(+)
Armo la mochila por si se les ocurriera dejarme internada. No sería lo lógico, dado que estoy asintomática, pero nunca se sabe. Meto la compu, su cargador y el del celular, dos libros, dos remeras manga larga, dos musculosas, un jean, una remera vieja –pero no rotosa– para(+)
Miro la hora. Ya toca salir. Me pongo un N95, un par de guantes que me quedaron en el bolsillo de afuera de la mochila y me enfrento al mundo exterior con un pulverizador con alcohol setenta. Cruzo y llamo a un taxi. Me da cosa ir en (+)
Paso la reja del hospital, esta vez por el lado de los pacientes. Voy por donde llevamos a los que tienen sospecha (+)
Llego. Hay cuatro personas sentadas y tres paradas. (+)
–Hola, soy médica de guardia –le indico mientras (+)
–Lo mismo que todos –me aclara un hombre de algo más de cincuenta años envuelto en una campera naranja inflada mientras hace un rulo con (+)
Le contesto que perfecto y me trago las ganas de aclararle que no, que no es igual, que si yo me (+)
Me quedo parada en un rincón lejos de todos mientras espero. La mujer cansada me dijo que me iban a llamar por mi apellido. Apoyo la mochila sobre mis pies y trato de abrir el candado para sacar el libro. No me dan las manos. El rubio(+)
Dejo el T1nder de lado y le escribo al Petiso un “¿Cómo seguís?” que asumo me responderá en un par de horas cuando se despierte. (+)
Los que quedan van pasando y llega gente nueva. Una mujer que camina taconeando y bamboleando las caderas se acerca a la ventanilla justo cuando el barbijo me hace estornudar. Resulta ruidoso y en salvas el asunto.(+)
–Decile que no me haga esperar que estoy inmunosuprimida –insiste.
La de la ventanilla le dice que no puede hacer nada y sigue en lo suyo. Yo estornudo una vez más y puteo por (+)
–Usted no debería estar acá –me larga la señora del taconeo haciendo un rulo con el índice, como hiciera previamente el del barbijo de spiderman, con el que recorre el perímetro del lugar–. Nos pone en peligro a todos, sobre todo a mí.
(+)
Le explico que es un N95 lo que tengo puesto y le aclaro que no vine por placer sino porque me toca hisoparme.
–Igual. Menos –agrega.
El pelado de la máscara de borde celeste me salva de la pelea y me hace pasar. Entro y se me retuerce la panza; la aprieto y (+)
–¡Fulana! Perdón, es que con ese traje… –largo finalmente, aunque todavía no tengo idea de quién es.
(+)
–No, claro. Yo ya me olvido de que lo tengo… –aclara.
No entiendo cómo hace. Yo ahí adentro me sentía ahogada, acalorada y al rato muerta de frío por la transpiración, se me endurecían los hombros, el cuello, la espalda, la cabeza, me empezaba a picar todo, sobre todo bajo(+
El pelado arranca el interrogatorio: quién es el positivo, cuándo fue el contacto estrecho y si fue por más de quince minutos a menos de dos metros. (+)
–Compartimos la habitación en la guardia –le aclaro–. Dormimos de a cuatro ese día.
(+)
Empieza que así imposible, que vamos a terminar todos contagiados, que por qué no nos dividimos en turnos y nos vamos a nuestras casas y le sugiero que se lo proponga a los jefes.
“Fulana” me mete el hisopo por la nariz, arrancando por el lado izquierdo, y refriega hasta (+)
–Abrí la boca grande –me ordena.
(+)
Apenas digo “aaa” introduce el coso hasta la garganta y ahora no me provoca dolor, sino náuseas y arcadas.
–Ya está –dice cuando lo saca.
Yo me disculpo por casi vomitarle encima mientras ella lo corta, guarda y tapa y me cuenta que está acostumbrada. (+)
Les agradezco, me cuelgo la mochila de un hombro y salgo, no sin antes preguntar cuándo estará el resultado. (+)
Una vez afuera me tiro alcohol setenta sobre los guantes y vuelvo a guardar el pulverizador en el bolsillo de la campera. Miro alrededor buscando a la pelirroja. No la encuentro y asumo que ya habrá entrado. (+)
(+)
–Acá no vino nadie con ese nombre –contesta y resopla la mujer de antes. Su cara sigue igual de cansada y me pregunto cómo terminará a la tarde.
Se me retuercen por enésima vez las tripas. Me fuerzo a no pensar en eso y le escribo a la pelirroja: “Sí que llegabas tarde”. (+)
Los hombros se me contracturan de nuevo y añoro la charla cara a cara que no llegamos a tener. Le mando suerte y fuerzas con esto y le hago prometer que apenas tenga su resultado me va a llamar. “Idem vos”, contesta. Se repite el tema de los cólicos pero lo obligo a irse. (+)
Hago el recorrido inverso a cuando entré. Pego la vuelta y voy para la entrada de ambulancias donde le mangueo un pucho al de seguridad. Mete la mano en el bolsillo de la campera y saca un atado de esos que hace poco abandoné. Estoy a punto de agarrarlo cuando caigo en que(+)
–¿Sabés qué? Mil gracias, pero mejor no –le digo.
Baja la cabeza.
(+)
–Bien, doc. Usted sí que sabe –me contesta mientras guarda el atado–. Yo estoy tratando de dejar –agrega con cierto orgullo.
Le sonrío detrás de mi N95 y trato de que mis ojos lo reflejen. Avanzo hacia la vereda y dejo que el sol me pegue en la cara (+)