–Dieciocho –contesta con la voz parecida a la de los pacientes taponados con la panza a punto de explotar que desde el baño informan que “están tratando de hacer”.
(+)
Por las dudas le pido el DNI. Responde que no lo trajo. Le indico que pase y decido hablar después con la trabajadora social. Estira el brazo para apoyarse en mi hombro; se lo presto. De a poco llegamos junto a la camilla. Recién ahí noto su nariz corta con la punta hacia (+)
–Vamos a sentarte –le indico.
Hace que sí con la cabeza, se apoya con la mano libre e intenta enderezarse sin éxito.
(+)
–A ver, nena –le dice a la paciente mientras (+)
–Teneme –me entrega el suero.
Sin esperar respuesta, alza a la chica y la acuesta en la camilla. Me dan ganas de abrazarlo, pero recuerdo cómo le miraba el culo a mi compañera hace una hora y se me pasan. Le agradezco y le devuelvo su suero. (+)
Le pido a la paciente sus datos filiatorios y los anoto. (+)
No le creo nada, o casi nada, pero veo que se retuerce de nuevo y me enfoco en su dolor. Refiere que arrancó ayer a la noche. (+)
–¿Vómitos tuviste? –cambio de tema.
–Desde ayer que me querían dar, hasta que a la madrugada y hoy temprano ya largué todo –responde.
–¿Y cómo eran? ¿De qué color?
(+)
Vibra mi celular en el bolsillo. Es una vibración corta, de mensaje. Lo ignoro y sigo.
–¿Diarrea?
–Eso no.
–¿Fiebre?
–No tengo termómetro, pero seguro. Estoy que hiervo.+
Le pongo el mío, el saturómetro y sigo interrogándola.
–¿Hiciste pis oscuro o con mal olor?
Gira la cabeza para un lado y para el otro.
–Y tampoco me arde –agrega.
–¿Flujo? –pregunto.
Se me queda mirando.
(+)
–¿Manchás la bombacha de algún color? –vuelvo la pregunta lo más accesible que puedo mientras pienso en que definitivamente no tiene dieciocho años.
–Lo normal –larga mientras se abraza la panza.
–No es normal tener flujo –remarco.
(+)
Ella me mira otra vez en silencio.
–¿De qué color manchás?
–No sé, no me fijé. ¿No me vas a dar algo para el dolor? Me está asesinando.
La miro. Tal vez sí tenga dieciocho, pienso ahora tras la descripción tan peculiar de su dolor.
(+)
–Primero tengo que averiguar qué tenés para poder medicarte –le explico.
–Bueno, pero rápido –larga entre su suplicio y algo de enojo.
Bajo la cabeza.
–¿Estás operada de algo? –sigo.
Niega.
–¿Tuviste algún dolor como este antes?
–Así nunca, no. Este es el más fuerte.
(+)
–¿Cuando fue tu última menstruación?
Sus ojos se posan en los míos, mudos por tercera o cuarta vez desde que entró.
–¿No anotás? –insisto.
Sigue en silencio y siento que si tuviera un chicle en la boca lo mascaría con velocidad en ascenso.
(+)
–¿Más o menos? –la empujo a ver si se acuerda.
–Ehhh…
Ni intenta. No tiene idea y lo peor es que no le preocupa tenerla.
–¿Relaciones sexuales mantenés? –pregunto bajo por la presencia del señor diabético. No puedo no preguntárselo.
(+)
Se muerde el labio de abajo. No dice nada. Mi teléfono vibra de nuevo. Esta vez son por lo menos tres los mensajes que decido mirar más tarde.
Abro grande los ojos a la espera de una respuesta.
–Esta semana no –larga al fin en un murmuro.
(+)
Me resulta rara la aclaración, como si eso las borrara.
Le saco el termómetro que sonó hace un ratito. Efectivamente tiene fiebre. El saturómetro me muestra la esperable taquicardia (la fiebre aumenta la velocidad a la que late el corazón) y que satura bien. (+)
–Por favor, no más, no más –implora–. Dame algo. No puedo más –agrega.
(+)
Las lágrimas no dejan de bajar por sus mejillas, las inundan. Me acerco y la abrazo con mis guantes y camisolín que ahora uso a diario. Mi máscara choca con su hombro y dejo que se aplaste.
–Por favor, dame algo –insiste.
Le explico que le voy a poner un suero, a hacer un (+)
(+)
–Te voy a pedir un test de embarazo, ¿sabés? –le informo como siempre que lo solicito.
–¿Pero por qué? Mirá que yo no estoy embarazada –ya no llora y lo dice cortante.
–Es por las dudas, vos no te preocupes. Mejor pedir de más que de menos –trato de calmarla.
(+)
–Pero no, no quiero eso. Yo no puedo estar embarazada –sentencia.
–¿Por qué no? ¿Me explicás? –le pido mientras pienso en las veces en que escuché eso y que dio positiva la subunidad beta.
(La subunidad Beta de la hormona Gonadotrofina Coriónica Humana, o Sub Beta GCH, es (+)
–Porque yo sé que no puedo estar embarazada. Punto –lo dice como cuando yo le discutía a mi mamá a los quince y agradezco por no tener más esa edad.
(+)
–Entiendo, el tema es que muchas veces las mujeres creen que no pueden estarlo, y al final sí lo están, y es una prueba que yo necesito… –insisto.
–Pero que yo no quiero…
–¿Por qué? ¿Te asusta? –indago.
Se queda callada, con lágrimas en los ojos.
–Mirá, si estás (+)
Me mira con desconfianza.
–Bueno, pero prometeme que vos no me vas a echar de acá.
Mis neuronas se prenden esta vez de la preocupación mientras mi celular arranca a vibrar de (+)
–Claro que no. Ni yo ni nadie. Te lo prometo –vuelvo a abrazarla.
Ella llora unos minutos y yo le acaricio la espalda hasta que baja unos decibeles la angustia.
(+)
–Está bien, hacela. Total, si no te dejo, la vas a hacer igual –me larga mientras se suelta.
Le sonrío desde atrás del barbijo. Caigo en que no le llega y le acaricio el brazo cerca del hombro.
Salgo. Pido los laboratorios, el suero y un análisis de orina. La enfermera (+)
(+)
Me descambio y lo cuelgo de la percha correspondiente (tiene que durar todo el día, o casi). Tiro los guantes, me lavo las manos, lavo la máscara, las antiparras y me dejo puesto el barbijo hasta que consiga uno de los quirúrgicos para cambiármelo. Voy para ecografía. (+)
Cuento el caso y me dicen que la lleve YA. Vuelvo. El camillero copado está tomando un café en el pasillo.
–¿Lo resolvió, mi doqui? –pregunta mientras me ofrece tutucas.
Saco un par, me bajo el barbijo, las meto en mi boca y lo devuelvo a su lugar. Hago que sí con la cabeza+
–Menos mal, mi doqui. No quiero que crea que la dejé plantada. Era cuestión de fuerza mayor –se ríe.
Le hago que espere con la mano, mastico, y finalmente le comento que necesito llevar a la paciente a eco en silla. En seguida sale a buscarla y yo agradezco (+)
Para cuando vuelve, la vía está puesta, el laboratorio está en proceso al igual que la orina y yo ya estoy cambiada para acompañarlos. Si no fuera por el cuadro de la paciente, este sería un día mágico.
(+)
Vamos. La chica se retuerce de dolor cada vez que la rueda izquierda, que está bastante mocha, traquetea. Llegamos. El camillero espera afuera y uno de los médicos de imágenes se enlista para evaluarla.
(+)
–¿No puede ser una mujer? –la voz de ella refleja terror y su mano agarra la mía nuevamente enguantada.
–Hoy no hay –se disculpa él.
–No te preocupes que yo me quedo –intento calmarla.
(+)
Hace que sí de forma reiterada con la cabeza y no me suelta la mano hasta que el médico le indica que lleve los brazos hacia atrás.
Arranca por una ecografía abdominal. Me siento una tarada por haberle hecho hacer pis para el análisis de orina (+)
–¿Te hicieron alguna vez una ecografía transvaginal? –le pregunta él.
Ella hace que no con la cabeza con énfasis y él me mira.
(+)
–¿Inició? –me pregunta bajo. Se refiere a si ya mantuvo relaciones sexuales.
Le hago que sí con la cabeza y pasa a explicarle a la paciente cómo es el transductor que va a usar, que lo que entra es mucho más chico que un pene, y que se cubre con un (+)
Empieza. La paciente se queja y le sostengo la mano en una posición (+)
–Es de acá el problema –sintetiza él mientras me muestra algo en la pantalla.
Es el útero agrandado de tamaño, raro.
(+)
–Latido no hay, pero… –prolonga la “e”.
Bajo la cabeza. Él saca el transductor y el preservativo sale manchado de sangre. La paciente llora en silencio mirando la pared.
(+)
–Ahora sí me van a echar, ¿no?
Pronuncia en medio de las lágrimas. Mi compañero me mira con cara de que no entiende y le hago señas para que salga. Le aprieto la mano mientras la tranquilizo.
–Nadie te va a echar, te lo prometo. Nadie.
(+)
Esta vez es ella la que me abraza.
La ayudo a vestirse y le pido al camillero que la lleve al consultorio. Yo espero el informe y busco a la trabajadora social. Le cuento el caso, que es algo ginecológico y que me parece que es menor.(+)
Voy para el consultorio. La chica llora ovillada en la camilla, de cara a la pared. El señor de la diabetes la mira sentado enfrente y me hace montoncito con las manos preguntando qué le pasa. (+)
–¿Charlamos? –me dirijo a ella.
Aspira los mocos y no se mueve.
–Es el útero –arranco–, pero creo que vos sabés más que yo…
Sigue callada y llora bajito.
(+)
–No me tenés que contar a mí si no querés, podés hablarlo con la gente de ginecología, que es la que se ocupa de esto –le ofrezco.
Ahí sí que se mueve, se da vuelta y me agarra la mano con más fuerza que antes.
–No, por favor, ellos no. Que me vean los cirujanos, pero (+)
–Es que los cirujanos no ven estas cosas, no operan úteros.
–Pero los ginecólogos tampoco. Me echaron. Me dijeron que me haga cargo de lo que hice, que me pasaba por abortera –ahí sí que las palabras le salen llenas de rabia, (+)
–Te prometo que nadie te va a echar, y si a alguien se le ocurre hacerlo me venís a buscar y hablo con el jefe de guardia, pero vos de acá no te vas –le aseguro.
(+)
En eso estamos entre lágrimas y promesas cuando llega la trabajadora social enfundada en un camisolín igual al mío.
–¿Puedo ayudar? –entra con voz dulce y alegre.
La chica la mira, me aprieta la mano y cierra fuerte los ojos.
(+)
–Te cuento –me dirijo a la paciente–, ella es una colega que viene a darnos una mano, por el tema de que no tenés DNI y porque necesitaríamos avisar a algún adulto porque va a haber que operarte seguramente.
Mido mis palabras lo más que puedo.
(+)
(+)
–No –dice seco y hace una pausa–. Por favor, no quiero nada de eso. Arréglenme esto y yo me voy y no molesto.
–Es que sí, los médicos te van a tratar, por eso no te preocupes –se mete la trabajadora social y le agradezco enormemente–. El tema es que hay normas en (+)
(+)
–Pero yo sé quién soy –insiste la chica–. Ya le dije quién soy.
–Claro, pero nosotros necesitamos algo que nos demuestre que eso es verdad, porque vos podés estar agrandándote un poquito los años por miedo a que tu papá te rete, por ejemplo, y meter a los doctores en (+)
–Pero no. Yo les juro que no. No es eso…
–¿Y si nos contás bien? Porque yo creo que vos sí tenés documento –sigue la trabajadora social con una habilidad que envidio.
–Pero yo no quiero que llamen a nadie –dice la chica firme, casi gritando.
(+)
–Es que si sos menor, no nos queda otra, porque esto no es una pavada, estamos hablando de una operación, ¿entendés, cielo? –continúa mi compañera.
–Pero no soy menor. Ya le dije que no soy menor. ¿Tan difícil es creerme?
(+)
La paciente lleva la mano que no tiene el suero al bolsillo derecho del pantalón, saca algo y se lo entrega con furia. Mi compañera lo revisa y yo me sumo. Es un DNI argentino que indica que nació acá y que, efectivamente, tiene dieciocho como afirma. El documento (+)
–No entiendo –se me escapa–. Si sos mayor, ¿por qué no me lo diste cuando te lo pedí? ¿Y por qué no me dijiste tu nombre de verdad?
(+)
–Porque no. Yo no quiero que le avisen a nadie. Quiero que me arreglen y listo. Yo no quería esto, no quería. Le dije que no quería un bebé, ni uno ni cinco como quiere él, que espere un poco, pero él seguía con la familia grande, con los hijos para que nos cuiden de (-)
(+)
La trabajadora social la abraza antes que yo y le promete que no se le va a informar a nadie lo que ella no quiera. La chica me suelta la mano y se hunde en el abrazo. Yo las miro y siento que están bien así. Las dejo, me descambio, y voy a llamar a gineco que (+)
Salgo a la entrada de ambulancias a tomar aire. Recién ahí me acuerdo del celular. Lo saco del bolsillo y reviso los mensajes. (+)
(+)
–Al fin –atiende enseguida y me hace acordar a mi papá–. Dio positivo –agrega de inmediato. Habla de su compañero de la clínica al que hisoparon anteayer –. Sos la última en enterarte.
Me quedo muda unos segundos.
(+)
–¿Te sentís bien? –le pregunto apenas mis neuronas se alinean.
–Psiquiátrico, nomás –contesta.
Me imagino que yo en su lugar estaría caminando por el techo.
Me cuenta que en la clínica lo aislaron y que lo hisopan en tres días para que se cumpla una semana del contacto,(+)
–Es que por la cuarentena no puedo ir al gym –se burla desde su pánico.
Agradezco esa ironía y trato de no pensar en nada más.
(+)
Quiero abrazarlo a través de la línea.
–Perdón, nada. Vos hiciste todo bien. Esto es algo que en algún momento iba a empezar a pasar. Relajate –lo reto.
–Pero es una bosta ser el que lo arranque.
–Y bueno. A alguien le tenía que tocar, ¿qué le vas a hacer?
(+
Estoy por preguntarle si de infecto le dijeron algo de nosotros, pero me lo trago. Decido llamar yo y no sumarle ese peso, aunque él me gana de mano.
–Les pregunté a los de infecto por mis contactos. Dicen que como todavía no soy positivo, (+)
–No me extraña –le contesto mientras agradezco para adentro que vivo sola y que no estoy viendo a nadie de mi familia.
(+)
Siento una punzada en la garganta y por un segundo mi lado más paranoico del cerebro se pregunta si no será covid. Me acuerdo del tiempo de incubación y espanto mis miedos.
–Perdón –repite tras mi breve silencio.
(+)
–Basta –lo callo–. Nada de perdón, ya te dije. Esto no es nada. Vas a dar negativo, vas a ver.
–Espero –murmura.
–Seguro. Vas a ver. Vas a estar bien. Todos vamos a estar bien –le digo y es más para mí que para él.