–No puedo. ¿No me podés revisar así? –larga inclinado hacia adelante.
Le explico que no, que necesito palparle el abdomen (+)
–No puedo. De verdad que no –me hace acordar a mi papá con su “estoy volando de fiebre” y sus (+)
–Te aseguro que podés –lo incentivo.
Me acerco, le pongo el brazo detrás de la espalda y le indico que se vaya dejando caer hacia atrás de a poco, que yo lo ayudo. (+)
Lo dejo sentarse nuevamente y le pongo el termómetro: fiebre no tiene, aunque con todo lo que se tomó, tampoco sé si levantaría. (+)
–Que sea rápido, por favor –me dice con los párpados y los puños apretados.
Salgo y vuelvo con el envase de suero cortado al medio que hace de frasquito. Se lo doy y (+)
–Es para la muestra de orina –le aclaro.
Se lo queda mirando y, por unos segundos, parece olvidarse de su dolor.
Salgo y hago las órdenes correspondientes. No encuentro ninguno de los enfermeros y, (+)
Dejo todo listo y miro la lista. Hay una chica anotada como infección urinaria. La hago pasar, la interrogo en (+)
Los enfermeros todavía no volvieron. Voy para el estar. Hay uno solo y está tomando un café. Le explico que tengo un chico muy dolorido que necesita un suero y me contesta que qué pretendo si (+)
(+)
Vuelvo para los consultorios y me acerco al paciente. Le pregunto si tiene obra social o prepaga, algo que me olvidé.
–Sí pero no –responde.
–¿Cómo es eso?
–Es que me echaron del laburo y se me termina pasado mañana.
–Bueno, pero tenés.
(+)
–Sí, pero es más lejos y me duele mal –se excusa con la misma cara de sufrido que cuando entró–. Y vivo acá enfrente.
Me ahorro el discurso de que el hospital está colapsado y de que le está sacando el lugar a alguien que no tiene recursos, solo porque le creo que realmente(+
–¿Hace cuánto que está en paro? –escucho al emergentólogo.
–En la casa estaba llevaba diez minutos, pero lo reanimé y salió y ahora le dio de nuevo en la (+)
Me asomo. Veo que el emergentólogo se acerca al paciente, le mira las pupilas, les acerca una linterna, lo toca, le retuerce el puño sobre el esternón (sin que el paciente reaccione) y finalmente dice:
+
–Dos de oro, papá. Y más frío que Juan Luis Guerra. ¿Vos me ves cara de pelotudo?
(Con dos de oro se refiere a que tiene las pupilas dilatadas, que no se achican con la luz como deberían, lo que habla de gran daño cerebral, o sea que al cerebro no le llegó (+)
–¿Cómo dice, doctor? –le contesta el morocho casi sin cantar.
–Digo que te trajiste un fiambre y me lo querés endosar a mí.
–Para nada, doctor. Se lo juro –hace una cruz con el pulgar sobre su boca–. Yo lo reanimé y salió y hasta dijo “hola”.
(+
–Hola las pelotas. Y no jurés que te vas a ir al infierno. Mirá que cuando vos fuiste, yo fui y volví, fui y volví.
Los dejo discutiendo y voy para los consultorios. Recién cuatro y algo llegan los resultados del chico del riñón.
(+)
Le pido una ecografía. Me indican que lo lleve en media hora, porque están a mil. (+)
Para cuando conseguí una silla de (+)
Lo llevo de vuelta, les informo el resultado y que le voy a pedir la derivación, porque realmente necesita un urólogo. Aceptan y voy al estar para realizar la llamada correspondiente. Comunicarme resulta bastante difícil y me derivan de un interno a otro. (+)
–Mañana no, pasado –le aclaro a mi interlocutor–. Y si se le(+)
El hombre insiste con que la obra social no se va a hacer cargo de un paciente que seguramente va a quedar internado mayor tiempo del que está cubierto, que ya les ha pasado y que después no pagan, y que total (+)
–¿Cómo voy a pagar eso si yo en una semana ya no vivo acá? –arranca el chico.
Resulta que consiguió trabajo en el interior y puso toda su plata en mudarse para allá, que ahí en cuanto la tramite va a tener obra social, (+)
–¿Y qué hacemos entonces, doctora? –pregunta la madre.
–Pelearla –sentencio–. Llamen a la obra social.
(+)
Sigo atendiendo mientras escucho gritos y puteadas varias, predominantemente de boca del hijo. El dolor, por lo menos, parece haberle calmado. Vuelvo a la media hora y los encuentro en la misma posición que antes, nada más que ahora la madre lo que le acaricia (+)
–No van a venir. Los muy hijos de puta no me van a atender –me larga el hijo.
–No es legal. Eso no puede ser legal, ¿no le parece? –se suma la madre.
–No, yo creo firmemente que no, pero tampoco puedo lograr que (+)
–¿Y llevarlo en una ambulancia de acá? –pregunta ella.
Le explico que no, que las ambulancias del SAME no hacen traslados a obras sociales y que eso no va a ser posible.
(+)
–O sea que lo abandonan. Lo abandonan de todos lados –casi que llora la mujer.
–No. Nosotros acá no lo abandonamos –le aclaro–, vamos a hacer todo lo que está en nuestras manos, pero, por desgracia, los recursos acá no son los mismos que en la obra social.
(+)
–Claro, ¿pero y entonces? ¿Qué hacemos, doctora? ¿Qué haría usted si fuera su hijo? –insiste la mujer que ahora se rastrilla con los dedos su propio cuero cabelludo.
Pienso que si fuera mi hijo yo sería bastante más vieja y, seguro, mucho más gruñona.
(+)
–Llevármelo –le contesto finalmente.
–¿A la casa? ¿Cómo? –pregunta ella sin dejarme terminar de expresar la idea.
–No, a la casa no. Yo si fuera mi hijo lo subo a un taxi y me lo llevo al sanatorio de la obra social. Ahí no se pueden negar a atenderlo.
(+)
La mujer inclina la cabeza hacia el costado y se me queda mirando.
–¿Y usted nos da un resumen y una orden para que lo internen? –sonríe como hacía mi abuela cuando pedía sin pedir.
Le explico que no, que no puedo, que él no está de alta por lo que (+)
–No entiendo. ¿No nos va a ayudar? –me mira con los ojos llenos de desilusión.
+
–Créame que la estoy ayudando diciéndole todo esto –le largo lo mejor que puedo.
Estoy cargada de bronca, ira e impotencia mezcladas.
–No nos ayuda mucho, pero bueno. Está bien. Nos vamos y no molestamos más –contesta con el mismo tono de voz que ponía mi mamá (+)
–No pasa por ahí… –arranco y finalmente me callo.
Nada de lo que le diga la va a dejar conforme.
(+)
Le indico a los enfermeros que le saquen el suero al paciente. Mientras, busco el libro en el que anoto todo y hago que el chico escriba –con su puño y letra– que decide retirarse a su obra social y llevarse los estudios y que lo hace bajo su propia responsabilidad. Firman (+
–Mi orina –dice con el índice en alto.
Mis ojos le recorren las manos buscando un suero cortado de contenido amarillo tibio y, al no encontrarlo, pasan a (+)
–El análisis –aclara.
Recién ahí, o incluso unos segundos más tarde, mis neuronas entienden que es la chica de la infección urinaria que no parecía complicada y van a buscar el papel. Le indico que sí, efectivamente el diagnóstico es el correcto y que, (+)
–Tuve varias –contesta.
–Me imaginé –sentencio sin explicarle por qué.
Lo que sí le explico es cómo tomar el urocultivo, el antibiótico que le voy a mandar, que es cada doce horas por cinco días, (+)
Me suelta y finalmente me aflojo. Se aleja y yo salgo a la entrada de ambulancias y me prendo un pucho.