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#CosasQuePasanEnLaGuardia #105. PRE-COVID. Diez de la noche. Guardia repleta. En la lista sigue una paciente anotada como “hemorroides”. Llamo a la mujer mientras me pregunto desde qué hora le sangrará el traste (porque casi siempre que refieren consultar por "hemorroides", es(+)
(-) por sangrado) y si realmente será hemorroidal el asunto o un tumor horripilante en su intestino. Apenas pronuncio su apellido, levanta la mano cual saludo de reina y su acompañante la ayuda a incorporarse. Caminan hacia mí con toda la parsimonia que resultaría acorde (+)
(-) a la edad de la reina en cuestión, pero que en este caso se debe también a los múltiples saludos que dispersa por la sala de espera en el trayecto. A la derecha –mi derecha– viene ella, la reina. Es una mujer de pelo castaño tirando a dorado, lindo, con breves raíces (+)
(-) blancas casi transparentes que andará por los setenta y tantos años. A la izquierda se encuentra la que, por el parecido, asumo que es su hija; a ella no le doy más de cincuenta. Lleva el pelo por los hombros con un brushing impecable y una camisola negra con flores (+)
(-) blancas muy monona (como diría mi abuela). Comparten los ojos claros, las pestañas largas, los cachetes con rosácea y hasta la sonrisa. Avanzan del brazo, codo a codo cual matrimonio de paseo, y la reina me saluda nuevamente con la mano derecha –en un (+)
(-) movimiento acorde al título– y se ríe. Es la primera paciente que veo en la fecha con tal gesto. Las hago pasar y le indico a la reina –ya la coroné como la reina de la noche– que se siente en la única camilla libre que queda en la guardia. Le resulta un tanto alta, pero (+)
(-) la hija, en dos súbitas maniobras, la alza y la acomoda. La madre se queja por el despeine, se reorienta las mechas revueltas, saca un espejito de la cartera y se retoca el rouge rosa tirando a coral. Yo me río, me presento y le pregunto sus datos filiatorios. Tiene (+)
(-) nombre y apellido paquetones que no se acompañan de ninguna prepaga.
–Era una estafa lo que me cobraban –aclara al respecto–, mejor ni te cuento –sacude la cabeza oblicua en una maniobra negatoria sutil mientras alza las cejas y pestañea de forma (+)
(-) repetida–. ¿Y para qué? Si vos y yo sabemos, mi querida, que los mejores médicos están en el hospital.
Sonrío y ella me acaricia la mejilla.
–Como vos, con esa cara de buenita que tenés… –sigue.
Casi le hago un chiste de que es solo la cara, pero temo que eso le haga (+)
(-) fruncir el traste cuando tenga que revisárselo, así que me lo trago.
Indago sobre el motivo de su consulta y refiere que empezó anteayer con “el asunto”, el cual todavía no aclara en qué consiste; yo la dejo hablar.
(+)
(-)
–Pensé que se me iba a ir solo… Vos viste como esto, mi querida, mientras uno más bolilla le da a la salud, más nos embroma… Así que traté de olvidarme y que se pase. Lavé ropa, la colgué, hice flan, budín –prolonga la A de flan y la U de budín–, una (+)
(-) tarta… Todo lo que podía hacer parada hice… –se ríe.
Recién ahí la miro bien y noto que tiene los glúteos apoyados de forma asimétrica, y que está medio de coté y un tanto en el aire. La cosa es que sí, tiene sangrado, pero no es solo eso, también le duele bastante.
(+)
(-)
–Y a mí que nunca me dieron las hemorroides me vienen a dar ahora. ¿A vos te parece? –agrega bajito y se ríe nuevamente mientras forma una especie de visera con la mano.
–Es que esto no parecen hemorroides. Suena más a una fisura –le explico.
(+)
(-)
–¿Cómo fisura? –interrumpe la hija con los labios algo para adentro–. ¿Eso no lo tienen los homosexuales? –pregunta, también bajo, sin preguntar.
La miro y trato de contener la risa que le quiere estallar en la cara, por un lado, por el uso del término y, por otro, (+)
(-) por lo retrógrado de su idea. Cuento hasta cinco para adentro, enderezo mi cara y finalmente pronuncio:
–No, para nada. La fisura es una lastimadura que no solo se da por el sexo anal, suele darse por constipación, por ejemplo.
(+)
(-)
–Ah, sí, sí. Yo soy bien seca de vientre –informa la reina madre.
–Igualmente, no solo los homosexuales mantienen sexo anal –sigo dirigiéndome a la hija cuya cara cada vez está más pálida.
Ella comienza a abanicarse con la mano.
(+)
(-)
–A muchas mujeres les resulta placentero, eso o los juguetes sexuales a dicho nivel… –continúo por un lado para desasnarla y, por otro, confieso, por cierta diversión.
–Ahora me va a decir que todo esto es porque mi mamá se metió una zanahoria por ahí, lo que me falta…
(+)
(-)
–¡Hija! –la reta la madre con un intento de cara de horrorizada a la que se le escapa una sonrisa.
–Para nada, señora, solo le comentaba que hay muchas formas de que se produzca una fisura… –le respondo a la hija procurando no reírme, con toda la serenidad de la que (+)
(-)soy capaz.
Doy por concluido el asunto y le indico a la madre que la tengo que revisar.
–¿A dónde vamos? –pregunta con la misma sonrisa que tiene desde que llegó, mientras intenta bajarse de la camilla.
(+)
(-)
La freno y le explico que a ningún lado, que no tengo otro lugar para hacerlo. Ella mira alrededor, a la gente en las otras camillas, tiene la boca hecha piquito. Enfrente hay una mujer con dos nenas, ella con suero, muerta de dolor, la hija más chica durmiéndole (+)
(-) encima y, la más grande –de unos cinco o seis años– jugando con el celular. En la camilla que queda hay un hombre de sesenta y pocos también con suero al que se ve bastante entero. A él le pienso pedir que espere afuera.
–¿Acá? –pregunta de nuevo la reina con los labios (+)
(-)ahora apenas estirados hacia los lados en una especie de sonrisa que no se ríe.
Bajo y subo lento la cabeza mientras me muerdo el labio de abajo cerca de la comisura derecha.
(+)
(-)
–Yo busco un camisolín para taparla, le pedimos al señor que salga un momento y lo hacemos rapidito. ¿Le parece? –propongo.
Sus comisuras, que habían vuelto a su posición neutra, se estiran hacia afuera algo incómodas mientras la cabeza desciende e (+)
(-)intenta esconderse entre los hombros que suben a la vez.
Finalmente, gira hacia la hija.
–Vos vigilás la puerta y no mirás –la previene con ojos grandes.
El hombre huye despavorido sin que tenga que pedírselo.
–Usted me avisa cuando esté todo bien tapado de nuevo –me pide.
+
(-)
Yo asiento mientras pienso que gracias a Dios no nos tocó un mirón.
La madre de las nenas le instruye a la del celular a que no mire. Ella le contesta un “Ay, no, mamá” cual adolescente y vuelve al jueguito desde el que pispea a cada rato. El camisolín hace primero (+)
(-) de biombo y luego de sábana. La señora reina –que en este momento debe sentirse cualquier cosa menos eso– sigue mis indicaciones y se acuesta de costado con las rodillas al pecho, la pollera levantada y la bombacha baja. Yo le separo los cantos con las manos enguantadas (+)
(-) y observo el panorama del que quiero salir corriendo, sobre todo cuando le pido que haga fuerza como para hacer lo segundo. Por suerte no se le escapa nada y la fisura se muestra en su máximo esplendor.
–Ya estamos –le informo.
(+)
(-)
–¿Sí? Ni lo sentí –contesta aliviada mientras se sube la ropa.
Me pregunto si creerá que tengo manos mágicas que le hicieron un tacto rectal imperceptible y me río para adentro. Miro al techo y agradezco en mute el que no haya sido necesario realizarlo.
(+)
(-)
La hija abandona la puerta y ayuda a su madre a incorporarse. Luego ambas esperan la confirmación del diagnóstico tan temido por la primera que, cuando lo ratifico, no debe poder pensar en otra cosa que en una zanahoria.
Le indico al hombre de la camilla vacía que ya (+)
(-) puede volver.
–Mejor me quedo acá hasta que se vayan –emite por respuesta.
Me pregunto si él también pensará en la zanahoria.
Hago las recetas correspondiendes, las indicaciones por escrito y les explico a la reina y a la princesa los pasos a seguir. Ellas asienten, (+)
(-) conformes.
–Ahora vos andá a comprarle un café rico a la doctora y un alfajorcito y yo te espero acá –la reina le palmea el antebrazo a la hija.
Estoy a punto de emitir un “no es necesario” seguido de algún tipo de agradecimiento cuando reparo en (+)
(-) lo que le brillan los ojos. Me hace acordar a mi ahijado cuando está por mandarse alguna cagada. Me trago las palabras y de paso me anticipo a lo bien que me va a venir ese café.
–¿Cortado? –interroga la hija desde la puerta.
–Negro, gracias –contesto.
(+)
(-)
Apenas sale, doña reina exhala fuerte y se ríe. Luego propulsa los labios en trompita como un rato atrás, hunde la cabeza entre los hombros y arranca:
–No tenemos mucho tiempo… Así que a ver… yo necesitaba hablar sin ella, porque hay cosas que no (+)
(-) sabe. No le puedo decir que tengo un novio, lo va a querer conocer. Y cuando lo vea, con lo buenmozo que es, y más cerca de la edad de ella que de la mía… mirá si se enamora de él y tenemos un problemón –hace un movimiento descendente a ambos lados del cuerpo (+)
(-) con las palmas para arriba.
Noto de reojo que la mujer del suero de enfrente sonríe y se cuelga de la conversación.
–Ajá –incito a la reina a que siga.
–La cosa es que con él yo descubrí cosas, descubrí el mundo, mi querida. Con mi marido, que en paz (+)
(-) descanse –se persigna mirando al techo y retoma–, era siempre él, él y más él. Él arriba, mete que mete y el gemido ahogado. Suyo, siempre suyo.
Bajo y subo la cabeza mientras escucho atenta lo interesante del relato. Ahora la señora de las nenas le tapa las orejas a la (+)
(-) mayor mientras la chiquita, por poco bebé, sigue fusilada a upa.
–Y con mi novio no. Él se preocupa por mí. Es dedicado, si sabés lo que digo, mi querida.
Asiento y pienso en los últimos hombres con los que estuve y lo poco así que resultaron. Casi que envidio a doña reina+
(-)
Hay un ruido y alguien intenta abrir la puerta a la que, por suerte, le puse traba. Ella mira con los ojos bien abiertos y, algo sudorosa, de repente me larga:
–A lo que iba es que necesito saber cuándo va a poder arrimarse ahí. Arrimarse bastante, digo.
(+)
(-)
Ahora sí que está roja. Roja, con la rosácea prendida fuego, transpirada y con los ojos que casi le titilan y escupen fuegos artificiales. Yo intento no reírme, aunque mi alma se muere por abrazarla mientras nos descostillamos juntas. La puerta –otra vez– interrumpe nuestro(+
(-) jolgorio. Le explico rápido que por ahora el novio no debería ni asomarse, que va a tener que ir a un proctólogo, pero que esto en menos de un mes no se va a curar del todo. Sus comisuras bajan, la sonrisa se le evapora y los ojos exhalan una mezcla de angustia con (+)
(-) preocupación.
–Tranquila –le agarro la mano–, hay unas cuántas áreas a las que puede arrimarse bastante –le sonrío y le guiño el ojo mientras me acerco a la puerta y la abro.
La hija entra con un café y dos alfajores. Me entrega uno a mí y el otro a la madre con un (+)
(-) “te lo ganaste” que va dirigido a ella, pero que creo que se aplica a ambas.
La reina me agradece, se baja de la camilla casi sin ayuda y se retira con el mismo movimiento de la mano derecha con el que llegó. Yo cierro la puerta y le indico al paciente (+)
(-) del pasillo que ya puede volver a su camilla mientras la mamá de al lado me sonríe y se acuerda de destaparle los oídos a su nena.
Salgo a la entrada de ambulancias, me prendo un pucho y abro el T1nder decidida a convertirme en reina, o casi.
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