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Partiendo de la fórmula vilariana de comprender el pasado para conocer el presente (a lo que habría que agregar: conocer transformando), y no de comprender el presente para conocer el pasado, voy a sumergirme un poco en la génesis y posterior desarrollo del capitalismo español.
La principal fuente que utilizaré es la célebre obra de Jordi Nadal, "El fracaso de la Revolución industrial en España, 1814-1913", pues, independientemente de tesis discutibles o superadas por nuevos hallazgos científicos, es un documento que no se puede ni se debe eludir.
Aprovecho para expresar mi total oposición a ese adanismo academicista que desecha todo lo que considera "viejo", que lleva al absurdo de prácticamente no poder extraer ninguna conclusión hasta que la última y prestigiosísima revista científica se pronuncie.
Nadal, entre otras cosas por la enorme cantidad de fuentes que emplea, ofrece muchísimos datos y conclusiones (que no comparto totalmente siempre). Intentaré por ello ceñirme a lo que considero más sustantivo, con la esperanza de que el Yoda para el meme sea este mejor.
En la introducción, Nadal se rebela contra las interpretaciones históricas que, aun partiendo de la premisa correcta de la débil, tardía y desigual penetración del capitalismo español, equiparan a la España decimonónica con "cualquier país subdesarrollado del siglo XX".
Primero, el elemento demográfico. Una pista falsa, si se toma como variable aislada del resto de determinaciones históricas. El ejemplo inglés y galés muestra un "cambio de régimen demográfico que, en los países más avanzados, ha acompañado al cambio de régimen económico".
El caso español es anómalo desde el punto de vista demográfico. Solo un dato: en 1900, la tasa bruta de natalidad y de mortalidad es del 33,8 y 28,8 ‰, y la esperanza de vida al nacer, inferior a 35 años. Los países escandinavos han superado tales niveles un siglo y medio antes.
Antes de comenzar el siglo XX, en el territorio español aún no se ha dado la ruptura con las antiguas tendencias demográficas propias del nuevo régimen de población y, en general, del nuevo modo de producción capitalista. Causa y a la vez resultado de un atraso relativo.
En esa época aún no se ha producido una auténtica revolución demográfica. Curiosamente, el Estado español se sitúa hoy en el extremo opuesto: . Creo que vale lo dicho sobre el tema demográfico. Vamos con las fuerzas históricas netamente económicas.
No suscribo para nada la idea de Nadal de que "la verdadera industrialización de España es un fenómeno contemporáneo, cuyo inicio se sitúa en la última década, de 1961 a 1970". Es verdad que él mismo matiza la idea tal como sigue:
Depende de lo que se entienda por "verdadera industrialización". Innegable: durante esa década se da el despegue industrial definitivo, pero el proceso, como demuestra el propio Nadal, empieza mucho antes. A trompicones, sí. Obras que directa o indirectamente tocan el tema:
Durante ese periodo de gestación, Cataluña se sitúa "sin discusión en la vanguardia del progreso económico (...) La prosperidad agrícola y los primeros atisbos industriales han potenciado ya la vitalidad catalana". Pero poco a poco, que tiempo habrá para que salga Cataluña.
La España decimonónica es un gran teatro de operaciones donde tiene lugar un choque entre "fuerzas claramente capitalistas" y fuerzas "tradicionales", a las que las primeras se muestran "incapaces de oponerse". Nadal sitúa el gran salto en la cuarta década del siglo XIX.
Coincide con cuatro importantes hitos: 1) la obra desamortizadora del suelo y del subsuelo; 2) la mecanización de la industria algodonera; 3) las coladas de arrabio (encendido de los primeros altos hornos que impulsan el uso del hierro); 4) las grandes construcciones mecánicas.
Uno de los males crónicos del moderno Estado español es su tendencia a un endeudamiento exterior creciente (no por casualidad, hoy sigue siendo así). Desde que se emancipan las primeras colonias americanas, España pierde "uno de los pilares más sólidos del Tesoro metropolitano".
Se escapa así un "doble rendimiento": los gravámenes recaudados por la administración colonial y las rentas de los derechos de aduanas en los puertos españoles por los que circulan las mercancías que van a parar a las principales plazas capitalistas europeas.
Esto será trascendental, porque sumirá a la Hacienda española en un estado de cuasi bancarrota permanente y favorecerá la penetración del capital extranjero (fundamentalmente británico, francés y belga), en especial en los ferrocarriles (fiebre ferroviaria, se dirá).
Nadal sitúa el desfase entre Gran Bretaña y España, como "potencia secundaria", en medio siglo: en la primera, el comercio exterior es determinante para financiar el "Estado industrial"; en España, la pérdida de su posición como gran potencia colonial frustra tal camino.
El déficit presupuestario se desborda permanentemente, las finanzas estatales se muestran incapaces y la inestabilidad política y los "intereses creados abortan las reiteradas tentativas de reforma". Aparece el recurso al crédito externo, "una constante de la política española".
Se pasa por un largo periodo de gran dependencia respecto a los intereses del capital foráneo, hasta que los primeros grupos capitalistas "patrios" van desarrollándose (en unos casos, muy dependientes del capital extranjero; en otros, con mayor autonomía).
El patrón de desarrollo capitalista español presenta bastantes similitudes con el italiano (aunque también diferencias, claro): . Pese a las vicisitudes, las fuerzas capitalistas de la España decimonónica siguen avanzando, si bien con resistencias.
Ya en 1831 se crea la Bolsa de Madrid, y en Barcelona ("la capital industrial de España a mediados del siglo XIX"), Bilbao y otras ciudades se desarrolla una gran banca comercial y de emisión. Pero es una banca muy hipotecada por las necesidades de la ruinosa Hacienda española.
Ante tal debilidad, el capital proveniente de otros países de Europa tiene un papel preponderante. La Gloriosa (1868), por ejemplo, aprueba una legislación de liberalización casi total de la explotación del subsuelo y de creación de sociedades anónimas.
No hay que ver ningún tipo de "confabulación" para "vender España al extranjero". Es, ni más ni menos, el efecto lógico de una potencia venida a menos por ser, hasta que deja de serlo, demasiado poco capitalista. En todo caso, los capitales extranjeros espolearán a los "patrios".
De 1856 a 1868 se produce lo que Nadal considera como el más importante esfuerzo de movilización de caudales dispersos y anónimos en la España del siglo XIX. La ley de 1856 limpia el terreno para la entrada de los grupos capitalistas Kervegen, Péreire, Rothschild o Prost-Guilhou.
Pero también es el periodo de despegue, aún tímido, del Crédito Mobiliario Barcelonés y del Crédito Castellano. ¿Y adónde van los capitales bancarios en busca de rédito? Básicamente, solo adonde pueden ir en ese momento: al negocio ferroviario y a la deuda pública.
Así, en contraste con el caso británico, la movilización de los capitales bancarios en España no responde tanto a la erección y promoción de la industria. Los capitales, ayer y hoy, se invierten donde pueden valorizarse, y en esa época las fuerzas capitalistas aún son débiles.
Por cierto, a nadie mínimamente inteligente se le ocurriría que es casual que, en pleno siglo XXI, el Estado español sea también el segundo país del mundo en red ferroviaria de alta velocidad. "Comprender el pasado para conocer el presente".
Dejaré a un lado las discusiones más extensas sobre el problema ferroviario de la España del siglo XIX. En todo caso, es interesante ver la contraposición de tesis entre Tortella y Nadal acerca de cómo lo ferroviario obstaculiza o alienta el desarrollo capitalista.
Respecto a la cuestión del subsuelo, la España decimonónica es una potencia extractiva de primer nivel, pero la débil capitalización lleva forzosamente a que sean igualmente los capitales franceses, británicos o belgas los que hagan despegar el sector.
En este punto, es interesante ver cómo Nadal compara el desarrollo minero español con el chileno, usando el estudio de Carmagnani, que he resumido en estas dos capturas. Al final, sin embargo, los dos países seguirán vías de desarrollo muy distintas.
Desde fines de siglo, el subsuelo español será explotado sobre todo por capitales extranjeros. Ahora bien, "la colonización del suelo" contribuye "a potenciar una banca que (...) se dedica a especular con los apuros de la Hacienda, pero también a impulsar la industria".
En otras palabras, aunque de forma desigual e irregular, la minería espoleará la industrialización.

A propósito de la desamortización del suelo y la transformación capitalista de la tierra en la formación económico-social española, voy a sintetizar el asunto lo máximo posible.
Hay que partir de lo ya dicho, pues está estrechamente relacionado: el Estado decimonónico español se muestra incapaz para cubrir, "por la vía normal", las necesidades financieras del Estado moderno. Ello tendrá su traslación particular al problema de la tierra.
Desde la primera desamortización, durante los últimos años de Carlos IV, el proceso es "unitario y diverso". La real cédula de 1785 (!), según Herr, abre "la puerta a la explotación puramente capitalista de las tierras vendidas". Pero ¿cómo capitalizar sin fuerzas capitalistas?
Los actos desamortizadores siguientes —Trienio Constitucional y desamortización de Mendizábal— son parte de un proceso "viciado desde el principio por unas intenciones extraeconómicas", con un claro fin, entre otros: sanear a la Hacienda pública. Se conectan todos los elementos.
Dada la peculiar naturaleza desamortizadora española, el efecto sociopolítico más importante es el "afianzamiento del campesinado en las posiciones antagónicas más reaccionarias", dando así "poderosas alas al carlismo". Un proceso magníficamente explicado por Fontana:
¡"[A]quí, quienes han abolido el régimen señorial e implantado el capitalismo en el campo han sido los propios señores"! No creo que se pueda sintetizar mejor la cuestión. Poco a poco se va fraguando la alianza de "los intereses agrarios e industriales" (parafraseo a Nadal):
Tal alianza no impide la profunda crisis agropecuaria, aun en los grandes núcleos vitivinícolas: el catalán y el andaluz. El problema de la tierra pasará a ser determinante en la formación española del siglo XX. Vía prusiana de desarrollo, no francesa. Nadal y Fontana de nuevo:
Dentro del insuficiente y errático proceso de penetración del modo capitalista de producción en el campo español hay una excepción: Cataluña, donde el campo sí constituye una base para la modernización capitalista. Parafraseo a Nadal (cuyo análisis es el de Vilar, en realidad):
Para el resto del agro del Estado español del XIX, la desamortización de la tierra solo se constituye en un medio "indirecto" de movilización de capitales:
En el campo andaluz, por ejemplo, el proceso ha favorecido considerablemente a la clase terrateniente, induciendo la desaparición de los colonos cultivadores de parcelas y la liquidación del campesinado medio, y "precipitando el proceso de proletarización".
La reforma agraria en el conjunto del Estado solo cumple la función de "liberar brazos para la industria" en Cataluña y el País Vasco; en el resto, en general, dicha fuerza de trabajo queda subempleada, se hacina en las ciudades o emigra.
Volviendo al problema del subsuelo español, si desde fines de los 60 del s. XIX la preponderancia del capital extranjero es apabullante, las tornas van cambiando poco a poco, en especial en el núcleo vasco (sobre todo el vizcaíno).
Inevitablemente, al principio los capitalistas vascos, como la familia Ybarra, se agrupan como socios menores junto a los grandes inversores británicos, franceses o belgas. Pero ello no es sino el inicio de un desarrollo capitalista autóctono, que despegará y se hará más sólido.
Tampoco es casual, como señala Nadal, que fuera del País Vasco sea en general más acentuado el predominio del capital extranjero en la explotación del subsuelo, como en Santander, Málaga, Granada, Almería o Murcia. (En Murcia, la única sociedad no extranjera es... catalana.)
Esto es, los dos principales nodos de la red de acumulación de capital del Estado burgués español, Cataluña y el País Vasco, empiezan a serlo ya a finales del siglo XIX. Los intentos decimonónicos de industrialización meridional, de Asturias y otros lugares se verán malogrados.
El caso asturiano es un ejemplo claro de cómo "el desarrollo de la minería del carbón se presenta otra vez inseparable del desarrollo de una metalurgia autóctona" (Nadal). La "hegemonía astur" (1861-1879) da paso a la entrada arrolladora de la locomotora vasca:
Una vez frustrado el eje Gijón-Bilbao y fracasados los intentos por usar el subsuelo como palanca industrializadora a largo plazo (núcleos mineros de Córdoba, Palencia, Ciudad Real, León y Sevilla), la provincia vizcaína se erige en el gran paradigma minero-industrializador.
No de modo fortuito, el resto de la producción carbonífera se ubica en Cataluña (necesidades de la manufactura catalana, muy necesitada de carbón de piedra). En todo caso, Cataluña nunca llegará a destacar a este respecto y seguirá siendo muy dependiente del exterior.
Aquí se va a dar un importante desequilibrio dentro del Estado español, ya que durante el segundo tercio del siglo XIX las necesidades de metal por parte de las industrias catalanas agropecuaria y textil van a depender considerablemente de las fábricas extranjeras:
Un dato significativo: durante 1861-1865, la importación de hierro colado, pudelado y laminado representa más del doble del producto entero de la gran siderurgia española (!). Además, durante esa época está poco desarrollada aún la concentración capitalista en la siderurgia.
Decía que la industrialización sureña (malagueña y sevillana, sobre todo) termina finalmente fracasando, pero lo hace tras un periodo de hegemonía de varias décadas. Los primeros hornos puddler y de reverbero de uso civil en el Estado español se instalan precisamente en el sur.
Son seis lustros de hegemonía siderúrgica andaluza. Pero la caída es brutal en tan solo unos años: de representar, Málaga y Sevilla, el 55,1 % de la producción siderúrgica española en 1861, se pasa al 4,7 en 1868. A dicha hegemonía le sucederá la asturiana, también abortada.
El primer intento industrializador andaluz merece otro hilo. Solo diré que, más allá de una multiplicidad de factores (físicos, geográficos, históricos, económicos, políticos, etc.), el choque entre "fuerzas capitalistas" y "fuerzas tradicionales" se saldó allí en favor de estas.
La cuestión es que, desde el último tercio del XIX español, los dos grandes centros de acumulación de capital en el Estado estarán situados en el eje vasco-catalán. El gran desequilibrio interno pasará factura y será una gran simiente para los posteriores conflictos nacionales.
Capitalistas vascos y catalanes se unirán en conglomerados como Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero: los Ybarra, Angoloti, Gurtubay, Urigüen, pero también los Barat o Vilallonga. Así, la burguesía catalana fracasa en montar una siderurgia propia, pero participa de la vasca.
Solo en tierras vascas la explotación del subsuelo es determinante por partida doble: proporciona la base financiera y el combustible imprescindibles para la Revolución industrial y el ciclo de acumulación ampliada de capital.
En el resto del país, seguirá teniendo un peso específico importante la actividad extractiva, una agricultura poco capitalista y la importación de bienes manufacturados. Pero es una gran "productora de buques metálicos y de toda clase de material fijo y móvil para ferrocarriles".
Volviendo a Cataluña, Nadal sigue al pie de la letra las tesis de Vilar, quien "ha reconstituido los mecanismos del despegue catalán del siglo XVIII". Resumo los puntos principales de la exposición, que explican en gran medida el "hecho diferencial catalán":
"Emerge", en palabras de Nadal, "un sistema de sociedad —incluso de mentalidad— diferente, cuya consistencia tendrá ocasión de ser probada en los años venideros". La particular comunidad de vida económica, capitalista, catalana despega y se refuerza progresivamente.
Y lo hará, al estar integrada Cataluña en el Estado español, en estrecha ligazón con el mercado americano, las posesiones coloniales españolas, de las que se beneficia el grueso de la burguesía catalana. Nexo entre hecho colonial y progreso de la hilatura catalana, dirá Vilar.
Aun así, Nadal advierte del peligro de "subvalorar por omisión el peso más decisivo aún del consumo metropolitano, regional o nacional". En todo caso, el protagonismo catalán en el despegue industrial del Estado español, y su posterior desajuste, son hechos indiscutibles.
Poco antes de la Guerra Civil norteamericana, de los 14.310 caballos de vapor instalados en España, 8.000 se sitúan en tierras catalanas, por delante incluso de Bélgica o del norte de Italia. Además, expansión agrícola y expansión textil irán de la mano en el desarrollo catalán.
Es lógico que hasta el último tercio del siglo XIX los capitalistas industriales catalanes sean, como dice Nadal, "los más solícitos defensores del cereal español". Los intereses del agro castellano y de la industria catalana se fusionan a la sazón en un solo bloque.
Do ut des: la burguesía catalana defiende la prohibición de importar granos y legumbres extranjeros; los propietarios de tierras castellanos apoyan la prohibición de importar textiles extranjeros. Tal compromiso dejará de funcionar después para un sector de la burguesía catalana.
Ahí es donde se reventarán las costuras del Estado español y se hará sempiterno el problema nacional catalán. Pero hasta que llega ese momento, es lógico que encontremos entre la gran burguesía catalana defensas entusiastas de la "Patria" (española), como esta:
Entusiastas, pero ambivalentes e interesadamente calculadas, que solo diluyen de forma temporal un problema nacional que se va larvando poco a poco. Véase la conferencia "Estado y nación en las conciencias españolas: actualidad e historia", de Vilar (cvc.cervantes.es/literatura/aih…).
Entonces, hasta el Desastre del 98 (aunque antes tienen lugar el Memorial de Greuges, las Bases de Manresa, etc.), el grueso de la burguesía industrial catalana tiene un papel preponderante en el expolio de la América colonial por la España metropolitana.
De hecho, es de tal importancia el "ingrediente económico (...) en la emancipación cubana" que, según Nadal, sin la crisis agraria y algodonera española y catalana de los 80, las independencias de 1898 habrían tardado mucho más en llegar.
Pero muchos nacionalistas españoles suelen ocultar interesadamente que los capitalistas industriales catalanes que se lucran mediante la explotación colonial de Cuba y Puerto Rico lo hacen en comandita con los harineros castellanos. Es el pacto colonial en el bloque dominante.
De ahí las proclamas de Martí contra Santander, "que vive de las harinas que embarca a Cuba, forzada a recibirlas". Cuba, así, es forzada a exportar e importar mercancías en función de las necesidades del desarrollo metropolitano, catalán y castellano.
Termino el hilo con las conclusiones de Nadal. Primero, las estimaciones de Vandellós sobre la renta española en 1914 y la composición de la población activa, que da una idea del tipo de desarrollo (capitalista) imperante en el Estado para el primer tercio del siglo XX:
Al iniciarse el s. XX, la economía española no es, para Nadal, tanto un "late joiner" como un "intento, abortado en gran parte, de figurar entre los first comers". Capitalista, sí (las relaciones de producción burguesas son preponderantes), pero relativamente muy atrasada.
Por un lado, entonces, fracaso, aunque no absoluto, de las desamortizaciones del suelo y del subsuelo, que malogran la Revolución industrial plena y más o menos uniforme sobre todo el territorio español. Sin olvidar que el capital se desarrolla siempre de forma desigual.
Por otro lado, rol obstructor, no impulsor, del capitalismo por el Estado y la Hacienda, que "bastardean" las leyes desamortizadoras, restringen el desarrollo capitalista e imponen una red infraestructural no funcional (atrofiada o hipertrofiada, según el enfoque de cada cual).
En este sentido, un problema básico que Nadal destaca es la "inadaptación del sistema político y social español a las nuevas realidades económicas planteadas tras la pérdida de las posesiones continentales de América". Y es que, en última instancia, "las vicisitudes de...
Y esta reflexión de Nadal es absolutamente crucial: por mucho que todos los nodos hayan formado parte política y jurídica de la misma red de acumulación española durante el s. XIX, no se llega "a componer, entre todos, una verdadera economía nacional" (!!).
He ahí expuesta la base histórico-económica del problema nacional en el Estado español. Los granos castellanos, añade Nadal, se pudren en los graneros del interior durante el XIX, mientras Valencia o Cataluña gastan cantidades ingentes en adquirir trigos extranjeros.
No existe, entonces, "una verdadera economía nacional". ¿Cómo podía haberla, ante tal despliegue particularmente desnivelado y desigual del modo de producción burgués (sin contar con distintos sustratos cultural-lingüísticos y otros elementos a añadir a la ecuación)?
Tal paradigma de desarrollo capitalista explica también que, salvo en el caso vasco y algunos núcleos industriales aislados, el "pattern general de industrialización" se caracterice más por la industria de lo que Marx engloba en el sector II (medios de subsistencia) que en el I.
La peculiaridad de la formación decimonónica española estriba en que, pese a acompañar de forma más o menos precoz a otros Estados en el impulso industrializador, se queda posteriormente rezagada, presentando para Nadal *ciertas* semejanzas con el modelo ruso.
En contra de las tesis de Sánchez-Albornoz, Nadal, siguiendo en esto "la obra ingente de Vilar", señala la penetración del capitalismo en el agro como principal base del despegue industrial, lo que queda atestiguado con la historia del algodón catalán, principalmente desde 1715.
Se da así la primera transición catalana hacia el modo de producción burgués, que tiene una correspondencia muy desigual y tardía en el resto del Estado español. El proceso, que descuella a fines del siglo XVIII, se desarrolla sin embargo antes (véase el análisis de Fontana).
Eso explica que la industria algodonera catalana sea durante un periodo del siglo XIX "más poderosa que las de Suiza o de Bélgica". Pero es también necesariamente dependiente del mercado español, incluyendo a la América colonial.
Nadal termina, citando a Vilar, con este ilustrativo párrafo sobre el "desarrollo catalán, a pesar del no desarrollo español". Los corchetes del texto son de Nadal.
Y yo termino recordando y reivindicando de nuevo, y las veces que sean necesarias, este trabajo del Comité por la Reconstitución acerca del ciclo político de la revolución burguesa española (1808-1874).

reconstitucion.net/Documentos/LP_…
Dejo por aquí un enlace para quien quiera leer el hilo en otro formato, que he condensado todo lo que he podido (el libro de Nadal tiene unas 280 páginas, gráficos inclusive).

threadreaderapp.com/thread/1271730…
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