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#CosasQuePasanPorSerMédica #24. El teléfono suena –por escasos segundos– cuatro veces seguidas con un tintineo que me hace acordar al ICQ; me olvidé de silenciar los mensajes. Miro las rendijas de la persiana: todavía está oscuro. La pantalla del celular (+)
(-) me informa que son las seis y cuarto de la mañana y es sábado. La que me escribe es una mujer que debe andar por los cuarenta y largos a la que atendí hace cuatro años por un forúnculo en la axila y dos en el traste y que cada tanto me clava una consulta (+)
(-) telefónica. Tengo que aprender a decir “lo vemos en el consultorio”. Según papá, yo en vez de ganar plata atendiendo, la pierdo. No le contesto y, ahora sí, desactivo las notificaciones del whatsapp. Cierro los ojos y abrazo la almohada, decidida a (+)
(-) sumergirme en un sueño mejor del que me sacó, en el que caía con una moto negra y roja que daba vueltas en el aire –de esas que jamás manejé y a las ni siquiera me subí– en un descenso súbito desde un acantilado a un precipicio eterno. Respiro hondo, (+)
(-) cuento hasta cinco y me obligo a imaginarme flotando en un cielo celeste con el viento pegándome en la cara como no lo hace desde tres días atrás porque finalmente me aislaron. Extraño que el frío me congele las orejas al caminar hacia la parada de (+)
(-) colectivo que me lleva al hospital. Dibujo en mi cerebro un sol que me acaricia los cachetes y casi que lo siento en los párpados. Pienso en los músculos de mis hombros y los obligo a aflojarse. Sigo por los de la cara, la panza, el traste y las piernas como me (+)
(-) enseñó ese programa para meditar que no me sirvió del todo. Traigo a mi mente a mi ahijado, a mis abuelas, los abrazos de mi vieja y los retos de papá. Intento dormirme sonriente. En algún momento se relajan hasta las comisuras y mis células se (+)
(-) desparraman en el colchón que las abraza.
Suena el teléfono. Pienso que debe ser la paciente becada, como diría mi viejo, y silencio el llamado. No pasan ni cinco minutos que vuelve a sonar. Agarro el aparato, lista para callarlo una vez más, cuando noto que no es ella. (+)
(-) Es el nombre y apellido que ahora ya reconozco como del Petiso. Me fijo la hora. Siete y cuarto de la mañana. Nunca llama tan temprano salvo alguna que otra vez antes de entrar a la guardia. De hecho, antes de todo este caos, nunca llamaba, eran audios nomás. (+)
(-) Atiendo enseguida con un “¿Qué pasó?”.
–Pasa que me estoy por morir y vos no atendés –pronuncia como si hablara del clima.
–Tengo sueño. Sueño gana a muerte. Estoy casi muerta yo también –gruño.
–¿Sueño de qué? ¿De rascarte?
–La cama trae más cama me dijo mi médica una vez.+
(-)
–Esa fue la pediatra para que no durmieras hasta el mediodía después de matiné.
–No, fue la geriatra –me río.
–¿No te interesa mi muerte entonces?
–Poco la verdad. Y a tu entierro no voy a poder ir porque me aislaron al final.
–Ya sé. Me dijo la pelirroja que lo lograron.
+
(-)
–Si. Qué logro… Ni el bono de las cinco lucas costó tanto –largo un bostezo.
–Es que ustedes hacen cualquier cosa con tal de no laburar…
–¿Y por casa… ?
–Yo hasta me muero…
–Cierto. ¿Me pusiste en tu testamento?
–Sí, pero ya mismo te borro y le dejo los N95 al rulo.
(+)
(-)
–No importa, me los comparte. Y más adelante vamos a ir juntos a llevar flores a tu tumba.
–Acordate de mi alergia.
–Te llevamos un Aloe vera, entonces.
Se ríe y tose a la vez. Su tos suena seca, rasposa y me duele hasta a mí.
(+)
(-)
–Hice una lista –retoma la charla–. Puse las claves de los bancos para que no dejen de pagar la obra social si me internan –ahora sí que habla serio.
Lo dejo seguir.
–Se la mandé por foto a mi hermano y después me asusté. Mirá si se le hackean el (+)
(-) teléfono con esto de las clases online y me dejan sin un mango… Así que le dije que la imprima y que la borre… tipo mensaje que se autodestruye sin lo automático.
–Serás exagerado… –no se me ocurre nada mejor para decirle.
–Es que tosí medio pulmón.
(+)
(-)
–¿Y no te lo tragaste de nuevo? Tal vez se regeneraba…
–Lo pensé, pero me dio asquito y seguí con las listas. Armé una de cosas a pagar, otra de las que ya pagué, una de la gente a la que le debo guita, como a mi tío que me compró dólares y me transfirió los pesos, pero (+)
(-)los verdes están acá, y a vos que te debo dos desayunos.
–Cierto, desayunos copados, llenos de dulce de leche y chocolate tienen que ser.
–Yo muriéndome y vos pensando en morfi…
–Yo siempre pienso en morfi.
(+)
(-)
–Cierto. Yo ni hambre tengo. Es todo lo mismo ya… una milanga, un cacho de entraña o arroz blanco, da igual.
–¿No les sentís el gusto?
–Poco, y no me interesan. Ahora que me estoy muriendo me interesan otras cosas.
–¿Fifar?
(+)
(-)
–Tu educación lingüística me interesa. Garchar no podría, no se me para con la tos.
–¿Y fiebre tenés?
–Naaah.
–¿Te pusiste un termómetro?
–No necesito. Me entero cuando tengo fiebre porque empapo la remera.
(+)
(-)
–Eso es cuando te baja…
–Baja la tengo siempre en estos días, ya te dije.
–¿Tenés termómetro?
–El de los pacientes.
–Echale alcohol y ponete.
–Kerosene le tengo que tirar…
–Dale.
–Después. No jodas que tengo algunas cosas que decir antes de morirme.
(+)
(-)
–No te vas a morir, pelotudo.
–No sabés.
–Claro que sé. Yerba mala nunca muere, dicen –me río.
–Serás conchuda de burlarte de un moribundo.
–¿Te saturaste?
–No tengo satu, siempre te mangueo el tuyo.
–Te lo mando por moto.
(+)
(-)
–No jodas que cuando empieces a morirte lo vas a necesitar.
–¿Es juntos lo de la muerte entonces?
–Claro, como el matrimonio.
–El matrimonio es hasta la muerte, goma.
–¿O sea que no te querés morir conmigo?
–Lo voy a considerar, pero creo que prefiero con el ruludo.
(+)
(-)
–Seguís caliente, eh.
–Ahora que no puedo salir de acá, ni te cuento.
–Vas a terminar con tendinitis bidedal.
Largo una carcajada
–Todo porque no se te para –arremeto.
–Serás soreta –tose y se ríe también.
(+)
(-)
Lo hace en un continuo de que me raja por dentro, seguido de inhalaciones profundas y puteadas.
–¿Llamaste a tu prepaga? –lo increpo.
–Estoy hace dos horas en espera para una videollamada con un residente que sabe menos que yo –refunfuña.
(+)
(-)
–Pero llamá a emergencias.
–Ni en pedo, no terminé mis listas.
–Dale, no jodas. Llamá y que te internen –insisto.
–No quiero irme de casa. ¿Quién va a cuidar a Tarzán?
–Si te vas a poner un apodo, ponete uno menos mentiroso –le escupo en medio de una carcajada.
(+)
(-)
–Es mi hámster, boluda.
–No sabía que tenías una rata –lo gasto.
–Rata no. Hamster, hay una gran diferencia.
–Potato, patata.
Miro las rendijas de la persiana de nuevo. Sigue sin salir el sol.
–No te lo voy a dejar en el testamento porque lo matás –sentencia.
(+)
(-)
–Ni mis plantas me sobreviven así que no.
–Si salgo de esta voy a buscar a otra con la que casarme, entonces
–Dale, porque si no se te para, ni loca me caso con vos –intento pronunciarlo seria, pero la carcajada se apodera de mí.
(+)
(-)
–Soretaaaa –se ríe y ahí está otra vez la tos.
–¿Te falta el aire? –retomo lo importante de la charla.
–Solo cuando toso, si no, no.
–Eso es bueno.
–Algo bueno tenía que haber.
–Vas a bajar unos kilos con tu anorexia, otra buena.
–Voy a bajar el culo que tan locas las (+)
(-) tiene a todas.
–Buscaremos otro para mirar. Todo sea por una buena causa.
–Claro.
–¿Diarrea? ¿Vómitos? –indago.
–No vamos a hablar de mi mierda.
–¿Tu garganta?
–En el mismo lugar de siempre.
–¿Te tragaste un payaso?
(+)
(-)
–Educación lingüística y modernización de frases prehistóricas, yo anoto –lo dice serio, algo disfónico como viene desde la última vez que tosió.
–Mandame al hámster que me ocupo si te internan, en serio –largo tras unos segundos.
(+)
(-)
–Si me meten la pipa, vos rezá para que salga –la preocupación le sale de adentro y ya casi ni le importa el hámster.
–No te van a intubar –intento convencerlo y convencerme.
–No sabés.
–Sí sé. Basta –insisto.
(+)
(-)
–Bueno. ¿Cuándo te hisopan? –cambia unos milímetros de tema.
–El lunes –contesto casi igual de nerviosa.
–¿Te sentís bien vos? –pregunta y se nota la preocupación en su voz.
Me dan ganas de abrazarlo.
(+)
(-)
–Yo estoy espléndida. Vos sos el tema acá.
–¿Con medio pulmón menos me vas a querer igual?
–Lo voy a meditar… –me río.
–¡Yegua! Ni que fuera con media pija menos.
–Ahí seguro que no… –se la sigo.
(+)
(-)
Hace ruido de que mueve algo y escucho un “un segundo por favor”. Vuelve con un “Bancá que está el de la prepaga” y me corta. No me da tiempo a decirle que después me cuente, que no se haga el héroe, que si se tiene que internar que lo haga, que yo (+)
(-)como hámster a la parrilla y listo, ni ninguna otra boludez del estilo.
Pasan diez minutos, quince, veinte y sigo sin señales. Agarro el celular para escribirle. “Hola doctora, perdoná la hora, es urgente”. “Debés estar yendo a la guardia y quiero preguntarte algo (+)
(-) antes de que entres”. “Es urgente en serio, si no, no molesto a esta hora”. “Bueno, te cuento. El tipo con el que ando vino a dormir acá unos días y tenía fiebre y la panza mal, como del hígado y el estómago inflado. La cosa es que yo con esto lo eché a su casa (+)
(-) y le dije que llame a la ambulancia. Después se le fue la fiebre, tuvo hace cinco días y se le fue. Y ahora volvió, eso y el malestómago, y yo quiero saber si puede ser el coronavirus, porque durmió conmigo”. “¿Vos no me podés hacer la prueba?”. “Además tengo (+)
(-) cada dos por tres los forúnculos, ahora no pero siempre. ¿Qué era lo que tenía que tomar? ¿Y lo de la nariz?” “Doctora, te veo en línea. Contestame”. Son todos mensajes de la mujer de cuarenta y largos que claramente no entiende lo que es una urgencia. (+)
(-)No parece covid. Estoy aislada. No puedo hablar ahora. Si tenés síntomas andá a una guardia” le mando. Entro a su contacto y lo bloqueo. Me siento culpable unos segundos, pero lo dejo así. Busco el del petiso y le escribo: “Ponete el termómetro”. (+)
(-) “No te preocupes, que yo te cuido a Tarzán y te prometo que no lo mato. Llamame cuando cortes”, agrego. Miro al techo y ruego para que esté todo bien.
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