No hace ni dice nada, y su mirada, está vacía.
Observo su cara y sus manos llenas de sangre sabiendo que, en pocos minutos, voy a ser testigo de los peores segundos de la vida de una persona.
HILO. 👇
- Compi, ya está aquí. ¿Dónde se sienta? – me dice un compañero.
Tardo un instante en reaccionar.
- Sí, ahí mismo, compi, ahí – contesto finalmente.
- ¿Nos quedamos?
- No hace falta. Si acaso no cerréis la puerta y está.
Es joven y delgado. Su cabello es oscuro y no muy corto; y sus ojos, vacíos y sin vida, son capaces de ver, pero no de mirar. Tras observarle unos segundos, me doy cuenta que está en estado de shock.
«Sin embargo, no me da ninguna pena.»
- ¿Qué ha pasado? – pregunté a mi compañero saliente.
- Algo muy jodido...
…
Estaba asimilando lo que iba a tener que presenciar hasta que la voz de mi compañero me sacó de mis pensamientos.
- Ya están aquí con él…
…
El hombre no dice nada, solo asiente. Su mirada sigue en el infinito; o tal vez en los sucesos ocurridos momentos antes.
Me interrumpe su llanto.
Es un grito desesperado.
O quizá, son momentos de lucidez en los que asimila qué ha pasado, dónde está y qué ha hecho.
- No…No… - repite una y otra vez.
Esconde la cabeza entre sus manos y se apoya en la mesa.
«Sin embargo, no me da ninguna pena.»
Se incorpora, pero no dice nada.
Descuelgo.
- ¿Cómo va eso? – reconozco la voz de mi jefe.
- Esto va lento. Bueno, lo rápido que se puede en su estado. A ver si acabo y subo a su despacho.
- Bien, tranquilo. Si necesitas algo bajo.
- No, jefe. Tranquilo.
Cuelgo.
No me mira.
Sus manos, manchadas de sangre, no paran de temblar de los nervios.
Está desesperado.
- No…No…- repite una y otra vez.
Rompe a llorar. Grita. Niega...
«Sin embargo, no me da ninguna pena.»
Un leve gesto de su cabeza me da a entender que ha entendido lo que le acabo de explicar.
Una voz quebrada, se escucha al otro lado.
- ¿Sí?
- Hola, es usted… - le pregunto
- Sí, soy yo.
- Mire, le llamo de la Comisaría…de Policía Nacional. Está aquí su hijo y dice que quiere hablar con usted. ¿Acepta usted la llamada?
Solo un llanto.
Llora tanto que no puede ni hablar.
- Sí, sí. Acepto.
- Toma. Tu padre acepta la llamada.
Él, con las manos temblorosas, coge el teléfono.
Se lo coloca en la oreja.
Entonces, por el auricular del teléfono, alto y claro, se puede escuchar el quejido más angustioso y lleno de dolor que he escuchado en toda mi vida.
- ¡Hijo!…¡Hijo!…
Es un llanto de decepción, de angustia, de ruina…
Durante medio minuto ninguno de los dos puede articular palabra. Tan solo llorar...
«Sin embargo, el hijo, no me da ninguna pena.»
- ¡Papá!…¡Papá!…
Y finalmente, el hijo, con un llanto que le impide incluso tragar saliva, consigue decir: