–No sé. Espero que no. ¿Ustedes creen que sí? Va a estar bien, ¿no? Tiene que estar bien. Díganme que va a estar bien. Mi mujer me mata. Me mata.
(+)
Miro a mi compañera. Ella frunce las cejas y lo increpa
–¿Cómo se llama la paciente? ¿Es su hija?
–No –contesta el hombre y se tapa los ojos–. Mía no.
Los párpados de mi compañera se levantan demasiado y estoy segura de que los míos también. (+)
(+)
–No me miren así. No soy un monstruo. No es mi hija, pero igual me preocupa –respira hondo y larga el aire de a poco–. Es la nena de mi mujer.
Nos dice el nombre y el apellido de la chica entre sollozos y que tiene dieciocho años. (+)
Explica que su mujer se fue de viaje por trabajo y ella quedó a cuidado de él, que solo iba a salir un rato con los amigos porque uno se casa, que igual ella le había prometido no hacer lío y además tenía que estudiar para un final, que la salida se alargó (+)
Así que la cargó y la trajo para acá. Él hombre se apoya contra la pared del pasillo, se resbala sobre ella hasta que queda en cuclillas y llora.
–No lo hago más. Que esté todo bien y prometo que no salgo nunca más.
(+)
Suena a rezo, aunque no pronuncia la palabra “Dios” ni nada similar en ningún momento.
–¿Tiene alguna enfermedad? –lo interrumpo.
–Creo que no. Es chica. ¿Qué puede tener? Solo es chica y hace estupideces –contesta.
Le pido que llame a su mujer y le pregunte. (+)
Vuelvo con él y con la sábana. Mi compañera ya hizo las órdenes de laboratorio y preparó el “combo revive muertos”. Vamos con el enfermero para el consultorio donde quedó la chica. El padrastro sigue lamentándose y cuasi rezando en el pasillo. Entramos. (+)
–Nos van a matar –me reta mi compañera.
Sé que tiene razón en gran parte. Tenemos prohibido sacar frazadas de ahí porque después no alcanzan para nosotros y en las habitaciones hace un frío de morirse que no te deja dormir (+)
(+)
–No lo decía por eso –contesta–. Además, si tapamos así todos los agujeros, nadie se ocupa.
Me muerdo el labio de abajo. De nuevo tiene razón. Igual ya está, le acomodo la manta encima a la paciente mientras el padrastro me agradece y le prometo a mi compañera (+)
Voy a ver a la señora de los gases. Se fue. Me acerco a los dos pacientes que dejé compartiendo camilla con suero con medicación para sus piedras –las del primero en la vesícula y las de la segunda, renales– y, (+)
Lo que queda de la madrugada pasa entre pacientes con neumonía, gastroenteritis, gripe, más borrachos, una nariz rota con la piel abierta, (+)
Suturo a un hombre de casi noventa al que le cortaron el brazo con una botella rota durante un robo. Huele a tierra, a caca de perro, a cigarrillo, a úlcera podrida y probablemente agusanada, y puede que a algo de alcohol, aunque no tanto como el que tomó la chica. (+)
Se banca la sutura como un campeón. Cuando termino le pregunto si tiene alguna lastimadura.
–En esta pierna, sí –dice sacudiendo la izquierda–. ¿Usté cómo sabe?
–Magia –le contesto con una sonrisa.
(+)
El señor se ríe y se le cae la dentadura postiza. Se la saca y la mete en el bolsillo del pantalón apestoso. Le ofrezco una gasa para envolverla.
–Ta acostumbrada a andar acá –dice desde sus encías mientras se palmea el bolsillo en cuestión.
(+)
Le reviso la pierna. Tiene un agujero profundo y se ve la colita de un gusano. Pido éter. Otra vez el enfermero se ríe. Albahaca a esta hora imposible. Pruebo con agua oxigenada. Algunos salen, aunque no sé si todos. Se los voy sacando mientras trato de mentalizarme (+)
Dejan de salir. Lo curo, lo vendo y le ofrezco buscarle algo de la ropa que tenemos acobachada para pacientes como él. (+)
–Déjela para alguien que la necesite más –responde–. A mí los vecinos me dan.
Quiero abrazarlo, aunque me contengo para no ensuciar mi ambo blanco. Le doy una nota para que vuelva mañana a que lo revisen a ver si hay más. Al que le caiga me va a odiar.
(+)
Vuelvo a los consultorios y visito a la chica. Ya no está tan fría y su pulso está menos alocado.(+)
Justo el padrastro vuelve para este lado prendido al celular. Lo freno.
–Ya reaccionó –le informo contenta.
Me hace señas de que espere un segundo.
(+)
–Pará que me habla la médica. Ya te llamo –le dice a la persona al teléfono y corta.
Me mira callado unos segundos. Se empapa en transpiración y finalmente sonríe
–¿Va a estar bien entonces? –me pregunta tembloroso.
(+)
–Hay que ver cómo evoluciona, pero yo creo que sí.
Levanta los brazos para arriba en señal de victoria. Yo me río.
De golpe lo noto un poco pálido y algo mareado.
(+)
–¿Y pudo hablar con ella? ¿Puedo hablarle? –interroga mientras lo hago sentarse.
–Por ahora solo pide que la dejemos dormir, así que vamos a respetar su deseo.
(+)
–Claro, claro. No sabe el alivio que me da. Yo pensé… pensé que se moría, le juro. Y mi mujer… ella no me iba a hablar nunca más y ahí me iba a morir yo también.
Me da la sensación de que a la chica no la quiere ni un poco (+)
–Sí, no pasa nada. Se me vino a la cabeza cómo la encontré nomás. Pensé que era el final, en serio.
(+)
Muevo la cabeza en forma ascendente y descendente una vez más y le indico que puede pasar a verla si quiere.
–Sí. Ahí voy. Solo deme un minuto que llamo a mi mujer para darle las buenas noticias –me contesta y se aleja por el pasillo mientras marca el celular. (+)
–Buscá ropa para la chica –me grita–. Ya vengo y te explico.
Me quedo con una sensación horrible y, en lugar de ir para donde guardamos la poca ropa que nos donan, sigo hacia el consultorio de la paciente. Estoy por entrar cuando sale el enfermero (+)
–Era todo mentira –me larga.
Lo miro sin entender demasiado, o al menos sin querer hacerlo.
–¿Cómo?
(+)
–El tipo no era el padrastro. La levantaron para enfiestarse, la piba labura de eso. Y yo te digo que para mí no tiene dieciocho ni en chiste.
Me da frío, calor y frío de nuevo. Siento que mi piel empalidece. (+)