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#CosasQuePasanEnLaGuardia #104. Estoy haciendo espuma con el shampoo sobre mi cuero cabelludo cuando empieza a sonar a lo lejos una melodía que conozco. Es “Lago en el cielo” de Cerati y estoy segura de que sale de mi celular que quedó en la habitación. (+)
(-) Pienso en la hora –seis y algo de la mañana con suerte–, en el día –sábado– y en los vecinos y casi manoteo el toallón para correr a buscarlo hasta que me acuerdo de que la de arriba estuvo a los gritos anoche hasta las tres en lo que asumo que fue una (+)
(-) videollamada multitudinaria –las voces de sus amigas no se escuchaban, pero sí que les decía Mimi, Luli, Cuqui, Jose y Pepi– y de que el de al lado todos los fines de semana trae a una mina distinta –o eso parece por los diversos tonos de voz y de alaridos– y fifan (+)
(-) reiteradamente hasta el amanecer, tiempo en el cuál él aúlla al son de “qué puta que sos”, “cómo te gusta la pija” y “tomala toda, putita”, expresiones que me despiertan con una mezcla de ganas de matarlo y una ligera –muy ligera– pizca de envidia. Me enjuago el (+)
(-) shampoo y paso a la crema de enjuague. También la masajeo. Me quedé sin jabón, así que aprovecho la espuma del shampoo y otro tanto que saco del envase blanco con tapa dorada que hace unos cuantos años recuerdo que tenía algo de verde. Me gustaba más así, (+)
(-) Me enjuago, salgo y me seco. Elegí la toalla más peluda que tengo –una azul tirando a celeste– para enfrentar mi regreso. Vengo durmiendo diez horas diarias como mínimo y, levantarme, costó. Hace días que anhelo volver, ojo, pero, ahora, quisiera quedarme en la (+)
(-) cama unas horitas más. Me miro al espejo. Las ojeras siguen ahí: estos días, casi dos semanas, no alcanzaron para borrarlas. ¿Alcanzaría un mes? ¿Dos? Cerati me saca de mi ensimismamiento y, ahora sí, me apuro a atender. Es la pelirroja: dice que empezó con (+)
(-) tos y dolor de garganta.
–Me parece que a la guardia vas a venir de paciente nomás –le contesto.
Espero una puteada o respuesta guaranga en su defecto.
–Perdón –larga en vez de eso.
Le digo que tranquila, que ahora toca ocuparse de su salud, que buscamos un reemplazo. (+)
(-)
–Es que no hay. Le mandé mensaje hasta a mi ex y ni el pedazo de idiota puede. Muchos aislados.
–Ya vamos a encontrar a alguien, y si no, seremos uno menos, nada grave –intento calmarla mientras me alegro por el comentario sobre su ex. Tan, tan mal no está.
(+)
(-)
Me visto y armo la mochila mientras le digo que duerma un rato más y que venga después del pase así la hisopo. Me agradece y se disculpa de nuevo, casi no la reconozco.
Voy en bondi. No está tan lleno y frena cuando lo paro. Me siento por el fondo, mando (+)
(-) un mensaje al grupo pidiendo el reemplazo que necesitamos, guardo el celular y leo a Puig. Levanto la vista. Cuento a tres de clínica, a dos de infecto, a un bioquímico, a un pediatra y a otro que ni sé de dónde es pero que me suena del hospital. Dos usan tapabocas, (+)
(-) el resto barbijo quirúrgico o N95. Me pregunto si debería imitar a estos últimos, si safaré de nuevo la próxima y si estará cerca o no. Uno de clínica me mira como viendo si nos conocemos. Levanto la mano a modo de saludo y vuelvo a mis páginas mientras ruego (+)
(-) para que no se acerque a charlar, al menos no hasta dentro de una hora y con un café enorme recorriéndome las venas.
Llegamos. Bajo última. Miro el hospital. Me acerco a la fachada y la acaricio. Casi pronuncio un “te extrañé”, (+)
(-) pero me lo trago al ver la gente que viene atrás. Saludo a una enfermera con el codo. Me cuenta que uno de sus compañeros está intubado. Mi lado forro pregunta si es el jodido que no labura y contesta mal.
–No –se ríe–. Todos preguntamos lo mismo, pero yerba mala…
(+)
(-)
Me muerdo el labio de abajo. Sigue sobre el compañero en cuestión al que no conozco, pero igual me angustia. Le deseo suerte, fuerzas, no sé qué se desea en estos casos, pero es lo que me desearon a mí por el peti. No le cuento de él. No sé si sabe, pero no tengo (+)
(-) ganas de ponerme mal antes de arrancar.
Avanzo. Miro el celular: ni respuesta al pedido de reemplazo. Entro al estar médico. Los nocheros hablan de uno que se dio a la fuga y veo que las cosas no cambiaron demasiado. Saludo a algunos con el codo y a otros en forma general.(+)
(-)
–Bienvenida de vuelta –el emergentólogo me sonríe con los ojos –. Espero que hayas descansado.
Le miento que sí. No le hablo de mi insomnio, de las pesadillas, de las veces que me apretó el pecho –¿veinte? ¿treinta?– y marqué desesperada el número (+)
(-) del petiso para verificar que siguiera vivo, ni de las que llamé a mi viejo por miedo a dar positiva, terminar intubada y no hablar con él nunca más.
–Qué bueno tener te de vuelta –agrega.
Me dan ganas de abrazarlo, pero me contengo, no por medida, sino por el maldito (+)
(-) bicho y por el miedo. En lugar de eso le choco el codo izquierdo con mi codo derecho, el derecho con el izquierdo y luego lo mismo con los pies.
–Se te extrañó, che –me dice otra vez desde sus ojos sonrientes.
–Yo también los extrañé –me escondo atrás del plural.
(+)
(-)
Él gira, se sirve un café y me cuenta que lo tiene que ir a tomar afuera porque ahora está prohibido sacase los barbijos en el estar. Pienso en que lo que traigo puesto es un tapabocas y que ni me puse el ambo todavía y me apuro al baño a cambiarme.
(+)
(-)
La rutina de no apoyar nada en el piso y ponerle candado a la mochila es algo que no extrañé y encima le perdí la cancha: mi tensiómetro y mi sello terminan en el suelo. Salgo. Dejo la mochila en el armario y me voy a limpiarlos con alcohol. Debería prenderlos (+)
(-) fuego, pienso. Vuelvo. Todavía no llegó ninguno de mis compañeros para el pase. Los nocheros me preguntan quién viene y una agrega que la noche fue un infierno. Justo entra la Flaca y se disculpa por la demora. Se cambia y vamos a la recorrida. No aparece nadie (+)
(-) más. Anotamos: covid, covid y más covid. Hay dos consultorios con gente sin sospecha de tenerlo que, probablemente, se lo termine pescando acá. Le cuento de la pelirroja que está con síntomas y del petiso internado con neumonía de los dos lados. Ella me informa (+)
(-) que la colombiana al final no viene porque hace unos días dio positiva, pero que por suerte no tiene más que diarrea, dolores musculares y el tema del olfato. Dice que las dos buscaron reemplazo, pero nada. Recapitulamos y caemos en que vamos a ser dos y que (+)
(-) encima faltaron un clínico y un emergentólogo. Es imposible: si no nos mata el virus choto este, nos va a matar el estrés.
Miro el teléfono. Ni respuesta. Hago algunos llamados. Enfermos, positivos asintomáticos, aislados por contacto con positivos o de licencia por (+)
(-) grupo de riesgo, hay de todo. Otros, como el Ruludo, ni atienden y mandan el contestador. Les rogamos a los de anoche y uno que vi dos o tres veces en la vida acepta quedarse. Los otros se disculpan y aseguran algo que ya informaban sus ojeras y las marcas (+)
(-) del EPP en las caras: no dan más.
Le aviso al jefe a ver si él consigue a alguien.
–¿Pero seguro que corresponde hisopar a tu compañera? –pregunta en lugar de eso.
–Es personal de salud y tiene síntomas. Además, fue contacto estrecho de nuestro compañero positivo– no (+)
(-) pronuncio el apellido del petiso; estoy segura de que ni lo sabe.
–Pero la hisoparon y dio negativa según me informaron –insiste.
–Sí, pero el hisopado depende mucho de la técnica. Tiene falsos negativos… –le explico y no puedo creer que tengo que hacerlo.
(+)
(-)
–Claro, claro. Y bueno, tendrán que esforzarse más ustedes. Vacaciones ya tuvieron…
Me quedo callada. Habla de mí, obvio, de mi aislamiento, como si hubiera sido una tremenda joda. Tengo ganas de meterle una piña de esas que no sé dar.
(+)
(-)
–Hay un médico que hace reemplazos en otras guardias. No tiene ficha, pero trabaja bien. Le podríamos conseguir una prestada… –propongo con un pie ya afuera de su despacho del que quiero huir.
Lo tiro así, con un dejo de esperanza.
(+)
(-)
–¿Ficha prestada? Eso es ilegal –recalca.
Quiero gritarle que estamos en pandemia, que necesitamos médicos, que los nombramientos y puestos extra se los comieron y eso también es ilegal, que nosotros no podemos así, pero me callo; sé que no va a servir de nada.
(+)
(-)
Salgo. Necesito café urgente. Entro al estar y me sirvo uno que casi tomo ahí mismo sin reparar en el tema del barbijo. El jefe aparece en ese preciso momento:
–Eso va a tener que esperar –señala el vaso de plástico haciendo un círculo–, llamó el de (+)
(-) seguridad que en la UFU la gente se está impacientando.
–¿Y los de planta? –le pregunto porque a esta hora deberían estar ellos.
–No sé, no me puedo ocupar de todo. Ellos son de planta y no soy su jefe, pero el de ustedes sí, así que (+)
(-) vayan –habla en plural cuando soy la única que está adelante suyo y, mientras, me saca el café.
Lo miro llevarse la mano al barbijo. Está a punto de darle un sorbo en pleno estar, sin importarle la prohibición que él mismo puso, ni mucho menos que sea MI café. Ahora sí que(+)
(-) no puedo contenerme. Estiro la mano, le saco el vaso y le contesto:
–Para el camino.
Me voy sin mirarlo y, una vez afuera, hago fondo blanco, respiro hondo y cuento primero hasta cinco y luego hasta diez.
La fila está, sí, habrá unas cinco o seis personas, tampoco es para(+)
(-) tanto. Además, seguro que están desde la guardia anterior. Avanzo hacia la coordinadora. Se pone contenta de verme y dice que me extrañaron. Le hago ojitos, nos reímos y finalmente le pregunto por los de planta. Me regala un "ni idea" con los hombros. (+)
(-) Me visto con todo el equipo de protección. Salgo y estoy por llamar al que sigue –un hombre de unos cuarenta y largos bastante entero– cuando veo a la pelirroja parada a un costado.
–¿Qué hacés ahí? –le grito.
(+)
(-)
–Me dijo la coordi que espere acá, viste que a ella le re va mandonear… –sus palabras son coronadas por un acceso de tos.
Le hago señas para que se acerque.
–Claro, que pase su pariente primero –me ladra el cuarentón.
(+)
(-)
–¿Disculpe? – lo enfrento.
Él infla el pecho, levanta los hombros, junta las cejas y da un paso hacia mí.
–Eso, que todos meten a sus amigos, parientes y yo estoy acá desde la madrugada… todos vivos.
(+)
(-)
–Mire, yo entré a las ocho, no puedo hacerme cargo de lo que pasó en el turno anterior –arranco–. Y ella sí, es una amiga, pero también es una compañera que trabaja acá y que puede que se haya contagiado, así que me parece que corresponde que la haga pasar, no (+)
(-) sé qué piensa…
El hombre hace silencio. Se escucha que resopla tras su tapabocas, pero no dice nada. Yo entro a la pelirroja al consultorio y cierro la puerta.
El interrogatorio resulta breve. No tiene factores de riesgo, empezó hoy con los síntomas –que por suerte son (+)
(-) leves–, tiene un hisopado negativo de hace una semana (y desde entonces, no vio a nadie), vive sola y vino en auto. Anoto todo en la planilla y la llevo al sucucho del hisopado. Se queja del frío, de la humedad y de que no hay baño y le dieron ganas de hacer pis. (+)
(-)
–Después vas al de los pacientes sospechosos –la gasto.
–Pedazo de conchuda –replica y sonríe.
Su puteada me alegra.
Yo saco los hisopos. Trato de hacer las cosas bien, muy bien, de pasar el hisopo el tiempo necesario y de no hacerle doler. Ella putea (+)
(-) de nuevo, se queja de que la otra vez fueron menos bestias y me regala un par de arcadas, aunque no llega a vomitar. Yo le retruco que tal vez por eso dio negativa, mientras ruego para adentro para obtener el mismo resultado.
(+)
(-)
Apenas termino, le pido una placa y yo misma la llevo. Los técnicos la animan desde lejos y ella se saca el corpiño y se pone en posición antes de que se lo indiquen. Repito para adentro un Padre nuestro y un Ave María mientras la irradian y revelan. Ella se va a un (+)
(-) rincón donde intenta ponerse de nuevo el corpiño sin sacarse del todo la remera. Yo mientras le pido a mis abuelos muertos que la cuiden y sumo al pedido al par de tíos que también tengo arriba. El corpiño termina en la cartera de mi compañera junto con la placa (+)
(-) que da impecable.
La mando a la casa a esperar el resultado –así de paso no hace pis acá– y agradece que no la haga quedarse en el cuartucho helado que, según ella, diseñó un “flor de pelotudo”. Le digo que no sé si un pelotudo o un inútil entongado y asiente. (+)
(-) Me choca el codo, gira para irse, frena, vuelve y me pregunta cómo estamos de gente.
–Todo bien, estamos completos –le miento.
La veo alejarse, miro el cielo nublado y repito mis rezos de esos que no largaba hasta que el petiso me tosió los pulmones en el teléfono.
(+)
(-)
La Flaca viene a darme una mano en la UFU y el nochero queda en los consultorios. Habla de que la rata, que le encanta, que la nota feliz y que no sabe cómo va a hacer para devolverla. Le recalco que es macho y dice que pito no le vio.
(+)
(-)
Hisopamos al hombre que protestó antes y a la que sigue. Después nos tomamos unos minutos para llamar al petiso que resulta que pasó a piso, sigue ronco y con tos, pero ya sin fiebre. Aplaudimos encima del altavoz y le mandamos besos. Pregunta por Tarzán y (+)
(-) lo boludeo con que me lo comí hasta que le agarra un ataque de tos, termina más ronco todavía y me siento culpable. Le pido perdón tres veces y le mando un abrazo de esos que no doy seguido hasta que nos reclaman los pacientes y cortamos.
(+)
(-)
Le metemos ganas, pero la fila parece que no baja nunca. Once y media me manda un mensaje el Ruludo de que estaba durmiendo tras cuarenta y ocho horas de guardia y pregunta cómo vamos. Le lloro que mal, que hay muchísimo trabajo y faltaron varios, (+)
(-) que por favor venga y contesta que por él sí, pero que tendría que usar ficha prestada, porque tres días de corrido no está habilitado. Puteo para adentro casi con peores palabras que la pelirroja y le explico la postura del jefe y la ilegalidad. “No creo que sus garches (+)
(-) en el despacho sean muy legales” responde junto a un sticker de un pelado sin dientes con una sonrisa abominable. Yo resoplo, me despido y vuelvo a atender.
Llega una familia entera en micro desde la villa. Estuvieron con uno que se murió de covid y (+)
(-) los traen para que los hisopemos. Cuando pregunto por el vínculo, resulta que era un primo lejano.
–¿Pero lo vieron más de quince minutos a menos de dos metros? –indago.
–Es que eran los quince de mi nieta –contesta un hombre que no llega a los sesenta años–. Nos juntamos(+)
(-)a unos mates y se armó la joda.
Puedo ver su sonrisa a través del tapabocas azul transparente que enseguida le cambio por un barbijo de verdad. No me gasto en retarlo, quiero terminar de una buena vez.
(+)
(-)
Tres quedan internados, y el resto espera la derivación a hoteles que no sale. Esperan en los cuartuchos, con frío y, para las dos de la tarde, se quejan de que tienen hambre; la comida no llegó ni para nosotros.
(+)
(-)
Busco al jefe para ver si nos consigue algo –sin demasiada esperanza– y encuentro en su lugar al suplente copado.
–Tuvo una emergencia –me informa.
Yo asiento sin que me importe demasiado y le planteo el asunto. (+)
(-) A los veinte minutos vienen del comedor y, a nosotras, nos convida también unos triples. Casi que salto a abrazarlo.
Pregunta cómo va todo. Le señalo la fila y le informo sobre los ausentes.
–¿Reemplazos no se consiguen? –pregunta con la cabeza apenas inclinada hacia la (+)
(-) derecha.
–Con ficha propia no.
–Eso no importa ahora. Estamos en pandemia –sentencia.
Enseguida llamo al ruludo y a uno de los de Medicina Familiar y dicen que ya vienen.
Estoy comiendo un sándwich cuando aparecen dos policías que preguntan por la denuncia del que se fugó(+)
(-) Busco el libro y les paso los datos que anotan sin demasiadas ganas y se van con la misma emoción con la que vinieron.
Media hora después llegan los que faltaban de la villa. Son unos ocho. Los de antes todavía están a la espera de la derivación. (+)
(-) Mis piernas se tensan y mis hombros quieren llorar.
Un padre entra con su nene –de unos cuatro o cinco años– que, con ojos marrones enormes de pestañas tupidas que suben y bajan ansiosas, le pregunta si de verdad van a ir a un hotel y, por un segundo, me olvido del caos. (+)
(-)
–Vamos a hacer todo lo posible –le digo al chico que ahora golpea la camilla cual tambor–, pero, para eso, te tenés que portar bien con lo que viene.
–De una –contesta el nene y sacude los hombros a modo de baile.
Me mato de risa y voy a buscar a los pediatras.
(+)
(-)
Un hombre de alrededor de setenta años con el barbijo por debajo de la nariz me frena.
–Volví –informa.
–¿Lo conozco? –indago.
–Debería –se me queda mirando.
Sus ojos se desvían unos segundos hacia un costado y hacia el otro.
–No sé, pero bueno, acá estoy. Volví –insiste.(+)
(-)
Recién ahí mis neuronas chispean.
–¿Usted es el que vino por sospecha de covid y se dio a la fuga? –el último término se me escapa del agotamiento.
–Nada de fuga –levanta el índice de la mano derecha–. Fui a darle de comer a Romeo. También lo saqué a pasear y le dije (+)
(-) que se porte bien. Después charlé con la vecina que lo va a mirar mientras no estoy y a ponerle comida, lo que no sé es si me lo va a pasear ella por el reuma…
–¿Su perro? –pregunto segura de que la respuesta es un sí.
–Gato. Un atorrante.
(+)
(-)
Me imagino al hombre paseando al gato con correa y me río para adentro. Estoy en eso cuando alguien me choca el codo. No es un saludo, es más bien un empujón. Giro en busca del desubicado y ahí está, atrás de su N95 con los ojos dormidos y los rulos (+)
(-) alborotados.
Le indico al hombre que me espere un momento en uno de los consultorios –no sin antes indicarle que se acomode el barbijo– y le informo a la coordinadora que enseguida me ocupo de él.
–¿Cómo dice que le baila? –me pregunta el Ruludo.
(+)
(-)
–Mortal.
–¿Te acompaño a fumarte un pucho?
–No fumo más, ¿no sabías?
Baja la cabeza en señal de aprobación.
–Fumemos un chicle entonces –propone y chasquea la lengua.
Yo me olvido de los pediatras, de los que me quedan por hisopar de la villa y casi que de la pelirroja y (+)
(-)sus síntomas.
Salimos por la entrada de ambulancias y nos sentamos a un costado. Estiro la mano para el chicle y él imita el gesto.
–Pensé que tendrías, ¿no dejaste de fumar? –se ríe.
Me muerdo el labio de abajo atrás del barbijo y tiro la cabeza para atrás mientras (+)
(-) revuelvo mis bolsillos.
–Tengo caramelos –le alcanzo el paquete con cuadrados de todos los colores.
–Esa mierda no como –larga en cuanto lo ve.
Lo miro, miro el paquete, me muerdo el labio de abajo por atrás del barbijo y le regalo una levantada de cabeza en diagonal (+)
(-) como cuando era chica y le decía “¡qué hambre!” a algún amigo –siempre prolongando la M– sin referirme a mi apetito.
–Tengo que buscar a los pediatras –emito por respuesta mientras me inclino hacia adelante para levantarme.
(+)
(-) Él estira el brazo y me frena.
–Igual, te acompaño.
Me siento de nuevo, me paso alcohol en gel por las manos, agarro un caramelo y me lo meto en la boca. Tiro la cabeza para atrás hasta apoyarla contra la pared. Abro los ojos casi tan grandes como el nene, miro el cielo (+)
(-)y respiro hondo. El ruludo hace lo mismo casi al mismo tiempo.
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