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–¿No te moriste todavía? Yo quería mi herencia –lo atiendo.
–Me voy a tener que prostituir, parece –responde sin responder.
–¿Poniendo excusas para no casarte conmigo?
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–Na, tengo para todes –se le nota algo menos ronca la voz que en los últimos días y logro adivinar su sonrisa chanta.
–A mí no me gusta compartir –sentencio seria.
–Golosa –ahora sí se ríe.
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–Qué ganas de comer un alfajor triple. O un H@vanna. Quiero playa. Necesito tirarme a lo lagarto unos cuantos meses –bostezo con ruido.
–Si venías a visitarme sin EPP y con saludito con lengua, dos semanitas por lo menos (+)
–Si le tenés esa fe a tus espermatozoides, hijos vamos a poder tener sin drama –intento distraerlo a ver si frena.
La tos, en cambio, aumenta y raja. Yo me llevo la mano izquierda al cuello y me mimo (+)
–Semental me podría hacer –larga, apenas para, con voz de locutor ronco.
–No quiero hijos ilegítimos que le vengan a reclamarle nada a los nuestros –se la sigo.
–Entonces vas a tener que mantenerme.
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–¿Más guardias pretendés que haga?
–Mínimo veinte al mes. Pero no exijas EPP en todas porque es un recurso finito, y, si te agarras el bicho –EL bicho, no mi bicho– jodete que vas a cobrar el básico del básico y cuando les pinte pagártelo. Ah, y de bono, (+)
–¿Tan así es la cosa? –indago ya seria.
–Eso me dicen. En dos meses te cuento. Yo mientras arranco a vender mi pija para pagar las deudas.
–Sabés que te puedo prestar plata, ¿no?
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–¿Y si te contagiás? La vas a necesitar, y yo no tengo suficientes ahorros para prestarte nada. Los voy a gastar todos en mi outfit de semental –me lo imagino en zunga de leopardo con la panza cervecera al aire y me dan ganas de abrazarlo.
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–Te presto, en serio –insisto.
–No sos un banco. Tampoco una ONG. ¿Te acordás que te lo dijo tu psicóloga?
–De que –lo corrijo.
–¿Eh?
–“De que” me lo dijo. Me pone mal. Es como cuando decís “voy DE mi abuela”.
–Grammar nazi –lo pronuncia con voz de video juego de lucha.
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–Me acuerdo DE QUE –remarco– lo de la ONG fue en relación a mi ex. Acá hay amistad y para los amigos se está.
–¿No nos íbamos a casar?
–Solo si nos quedamos solos, justo antes de amargarnos –aclaro.
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–¿Voy DE mi amiga entonces cuando salga de este infierno? –se ríe y de la risa termina tosiendo de nuevo.
Esta vez es menos violenta la tos.
–¿Es fea la comida? –le pregunto apenas cesa.
–No sé, todavía me resulta igual morfar carne que chocolate –refunfuña.
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–Mierda… si quieren castigarme, que hagan que no le sienta el gusto al chocolate. O al dulce de leche. O a la tramontana.
–Golosa. Ya lo dije.
–¿Cuándo te mandan a tu casa? ¿Alguna idea?
–Según la ART hace cinco días estaba de alta.
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–¿Cómo?
–Me llamaron para darme el alta los inútiles. No se comunicaron conmigo desde que avisé del positivo y me llaman para decirme que se cumplió el tiempo y que estoy de alta.
–Unos crá, diría la pelirroja.
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–¿Y esa cómo anda? Ni me llama la turra.
–Positiva como vos. Pasándolo medio medio, pero en la casa. Se negó a irse a un hotel.
–Qué boluda… Comer de arriba, llamar a un número mágico y que te traigan lo que necesites, no tener que lavar sábanas ni toallas…
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–Son hoteles medio pelo, no Disney –lo corto.
–Bueno, yo para la noche de bodas te voy a llevar a uno chichi bombón.
–Pero no pretendas fifar que voy a estar muerta de la fiesta. Y después me lo voy a pasar en el spa. Más te vale que tenga spa.
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–Dale, vendo mi pija desde ahora –larga esto último susurrado y me dice que me tiene que dejar.
Le mando un beso, que se mejore pronto y corto.
Llamo a la pelirroja. Atiende, me larga un “duermo” –con voz casi tan ronca como la del petiso al principio– y cuelga.
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Entro a mi edificio con la mochila repleta y la máscara facial en una bolsa grande. Me pulverizo alcohol setenta por las manos y llamo el ascensor. Una señora mayor que creo no haber visto nunca entra a los segundos y se acerca demasiado. Llamo el otro (+)
–Yo tomo el próximo –le digo y sonrío detrás del barbijo quirúrgico que mágicamente logré que me diera el jefe mala onda.
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–Vos deberías ir por la escalera –me larga la mujer con tono para nada amable.
–¿Disculpe?
–¿No sos médica? Nos vas a contagiar a todos...
–Sí, soy médica, pero le aseguro que me cuido. Además, vivo bien arriba.
–Tu problema, ¿no? –se mete en el ascensor y me cierra la (+)
Quiero gritarle que se vaya bien a la mierda, pero pienso en lo jodida que se volvió mi abuela muerta de vieja, y en que al final era una demencia, y me lo trago.
(+)
Llega el otro. Subo, cierro las puertas y avanzo hacia el departamento ya de mal humor total. Abro, apoyo la mochila apenas junto a la puerta y procedo a sacarme las zapatillas que dejo ahí al lado. Escucho ruido de llaves. Giro y me encuentro con mi vecina con (+)
–Para tu desayuno –dice–. Yo me duermo un poquito más –tiene los ojos cansados, y apenas le sonríen.
Le largo un gracias –que ni sé si recibe a través de la puerta que se cierra– y entro. Apoyo la bolsa (+)
Abro el agua bien caliente. Dejo que me acaricie y que me borre toda la mufa que me tiró la vecina más vieja. Me masajeo la cabeza primero con el shampoo y luego con (+)