Andaba a la deriva. No recordaba cómo había acabado en ese lugar, pero se encontraba solo en la canoa a la deriva. Sus dos guías habían muerto. Quedaban él y los tres enormes huevos que lo habían llevado hasta allí.
Había viajado a Madagascar unos meses antes con el objetivo de conseguir para un coleccionista británico huevos de ‘Aepyornis’. Un ave corredora gigante que se daba por extinta.
Con la ayuda dos guías nativos había viajado a las marismas donde esperaba encontrar restos del animal que llevarle al coleccionista. No hacía mucho que los naturalistas habían descrito la especie a partir de sus huesos y restos de huevo.
Debió ser un ave enorme, una de las de mayor tamaño conocida. Sus esqueletos llegaban a alcanzar los 3 metros de altura. Los animales pudieron a llegar a pesar 500 kg. Él aspiraba a encontrar un huevo completo.
Los fragmentos que se habían hallado sugerían que los huevos podían llegar a tener un metro de circunferencia. Tales proporciones le valieron el sobrenombre de “ave elefante”.
Al final dieron con una serie de huevos que llevaban años enterrados en el barro de un pantano, ahora sus únicos compañeros en la canoa a la deriva en mar abierto.
Lleva días, tiene hambre, así que decide primero alimentarse de uno de los huevos. Un par de días más tarde la situación no mejora. Sigue perdido, sin rumbo, sin un horizonte a la vista. Así que se lanza a por el segundo huevo.
Al abrirlo se da cuenta de que hay un embrión formándose, aún así se lo come para aplacar su hambre. El tercero se salvará porque por fin hay algo en el horizonte: un atolón.
Desembarca y se baja a tierra el huevo. El calor del sol tropical ha acelerado su desarrollo. El huevo del animal, supuestamente extinto, se desarrolla hasta que eclosiona. Ahí está un representante vivo de un ‘Aepyornis’.
No puede dejar de pensar en lo contento que se pondrá el coleccionista cuando consiga proporcionarle un ejemplar vivo. Pero para eso antes debe ser rescatado del atolón. Y eso no sucede.
Pasan los días, semanas y meses. Al ave la ha bautizado “Viernes” en honor al personaje de Robinson Crusoe. Es su “Viernes” particular. Su única compañía. Cada vez está más cómodo en ese lugar.
Se ha construido una cabaña, tiene una fuente de agua fresca cerca y frutos en abundancia de los que alimentarse. Solo hecha en falta poder fumarse un cigarrillo de vez en cuando. Si pudiera, ese sería su Paraíso.
Pero “Viernes” cada vez es más grande. Muy grande de hecho, ya le supera en altura y cada vez es más agresivo. Sus picotazos cuando era pequeño resultaban inocentes. Ahora son un peligro.
En una ocasión tiene que subirse a un árbol para evitarlos. En otra arrojarse al agua. Le lanza frutos pero su agresividad no se calma así que al final opta por darle muerte. Le sabe pena. Es su único compañero, pero la convivencia es imposible.
Ironías de la vida a los pocos días de matarlo un barco mercante pasa por la zona y detecta su presencia en la isla. Lo llevan de vuelta a Inglaterra y consigo carga los restos del ave para el coleccionista.
Lo analizan y llegan a la conclusión de que pertenece a una especie distinta. No es ‘Aepyornis maximus’, sino algo distinto, más grande y corpulento a lo que bautizan ‘Aepyornis vastus’.
Es el resumen del relato corto “Aepyornis Island” escrito por H.G. Wells en 1894. Es ficción, pero como todas las ficciones de Wells basadas en las novedades científicas de la época.
El propio Wells era biólogo, había tenido de profesor al “bulldog de Darwin” Thomas Henry Huxley, y la mayoría de sus novelas tratan temas biológicos y sobretodo evolutivos, teoría que le fascinaba y que suponía una revolución social en aquella época.
Cuando Wells escribió este relato los restos del “ave elefante” eran “casi nuevos” para los naturalistas europeos. Encontrar restos de sus huevos les llevó a pensar que la extinción era reciente, del siglo XVII o XVIII.
Conocían el antecedente del Dodo, ave famosa por ser la primera especie de la que se aceptó su extinción, y en la que había estado implicada la especie humana.
Pensaron que el caso del “ave elefante” debió ser similar, e igual de reciente. Hoy sabemos que su extinción es más antigua, que el ave dejó de correr por Madagascar hace unos 1.000 años.
La causa sin embargo sigue siendo la misma. La actividad humana. Se sospecha que no la cazaban, pues apenas hay restos de huesos con marcas de haber sido cortados o manipulados, pero sí que recogían sus huevos.
La recolección continúa de huevos llevó con el tiempo al declive de sus poblaciones en la isla y su posterior extinción. Esta es la dicha de muchas aves no voladoras en las islas: extinguirse.
El dodo es el caso más famoso. Enseguida reconvertido en icono de la conservación. El animal fue tan famoso en su momento que incluso se ganó un puesto en el mundo de “Alicia en el país de las Maravillas”.
Pero historias como la del Dodo o el Ave elefante han habido mucho a lo largo de la historia humana. La llegada de las personas con sus animales de granja y fauna acompañante ha causado estragos entre las aves no voladoras.
Las ratas y los cerdos de los marineros holandeses y portugueses acabaron con los huevos del dodo. En Nueva Zelanda los gatos acabaron con el chochín de Stephens.
No fue el gato del farero como suele decirse, sino toda una colonia de gatos que se fue instalando en la isla de Stephen llevados por los humanos.
Más tarde descubrimos que la especie también habitó en su momento las dos islas principales de Nueva Zelanda, pero las ratas que siguieron a los primeros humanos polinesios acabaron con ellos.
Las islas en las que evolucionaron estas aves al final se han convertido en callejones sin salida. Cuando se introducen nuevos elementos en sus ecosistemas son las principales afectadas.
Sin capacidad de volar, quedan atrapadas en un espacio reducido a merced de unos depredadores ante los que no tienen respuesta alguna. Se han extinguido tanto estos grupos que hoy nos parecen raros.
Las extinciones a las que hemos contribuido los humanos en los últimos miles de años están alterando las formas que sobreviven y las que no. Nos hemos convertido en un importante agente de la selección natural.
Hoy existen 60 especies de aves sin capacidad de vuelo, repartidas en 12 familias. No son una rareza evolutiva de uno o dos grupos, sino algo que ha sucedido varias veces.
La misma historia hasta se ha repetido varías veces como explicaba en otra ocasión.
Pero la diversidad de formas que hoy vemos es una muy menguada. Las acciones de los humanos están detrás de la extinción de 581 especies de aves, de ellas, 166 son aves que no vuelan.
Esto significa que 1 de cada 3 aves que se han extinguido son aves que no volaban, una proporción que indica su sensibilidad. Y que nos da ideo de lo que hemos perdido.
Hoy conocemos 60 especies y 166 que hemos aniquilado. Había tres veces más especies que no volaban de las actuales. Hemos acabado con sus diversidad.
Una diversidad que se ha visto principalmente afectada en las islas donde las extinciones son mucho más altas que en los continentes.
Hace poco otro estudio concluía que perder la habilidad de volar no era rara, especialmente en aquellos grupos de aves que no dependen de volar para buscar su alimento.
La diversidad de formas que existieron en el pasado son un testimonio de que es algo que ha evolucionado muchas veces en grupos muy diversos.
Las condiciones ecológicas para que esto suceda sin embargo hoy apenas existen en el mundo. Los humanos hemos llegado a todas partes.
Incluso en aquellos lugares que no habitamos muchas veces se han instalado ratas o gatos que viajaban de polizones.
Muchas gracias por la lectura!!
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En 1872 la economía de los Estados Unidos iba viento en popa. Era un nación joven en proceso de industrialización. El país seguía expandiéndose hacia el oeste, parecía imparable hasta que en otoño todo quedó paralizado.
La economía se desplomó, así como la vida social. El país sufrió una crisis energética sin precedentes. No era escasez de petróleo, gas o carbón. Fue una crisis energética de índole biológica.
Al igual que en la crisis actual el agente en 1872 fue un virus. No afectó a las personas sino a una de sus bases energéticas, con la que aún hoy seguimos midiendo la potencia de nuestros coches. El virus afectó a los caballos.
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Las lesiones observadas en este lobo ancestral y en los restos de la especie 'Canis dirus' hace 55.000 años, sugieren que los individuos no habrían podido moverse suguiendo al grupo, ni obtener comida por su cuenta, por lo que la recuperación de las heridas implicó cuidados.
El mismo comportamiento que se sigue observando en las manadas de lobos actuales, donde se proporciona comida a los lobos heridos o ancianos, incluso masticando previamente la comida si estos no pueden hacerlo correctamente.