Uno de los elementos más característicos de Nueva York son sus largos escalones.
Pero estos no son un mero detalle arquitectónico sino un elemento fundamental para explicar lo que hace a su identidad urbana.
Nueva York fue fundada por colonos holandeses a principio del Siglo XVII. Aparentemente nostálgicos, no pudieron más que bautizar como Nueva Ámsterdam lo que ahora es el extremo sur de Manhattan.
También importaron la arquitectura tradicional holandesa, aunque con una diferencia: los pórticos neerlandeses (stoeps) fueron transformados en las características entradas escalonadas que dan a la calle (stoops) en aquellas casonas típicas de Nueva York (brownstones).
Estas entradas en altura que procuraban proteger de las inundaciones en el Viejo Continente eran innecesarias hasta que a fines del Siglo XIX la ciudad producía casi dos toneladas y media de bosta de caballo por día, que adornaban las veredas de la ciudad.
Una predicción de la época afirmaba que para los años 30 la bosta podría alcanzar las ventanas del segundo piso. La arquitectura de la ciudad, afortunadamente, parecía haberse adelantado a este problema.
En aquellos años dorados la aristocracia neoyorquina se entretenía con música de piano en la propia casa. Y como quien tiene el piano más grande la tiene más grande, el largo de los escalones pasó a ser una marca de status: del largo de ellos se infería el del piano.
Fueron en gran parte estas entradas escalonadas las que dieron su sociabilidad característica a Nueva York. Haciendo de gradas, las entradas se volvieron perfectas para lo inesperado y para mirar cómo el mundo sucede alrededor. Pero también invitan a interactuar.
Después de todo, los escalones son el terreno semiprivado que hace de un barrio una comunidad urbana.
Acerca de estos escalones escribí hace muchos años en este texto.
Por supuesto que todo el mundo piensa que se hacen con petróleo, pero están hechas con gas natural, o etileno, uno de los compuestos más sencillos de hidrógeno y carbono.
Este gas es calentado a temperaturas muy altas con una pequeña cantidad de oxígeno: esto forma una sustancia sólida — polietileno — con el que se hacen las bolsas plásticas.
Recién en 2012 me diagnosticaron con autismo y pude entender un poco mejor por qué siempre me sentí tan solo.
Unos años antes me había hecho una lista de cosas a tener en cuenta para los momentos en que no podía más. #SaludMental
1. No sabés lo que va a pasar. Despreciás las pseudociencias, por lo que también podrías admitir que no podés predecir el futuro. Dejá de fingir que sabés que estás destinado a fallar si afirmás abiertamente que la mera idea del "destino" es ridícula y repugnante.
2. Recordá lo bien que se siente estar tranquilo. Fijate cuán diferentes fluyen tus pensamientos cuando te encontrás en un oasis de claridad mental. Hacete a un lado de tu depresión y ansiedad y luego tratá de refutar tus propios pensamientos deprimentes.
Por las próximas dos semanas estaré de vacaciones.
Aunque, por supuesto, seguro escriba de vez en cuando para el Club de la curiosidad.
Me siento explicándole a mi mamá que va a estar todo bien, que los chicos tienen celular, que llevo protector solar y que uno de los chicos sabe primeros auxilios. Que voy a escribir seguido, que voy a mandar fotos.
Y que nos vemos a la vuelta.
Y que te voy a extrañar. Prometo escribir cuando vuelva de la playa. Estoy seguro de que algún cíber voy a encontrar.
Pero no te preocupes, voy a pensar en vos.
Un abrazo grande y gracias, también, por el descanso,
En la segunda, también de mayo, se detiene en nuestra infancia en Bariloche, rodeada de hippies viviendo en el bosque y cómo todo eso moldeó las personas en las que nos convertimos.
Hoy le escribí a mi mamá preguntándole acerca de cómo me llevaba con algunas cosas cuando era chico.
Crecer en el espectro autista también puede ser muy divertido.
Cuando tenía 3 o 4 años en el barrio jugaban a las escondidas. A los diez minutos venía alguno a pedirle ayuda a mi mamá porque yo no les dejaba jugar.
El juego para mí era mostrar uno por uno dónde estaban escondidos.
No me daba cuenta de cómo funcionaba el juego y le explicaba a mi mamá: "Pero si están tratando de buscar a tal y yo sé dónde está, entonces les puedo mostrar dónde es que está. ¡Lo están buscando!"
Para mí lo mejor del mundo era mostrar dónde estaba cada uno escondido.
Hoy se cumplen 77 años del alto viaje de Albert Hofmann, y 3 años de mi alto viaje.
Hoy Cómo funcionan las cosas cumple años.
Si querés recibir un poquito de ciencia, filosofía, literatura e historia todos los domingos, te invito por acá mail.comofuncionanlascos.as/twitter
Este domingo, y como es tradición, voy a escribir mi Querida persona que lee anual con algunas reflexiones y —sobre todo— números de un año más de perseguir mi curiosidad sin lograr alcanzarla definitivamente.