Una voz pidiendo auxilio llama su atención.
Horrorizado, contempla el cuerpo de su vecina Paquita encima de un gran charco de sangre.
HILO 👇
- Me ayuda a recordar que un día fui actriz de teatro – les suele decir a los vecinos.
- ¡Paquita! ¿Dónde vas? – le gritan de una acera a otra.
- ¡A comprar a ver si veo algo para la cena que no sé qué hacer!
Conversaciones normales de un barrio cualquiera.
«Prefiero comprar un poco cada día porque así salgo y me distraigo».
- Mamá, ya te he dicho que sí que me gusta que salgas.
- ¡Pues parece que no!
- Lo que no quiero es que salgas con todas esas joyas puestas. Y encima a la vista de todos.
- ¡¿Qué va a pasar si todos los del barrio me conocen?!
Comienza a recordar…
- Venga, cierra los ojos – le insistía Pedro una tarde paseando en la playa.
Paquita y él ya llevaban tiempo como novios.
Ese olor a mar…
- ¿Pero por qué quieres que los cierre?
- Porque sí…Tú no los abras. Espera. Aún no…Espera…Ya.
- Pedro…Yo…No sé que decir.
Una lágrimas resbalaron por sus mejillas. Pedro tampoco podía hablar.
- Sí, Pedro sí. Te quiero.
- ...Y entonces puede venir alguien, darte un golpe y adiós. Que el barrio ha cambiado, mamá. Ya no es el barrio de antes.
- Lo que llevo encima es lo único que me queda del recuerdo de tu padre.
Sin embargo, ese día…
- ¡Uy, hola!
- ¿Eh? Ho…Hola, hola Paquita. Hola.
Comienza a sangrar abundantemente.
...
«A mí que me paguen con dinero, no con horas» pensaba de camino a casa.
Estaba cabreado; como siempre.
«¿Por qué le va tan bien a la gente y a mí no?»
- ¡Uy, hola!
- ¿Eh? Ho…Hola, hola, Paquita. Hola.
Sin pensárselo dos veces, golpeó a Paquita.
Lo suyo, no fue algo repentino. Llevaba varios días viéndola con esas joyas.
Cogió las joyas y salió del portal sin llamar la atención.
Tenía que hacerlo ya que vive en ese edificio y, además, siempre era puntual con la hora de regreso cuando salía de trabajar.
«Si llego más tarde, sospecharán. Además, la vieja ya ha muerto».
«¡Mierda!».
No podía dejarla con vida.
Lo había visto; incluso saludado.
«La vieja va a cantar».
Los ojos de Paquita, abiertos como platos, no dejaban de mirarlo.
«Sí, Pedro, sí. Te quiero».