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#CosasQuePasanPorSerMédica #18. Suena el celular y me despierta. Abro los ojos y ya cortaron. Está oscuro. Estoy segura de que estoy de guardia y es otro Cromañón. Salto de la cama sin caer en que no me choqué con la cucheta de arriba. Busco la chaqueta del ambo. (+)
(-) Encuentro algo en el piso, pero parece ser un vestido. Trato de recordar si alguna de mis compañeras vino en vestido y guardapolvo. No puedo ni pensar. Ilumino con la pantalla del teléfono para no despertar al resto. (+)
(-)Placard blanco, ropa tirada, mesa de luz repleta de porquerías, cama grande sin otras alrededor; definitivamente no estoy en el hospital sino en mi casa. Me fijo quien era. “Número privado”. La mitad de mi familia tiene configurado así el teléfono y lo odio. (+)
(-) Pienso en llamar a los más cercanos para ver si están bien, pero no quiero provocarle un infarto a nadie. “También puede ser una llamada desde la cárcel de esas de los secuestros virtuales”, pienso. Me levanto, tomo un vaso de agua y vuelvo a la cama. (+)
(-) Empiezo a contar para adentro hasta cien de cinco en cinco. Siento que me afloja el cuerpo y una pierna se me sacude sin que se me haya venido a la mente la imagen de ningún paciente. En el medio de mi limbo me alegro por el progreso. (+)
(-) Me dejo hundir en el colchón. Mis músculos se olvidan de lo agotados que los dejó, no la sesión de sexo extenuante que me hubiera encantado haber tenido algún día de esta última semana, sino la eterna caminata hospitalaria de las tres guardias que me clavé en siete días. (+)
(-) Me relajo tanto que hasta casi se me dibuja una sonrisa orgásmica. Estoy en medio de esa felicidad plena cuando suena otra vez el teléfono. Atiendo con un “hola” que no intenta ocultar la voz de dormida sin mirar si es “privado” o quién. (+)
(-) –Hola, linda. ¿Cómo estás? Perdoná la hora –me dice una voz masculina conocida que no logro encuadrar con la cara de ninguno de mis parientes.
Me quedo callada a la espera de que se presente. En cuanto lo hace, sigo callada, pero ahora por miedo. (+)
(-) Es un amigo de mi papá, y su llamada a esta hora no puede ser nada bueno. Trato de revisar mi cerebro a ver si mi viejo salía con él hoy. No tengo noción de que me haya comentado nada al respecto. Quiero preguntarle si pasó algo, si chocaron, si están bien, (+)
(-) o si papá se infartó de tanto huevo frito que come. Pienso en un robo, también puede haber sido eso. O una pelea; cuando ellos se juntan se ponen bastante densos con otra gente sobre todo cuando manejan. Formulo las palabras en la cabeza “¿Papá está bien?”, (+)
(-) pero no puedo pronunciarlas. Solo espero.
–Uy, estás re dormida, ¿no? Disculpame –sigue.
Yo persisto en mi estado de mutismo en el que, si no formulo la pregunta acerca de mi viejo y si está sano, entero, en una pieza digamos, no existe la posibilidad de que (+)
(-) llegue un “no” por respuesta.
Respiro nomás, bastante rápido probablemente. Lo suficiente como para que él lo escuche del otro lado y acote:
–Tranquila, linda. Tranquila que no llamo por tu papi.
(+)
(-)
Y ahí sí que hablo. Digo algo por primera vez en esos segundos que se me hicieron eternos. Se lo largo así como me sale:
–¡Hijo de puta! ¿Vos me querés matar a mí?
No logro endulzarlo ni contenerme. (+)
(-)
Salen las palabras y con ellas se resbalan un par de lágrimas que dan forma a una parte del infierno que me hizo pasar en este rato.
–Perdón, perdón. No me di cuenta, te juro. Vos viste que a esta hora el bocho no carbura bien, y menos a mi edad –se excusa.
(+)
(-)
Yo vuelvo al silencio para no seguir escupiéndole el odio que todavía no me saqué de adentro. Si no es por papá, se viene algún mangazo, estoy segura. Su hija con dolor de panza que él jura que es apendicitis, su hijo drogado y borracho en una guardia en la que (+)
(-) él, como padre, no confía, su mujer que se atragantó con un hueso de pollo que decidió manducarse en la madrugada o hasta él con una fractura de pene que le provocó el garche furioso con una prostituta en un telo mientras le dijo a la mujer que salía con mi papá; (+)
(-) cualquier cosa es posible. Así que espero, ya que me despertó y me la hizo pasar mal, por lo menos que transpire un rato antes de que le haga ningún favor.
Él espera, también en silencio. Espera mi “¿Qué necesitás?” que no va a llegar. (+)
(-) Espera por lo menos un “¿Qué pasa?”, pero ni eso le doy. Nada. Silencio puro. Silencio cargado de odio por la que me hizo pasar, porque no le importe despertarme a las tres de la mañana cuando mañana tengo guardia, y porque encima estoy segura de que ni un chocolate (+)
(-) me va a traer después.
Pasan unos cuantos segundos, casi que minutos, hasta que finalmente alguien abre la boca y no soy yo.
–El tema es… este… –arranca prolongando la “E” final.
(+)
(-)
Parece el chico con el que salí a los dieciséis, que me quería dejar y no sabía cómo. Estaba lleno de “Estes”.
–Bueno, lo que pasa, es que –ahora prolanga la “E” del “que”.
(+)
(-)
Resoplo. Estoy cansada y quiero dormir. Se lo dejaría bien en claro sino fuera uno de los pocos amigos que le quedan a mi viejo. En vez de eso, respiro hondo y le otorgo la pregunta que tanto esperaba formulada como oración y adornada incluso con algo de buena onda. (+)
(-)
–Dale, no te voy a morder. Decime qué necesitás –le largo.
–Es que es mi mamá –contesta.
–¿Qué le pasa? ¿Se siente mal?
–No. No. Ya no.
–¿Y entonces? –le pregunto impaciente.
–Es que la cosa está en que… bueno… –esta vez estira la “O” del final.
(+)
(-)
Me dan ganas de sacudirlo para que complete la oración y poco a poco las pocas neuronas ubicadas que quedan en mi cerebro comienzan a apagarse.
–Son las tres de la mañana. Más. Tres y todos los minutos desde tu primer llamado. ¿Me explicás por favor qué pasa?
(+)
(-)
–Sí. Sí. Perdón, perdón. Es que encontré fiambre a mi vieja.
Lo pronuncia así, con esas palabras, realmente utiliza la palabra “fiambre”. Yo tan acosumbrada al término “óbito” y él me larga un “fiambre”. Mi boca hace un ruido. Uno que tapa la risa, aunque algo se nota. (+)
(-) Si hubiera estado tomando aguada, la habría escupido para todos lados, incluso por la nariz.
Él me conoce desde que soy chica. Sabe que me río como mi papá.
–Dale, no te rías, che –me dice con una mezcla de risa y llanto.
(+)
(-)
–Perdón –respondo y casi que lo duplico como él–. ¿Pero cómo que la encontraste fiambre? ¿Qué le pasó?
–No sé. No sé. Estaba así. Tenía noventa y cinco ya. Alguna vez le tenía que tocar.
–Sí, claro –le contesto y agrego–, lo siento mucho.
(+)
(-)
–Gracias, gracias –pronuncia mientras se suena la nariz y sigue–. Y bueno, la encontré tirada en la cocina, ahí, fría. No sé cuánto habrá estado así hasta que se me fue.
–¿Pero recién la encontraste? –indago y me pregunto si se habrá levantado a tomar agua como yo.
(+)
(-)
–Casi, casi. Sí. Llamé a tu viejo y él me dijo que te llamara a vos. Pasa que me separé, no sé si sabías, y me volví a lo de mamá. ¿Viste? Y anoche salí con una mina que me presentaron. No salía hace un montón. Y me la presentaron y no creí que me fuera a dar ni la hora, (+)
(-) porque era muy linda, pero sí, me la dio completita, completita. Así que salí a comer, a tomar algo, después al auto, vos me entendés, y se fue pasando la hora, y recién volví. Recién hace unos minutos, y la vida es así dicen, te da de un lado y te afana del otro. (+)
(-) Porque si yo me quedaba capaz… capaz que la vieja se salvaba.
Ahora sí, por primera vez en lo que va de la conversación, llora. Lo hace fuerte y se suena seguido la nariz para que no se le note. Llora parecido a mi viejo: los dos lloran queriendo no llorar.
(+)
(-)
–Tu mamá estaba grande –trato de consolarlo–. A esa edad pasa cualquier pavada y ya no salen. No es tu culpa. Mirá si quedaba postrada, cuadripléjica o algo así. Eso hubiera sido mucho peor para alguien de noventa y cinco años.
Hace una pausa. Su nariz hace ruido.
(+)
(-)
–Tenés razón. Tenés razón, lo sé, pero bueno… –prolonga la “O” –. Uno piensa, ¿viste? El cerebro es así. Se da cuerda a sí mismo y no para.
Yo pienso en que mi cerebro está casi apagado, que siento mucho lo de su madre, pero que no hay nada que pueda hacer por él (+)
(-) y que me quiero ir a dormir.
–Bueno… –arranco a despedirme–. Espero que dejes de culparte, que llores todo lo que necesites llorar y vas a ver que con el tiempo vas a estar menos triste.
Son palabras truchas, casi de manual, lo sé, pero a esta hora mis neuronas (+)
(-) no logran formular nada mejor.
–Sí. Espero que sí. Gracias, gracias.
–Te mando un abrazo –le digo antes de cortar.
Y ese fue mi error, la paciencia, el dilate, el no haber apretado de una el botón rojo. Porque ahí llegó el tema, ahí me lo largó.
(+)
(-)
–Esperá, esperá. No cortes.
Pensé en hacerme la boluda y cortar igual, en apagar el teléfono. El agotamiento me rogaba que lo hiciera. Quise toser y que mi tos apagara su ruego, para después sumergirme una vez más en el colchón. Pero no, no pude. (+)
(-)Ganó mi eterna buenudez y le pregunté qué pasaba.
–Es que yo te llamé por el papel ese –responde.
–¿Qué papel?
–El certificado...
–¿Para tu trabajo? –consulto todavía dormida–. ¿Pero no te dan días por defunción de familiar? Qué jodidos.
(+)
(-)
–No. No. No para mí. Para… Para ella.
–¿Para quién? ¿Para tu novia nueva?
–Ojalá fuera mi novia. No. Para la mina no. Para mi vieja te pido.
–¿Cómo? –pregunto todavía sin caer.
(+)
(-)
–El papel ese que dice que se murió por causas naturales. Necesito eso para que no le hagan autopsia.
Ahí mis neuronas conectan los puntos. Sé que lo de la autopsia en una persona tan mayor que tenía todas las ñañas es una cagada, (+)
(-) sobre todo el tener que esperar tres días para poder enterrarla, y no creo que haya matado a su madre ni nada parecido. Revuelvo en mi cerebro en busca de alguna solución, pero no se me ocurre ninguna. No tengo cómo ayudarlo. (+)
(-)
–¿Vos lo que me pedís es que le firme el certificado de defunción, no?
–Sí, por favor, si no te pongo en mucho compromiso. Sé que es un montón, pero no quiero que abran a mi vieja y le revuelvan las entrañas cuando se murió de vieja. ¿Me entendés?
(+)
(-) Pienso en que es el gran amigo de papá, que me conoce desde que nací y que solo no fue mi padrino porque querían a alguien de la familia. Él bancó a papá en todas, y hasta alguna que otra vez me ayudó a mí también. Sé que es un buen tipo, y estoy segura de que, (+)
(-) probablemente, de tener el papel conmigo, consideraría seriamente el firmárselo. Pero la verdad es que no tengo porque siempre los que usé fueron los del hospital, y eso, debo confesar, en cierto punto me alivia. Igualmente trato de no darle vueltas demasiado a ese punto (+)
(-)para no sentirme culpable.
–Entiendo. El problema es que no tengo –le contesto–. Yo siempre usé los certificados del hospital y tampoco conozco a nadie que pueda tener alguno en su casa.
Pienso en los médicos de paliativos, en que tal vez ellos tengan, pero no, (+)
(-) ninguno de mis más amigos hace esa especialidad y no tengo la confianza con los pocos que conozco para llamarlos por algo así, menos que menos a esta hora.
–Ah. Perdón entonces. Perdón, perdón. Perdón que te desperté. No sabía cómo era.
(+)
(-) Repito el saludo genérico que le di antes, aunque en el fondo sí que me gustaría darle un abrazo, y cuelgo el teléfono.
Miro la hora. Son cerca de las cuatro. Cierro los ojos y trato de dormir las dos horas que me quedan. (+)
(-) Cuento –esta vez– mis inhalaciones y exhalaciones y trato de sentir el aire al pasar por cada punto de mi vía respiratoria como me enseñó un amigo que medita. Obligo a los músculos de mis hombros a relajarse. Sigo por los de la cara, las manos y los pies. (+)
(-) Me imagino tirada en el pasto con el vientito pegándome en la cara. En eso estoy cuando suena el teléfono de nuevo. “Número oculto”. Quiero gritar, llorar, revolear el aparato. Necesito desmayarme en mi cama, dormir diez horas de corrido. (+)
(-)
Atiendo sin preocuparme por ocultar mi mal humor.
–¿Sí? ¿Qué pasa? –largo de un gruñido.
–Pasa que me llamó el Negro. Dice que no le querés hacer el certificado –es mi viejo con más mala onda que la mía.
(+)
(-)
–Nada que ver –le ladro–. Yo los certificados los hago siempre con los del hospital y no tengo idea de cómo conseguir uno –sentencio.
Aunque en el fondo de mi mente una idea empieza a dar vueltas sobre si, de llamar a la policía, ellos no tendrán. (+)
(-) También pienso en si la vieja no estará forrada en plata y tal vez algún hermano del Negro la mató para heredarla. Ni siquiera me acuerdo de si tiene o no hermanos vivos, porque sé que uno se murió hace unos años. (+)
(-)
Espanto todos estos pensamientos de mi cabeza y vuelvo a contar mis inhalaciones.
–Dejame dormir, pa. Por favor, que mañana tengo guardia –le ruego.
–Está bien. Descansá. Solo espero que lo que me decís sea cierto.
(+)
(-)
Aprieto los puños, los dientes, frunzo hasta el cuero cabelludo y corto sin despedirme. Me levanto, revuelvo mi mesa de luz hasta que encuentro los puchos y salgo al balcón a fumarme uno. Lo apago, entro y prendo la tele. Ya no creo que pueda volver a dormirme.
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