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–¿Estás ahí? –pregunta una voz masculina que me suena, aunque no logro ponerle nombre–. Te necesito para la guardia.
–No puedo. No doy más –contesto sin molestarme en preguntar quién es.
–Por favor. No viene nadie –ruega.
–Yo tampoco –le largo sin el más mínimo filtro.
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–Soreta –responde y creo que es el ruludo lindo de los viernes. No hago guardia con él hace un montón.
–Estoy fusilada, en serio –le largo a punto de quedarme dormida de nuevo.
–Siempre, pero me servís igual –se ríe.
–Es que no puedo, no me da la ficha tampoco.
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–Usás prestada. Te consigo.
–¿Y el jefe? ¿No era que no querían que usemos prestada?
–Con el tema corona no va a tener drama.(+)
–Hmm.
–En serio te digo. Yo le hablo –intenta convencerme.
–¿Y tus compañeros?
–La Cuca con pérdidas, Rolo con tos y fiebre así que en cuarentena, la cheta con un esguince de la última falange del meñique o algo así, y la Negra con el nene enfermo.
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–¿Llamaste a la pelirroja? ¿Al petiso? ¿A la Flaca?
Le tiro todas las opciones que se me ocurren con tal de no ir. Hice tres guardias y media en los últimos seis días y no tengo intenciones de salir de mi cama antes del mediodía.
–Te digo que nadie puede –contesta.
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–Yo tampoco, te juro. No me responden las piernas. Necesito dormir. Decile al jefe que llame a alguien, no sé. No puedo.
–Gracias –me larga serio.
–Perdón.
–Sí. Sí –gruñe y corta.
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Cierro los ojos y me tapo hasta las cejas. Cuento mis inhalaciones y exhalaciones. La canción del celular se me instala en la cabeza y no se quiere ir. Canto para adentro una canción de misa de cuando era chica con tal de taparla. Sale un mix. Cuento de cien para atrás de (+)
Me despierto agarrándome la cabeza. Mi respiración es rápida. Tengo la remera que hace de pijama empapada –sobre todo en la espalda y en el pecho– y la frente me chorrea. (+)
Me meto en la ducha. Dejo que me pegue en los hombros y bajo la cabeza. Me duermo unos segundos contra la pared. (+)
–Usted entonces me puede decir cómo hago alcohol en gel –escucho que dice.
Sigo con los ojos cerrados y me hago la dormida.
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–En serio, es que no hay para comprar y me da miedo –sigue.
Giro la cabeza hacia la ventanilla e intento no escucharlo.
–Porque acá sube de todo, extranjeros, viajeros… y yo tengo hijos, ¿sabe? También tengo mujer, claro. Ella quiere
que trabaje de otra cosa, pero esto (+)
Me da pena.
–Disculpe –lo freno–. La verdad es que no soy bioquímica, solo dije eso porque cada vez que digo que soy médica me hacen consultas, y la verdad es que necesito dormir.
–Ah. ¿O sea que no sabe hacer alcohol en gel?
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–No. Ni tengo, yo. Y ahora voy a dormir un rato, que se me viene una guardia pesada.
–Ah, sí, claro. Disculpe.
Me da frío por el aire y me tapo con el saquito. Me acurruco contra el asiento, cierro los ojos otra vez y cuento mis respiraciones.
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–Pero entonces, si es médica, me puede decir qué cosas hacer para no contagiarme, ¿no?
Aprieto los ojos, las muelas, los puños.
–En serio, lo último y la dejo dormir –insiste.
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–No lleve gente enferma –arranco–, compre alcohol al setenta por ciento o busque cómo hacerlo en internet y limpie el taxi cada tanto con eso, lávese seguido las manos y use ese alcohol, aunque se las va a secar, pero si no consigue alcohol en gel, use ese…
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–¿Y algo que no me las reseque? Porque se me parten –dice y se mira las uñas.
–No sé. Soy forense –miento.
Veo por el espejo retrovisor que abre mucho los ojos. Frena de golpe y temo que se haya enojado. De repente me larga un número.
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–¿Qué? –pregunto.
–Es lo que marca –dice mientras me señala el reloj.
Miro por la ventanilla. Llegamos. Le pago y bajo. Tardo en cerrar la puerta. Tengo ganas de decirle que me lleve de vuelta a mi cama. (+)
–¿Le parece que son horas de llegar? –responde.
(+)
Quiero decirle que hoy no me tocaba venir, que estoy muerta y que, si no le gusta, me vuelvo a mi casa, que agradezca que vine porque no tiene médicos en su guardia y que mejor que me trate bien o vuelo.
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–Recién me pidieron que venga porque faltaba gente –le largo en su lugar y sigo hacia el estar médico.
Aparece el ruludo. Es alto, de hombros anchos y pelo castaño oscuro. Me abraza y me quedo dura. Trato de mover los brazos, pero no puedo.
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–Gracias. Gracias. Gracias –pronuncia feliz–. Bienvenida al infierno.