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#CosasQuePasanPorSerMédica #19. Giro en la cama. Alguien canta y me despierta. Siento que me acabo de dormir. Miro alrededor en un intento de dilucidar si estoy en la guardia o en casa mientras la melodía sigue sonando sin que logre encuadrarla en mi cabeza. (+)
(-) Reconozco mi silla repleta de ropa sucia y el cuadro que compré hace unos meses. La música frena unos segundos y vuelve a empezar. Recién ahí caigo en que es mi celular al que le cambié el ringtone porque me había aburrido. Tanteo la mesa de luz: no lo encuentro. (+)
(-) Busco en la cama al lado mío; tampoco. Sigo el sonido hasta hasta el living. Está en el piso junto al sillón en el me quedé dormida anoche. Para cuando llego, ya cortaron. Miro la hora: siete y veinte de la mañana. También constato que es mi día libre y puteo para adentro.(+)
(-) En la pantalla se ve el simbolito de la llamada perdida y abajo dice “Número desconocido”. Me pregunto si será alguien de mi familia. Miro al techo y ruego porque no se haya muerto nadie, no solo porque no me siento capaz de sobrevivir un hecho del estilo, sino también (+)
(-)porque no tengo ni fuerzas para ir a un velatorio, mucho menos para organizar uno. Pienso en llamar a mi viejo que sigue con el número configurado como privado pese a mi insistencia acerca de la importancia de que lo cambie. (+)
(-) La pantalla se vuelve más oscura y caigo en que la batería está en tres por ciento. Vuelvo a la habitación, enchufo el aparato y me acuesto hasta que cargue un poco. Cierro los ojos. “Solo unos segundos”, me miento. Estoy soñando con el nene que dibujaba al lado de su mamá(+)
(-) a la que estaban por subir a quirófano por una apendicitis cuando suena de nuevo. Atiendo sin abrir los ojos. No pronuncio ni un “hola”. Me quedo en silencio y espero a que alguien me hable.
(+)
(-)
–¿Estás ahí? –pregunta una voz masculina que me suena, aunque no logro ponerle nombre–. Te necesito para la guardia.
–No puedo. No doy más –contesto sin molestarme en preguntar quién es.
–Por favor. No viene nadie –ruega.
–Yo tampoco –le largo sin el más mínimo filtro.
(+)
(-)
–Soreta –responde y creo que es el ruludo lindo de los viernes. No hago guardia con él hace un montón.
–Estoy fusilada, en serio –le largo a punto de quedarme dormida de nuevo.
–Siempre, pero me servís igual –se ríe.
–Es que no puedo, no me da la ficha tampoco.
(+)
(-) (Me refiero a la ficha municipal, el número con el que firmamos, que nos permite hacer diez guardias en un mes, y si nos pasamos, no las cobramos).
–Usás prestada. Te consigo.
–¿Y el jefe? ¿No era que no querían que usemos prestada?
–Con el tema corona no va a tener drama.(+)
(-)
–Hmm.
–En serio te digo. Yo le hablo –intenta convencerme.
–¿Y tus compañeros?
–La Cuca con pérdidas, Rolo con tos y fiebre así que en cuarentena, la cheta con un esguince de la última falange del meñique o algo así, y la Negra con el nene enfermo.
(+)
(-)
–¿Llamaste a la pelirroja? ¿Al petiso? ¿A la Flaca?
Le tiro todas las opciones que se me ocurren con tal de no ir. Hice tres guardias y media en los últimos seis días y no tengo intenciones de salir de mi cama antes del mediodía.
–Te digo que nadie puede –contesta.
(+)
(-)
–Yo tampoco, te juro. No me responden las piernas. Necesito dormir. Decile al jefe que llame a alguien, no sé. No puedo.
–Gracias –me larga serio.
–Perdón.
–Sí. Sí –gruñe y corta.
(+)
(-)
Cierro los ojos y me tapo hasta las cejas. Cuento mis inhalaciones y exhalaciones. La canción del celular se me instala en la cabeza y no se quiere ir. Canto para adentro una canción de misa de cuando era chica con tal de taparla. Sale un mix. Cuento de cien para atrás de (+)
(-) cuatro en cuatro. Hago coincidir el número que toca con las fases de la respiración. Mi pierna derecha sale despedida hacia afuera y me sacudo. Pienso en la hermana de mi vecina que no quiere vacunar a su beba, en mi compañera que lee los labios porque tuvo meningitis (+)
(-) de chica, en los hijos de uno de los enfermeros que ayer jugaban en el office de ellos porque la esposa está enferma y no consiguió quién se los cuide, en el gato que mi amiga pretendía que yo le castre y en el jefe que se lo pasófumando en la reunión del coronavirus (+)
(-) sin preguntar si a alguien le molestaba. Vuelvo a las canciones de misa. Mi espalda se hunde en el colchón. Estoy sola en el hospital. No hay enfermeros, camilleros y mis compañeros no aparecen. Le digo al jefe y me dice que no me queje y que trabaje. (+)
(-) Llevo a uno con un ACV a tomografía y, cuando vuelvo, hay un apuñalado que se desangra. Llamo a cirugía: no atienden. Le aprieto con apósitos y grito por el emergentólogo que no viene. El hombre me pide que lo salve. Yo aprieto fuerte, pero la sangre se escurre por los (+)
(-) costados. Le empieza a salir también por la boca, por los ojos, por los oídos.
Me despierto agarrándome la cabeza. Mi respiración es rápida. Tengo la remera que hace de pijama empapada –sobre todo en la espalda y en el pecho– y la frente me chorrea. (+)
(-) Siento que el corazón se me va a salir. Intento controlar mi respiración. Me saco la remera mojada y la tiro al piso. Me paso la sábana por la frente, el cuello, el pecho, por los surcos miserables debajo de las tetas y por la espalda. Miro la hora. Ocho y cinco. (+)
(-)“Me baño y voy”, le mando al ruludo. (No pienso ir toda transpirada). Contesta con un meme de Elvis bailando.
Me meto en la ducha. Dejo que me pegue en los hombros y bajo la cabeza. Me duermo unos segundos contra la pared. (+)
(-) Shampoo, crema, jabón y agua. Me lavo los dientes mientras termino de enjuagarme. Salgo. Me seco, me visto y chequeo que no me falte nada en la mochila. Agrego unas muestras de antibióticos que guardo para los pacientes y bajo a buscar un taxi para no llegar tan tarde. (+)
(-) Pasan muy pocos y están todos llenos. Camino hasta la parada del colectivo. Justo lo veo venir. Levanto la mano –igual que las ocho personas que hay adelante mío en la fila–, pero sigue de largo. Estaba abarrotado de gente. Espero el próximo. (+)
(-) Llega igual y logran subir solo tres personas. Le mando un mensaje al ruludo explicándole mi demora. “Tranki-panki”, contesta y me pregunto cuántos años tendrá. Aparece un taxi vacío y le salto prácticamente adelante. Frena a tiempo y por un segundo no sé si me alegro.(+)
(-) Subo y le doy la dirección. Me pregunta si soy doctora y miento que bioquímica. Cierro los ojos decidida a dormir.
–Usted entonces me puede decir cómo hago alcohol en gel –escucho que dice.
Sigo con los ojos cerrados y me hago la dormida.
(+)
(-)
–En serio, es que no hay para comprar y me da miedo –sigue.
Giro la cabeza hacia la ventanilla e intento no escucharlo.
–Porque acá sube de todo, extranjeros, viajeros… y yo tengo hijos, ¿sabe? También tengo mujer, claro. Ella quiere
que trabaje de otra cosa, pero esto (+)
(-) es lo mío, la calle.
Me da pena.
–Disculpe –lo freno–. La verdad es que no soy bioquímica, solo dije eso porque cada vez que digo que soy médica me hacen consultas, y la verdad es que necesito dormir.
–Ah. ¿O sea que no sabe hacer alcohol en gel?
(+)
(-)
–No. Ni tengo, yo. Y ahora voy a dormir un rato, que se me viene una guardia pesada.
–Ah, sí, claro. Disculpe.
Me da frío por el aire y me tapo con el saquito. Me acurruco contra el asiento, cierro los ojos otra vez y cuento mis respiraciones.
(+)
(-)
–Pero entonces, si es médica, me puede decir qué cosas hacer para no contagiarme, ¿no?
Aprieto los ojos, las muelas, los puños.
–En serio, lo último y la dejo dormir –insiste.
(+)
(-)
–No lleve gente enferma –arranco–, compre alcohol al setenta por ciento o busque cómo hacerlo en internet y limpie el taxi cada tanto con eso, lávese seguido las manos y use ese alcohol, aunque se las va a secar, pero si no consigue alcohol en gel, use ese…
(+)
(-)
–¿Y algo que no me las reseque? Porque se me parten –dice y se mira las uñas.
–No sé. Soy forense –miento.
Veo por el espejo retrovisor que abre mucho los ojos. Frena de golpe y temo que se haya enojado. De repente me larga un número.
(+)
(-)
–¿Qué? –pregunto.
–Es lo que marca –dice mientras me señala el reloj.
Miro por la ventanilla. Llegamos. Le pago y bajo. Tardo en cerrar la puerta. Tengo ganas de decirle que me lleve de vuelta a mi cama. (+)
(-) Cierro los ojos respiro hondo y largo fuerte el aire. Siento que la puerta se me escapa. Miro y el taxi desaparece hacia el semáforo. Camino hasta la entrada. Veo al jefe y lo saludo.
–¿Le parece que son horas de llegar? –responde.
(+)
(-)
Quiero decirle que hoy no me tocaba venir, que estoy muerta y que, si no le gusta, me vuelvo a mi casa, que agradezca que vine porque no tiene médicos en su guardia y que mejor que me trate bien o vuelo.
(+)
(-)
–Recién me pidieron que venga porque faltaba gente –le largo en su lugar y sigo hacia el estar médico.
Aparece el ruludo. Es alto, de hombros anchos y pelo castaño oscuro. Me abraza y me quedo dura. Trato de mover los brazos, pero no puedo.
(+)
(-)
–Gracias. Gracias. Gracias –pronuncia feliz–. Bienvenida al infierno.
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