Curioso momento el que vive EE.UU. esta semana. Las estructuras de poder que construyeron se están devorando a sí mismas. El conflicto poselectoral todavía puede escalar muy alto. El pleito entre Donald Trump y los medios es apenas la manifestación visible de algo más profundo.
Paradójico: Donald Trump construyó su candidatura presidencial en los medios. Fue su programa de televisión El Aprendiz, el que construyó su imagen de líder y dirigente político, pese a nunca haber ocupado un cargo público con antelación.
La presidencia de Trump es consecuencia de los medios masivos en la sociedad del espectáculo. Mientras lo usaban como 'showman', les parecía muy gracioso. Pero algo tuvo ese personaje que conectó con las ideas de amplios sectores de gente blanca que se siente amenazada.
Cuando Trump fortaleció su presencia mediática, de la mano de su poderío económico, su candidatura presidencial se fue haciendo realidad. Fue hasta ese momento que los grandes medios lo percibieron como amenaza a su agenda globalizadora. Habían creado un 'monstruo'.
Ese 'Frankenstein' de la sociedad del espectáculo, tan ávida del escándalo, creció a tal punto que se volvió incontrolable. En 2016, muchos creímos que las estructuras del Deep State no dejarían pasar a Trump. Nos equivocamos. El virus fascista es más fuerte de lo que imaginamos.
A partir de 2016, los estadounidenses han tenido que padecer de arrebatos autoritarios como los que alegremente ha promovido la política exterior estadounidense en todo el mundo, donde Bolivia figura sólo el caso más reciente de una larga lista de agravios contra la democracia.
Los 4 años de mandato de Trump, han evidenciado la debilidad de las instituciones estadounidenses en muchos aspectos y las muchas carencias de su sistema "democrático", que excluye a las mayorías y beneficia a las oligarquías financieras-corporativas.
Trump ha hecho más evidentes las fisuras del sistema, y eso es algo que los dueños de los medios no están dispuestos a perdonar. El régimen político estadounidense pende hoy de un hilo. Y eso se explica en buena medida, por la manera en que los medios alimentaron a su criatura.
Hoy vemos a EE.UU. devorarse a sí mismo. Muchos celebran hoy lo que parece ser un triunfo electoral de Biden, sin tomar en cuenta que el Partido Demócrata le jugó sucio a Bernie Sanders para imponer los intereses de la oligarquía por encima de los ciudadanos estadounidenses.
Todavía es prematuro para dimensionar el tamaño de la crisis. Pero recordemos la cantidad de disturbios que se han registrado en EE.UU. el último año. Ese es un indicador del desgarramiento del tejido social a niveles muy grandes.
Lo mismo pasa al revisar los resultados de la última elección. Los grandes centros urbanos se inclinaron por Biden como rechazo a Trump, mientras el magnate tuvo más éxito en zonas rurales. Esta división es consecuencia del neoliberalismo depredador, concentrador de riqueza.
Aunque Trump es un capitalista exacerbado, no se le puede catalogar como neoliberal, debido a que su nacionalismo de derecha de corte estatista, va en contra del proyecto globalizador financierista que defiende a Biden. Esos dos proyectos han partido por la mitad al país.
Estamos ante un escenario inédito y por eso mismo, requerimos de dimensión histórica para comprender lo que está pasando. A este cuento todavía le quedan varias páginas por escribir. La sacudida y los coletazos pueden llegar a niveles que hoy nos cuestan trabajo imaginar.
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