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#CosasQuePasanEnLaGuardia #91. EL INFERNO. PARTE 1.
–¿No viene nadie más entonces? –le pregunto al ruludo tras mi bienvenida.
–Solo vos, genia –me endulza.
Revoleo los ojos como cuando era adolescente y mi vieja me retaba.
(+)
(-)
–No puede ser. No se puede hacer la guardia de a dos. ¿Le dijiste al jefe? –lo increpo.
–No le importó que fuera yo solo, menos le va a importar que seamos dos –se ríe.
Me saca su risa. No es para reírse.
–¿Pero le explicaste bien? ¿No querés que hable yo? –insisto.
(+)
(-)
–Ni chupándosela vas a conseguir que haga algo, creeme… Y no me vengas con que la chupás muy bien porque tampoco –se ríe de nuevo.
Otra vez mis ojos se van para arriba y me trago la respuesta.
Vamos para los consultorios. La lista es eterna. (+)
(-) Tres personas están anotadas como posible dengue y una tiene une “E” al lado. Fuera de eso, hay gastroenteritis, dolores abdominales y muchísimas gripes…
–¿Qué es la “E”? –le pregunto al ruludo.
–¿Extranjero? –levanta los hombros.
(+)
(-)
No tengo ni fuerzas para preguntarle al orientador qué quiso poner, ni para pedirle que anote bien. Necesito un café, pero hay demasiados pendientes como para salir a comprarme.
El ruludo llama al primero de la lista, una gastroenteritis.
(+)
(-) Tachados encima quedaron dos síndromes gripales, una reacción alérgica y un Herpes Zóster (lo que la gente conoce como la culebrilla), que debe haber visto antes de mi llegada. Yo opto por llamar al primero de los anotados como dengue que me parece que tienen prioridad. (+)
(-)Salgo y pronuncio el apellido.
–Me toca a mí –se queja una mujer morocha de pelo demasiado lacio que no llega a los cincuenta. Se me acerca mientras lo pronuncia.
–No se atiende por orden de llegada, sino por orden de gravedad –le explico.
(+)
(-)
–Claro, como el que pasó recién que se iba a morir de la diarrea. Porque nos dijo. Nos dijo a todos. Que se cagaba encima dijo. Lo repitió y lo repitió. Y eso no es grave, ¿no? Pero a mí que estoy más grave me saltean.
La miro. Se la ve sumamente entera.
(+)
(-)
–Entiendo su disgusto, pero créame que la persona a la que estoy llamando tiene algo mucho más grave que lo suyo.
–¿Y cómo sabe? –me ladra.
–Mire, hay un médico orientador que pone los diagnósticos y nosotros llamamos por orden de prioridad según la patología. Si tiene (+)
(-) algún problema, háblelo con el jefe –le contesto de la misma forma en que me habló.
Repito el apellido que llamé antes, pero esta vez más fuerte. Un hombre que viene caminando desde lejos levanta la mano. (+)
(-) Se acerca inclinado hacia adelante, de a pasos chiquitos que parecen costarle. Tiene el cuerpo envuelto con los brazos, casi como si estuviera abrazándose. Frena cada unos metros, mira a la gente y reanuda la marcha como si temiera que la que sacaran el lugar. (+)
(-)
–Tranquilo que ya expliqué que usted tiene prioridad –le digo.
La señora lacia resopla.
El hombre llega finalmente a la puerta. Entra y cierro con traba. Le indico que se siente y me hace con la mano que espere.
(+)
(-)
Saca unos papeles de un morral de tela gris topo que trae colgado y los pone sobre la camilla. Se apoya en el borde de la misma con los brazos extendidos, respira hondo un par de veces, se seca la frente con el antebrazo peludo y finalmente se sienta.
(+)
(-)
Anoto sus datos filiatorios. Tiene setenta y tres, aunque parece de más. Es argentino y viene de Misiones, aunque me nombra que creció en un pueblo que no tengo idea dónde queda y vivió en otros que tampoco. Viajó hace unos días en auto con su hijo y su nuera que (+)
(-) se lo quisieron traer para acá porque allá vive solo.
–Y no sé pa’ qué me trajeron si trabajan y trabajan y acá estoy, solo.
–Bueno, pero seguro que cuando salen de trabajar lo cuidan –le acaricio la espalda.
Me hace acordar a mi abuelo más bueno. (+)
(-)
–Salen cansados, tarde… –se queja y su “D” es casi muda.
–Déjeme cuidarlo a mí entonces. A ver qué puedo hacer por usted –le sonrío–. ¿Qué lo trae por acá?
–Tengo el dengue.
–¿Y por qué piensa eso?
(+)
(-)
–Miremé. Toy to’ picado –apenas pronuncia la “D” otra vez– y me duele to’. Además, mire… –señala los papeles.
Mientras más habla, más se le acelera la respiración, aunque no parece notarlo. Reviso lo que me muestra. Son laboratorios y un electro. Nada ahí sugiere un dengue.+
(-)
–¿Y fiebre tuvo? –interrogo.
–Sí, como cuarenta y uno –levanta la mano al costado de su cuerpo como cuando mi ahijado dice que algo es un montón.
–¿Pero se puso un termómetro?
(+)
(-)
–No necesito –responde mostrándome su mano.
Me acuerdo de cuando mi papá calculaba la temperatura que yo tenía apoyándome los labios en la frente. Le erraba casi siempre, pero él se creía infalible.
–Entiendo, el tema es que yo sí lo necesito. Déjeme que le ponga uno.
(+)
(-)
–Será usté porfiada… –dice y lo pronuncia algo así como “porfiaá”.
Me río y se lo coloco junto con el saturómetro.
–Cuénteme qué más siente –sigo.
–Tengo la cabeza así… así como que me vuela –explica sacudiéndola para los costados–, eso y como que me voy, casi que (+)
(-) me caigo…
–¿Y algo más?
–Me canso. Me canso y me duele to’ –se aprieta los brazos. Mi saturómetro se cae al piso y se lo vuelvo a poner–. Y la cabeza vuela y los ojos se quieren salir.
–¿Le duelen los ojos?
–Me queman –se los refriega.
(+)
(-)
Recién ahí tose por primera vez, y no es una tosecita. Suena húmedo, a que mueve moco. Y la primera tosida se encadena con otra y otra. Finalmente su garganta ruge y me hace señas para que le alcance el tacho, dentro del que escupe. Trato de evaluar las características (+)
(-) de lo que sacó.
Entre papeles de galletitas del desayuno, sueros usados y gasas sucias es difícil de dilucidar.
–¿Tose seguido así? –indago.
Hace que sí con la cabeza.
–¿Siempre? ¿Fuma usted?
(+)
(-)
Hace que no y vuelve a toser. Esta vez me apuro a sacar una gasa del bolsillo y le pido que escupa en ella. Me mira con cara de “acá no va a entrar”, pero lo hace y me la extiende medio rebalsada. Me pongo guantes para recibirla y miro. Su esputo es amarillo verdoso, (+)
(-)por suerte sin sangre.
–¿Hace cuánto que viene con esta tos? –le pregunto.
–Como tres días o así…
–¿Fumaba antes?
–No me enveneno, le dije.
Miro el saturómetro. Marca noventa y uno, que es algo bajo para alguien que nunca fumó.
(+)
(-)
El termómetro indica treinta y nueve y medio.
–¿Viajó a algún lado que no sea de Misiones para acá? ¿Estuvo con alguien que haya viajado al exterior? –le pregunto para no comerme un coronavirus.
–Con qué quiere que viaje si soy jubilado. Toda una vida de maestro pa’ cobrar(+)
(-) dos centavos.
–¿Y su hijo o su nuera? ¿O alguna otra persona con la que haya estado?
Gira la cabeza hacia la derecha y hacia la izquierda.
–Pobres. Somos todos pobres –sentencia.
Le acaricio la espalda de nuevo.
(+)
(-)
–Tiene afectos que es lo más importante.
–Esos no pagan las cuentas –se queja y arranca otra vez a toser.
–Le voy a traer un poco de oxígeno y seguimos charlando –le sonrío.
Voy para el office de enfermería, (+)
(-) busco una cánula de oxígeno y me cruzo a mi compañero ruludo.
–¿Seguimos teniendo indicado no nebulizar a nadie para no aerosolizar? –le pregunto.
(aerosolizar = desparramar gérmenes por el aire)
Sube y baja la cabeza.
(+)
(-)
–Solo a asmáticos y a EPOC que estemos seguros que no son casos sospechosos se puede.
Me muerdo el labio de abajo.
Agarro una cánula, hago las órdenes de laboratorio para el señor y las dejo donde van.
–¿Qué estás viendo? –me pregunta.
(+)
(-)
–Uno con tos con expectoración purulenta y fiebre. Viejito. Todavía no lo ausculté.
–Pero no había nada respiratorio en la lista.
–Estaba anotado como dengue –le aclaro.
Sacude la cabeza en señal de que no puede ser.
(+)
(-)
–Está el consultorio nueve, de los respiratorios, que quedó libre hace un rato si querés nebulizarlo un poco y después ventilamos.
–Puede ser. Lo reviso y veo –sonrío desde mi cansancio.
(+)
(-)
Vuelvo con mi paciente, le pongo la cánula y le escucho la espalda. Del lado derecho abajo no le entra nada de aire, y, por encima, tiene crepitantes (ruidos que hacen pensar en una neumonía). El otro lado tiene ruidos de moco más que nada, pero no se lo escucha sano. (+)
(-)
Le tomo la presión. Está apenas alta. La frecuencia de sus inhalaciones y exhalaciones sí que está bastante aumentada. Le pido a los enfermeros que le pasen un corticoide y busco a un camillero para hacerle una placa. Sorpresivamente, llega en diez minutos mientras le (+)
(-) están colocando la vía.
–Vuelo en quince –me dice.
–Pero no me vayas a dejar clavada –lo prevengo.
–Cómo me dice eso, doqui. Yo nunca le fallo a usté.
Ladeo la cabeza y lo miro con un ojo entrecerrado. Se ríe.
(+)
(-)
–Será bruta… –escucho que se queja el anciano.
Veo que la enfermera le pone un algodón, una cinta y sale del consultorio con la bandeja con el descartador, la jeringa con sangre y los tubos de colores.
–Yo así no trabajo –sentencia.
(+)
(-)
–¿Qué pasó?
–Tiene unas venas horribles y me dice bruta… –arranca mientras va llenando los tubos–Encima de que estoy sola para todo… No, yo no estoy para esto. No. No. No.
Quisiera abrazarla, pero sé que no debo. Me pongo un guante limpio y le acaricio la espalda. (+)
(-) Larga un par de lágrimas.
–Estoy desde las doce de la noche –me cuenta–. Nadie quiere venir.
–Sí, nosotros somos solo dos.
–No se puede. No puede ser –larga con bronca.
Llamo al supervisor de enfermería y le digo que la enfermera de consultorios necesita ayuda.
(+)
(-)
–¿Y qué querés que haga? –me escupe.
–¿Traer a alguien de otro servicio? No sé. Es la guardia, está repleta y estamos en medio del caos del coronavirus con dengue y de paso, sarampión.
–¿Vos te creés que yo no lo sé eso? Pero no puedo inventar gente.
(+)
(-)
Entiendo que no voy a obtener ninguna solución por este lado. Lo dejo mascullando su mala onda, corto y busco al jefe de guardia.
–¿Y no pueden sacar sangre ustedes? –me pregunta mientras mira el celular.
No puedo creer lo que escucho.
(+)
(-)
–No es solo sacar sangre. Es sacar sangre, poner vías, poner sondas, colgar antibióticos, sumado a que hay mil pacientes para atender y somos solo dos médicos.
–¿Pero tan mal está la cosa, che? –pregunta.
No sé si trabaja en una guardia paralela o si se hace el gil nomás.
(+)
(-)
–No somos ni la mitad de los que tendríamos que ser y encima faltan enfermeros y hay un solo camillero. Venga a los consultorios a ver si quiere, lo invito.
Pone mala cara.
–Está bien, vos tranquila que yo me ocupo.
(+)
(-)
Vuelvo al consultorio. El paciente sigue con el oxígeno, sin vía y sin camillero. Lo reclamo. Dicen que fue a quirófano y enseguida viene.
Me acerco a la lista. Mi compañero está por tachar a la que seguro es la maleducada que no estaba mal. Le freno la mano.
(+)
(-)
–¿Por qué no llamamos a los más graves primero? Esa se queja por la espera, pero se la ve bien.
–Tenés razón, estoy detonado. Cuatro guardias en seis días, tipo vos.
Me siento mal por haberle dicho que no venía más temprano cuando me llamó.
(+)
(-)
–Uh… ¿Muchas bocas que alimentar? –indago.
–Mi perro, mi gato, pasarle algo a mis viejos y ahorrar para viajar a la bosta cuando se termine esta mierda.
Ya me cae bien.
Nos ponemos de acuerdo. Yo veo a la anotada como “dengue” y el a la “dengue extranjera”. (+)
(-) Él sale a llamar a ambas, las hace pasar y le dice a la mujer ultra-lacia que las cosas son como yo ya le expliqué. Escucho protestas y luego el portazo. Pone la traba. Siento a mi paciente frente al hombre de la presunta neumonía, junto a una mujer con una reacción (+)
(-)alérgica y suero que duerme contra los azulejos.
–La interrogo en el consultorio de respiratorios vacío que te dije. Cuando traigas al tuyo la saco, igual –me informa el ruludo.
–Sí, a él lo llevan a rayos y recién ahí en silla lo mando para allá –respondo.
(+)
(-)
Se aleja y yo vuelvo con mi paciente nueva. Tiene un nombre con “Y” muy de diva y su DNI es de extranjera. Su edad, dicecinueve. Su madre, en camino.
–¿Con qué te puedo ayudar? –arranco.
(+)
(-)
–Dolor de cabeza, mucho. Fiebre, mucha. Brazos que me matan, mal. Y vengo de Paraguay. O sea, dengue.
Lo dice así, con diagnóstico y todo, aunque decido indagar un poco más.
(+)
(-)
–¿Pero usás repelente? Y no hablo solo de en tu tiempo en Paraguay, acá también hay que usar, hay mucho dengue.
–Uso, sí, pero entre pileta, calor y joda a veces me olvido –revolea un chicle adentro de su boca y se ríe.
(+)
(-)
–Es que en esos lugares sobre todo, es que no tenés que olvidar.
–Bueno, bueno. Sí, ya sé, mamá, ya sé –se burla.
Tengo ganas de cachetearla.
–Ahora ya lo tengo –sigue–. ¿Qué me van a hacer? ¿Me tienen que dar un antibiótico, no?
(+)
(-)
–Pará –la freno–. Primero hay que ver si es realmente dengue.
–Dolor de cabeza, de músculos, fiebre y vengo de Paraguay. Es dengue –contesta con soberbia.
–Primero te voy a revisar y a hacer un laboratorio. Todavía no es nada confirmado –sentencio mientras le pongo el (+)
(-) termómetro.
–Vas a ver, doctora. Es dengue –sigue.
Hago que no la escucho. Le pongo el saturómetro y le escucho le espalda. El aire le entra perfecto. Le miro las conjuntivas (lo blanco del ojo) a ver si están amarillas, nada. Adentro del párpado inferior se ve rosado, (+)
(-) lindo, no parece anémica. Le saco el termómetro.
–Treinta y siete - uno –le muestro.
–Viste que tenía fiebre –sonríe con la misma soberbia de antes y me muestra el chicle que no deja de mascar desde que entró.
–Eso no es fiebre –gruño–. Fiebre es más de treinta y ocho –la(+)
(-) instruyo.
–No importa. Tuve como cuarenta.
–¿“COMO cuarenta”? –pregunto enfatizando ese “como” que sonó a que es lo que más o menos le calculó–. ¿Te pusiste un termómetro?
–Si, bocha de veces. Cuarenta de promedio.
No le creo nada.
La reviso entera.
(+)
(-) Tiene una equimosis (moretón) en el costado del abdomen, aunque no parece importante. Le pido una placa de tórax, un laboratorio y, según eso, le explico que tal vez le haga una eco abdominal. Ella hace que sí con la cabeza y sigue mascando chicle con su sonrisa odiosa.
(+)
(-)
Llega el camillero. Lleva al señor de la probable neumonía a rayos y lo mandan de vuelta porque no tiene barbijo. No tengo para ponerle, y tampoco es un caso sospechoso de corona. Volvemos a rayos, esta vez voy con el paciente y el camillero y hablo con los técnicos. (+)
(-) Tienen indicación de que nadie entre al servicio con tos y sin barbijo. Les explico que no viajó, que no tiene contacto con nadie que haya viajado y que parece una neumonía por la clínica.
–Igual –entonan al unísono.
Vamos para la guardia.
(+)
(-)
–Mire que yo estoy solo para todo, doqui –me dice el camillero.
–Ya te lo resuelvo –le digo mientras me apuro delante de ellos para buscar al jefe.
No lo encuentro. Revuelvo cada office de enfermería por el que paso. No hay barbijos en ninguno. Le cuento la situación al (+)
(-) ruludo.
–Yo tengo uno acobachado. Mentalidad de R1 forever –contesta.
Creo que lo amo.
Se mete en nuestro estar y vuelve con lo que en este momento me parece que es oro. Se lo pongo al paciente y recién ahí caigo en que vengo atendiendo sin ponerme uno. (+)
(-)
Le pido al camillero que lo lleve y que después lo deje en el consultorio de respiratorios y sigo en la búsqueda del jefe. Me dicen que está en la habitación. Me niego a aparecerme ahí, así que consigo su número y lo llamo. Le cuento lo sucedido.
(+)
(-)
–Vení a la habitación que te firmo para que retires unos de farmacia –responde.
Me lo imagino en calzones tipo slip, con cara de dormido, con medias rayadas, rascándose la panza.
–No puedo ir. Estoy recibiendo una ambulancia. Por favor, venga –le miento y corto.
(+)
(-)
Vuelvo a la chica de los cuarenta a ojo. Sigue mascando chicle y todavía no le sacaron sangre. Le indico que, apenas la pinchen, por favor espere afuera, que necesitamos la camilla para atender.
–No te preocupes, yo acá no me quedo. No pienso infectarme –dice como si el (+)
(-)dengue no fuera infeccioso.
No le contesto.
Vuelvo a la lista. El orientador acaba de agregar a un hombre anotado como “abdomen agudo”. Salgo y lo llamo.
–Basta. No puede ser. ¿Y yo? –pregunta la hiper-lacia.
–Como le dije, llamamos por orden de prioridad –le respondo (+)
(-)mientras le señalo al hombre que viene doblado del dolor.
–Lo mío es media hora. Menos. Quince minutos. Diez. Me da un antibiótico y me voy –insiste.
–Es que, si es así y no es nada grave, no es para la guardia de un hospital de un hospital sino para una salita. Estamos(+)
(-) en medio del caos, señora, y usted viene acá, por algo que no es grave, ¿a qué? ¿A contagiarse? –le largo.
–¿Cómo me va a decir eso? ¿Usted que sabe si lo que tengo es grave o no, si no me revisó? Usted es una irrespetuosa.
(+)
(-)
–Yo solo soy una médica que está agotada. Una médica que no puede entender cómo la gente no respeta las guardias y cómo no se respetan entre sí –las palabras brotan solas desde mi impotencia.
La mujer se queda callada. Me mira con odio, pero no dice nada más. (+)
(-)
Hago pasar al hombre del abdomen agudo y lo siento en la camilla de la que saqué hace un ratito nomás al de la presunta neumonía. Apenas se acomoda, sus gestos se relajan. Me quedo mirándolo.
(+)
(-)
–A ver si usted le da a lo que tengo –empieza–, porque tus colegas vienen mal.
–Hola, ¿qué tal? ¿Cómo está? ¿Cómo se llama? –lo freno.
Noto que ya no se agarra el abdomen como antes. Tiene sus brazos alrededor, pero se nota que algo se aflojó. (+)
(-)
Me dice su nombre y su apellido. Le pregunto la edad y el DNI. Dice tener sesenta y cinto y me dicta un número que no resulta acorde a su edad.
–¿Ese DNI es de acá? –pregunto.
–De Bolivia es.
–¿Cédula Boliviana entonces?
Asiente.
(+)
(-)
–Le aseguro que si me lo dice es más fácil –no me puedo contener.
Se ríe.
–¿Vive en capital o provincia? –le pregunto para anotar en el libro.
Me contesta una calle que desconozco con la altura respectiva.
(+)
(-)
–¿Y eso dónde queda? –insisto.
Levanta los hombros.
–En lo de mi hijo –murmura.
Asumo que es de los que no viven acá y que vienen para hacerse ver. Tenemos muchos de esos. Ni me gasto en indagar al respecto.
–¿Y qué le anda pasando? –interrogo.
Se agarra el abdomen.
(+)
(-)
–Me duele acá. Me duele mucho.
–¿Y hace cuánto le duele? –profundizo.
–Hace como unos dos meses, ya.
–¿Y se hizo ver?
(+)
(-)
–Por todos lados, señora –me dice mientras saca de una bolsa de tela un montón de papeles.
Le muestro que no llevo anillo y recalco con una sonrisa:
–Señorita.
Me hizo sentir vieja, y una cosa es que yo lo diga, pero otra es que me lo hagan sentir.
(+)
(-)
–Perdone, es que la hacía casada y con niños –sigue embarrándola.
Me pongo a revisar los papeles con tal de cambiar de tema. Trae una tomografía, un laboratorio, una endoscopía y una colonoscopía. Es todo normal. Tiene, además, una lista de medicamentos que incluyen (+)
(-) omeprazol para el estómago y trimebutina para su intestino.
–¿Sabe qué pasa? –dejo los papeles sobre la camilla–. Es que usted ya está completamente estudiado, y no hay mucho más que yo pueda resolverle por guardia. Va a tener que ir por consultorios y que le hagan estudios(+
(-) más específicos.
–¿Y me va a dejar así nomás? Me duele –apenas lo pronuncia se agarra fuerte el abdomen como en la sala de espera.
–Es que dudo poder hacer demasiado. Va a tener que ver a un gastroenterólogo.
–Tengo turno, pero para un mes. Y duele.
(+)
(-)
Indago sobre dónde es el dolor. Me marca todo el abdomen. Lo reviso y su panza es blanda. Va de cuerpo de forma regular y sus heces son blandas. Realmente no le encuentro causa alguna.
(+)
(-)
–No quiero hacerle gastar en un remedio que no le vaya a servir, prefiero que haga dieta y que vaya al gastro como le dije.
–Es que dieta hago –insiste.
Profundizo en su dieta. No refiere hacer nada mal, aunque hay que ver si es cierto.
(+)
(-)
–¿Y si es el coronavirus? ¿O el dengue? –agrega–. Mejor me hace pruebas para estar seguros.
Ahí sí que entiendo un poco más. Me dan ganas de arrancarle la cabeza de un mordisco.
(+)
(-)
–Mire, ninguno de los dos se manifiesta así y, si acaba de venir de viaje, lo mejor que puede hacer es quedarse dos semanas en su casa.
–¿Qué me dice? Si yo no vengo de China.
(+)
(-)
–Igual, los países cambian día a día. Fuera de eso, lo suyo no es para la guardia, así que le sugiero que vaya al consultorio cuando tenga el turno y, mientras tanto, que por favor no sobrecargue al sistema de emergencias que ya está colapsado.
(+)
(-)
–Usted me tiene que atender –grita. Su cara ya no es más la de un hombre tímido y amable como antes–. Acá la salud es gratis. No me puede echar. Me está discriminando –grita cada vez más fuerte.
–Yo no discrimino a nadie, señor. Y, antes que nada, le voy a pedir que no me (+)
(-) grite.
–Yo le grito porque me está discriminando por ser de Bolivia. Ojalá tenga que viajar a mi país y la traten así.
–Si yo voy a su país y necesito del sistema de salud, voy a tener que pagar, señor. Usted acá no. Trato bien a todos sus compatriotas, y no lo mando (+)
(-)por consultorios por ser extranjero, sino porque su consulta no es para guardia. Avanzo hasta la puerta que da a la sala de espera, la abro y le hago señas para que se vaya.
–Esta médica discrimina –grita al salir y me señala.
La mujer hiper-lacia se ríe.
(+)
(-)
–¿Ya terminó con el caso urgente? –se regodea.
Cierro la puerta. Mi compañero ruludo se asoma.
–¿Qué pasó? –pregunta.
–Uno con dolor de hace dos meses que quería que lo testee para dengue y corona.
–Muy coherente, claro, como todos ahí afuera –se ríe.
(+)
(-)
No entiendo cómo se toma todo con humor. No es ni la tarde y yo estoy que exploto. Me acerco a la lista. Estoy por llamar al próximo cuando el ruludo me frena:
–Dame una mano primero –pide.
Le digo que sí y me explica. Resulta que la “E” no era de extranjero, (+)
(-) sino de embarazada. Hago una nota mental de putear al orientador por sus siglas que sólo él conoce. La cosa es que la chica sí que parece un dengue y él necesita hablar con infecto antes de que se vayan y que la vea obstetricia también. Nos dividimos. Él se ocupa del (+)
(-) formulario y de infecto y yo llamo a obstetricia y consigo camillero para que la lleve. En medio de eso, el hombre que dejé en el consultorio de respiratorios tose cada vez más fuerte. Busco sus resultados. (+)
(-) Tiene los glóbulos blancos por las nubes y está ácido (algo que no es nada bueno). Me acerco y le coloco la nebulización que me había olvidado de ponerle. Miro la placa. Es una neumonía con derrame del lado derecho, y otra más chica del izquierdo. Le pongo el saturómetro.(+)
(-) Marca noventa ahora con oxígeno, y se lo nota algo más fatigado. Me apuro al shock-room. La cardióloga me informa que no hay emergentólogo, que está en cuarentena. Puteo para adentro. Voy a buscar a los clínicos. En el medio me cruzo a uno de una ambulancia privada que me (+)
(-) empieza a contar que trae una chica que le bajó la presión en el colectivo, y a otro de PAMI que trae a una anciana que, con solo mirarla, se nota que va a terminar intubada. Al primero le indico que me espere, y al segundo que hable con el jefe porque no hay emergentólogo.(+
(-)Me evaporo. Llego al estar y veo a dos de los clínicos escribiendo. A la tercera una médica de oncología le está presentando una paciente para internar y ella le responde que nos la pase a nosotros (los clínicos son los que ven a los internados). Me hago la boba y me dirijo(+)
(-)a los otros dos.
–Tengo un paciente para ustedes –los interrumpo.
–¿Qué traés ahora? Estamos con cinco ingresos –se defiende el de más antigüedad en la guardia.
–Este hombre no se va a ir a ningún lado –le digo mientras subo los hombros y ladeo la boca.
(+)
(-)
–¿Qué le pasa? –me pregunta el más joven.
El otro le hace señas con la cara de que para qué me preguntó.
–Neumonía bilateral. Satura noventa con oxígeno.
–Entonces está para emergento –replica el más antiguo.
–No hay emergento –le contesta su colega.
(+)
(-)
–Hablá con el jefe y que hable con terapia, no sé. ¿Por qué nosotros tenemos que ver todo? –sigue él.
–¿Por lo menos lo pueden mirar hasta que lo resuelva? –casi que les ruego.
–¿Dónde está? –pregunta el más joven.
Me cae bien.
–En el consultorio de respiratorios, (+)
(-)nebulizándose.
–¿No era que no se podía nebulizar a nadie? –pregunta él.
–Es eso o que se ahogue en su propio moco. Además, está solo –le contesto.
Baja la cabeza.
Enfilo para salir de ahí. La clínica me frena.
–Acá te quieren presentar algo –dice y señala a la de onco.
(+)
(-)
–En realidad, es un paciente para ustedes. Y allá somos solo dos –le largo.
Ya no me importa nada.
–Además, tengo que hablar con el jefe por este señor y recibir dos ambulancias –agrego.
Abro la puerta y salgo.
–Después –escucho que me dice.
(+)
(-)
No le hago caso. Voy para los consultorios. Me queda la duda de si el señor recibió los corticoides o no. Me acerco. No tiene la vía puesta y refiere que solo lo pincharon cuando le sacaron sangre, y ahí no se los pasaron. Busco a la enfermera. Me dice que no puede ahora, (+)
(-)que está con los internados.
–El señor no respira nada bien y no tiene buenas venas como para que se lo pase yo –le suplico.
–No puedo hacer todo –obtengo por respuesta.
Llamo al supervisor de enfermería una vez más. Le informo que tengo un paciente con mala mecánica (+)
(-)ventilatoria, (o sea que está usando músculos de más para respirar y eso es malo) que necesita vía para pasarle corticoides y antibióticos y que la enfermera no puede con todo.
–¿Vos sos la que llamó antes? Ya les mandé a alguien –gruñe.
(+)
(-)
–Acá no vino nadie.
–¿Cómo que no? Si yo lo mandé…
–Yo no vi a nadie. Estuve acá, y el señor necesita la vía.
–Bueno, bueno. Ya me ocupo –contesta igual que el jefe antes y corta.
(+)
(-)
Cargo el corticoide en una jeringa. El camillero viene a buscar a la de obstetricia y me doy cuenta de que no le hice ni un resumen. Armo uno breve, muy. Se lo doy y la lleva. Quisiera ir con él, pero están los de ambulancia y el señor neumónico. El de la ambulancia privada(+
(-) se queja de que se tiene que ir, que necesita que le reciba al paciente.
–No tengo dónde –le largo.
–Ahí donde está nebulizándose el hombre vimos que hay lugar –me retruca.
–Es el consultorio de los respiratorios, para los casos probables de coronavirus, no la podés (+)
(-) poner ahí –rujo.
Sigo preparando el corticoide. No se deshacen los grumos. Hago un círculo con índice y pulgar, catapulto el índice y le pego varias veces a la jeringa. Va mejor. El de la ambulancia de PAMI se queja de que no encuentra al jefe. Saco el celular. Lo llamo.
(+)
(-)
–Necesito que venga a la guardia ahora, doc –trato de pronunciar con serenidad, aunque sale más o menos.
–Ahora imposible, estoy ocupado.
–Traen una para emergento y no hay emergentólogo –no lo dejo cortar.
–Metela en el shock.
(+)
(-)
–Yo no atiendo ahí, doc. No soy emergentóloga y no manejo los respiradores.
–¿Cómo que no?
–No. Y tampoco tenemos enfermeros suficientes y tengo un paciente que necesita YA una vía –remarco el YA.
–Eso sí se lo podés poner vos.
(+)
(-)
–La enfermera de acá no pudo porque el señor no tiene buenas venas, así que no creo.
–Resolveme eso y yo me ocupo de lo otro –intenta hacer un trato.
Quiero decirle que resuelva todo él mejor que para algo es el jefe.
–Intento una vez, y si no, usted me consigue un (+)
(-)enfermero.
–Está bien.
Corta. Le digo al de PAMI que ya viene. El de la ambulancia privada insiste que me deja la paciente en una silla en el pasillo.
–¿Si se cae y se rompe la cabeza, te vas a hacer cargo vos? –lo freno–. Sabés que no me la podés dejar en el pasillo y (+)
(-)yo así no te voy a firmar el recibido.
Se queda callado. Preparo una vía. Agarro la jeringa con el corticoide y voy a intentar colocársela al paciente de la neumonía que está casi para pasar al shock-room. Le pongo un guante de lazo (+)
(-)y le pego en los brazos para encontrarle una vena como la gente. Ninguna. Encuentro una chiquita y finita, que no da para vía. Le inyecto ahí el corticoide nomás (si pruebo de ponerle la vía y se rompe, no le voy a poder pasar la medicación que es lo que más rápido necesita).+
(-) Entra de a poco, pero anda. Le pongo un algodón y le digo que se apriete mientras le cargo otra nebulización. Aparece el jefe.
–¿A dónde vas con eso? Dijimos que no se nebulizaba a nadie –me frena.
(+)
(-)
–El hombre respira mal, no le consiguen vía, no hay emergentólogo y clínica no me lo agarra. Es esto o que me haga un paro respiratorio.
Lo esquivo y vuelvo donde está el paciente. Le coloco la máscara. Y le prendo el oxígeno sin el cual no puede estar. (+)
(-) Vuelvo al pasillo. El jefe habla con el de la ambulancia de PAMI. La paciente de la lipotimia está sentada en la silla del pasillo en la que le dije al de la ambulancia privada que no la dejara. Otra mujer está junto a ella y resguarda que no se caiga. Me acerco.
(+)
(-)
–Me dijo que se tenía que ir y me hizo firmar a mí –me dice la segunda mujer.
Tienen edades no muy lejanas y resultan parecidas. Asumo que es la hermana.
–Entiendo, solo que no tengo dónde revisarla por ahora. No está bien lo que hizo.
–Ya sé. No me dio opción.
(+)
(-)
Le tomo el pulso. Apenas se le siente. Busco un tensiómetro. El de los consultorios no está. Me robo el de clínica. La de onco me sigue para presentarme al paciente que le ordenó la clínica de antes.
–¿Es un paciente para internar por clínica? –indago mientras camino con (+)
(-) el tensiómetro.
–Sí –pronuncia bajito.
–Entonces hablá con ellos. Nosotros somos dos y no podemos más.
Le tomo la presión a la chica. Noventa /cincuenta. Dice que viene con diarrea y vómitos y que no tolera ni el agua. (+)
(-) Le indico un laboratorio, un suero y voy al consultorio del que acabo de echar al dolor abdominal. Esa camilla iba a ser para la embarazada con dengue, pero no me queda otra. Entre la hermana y yo la levantamos y la ayudamos a llegar hasta ahí. La acuesto y busco una caja (+)
(-)para levantarle los pies. Le pongo una de sueros. Aparece mi compañero ruludo con papeles en la mano.
–Papeles listos y se interna –me dice sonriente.
–¿Por quién se interna? –casi que le ladro a él también.
–¿Por todos?
–Suerte con que te la agarren los clínicos –frunzo (+)
(-) la frente.
La de onco lo ve y lo agarra a él que le pide que espere.
–¿Dónde está la paciente? –me pregunta.
–El camillero la llevó a obstetricia. Ya la va a traer.
–¿Y dónde la vamos a poner?
Levanto los hombros.
(+)
(-)
–Hay media camilla si es que una que muy probablemente sea un dengue. Se puede poner ahí si no resulta serlo –propongo.
–¿Cuán probable? –indaga.
(+)
(-)
–Cefalea, equivalentes febriles (dice que fiebre, pero creo que no se la tomó), equimosis y viene de Paraguay.
–La puta… –prolonga la “U”–. ¿Y eso? –señala la camilla de PAMI.
–Para emergento y no hay.
(+)
(-)
–¿Y qué dice el jefe? –me pregunta con algo de miedo.
–Que la metamos nosotros en el shock-room, pero está para intubar.
–Ésta –se agarra los huevos.
–¿Y esto? –murmura y me muestra con los ojos a la de onco.
(+)
(-)
–Trae a internar un paciente para clínica, pero la empomadora serial la mandó a que nos lo presente –le informo.
–Doble “ésta” –repite el gesto y gira hacia la oncóloga–. Disculpá, yo sé que vos no tenés la culpa, pero somos dos y estamos (+)
(-) colapsados. Te voy a pedir que, como ya te dijo mi compañera, se lo pases a los clínicos.
–Es que ellos me mandan con ustedes –protesta la médica.
Entiendo su enojo, pero no damos más.
(+)
(-)
–Entocnes podés hablarlo con el jefe que justo está ahí –le indica el ruludo.
Lo aplaudo por dentro.
Me acerco al jefe antes de que lo haga la de onco.
–No pude ponerle la vía y el paciente está cada vez peor. Va a necesitar pasar a terapia –le digo firme.
(+)
(-)
–No puede ser que no haya enfermeros. Ahora me ocupo –protesta.
–¿Ocuparse de qué? Si acá estoy yo –se mete una voz masculina que me suena–. Ya mismo pongo la vía.
Lo miro. No lo conozco ni sé de dónde salió.
(+)
(-)
El jefe pone cara de querer asesinarme. Me meto en el office de enfermería y le pregunto a la enfermera quién es.
–El que está de supervisor –contesta–. Apareció la realeza.
Me río.
(+)
(-)
Hago rápido las órdenes de laboratorio y vía para la paciente hipotensa y las pongo al lado del papel que puse con el pedido de vía del anciano neumónico. El casi rey me mira con cara de odio. Lo dejo con su bronca y me acerco al jefe que decide aceptar a la de PAMI en el (+)
(-)shock-room y sacar a un terapista del servicio para que se encargue. Queda una sola cama libre.
–¿Y mi paciente? –insisto antes de que metan a la señora–. Mire que en cualquier momento se va clavar si no lo intuban.
(+)
–No sé. No quiero más problemas. So-lu-cio-nes. Vos me tenés que traer soluciones.
–¿Yo? –pronuncio con las cejas en alto.
Quiero gritarle que ese es su trabajo.
Me doy cuenta de que ni me consiguió los barbijos y se lo remarco.
(+)
(-)
–¿Eso te parece que es una solución? –ladra.
Saca el sello y me lo muestra.
–El papel –dice.
Me lo quedo mirando.
–…para lo de los barbijos –completa la oración.
(+)
(-)
–No tenemos nosotros de esos… –trato de no reírme.
Me resulta todo tragicómico, sobre todo porque él es quien nos da esos papeles.
–Andá a buscar uno a farmacia, traelo y te lo sello –me ordena.
Avanzo.
(+)
(-)
–Pero no se olvide de mi paciente –le ruego mientras me alejo.
Me hace que vaya con la mano y me recuerda a mi abuelo menos bueno.
Voy a farmacia. Pido el papel. Lo completo. No me dan ni un barbijo sin el sello del jefe, (+)
(-) y eso que hablo de los más comunachos. Lo busco. Está en el shock-room donde ya acomodaron a la paciente de PAMI.
–Pedile todo –me dice haciendo referencia al laboratorio, la placa y demás.
–Nosotros no atendemos acá, doc.
(+)
(-)
–Pero yo te lo estoy diciendo.
–Mire, somos dos para los consultorios que es un caos. Además, no soy emergentóloga ni terapista. No tengo la formación para manejar esto.
–Cierto –contesta seco y me pregunto si me está tomando el pelo.
(+)
(-)
Llama por teléfono. Discute con alguien. Corta y casi destroza el aparato.
–Ahí viene el terapista –me informa.
–¿Y mi paciente? ¿Dónde lo vamos a meter?
Gira la cabeza. Panea alrededor. Está todo lleno.
–No sé. Que lo resuelva él –gruñe y sale.
(+)
(-)
Aparece mi compañero ruludo en la puerta del shock-room.
–Me imaginé que estabas acá. ¿Tenés los barbijos? –me pregunta.
Miro el papel. No lo hice sellar.
–¿Qué pasa? –me sacude por el hombro.
(+)
(-)
–No le hice sellar la orden… –le muestro.
–Tranka, yo me ocupo –me sacude más fuerte.
Respiro hondo. Quieta. No me puedo mover.
–¿Es eso solo? –insiste.
(+)
(-)
–Acaba de ocupar la cama que era para mi paciente con una de PAMI que se podía mandar a otro lado –le largo con el hilo de voz que me queda.
–¿Y ahora?
–No sé. Él no piensa hacer nada –pronuncio y una lágrima me resbala por la mejilla.
(+)
(-)
Me la seco antes de que la vea, muerdo fuerte y mastico la angustia para no largarme a llorar.
–Y eso que el corona todavía no se vino en serio. ¿Qué vamos a hacer cuando arrase? –pregunta mi compañero y sé que lo dice para ambos.
(+)
(-)
Yo muerdo más fuerte, aprieto los puños y trato de frenar el escalofrío que me baja por la espalda.
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