Mañana acaba esta aventura. Si no saben de qué hablo, empiecen aquí (twitter.com/i/events/12330…).
Será mi último día en Twitter. De hecho, mi último día entre ustedes. Lo que he descubierto sobre el mundo que nos rodea me invita a escapar. Dentro hilo.
Será mi último día en Twitter. De hecho, mi último día entre ustedes. Lo que he descubierto sobre el mundo que nos rodea me invita a escapar. Dentro hilo.
Volvimos a casa. Las mismas calles. La misma gente. Pero nosotros éramos otros. Cómo convivir con un mundo que sabes es la creación de algún ente misterioso?
Sinceramente, ni yo ni mi hija sabemos aún quién controla todo esto. Pero sí sabemos que nuestra realidad no es más que una ficción desarrollada por alguien, una ilusión poblada por clones idénticos, fabricados para ser esclavos de un poder que permanece oculto.
Ella y yo somos extraños en ese mundo. Defectuosos. Indigos. Rompedores. Aquellos que fabricaron mal, y aún conservan su mente intacta. Somos los que, cuando el mundo calla, oímos la llamada. Los que entendemos que hay algo más que fantasmas y humo.
Volvimos a casa, sí. Pero ella estaba inquieta. “Aquí no estamos seguros” repetía. Había algo siniestro en ese lugar. No les ha pasado alguna vez que, aún estando a solas, oyen un zumbido profundo en los oídos? Desde hace unos días, el zumbido era cada vez más alto. Ensordecedor.
Era como si ellos estuviesen usando mecanismos para silenciar nuestra voz interior. Como si intentasen añadir interferencias. Estaban intentando domesticarnos. Como llevan haciendo cientos de años. Y ahora se habían intensificado el esfuerzo.
“El ruido viene de debajo”. Dijo ella hace unos días. “Bajo la casa. Hay algo”. Golpeaba el suelo del jardín como si llamase a las mismísimas puertas del infierno.
Normalmente no habría hecho ni caso. Pero había visto ya tanto, que no sabía qué creer. Y en ese momento, decidí creer a mi hija. La que se comunica con dioses Japoneses ancestrales. La que los Vanderbilt calificaron de extremadamente sensible. Ella sabía qué pasaba.
No me costó mucho conseguir una excavadora. Mi mujer trabaja en una empresa constructora. Dijimos que era para reparar unas cañerías. Y día y noche mi hija removió el terreno, y cavó con la precisión del que sabe exactamente lo que está buscando. 
A cada metro excavado, el ruido era más alto, como máquinas reventando nuestro cerebro. No sé cómo nadie se da cuenta. O quizás ese es un ruido que sólo nosotros, los rompedores, podemos percibir. Pero era cada vez más intenso.
Tras cuatro días, encontramos lo que estábamos buscando. Supongo que hay uno bajo cada casa. Con esa cosa controlan todo. No sabría explicarles qué es, pero parece algún tipo de emisor antiguo, diseñado para bombardearnos con mensajes día y noche.
Rápidamente tapamos el agujero con la misma tierra. El problema no son los Doppelgänger, o los niños Rompedores. Entendimos que todo el mundo que les rodea es falso. Un cascarón construido para que usted se comporte como ellos quieren. Su vida no es suya. Es de ellos.
Hemos decidido huir. Escondernos en un lugar que ellos no hayan podido fabricar. Un lugar primigenio, lleno de voces del pasado que nos enseñen el camino. Un lugar que sea silencioso, pero esté lleno de sonidos del mundo antiguo que haya que entender y descodificar.
La isla se muestra ante nosotros, desnuda, salvaje e inexplorada. Escribo esto usando una conexión de satélite. Mañana les daré mi último mensaje. Y, una vez se lo haya enviado, destrozaré este portátil con una roca. Y nos adentraremos en la espesura.
Espero volver de aquí un tiempo, cuando hayamos reconectado con el mundo real. Cuando entendamos totalmente qué está pasando. Cuando podamos liderar la lucha para liberarnos. Pero ahora lo más seguro es permanecer ocultos.
Sólo queda pues mi mensaje de despedida. Porque hay algo que ustedes deben hacer para que, a la larga, ganemos esta lucha. Pero eso será mañana. Donde estoy ya empieza a ponerse el sol, tenemos que hacer un campamento antes de que anochezca. Mañana acaba todo.
