Thread by @Pedro_Torrijos

Hubo una vez un edificio que quería ser el más alto de todos. Tan alto como para llegar a Dios.

Lo que no sabía es que, en realidad, estaba diseñado en contra del VERDADERO Dios: la Gravedad.
Por eso no resistió.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, la catedral de Beauvais.

HILO 👇

El episodio de hoy empieza hace mucho tiempo, tanto como la existencia de Dios. Es decir, tanto como la existencia del hombre.

Dios siempre ha tenido cien nombres, tantos como lenguas había en el mundo. Al sur del Mediterráneo se llamaba Al-lāh; al este se llamaba Yahveh y se llamaba Tetragrámaton; al norte se llamaba Altísimo y Señor y también Jesús.

En otros confines había muchos dioses, pero en Europa solo había un Dios único y verdadero. Y lo gobernaba todo. De él dependían la literatura y la medicina. Hacia él se pensaba y para él se componía. En su nombre se recaudaban impuestos y se construían catedrales.

Desde el Panteón de Roma hasta las iglesias contemporáneas, hay una tipología arquitectónica cuya función última no es que los hombres vivan bien, sino ponerlos en contacto con lo trascendente.

La cosa es que el gótico exacerbó esa búsqueda de Dios. A lo largo de varias decenas y hasta centenares de años, se desarrolló el artefacto definitivo para representar la magnificencia divina y elevar así al hombre por encima de sus menudencias terrenas: la catedral gótica.

La explicación esconde una realidad que atiende a complejas maniobras geopolíticas y económicas. Digamos que los avances en la construcción del gótico tenían tanto que ver con la relación entre el hombre y Dios como con el crecimiento de las ciudades, los cabildos y las diócesis.

En definitiva, si el lema de los Juegos Olímpicos es «citius, altius, fortius», los arquitectos del gótico se adelantaron a su tiempo, si bien sustituyéndolo por un más sencillo «altius, altius, altius».

Más alto, más alto, más alto.

Más alto, que así no vamos a llegar a entrar en contacto con Dios y, lo que es mucho más importante, no vamos a superar a la catedral del pueblo vecino.

Que no nos engañemos, de eso iba el asunto: de mostrar quién la tenía más alta. Es decir, de marcar paquete arquitectónico.

Se supone que la arquitectura gótica pretendía, con la luz de las vidrieras y la esbeltez del espacio, poner al hombre frente a algo tan inaccesible como era la trascendencia divina. Pero no nos engañemos, en el fondo la cosa iba de ver quién la tenía más larga.

Más alta, en realidad. Lo bueno es que esa competición trajo consigo los arbotantes, los pináculos, las bóvedas de crucería y un montón de avances en la comprensión constructiva y estructural de los edificios.

Lo malo es que, por mucha ingeniería que apliques, hay un adversario al que no se puede superar: la gravedad.

El verdadero Dios. Y, por eso, lo vamos a poner en mayúscula: la Gravedad.

En la Francia de principios del siglo XIII, y en apenas doscientos kilómetros a la redonda, se estaban construyendo tres catedrales que se iban a convertir en epítomes de la arquitectura gótica. Reims, Chartres y Amiens.

Por la traza, por el espacio, por los conjuntos escultóricos y también por la altura. Las naves de Reims y Chartres alcanzaban los 38 metros y la de Amiens llegó a unos desafiantes 42,30 metros. Por usar el sistema de medición televisivo: como medio campo de fútbol.

El desafío le debió parecer una mandanga al obispo Guillaume de Grez, a la sazón responsable —que no arquitecto— de la catedral de Beauvais, porque dijo que para subir hasta los 43 metros que indicaba el dibujo inicial casi que no hacían nada.

Este señor.

Así que el obispo de marras ordenó añadirle otros cinco metros, llegar a 48 y que quedase claro que serían ellos quienes levantasen el edificio más alto de Francia.

Beauvais sería el centro arquitectónico de la cristiandad.

Además, como triunfante cénit, la silueta de la catedral habría de rematarse con una babélica torre sobre el crucero cuya cresta se alzaría por encima de los 150 metros.

Un campo de fútbol y medio, amigos.

El problema es que, por mucho que se encomendasen al Dios de la cristiandad, el verdadero Dios no estaba por la labor de hacer la vista gorda. La Gravedad no estaba para desafíos imposibles.

El resultado fue que en 1284, con la catedral apenas empezada, la vibración resonante del viento provocó el colapso de dos contrafuertes del ábside y parte de la bóveda del coro.

Lo cierto es que los tipos no se achantaron porque se hubiese caído parte estructural del edificio: repararon el desaguisado, añadieron más contrafuertes y las obras siguieron adelante. Con dos cojones cristianos.

Eso sí, los cojones serían cristianos pero los maestros de obra a quién realmente rendían pleitesía reverencial era a la Gravedad. Por eso, las obras siguieron, sí, pero a un ritmo mucho menor y poniendo gran cuidado en el sistema estructural.

Pero era imposible.

En 1573 se derrumbó la torre sobre el crucero, seguramente porque no había manera de mantener esa altura de 151,6 metros que alcanzaba en su cúspide.

Tras este segundo desplome, la diócesis vio que ya llevaban más de tres siglos vaciando las arcas en una empresa imposible y decidió arrojar la toalla sin siquiera haber comenzado la nave principal.

En estos planos se ve la parte construida (oscura) y la solo planteada (clara).

Cien años después, en 1687, Isaac Newton publicó el volumen Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, donde enunciaría la ley de gravitación universal. El dios verdadero recibiría un nombre que siempre se escribiría en minúscula porque nunca sería considerado como un dios.

Mientras, la catedral de Saint-Pierre de Beauvais siguió en funcionamiento religioso pero a medio construir, que es tal y como ha llegado hasta nuestros días.

Aquí se ve el cierre en falso de la nave. Un muro ciego y forrado de plomo.

El catalán José Pijoán escribió en su Summa Artis, de 1927: "En arte hay un onceno mandamiento: no imaginarás sin razonar. La catedral de Beauvais no es un límite hasta donde se puede llegar, sino un más allá por el que forzosamente se tiene que sucumbir".

Por eso el interior de la obra está lleno de refuerzos y apuntalajes metálicos, colocados, retirados y vueltos a colocar ya en el siglo XX. Porque nadie confía plenamente en la estabilidad del edificio.

Porque quizá la gravedad no es un dios y se escribe en minúscula, pero los ingenieros y los arquitectos le profesamos un respeto —y un miedo— reverencial.

Porque ha gobernado toda la arquitectura de toda la historia de la humanidad. Porque ha gobernado el mundo y ha gobernado el universo desde el principio de los tiempos.

Y lo seguirá gobernando.

Por los siglos de los siglos.

Y con estas dos imágenes que resumen muy bien la realidad de la catedral de Beauvais, nos vamos a ir despidiendo del gótico, de Dios, de la Gravedad y del episodio de #LaBrasaTorrijos de hoy.

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(Fin del HILO ⛪️🏗️)

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