–Era una estafa lo que me cobraban –aclara al respecto–, mejor ni te cuento –sacude la cabeza oblicua en una maniobra negatoria sutil mientras alza las cejas y pestañea de forma (+)
Sonrío y ella me acaricia la mejilla.
–Como vos, con esa cara de buenita que tenés… –sigue.
Casi le hago un chiste de que es solo la cara, pero temo que eso le haga (+)
Indago sobre el motivo de su consulta y refiere que empezó anteayer con “el asunto”, el cual todavía no aclara en qué consiste; yo la dejo hablar.
(+)
–Pensé que se me iba a ir solo… Vos viste como esto, mi querida, mientras uno más bolilla le da a la salud, más nos embroma… Así que traté de olvidarme y que se pase. Lavé ropa, la colgué, hice flan, budín –prolonga la A de flan y la U de budín–, una (+)
Recién ahí la miro bien y noto que tiene los glúteos apoyados de forma asimétrica, y que está medio de coté y un tanto en el aire. La cosa es que sí, tiene sangrado, pero no es solo eso, también le duele bastante.
(+)
–Y a mí que nunca me dieron las hemorroides me vienen a dar ahora. ¿A vos te parece? –agrega bajito y se ríe nuevamente mientras forma una especie de visera con la mano.
–Es que esto no parecen hemorroides. Suena más a una fisura –le explico.
(+)
–¿Cómo fisura? –interrumpe la hija con los labios algo para adentro–. ¿Eso no lo tienen los homosexuales? –pregunta, también bajo, sin preguntar.
La miro y trato de contener la risa que le quiere estallar en la cara, por un lado, por el uso del término y, por otro, (+)
–No, para nada. La fisura es una lastimadura que no solo se da por el sexo anal, suele darse por constipación, por ejemplo.
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–Ah, sí, sí. Yo soy bien seca de vientre –informa la reina madre.
–Igualmente, no solo los homosexuales mantienen sexo anal –sigo dirigiéndome a la hija cuya cara cada vez está más pálida.
Ella comienza a abanicarse con la mano.
(+)
–A muchas mujeres les resulta placentero, eso o los juguetes sexuales a dicho nivel… –continúo por un lado para desasnarla y, por otro, confieso, por cierta diversión.
–Ahora me va a decir que todo esto es porque mi mamá se metió una zanahoria por ahí, lo que me falta…
(+)
–¡Hija! –la reta la madre con un intento de cara de horrorizada a la que se le escapa una sonrisa.
–Para nada, señora, solo le comentaba que hay muchas formas de que se produzca una fisura… –le respondo a la hija procurando no reírme, con toda la serenidad de la que (+)
Doy por concluido el asunto y le indico a la madre que la tengo que revisar.
–¿A dónde vamos? –pregunta con la misma sonrisa que tiene desde que llegó, mientras intenta bajarse de la camilla.
(+)
La freno y le explico que a ningún lado, que no tengo otro lugar para hacerlo. Ella mira alrededor, a la gente en las otras camillas, tiene la boca hecha piquito. Enfrente hay una mujer con dos nenas, ella con suero, muerta de dolor, la hija más chica durmiéndole (+)
–¿Acá? –pregunta de nuevo la reina con los labios (+)
Bajo y subo lento la cabeza mientras me muerdo el labio de abajo cerca de la comisura derecha.
(+)
–Yo busco un camisolín para taparla, le pedimos al señor que salga un momento y lo hacemos rapidito. ¿Le parece? –propongo.
Sus comisuras, que habían vuelto a su posición neutra, se estiran hacia afuera algo incómodas mientras la cabeza desciende e (+)
Finalmente, gira hacia la hija.
–Vos vigilás la puerta y no mirás –la previene con ojos grandes.
El hombre huye despavorido sin que tenga que pedírselo.
–Usted me avisa cuando esté todo bien tapado de nuevo –me pide.
+
Yo asiento mientras pienso que gracias a Dios no nos tocó un mirón.
La madre de las nenas le instruye a la del celular a que no mire. Ella le contesta un “Ay, no, mamá” cual adolescente y vuelve al jueguito desde el que pispea a cada rato. El camisolín hace primero (+)
–Ya estamos –le informo.
(+)
–¿Sí? Ni lo sentí –contesta aliviada mientras se sube la ropa.
Me pregunto si creerá que tengo manos mágicas que le hicieron un tacto rectal imperceptible y me río para adentro. Miro al techo y agradezco en mute el que no haya sido necesario realizarlo.
(+)
La hija abandona la puerta y ayuda a su madre a incorporarse. Luego ambas esperan la confirmación del diagnóstico tan temido por la primera que, cuando lo ratifico, no debe poder pensar en otra cosa que en una zanahoria.
Le indico al hombre de la camilla vacía que ya (+)
–Mejor me quedo acá hasta que se vayan –emite por respuesta.
Me pregunto si él también pensará en la zanahoria.
Hago las recetas correspondiendes, las indicaciones por escrito y les explico a la reina y a la princesa los pasos a seguir. Ellas asienten, (+)
–Ahora vos andá a comprarle un café rico a la doctora y un alfajorcito y yo te espero acá –la reina le palmea el antebrazo a la hija.
Estoy a punto de emitir un “no es necesario” seguido de algún tipo de agradecimiento cuando reparo en (+)
–¿Cortado? –interroga la hija desde la puerta.
–Negro, gracias –contesto.
(+)
Apenas sale, doña reina exhala fuerte y se ríe. Luego propulsa los labios en trompita como un rato atrás, hunde la cabeza entre los hombros y arranca:
–No tenemos mucho tiempo… Así que a ver… yo necesitaba hablar sin ella, porque hay cosas que no (+)
Noto de reojo que la mujer del suero de enfrente sonríe y se cuelga de la conversación.
–Ajá –incito a la reina a que siga.
–La cosa es que con él yo descubrí cosas, descubrí el mundo, mi querida. Con mi marido, que en paz (+)
Bajo y subo la cabeza mientras escucho atenta lo interesante del relato. Ahora la señora de las nenas le tapa las orejas a la (+)
–Y con mi novio no. Él se preocupa por mí. Es dedicado, si sabés lo que digo, mi querida.
Asiento y pienso en los últimos hombres con los que estuve y lo poco así que resultaron. Casi que envidio a doña reina+
Hay un ruido y alguien intenta abrir la puerta a la que, por suerte, le puse traba. Ella mira con los ojos bien abiertos y, algo sudorosa, de repente me larga:
–A lo que iba es que necesito saber cuándo va a poder arrimarse ahí. Arrimarse bastante, digo.
(+)
Ahora sí que está roja. Roja, con la rosácea prendida fuego, transpirada y con los ojos que casi le titilan y escupen fuegos artificiales. Yo intento no reírme, aunque mi alma se muere por abrazarla mientras nos descostillamos juntas. La puerta –otra vez– interrumpe nuestro(+
–Tranquila –le agarro la mano–, hay unas cuántas áreas a las que puede arrimarse bastante –le sonrío y le guiño el ojo mientras me acerco a la puerta y la abro.
La hija entra con un café y dos alfajores. Me entrega uno a mí y el otro a la madre con un (+)
La reina me agradece, se baja de la camilla casi sin ayuda y se retira con el mismo movimiento de la mano derecha con el que llegó. Yo cierro la puerta y le indico al paciente (+)
Salgo a la entrada de ambulancias, me prendo un pucho y abro el T1nder decidida a convertirme en reina, o casi.