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20 Apr, 116 tweets, 15 min read
Al hilo de todo el revuelo con el tema de la salud mental, hoy os voy a contar lo de MI CRISIS DE STRESS 👇
Corría el año 2007, creo recordar, y era ya mi quinto año viviendo en Dublín. Emigrar había sido la mejor decisión que había tomado en toda mi vida, pero ya empezaba a tener ganas de volver.
Amo Irlanda y para mí Dublín es mi segundo hogar, pero es que me había dado el sol cuatro días en cinco años y había perdido la pigmentación de la piel. Aún a día de hoy cuando voy a la playa me pongo rosa como un alemán.
Después de un montón de años doblando el lomo en España y otros cuantos en Irlanda, finalmente había conseguido salir a flote y ahorrar un buen pellizquito.
Y había desembolsado el depósito para un adosado en una urbanización de nueva construcción cerca de mi pedazo de playa favorito, el sitio donde había pasado los mejores momentos de mi infancia. Mi plan se iba materializando.
(Mi plan era volver a Málaga con un buen currículum, unos metros cuadrados donde caerme muerto y una barquita para ir de vez en cuando a las calas de Maro.)
Treinta mil euritos que había soltado ya, y según el plan de pagos de la cooperativa aún tenía que desembolsar casi otros tantos en el plazo de diez meses. Entonces finalizaría la obra y me entregarían las llaves.
Para hacer frente a todos los pagos me había buscado un trabajo extra, así que los días de diario curraba ocho horas en la oficina y le echaba tres o cuatro en casa al otro proyecto. Los fines de semana también le echaba un montón de horas al tinglado extra.
A penas tenía tiempo para nada, todo era trabajar y dormir. Y cada vez dormía peor. Estaba cansado todo el tiempo y nunca conseguía descansar. En fin, había que estar al pie del cañón.
Sólo era cuestión de aguantar unos meses más. El plan iba sobre ruedas; todo iba a salir bien. Todo el esfuerzo, los años estudiando y trabajando, el emigrar, el frío, la soledad, las penurias, finalmente iban a dar sus frutos.
Así que seguí muchas semanas más en la misma dinámica: trabajar, trabajar, trabajar, comer mal, dormir mal, no ver a nadie, nada de ocio.
Y un buen día llegó EL BUROFAX.

Era de la gestora. Se informaba a los cooperativistas que la constructora que estaba haciendo la urbanización había quebrado y la obra se había paralizado.
Acababa de reventar la burbuja inmobiliaria en España.
Leí aquello varias veces porque no podía creérmelo. ¿Obras paralizadas? ¿Qué cojones estaba pasando? De pronto me vinieron a la memoria viejas noticias sobre proyectos inmobiliarios fallidos.
Gente llorando en platós de televisión. Protestas multitudinarias ante un solar abandonado. Entrevistas a pie de calle. “Llevamos ya diez años de juicios intentando recuperar nuestro dinero”, “eran los ahorros de toda una vida”, cosas así.
Me empezó a faltar el aire. Me puse el abrigo, cogí las llaves y la cartera y salí a la calle a tomar un poco el fresco. Igual una cervecita me venía bien.
Anduve un rato calle abajo y de pronto empecé a notar un fuerte dolor en el pecho. Casi no podía respirar. Entonces me sobrevino una sensación extrañísima; como si me estuviese desvaneciendo. Algo grave me estaba pasando.
Estaba clarísimo: me estaba dando un infarto.

Corrí a buscar un taxi y le dije al conductor que me llevase al hospital más cercano. El taxista salió cagando leches y en unos cinco minutos habíamos llegado. Pagué y salí corriendo a la zona de urgencias.
—ME ESTOY AHOGANDO, ME DUELE EL PECHO, ME SIENTO RARO, CREO QUE ME ESTOY MURIENDO —le expliqué a la señorita de la ventanilla de admisión.
Oía mi propia voz desde lejos, como si me estuviese viendo a mí mismo en una película. Era la sensación más extraña y terrorífica que había tenido jamás. Estaba convencido de que la vida estaba abandonando mi cuerpo.
Dos o tres interminables minutos más tarde me pasaron a una consulta donde me esperaba una doctora. La señora me hizo un montón de preguntas sobre el dolor en el pecho mientras me trasteaba el esternón.
—Tienes un ataque de pánico —concluyó.

—Señora, claro que tengo pánico, ¡ES QUE ME ESTÁ DANDO UN INFARTO!
Entonces la señora me explicó que un ataque de pánico es una cosa en sí misma y además puede confundirse con un infarto. Luego me preguntó que si me preocupaba algo y que cómo era mi vida.
Pues mire, me levanto, voy a la oficina, curro cuarenta horas, vuelvo a casa, ceno cualquier mierda rápido, sigo trabajando tres o cuatro horas más, me acuesto, duermo mal, los fines de semana no salgo y sigo currando, y todo para pagar una casa que no se está construyendo.
Vaya, lo normal.
La señora me dio un calmante y me dijo que me haría efecto pronto, que podía irme a casa o quedarme en la sala de espera hasta sentirme mejor. Yo seguía convencido de que me iba a morir en los próximos diez minutos, así que decidí quedarme allí. Menos jaleo que morirme en casa.
Me quedé en una silla mirando fijamente a un televisor que había en la pared sin ser capaz de entender nada de lo que veía. Parecía que tenía el cerebro a medio gas.
“Bueno, igual de esta no te mueres, pero tiene pinta de que te vas a quedar gilipollas”, me dije. Quién sabe, igual ahora empezaba a ser feliz y a disfrutar de las pequeñas cosas con mi nuevo cerebro de tronista.
Largo rato después empecé a encontrarme un poco mejor. Volví a casa andando, severamente deprimido. Vale, no me había dado un infarto, pero se me había fundido un plomo. No eran buenas noticias.
Aquella noche conseguí dormir algo, pero me levanté cansado y bastante preocupado por mi salud.

Sin pena ni gloria pasaron varios días monótonos y entonces me llegó EL OTRO PUTO BUROFAX.
“Debido a las excepcionales circunstancias blablabla, para garantizar la finalización de las obras…”, total, que a cada comprador se nos pedía una derrama extra de €15000 para contratar a otra constructora.
QUINCE .

MIL.

EURAZOS.

DOLOR EN EL PECHO.

SENSACIÓN DE AHOGO.

TAXI.

URGENCIAS.
Doctor, calmante, sala de espera, vuelta a casa andando y comiéndome la bola.
“¿Y de dónde saco ahora toda esa pasta? ¡Si a duras penas me llegaba para cubrir los otros pagos! Y el día no tiene horas para trabajar más. Además si curro un poco más, fijo que me da otro parraque y quedo moñeco pa to la vida.”
Noche de insomnio dando vueltas en la cama analizando la situación.
“Pues esto es lo que hay. Toda la vida estudiando y trabajando para esta mierda. No te van a construir la casa y encima vas a ser tú el que deba dinero. Vas a acabar en un psiquiátrico mirando por la ventana y tomando menta poleo con valeriana y Orfidal”
“Y eso si puedes pagártelo, que igual te lo embargan todo y acabas viviendo entre dos contenedores. Te vas a pasar el resto de tu vida mendigando para comprar vino barato y gritándole a la gente ‘¿QUÉ, OS GUSTA MI ADOSADO? ¡MUY LUMINOSO, TODO EXTERIOR!’”
No veía salida a la situación. Seguía trabajando sin descanso, pero no rendía nada. Y cada dos o tres días sufría otro ataque de pánico. Pues nada, era un hecho: me había quedado moñeco. Mira, igual podía pedir una paguita. Para que me la embargasen también.
Y un buen día tuve que dejar de comer. Ingerir cualquier alimento me provocaba unas terribles náuseas y acababa vomitando. Me dije que bueno, que ya se me pasaría; así que me pegué una semana completa alimentándome a base de café y agua. Y fumando como un indio cabreado.
Estaba perdiendo peso a pasos agigantados. Me miraba al espejo y a duras penas me reconocía: pálido, delgado, con ojeras, cara de acabar de llegar de un after. Y sin poder comer ni dormir. Ahí decidí que tenía que hacer algo inmediatamente.
“Tengo algún tipo de trastorno”, me dije. Así que hice lo sensato: buscar en Google. Media hora después: “Pues tengo un cuadro agudo de ansiedad, arritmia cardíaca, esquizofrenia paranoide y cáncer de colon. Y soy un fascista. Y el Joker.”
Nada, cada cosa a su tiempo. Lo primero es buscarme un terapeuta. Luego ya llamaré al cardiólogo y al oncólogo. Y a Batman.
Localizo a una terapeuta en Merrion Square, que me pilla cerca. Señorita Katherine nosecuántos. Tiene quinientos masters por metro cuadrado. La llamo, le cuento por encima y me da cita para esa misma tarde.
A las siete me presento en la casa de la señora. Llamo al timbre. Al momento se abre la puerta. Ante mí aparece una momia de unos doscientos catorce años.

—Bienvenido, Alfredo —me dice la terapeuta bicentenaria.

—Hola, gracias por darme cita.
Pasamos a un gran salón. Me quito el abrigo y lo cuelgo en una silla. La señora señala a un sofá. Tomo asiento y le cuento toda la marimorena.
Que no como, que no duermo, que debo mucho dinero, que tengo ataques de pánico, que mi vida se ha ido al carajo, que tengo miedo a acabar arruinado viviendo entre dos contenedores, que tengo miedo a quedarme gilipollas perdido pa siempre…
La señora se lo piensa un rato y me suelta:

—Alfredo, tienes ansiedad. Y toda ansiedad tiene su origen en el miedo a la muerte. Tienes que reconciliarte con la muerte.

Me quedo totalmente patificado y petridifuso. ¡Coño, si morirme ahora casi que sería un alivio!
Le explico a la señora que más que a la muerte a lo que yo le tengo miedo es a tener una vida de mierda. Pero ella sigue a lo suyo:
—Todos tenemos que hacer las paces con nuestra propia mortalidad. La muerte es sólo un tránsito. Mira, te voy a dejar un libro que te va a ayudar mucho.

—Señora, que tengo poco más de treinta años.
—Se llama “Experiencias cercanas a la luz”. Son historias de gente que ha estado muerta clínicamente y narran preciosas experiencias extracorporales.

—Mire, yo es que en realidad…
—…y entonces te envuelve una luz blanca y una paz infinita, y te reencuentras con tus seres queridos y…

—…pero que yo no…
—…algunos incluso han visto a sus mascotas…

—¡Señora, por dios!

—¡SE PUEDE Y SE DEBE VIVIR SIN MIEDO A MORIR!
La madre que la parió. La vieja tiene ya un pie en Narnia y se está haciendo terapia a sí misma, Y ME LA ESTÁ COBRANDO A MÍ.
Ahí me empezó a dar otro ataque de pánico. Le digo a la señora que tengo que irme. Me dice que son cien euros. Saco la cartera y le extiendo dos billetes de cincuenta. Salgo escopetado de allí.
—Te dejas el libro —me dice.

—¡QUE NO QUIERO SU PUTO LIBRO, COJONES!
Así que salí de allí mucho peor que entré, convencido de que el mundo era un lugar hostil y dantesco donde todo el mundo se aprovechaba de todo el mundo sin miramientos.
Había ido a buscar ayuda en el momento más vulnerable de mi vida y una señora había aprovechado para levantarme cien eurazos sin el más mínimo escrúpulo.
Llegué a casa llorando en silencio. Me senté en el sofá y me dediqué a mirar a la pared fumando un cigarro detrás de otro. Otra vez el dolor y la angustia y la sensación de irrealidad.
Ya no podía más. Pensé en ir a urgencias, pero ni siquiera me vi con fuerzas de levantarme del sofá. Así que busqué en el móvil “médico de urgencias a domicilio Dublin” y le di a “voy a tener suerte”. Total, estaba en racha.
La divina providencia me llevó a la página de The Magic Doctor™.

Servicio de urgencias 24h, a domicilio, respuesta rápida, 80 pavos la consulta, llame para solicitar una visita. Pues mira, otros casi cien pavos que vuelan. Total, ya estoy arruinado, qué más da.
Llamé al teléfono.

—‘Ello tis is ta’ magic docta’ —contestó un señor con un fortísimo acento nigeriano.
Pues muy bien. Todas las garantías, sí señor. Ahora me explicarán que por ser el cliente un millón me ha tocado la Internet Lotto, una Green Card para irme a vivir a USA y una herencia de chopocientos mil millones de dólares de su abuelo, el rey de Nigeria.
¿ES QUE NO HAY NADA EN ESTE COCHINO MUNDO QUE NO SEA UNA PUTA ESTAFA? ¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO? ¡SI NO HE MATADO UNA MOSCA EN TODA MI VIDA!

—‘Ello?
El Magic Doctor™ seguía al aparato. ¿Pues sabes qué te digo? Que a tomar por culo. Me la juego. Total, no sé qué más me puede pasar. Estoy desesperado. Lo que tenga que ser, será.
Si me anestesian y me levanto mañana con un riñón menos, pues por lo menos habré dormido bien una puta noche.

—Hola, necesitaría una visita de urgencia.

—¿Qué le pasa, señor?
Le cuento otra vez el cuento al doctor. No como no duermo tengo ataques de pánico me voy a quedar gilipollas qué me pasa doctor. Dios mío, qué cansino soy. Creo que voy a superar esto sólo por dejar de aburrirme a mí mismo con mis mierdas.
El doctor me pide la dirección del domicilio y me asegura que llegará en menos de una hora. Así que me dedico a fumar y a esperar mirando por la ventana.
Pasa un coche, y otro coche, y otro cigarro, y otro coche más. El tiempo pasa lenta y dolorosamente. El mundo es una mierda y en cualquier momento el cielo se va a derrumbar sobre mis hombros. Así está mi psique y así se lo hemos contado.
Aparece un coche viejo rojo con un gran rótulo blanco: The Magic Doctor™. ¡ATENCIÓN SEÑORA, HA LLEGADO A SU CALLE EL MAGIC DOCTOR! ¡ANSIEDAD, INFARTOS, GREEN CARDS, HERENCIAS MILLONARIAS, TRÁFICO DE ÓRGANOS! ¡ATENCIÓN SEÑORA!
El coche aparca en mi puerta. Del vehículo sale un señor de color¹ ataviado con camisa roja y pantalones oscuros. Porta un maletín. En mi apartamento suena el porterillo.
¹ De color negro.
Abro la puerta de entrada al edificio. Dejo entreabierta la puerta del apartamento. Vuelvo al sofá; a duras penas me tengo en pie.
Alguien da unos golpecitos a mi puerta. “Adelante”, digo. Entra el señor de color. La verdad es que tiene una cara de buena gente que no puede con ella. De alguna forma mirarle me reconforta. Puede ser que no me robe un riñón, me digo.
Me pregunta que cómo me encuentro. Pues más o menos como cuando le llamé por teléfono; quizás un poco más tranquilo. Me mira las pupilas. Me trastea el pecho con un dedo y me pregunta si me duele aquí y si me duele allí.
Hablamos de algunas cosas más. Cuánto hace que no comes. Cuánto hace que no duermes. Cuánto hace que no foBueno, eso no me lo preguntó.

Entonces el señor doctor abrió EL MALETÍN.
DIOS MIO ESTÁ LLENO DE PIRULAS
Ahí había drogas como para abastecer el after de un mitin de Ciudadanos. Y un yogur líquido de limón, por mi madre.
El señor saca una bolsita llena de blísters de pirulillas blancas. “Esto son ansiolíticos”, me dice. “Tómate medio o uno entero cuando te notes ansioso”. Luego saca un frasquito naranja. “Esto son somníferos, tómate uno un rato antes de ir a la cama”.
Finalmente saca otro blíster de pirulas. “Y esto es para reducir la náusea; tómate una antes de comer. Si no te entra la comida, empieza con yogur líquido”. Saca el yogur de limón del maletín y lo deja sobre la mesa.
A ver. Que este señor ha atendido mi llamada y de camino a mi casa se ha molestado en parar en una tienda a comprarme un yogur líquido. Este señor es BUENA GENTE. Creo que AMO A ESTE SEÑOR.
Me emocioné mucho. Dos lágrimas corrieron por mis mejillas. Era justo lo que necesitaba en ese momento de mi vida: un poco de bondad y empatía. Y drogas. Muchas drogas.
“Ya verás como en unos días te pones bien”, me dijo el doctor. Saqué la cartera y le endiñé sus ochenta pavos. Entonces entró por mi ventana un unicornio alado, el Magic Doctor™ se montó y los dos desaparecieron entre las nubes dejando una estela dorada sobre el arcoíris¹
¹ El doctor se marchó en su coche rojo de mierda, pero a mí me gusta recordarlo así.
Procedí a ingerir medio Xanax y una pirulilla antináuseas. Me fumé un cigarro y lo intenté con el yogur líquido.
Me apetecía cero, pero me imaginé al doctor en la tienda pensando si a su paciente le gustaría más el yogur de fresa o el de limón, y decidí que ese señor se merecía el mejor de mis esfuerzos.
Así que me bebí medio yogur y me derrumbé sobre el sofá.
Y de pronto, la magia. Noté perfectamente como algo se aflojaba dentro de mí. Era como si de deshiciese un nudo marinero muy apretado en un cabo muy grueso entre mi pecho y mi abdomen. Mis entrañas se destensaron y de pronto empecé a encontrarme mejor.
"¡Me cago en mi puta vida, me encuentro bien!”, me decía a mí mismo una y otra vez. Hacía ya meses que sólo sentía angustia. Era maravilloso estar de vuelta. Decidí chutarme un somnífero, irme a la cama y aprovechar para llamar a la familia.
Llamé a casa y charlé largo y tendido con mi madre. Le había contado que estaba algo estresado pero sin entrar demasiado en detalles, para no preocuparla.
—…y acaba de venir el médico a casa y me ha dejado unas pastillas. Ahora estoy en la cama terminándome un yogur. Me he tomado un somnífero. A ver si me hace efecto, porque llevo ya muchos días sin dormir. Si te digo la verdad, me está entrando algo de sueñ
FUNDIDO A NEGRO

Abro los ojos. Son las once de la mañana del sábado. Sobre mi cama hay un móvil descargado y un gran charco de yogur de limón reseco.
El sol se colaba por mi ventana derramándose sobre las sábanas. Me sentía como si acabase de nacer: cargado de energías y con todo un mundo por descubrir.
¿Qué brujería es esta? ¿Cómo es posible que ayer estuviese convencido de que mi vida se había ido irremediablemente a tomar por culo y ahora no me pareciese tener ningún problema que no tenga solución? ¿Es esta la magia de las benzodiacepinas?
Aquello fue el principio del fin de mi crisis. No fue un camino de rosas; no es que duermas pierna suelta una noche y ya salgas del hoyo. Tuve que pasar varios meses muy pendiente de mis rutinas y sobre todo de mis propios pensamientos.
Seguí teniendo ataques de pánico, aunque cada vez más distanciados, más leves y más controlables. Hoy por hoy ya no son más que un mal recuerdo muy lejano.
A una crisis aguda de stress no se llega de la noche a la mañana. Hay que maltratar cuerpo y mente insistentemente durante mucho tiempo para llegar a tocar fondo.
Así que en los meses siguientes me dediqué a analizar mis propios patrones de conducta y sobre todo de pensamiento, para comprender (y poder cambiar) lo que me había llevado a tal estado. En todo aquel largo proceso de introspección, aprendí varias lecciones muy valiosas:
LA IMPORTANCIA DEL #NOSLOMISMO

Uno siempre lleva sobre los hombros el peso de la interpretación que hace del mundo. Así que hay que cuidar mucho como interpretamos lo que nos rodea. Especial cuidado en las aseveraciones absolutas, principalmente las negativas.
No es lo mismo “estoy teniendo una mala racha” que “todo lo malo me pasa a mí”

No es lo mismo “tengo un problema” que “mi vida se ha ido al carajo”
No es lo mismo “tengo que conseguir X sí o sí” que “voy a esforzarme lo más posible dentro de lo razonable para conseguir X, pero si no, tengo plan B, plan C, y todo un abecedario de planes alternativos“
No es lo mismo “el mundo es un lugar hostil” que “ahora mismo no tengo una zona segura de confort y descanso”
LA IMPORTANCIA DEL DESCANSO
Todo proyecto es más un maratón que un sprint. Es importante tener muchas energías, pero es aún más importante aprender a dosificarlas. Un esfuerzo excesivo puede ser muy contraproducente. Se puede llegar a estar permanentemente esforzándose sin rendir nada.
Hay que dormir bien. No se debe sacrificar el descanso bajo ningún concepto.
LA IMPORTANCIA DE UN BUEN MANTRA

Un mantra es una frase prácticamente mágica que nos puede ayudar a neutralizar e incluso transformar los pensamientos negativos.
Mi mantra favorito es “QUE LE DEN POR CULO”.
“Es tarde, estoy agotado, me encuentro mal, pero tengo que hacer X.”

QUE LE DEN POR CULO. Lo principal es el sueño. Si no llego, no llego. Habrá que ajustar la carga de trabajo.
“Hace sol, lo que más me gustaría del mundo ahora mismo es irme a una terraza a tomarme una pinta, pero tengo mucho que hacer”.

QUE LE DEN POR CULO. Hay que cuidarse. Hay que tener ocio. Hay que recargar cuerpo y mente.
“Me encuentro mal, mañana no debería ir a trabajar, pero tengo una reunión super importante”.

QUE LE DEN POR CULO. La salud es lo primero y la baja por enfermedad es un derecho. No me pagan suficiente como para ser imprescindible.
“Tengo que pagar X y no me salen las cuentas, Dios mío me ahogo voy a ir a la cárcel”.

QUE LE DEN POR CULO. Lo pagaré con retraso, o no lo pagaré. Ya saldrá el sol por Antequera.
“He pagado cincuenta mil euros y a lo mejor no me hacen la casa.”

QUE LE DEN POR CULO. Ya los ganaré otra vez.
“Lo tengo todo perfectamente planeado, nada puede fallar”.

Y si falla, QUE LE DEN POR CULO.
La verdad es que este mantra es a día de hoy la base de mi salud mental.
Total, que ajusté mi carga de trabajo a unos niveles razonables, en su momento dejando por completo el proyecto extra. No me salían las cuentas, así que pedí un préstamo al banco que fui pagando en los siguientes cinco años.
Al final sí que se construyó la casa. Llevo diez años viviendo felizmente en ella. Ha habido muchos problemas derivados de la crisis inmobiliaria con los que he tenido que lidiar, pero ya sabéis: que le den por culo.
Así que, allá donde estes, gracias por todo, Magic Doctor™

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