El arte medieval posee la capacidad de despertar las más intensas emociones. Algunas son bellas y entrañables, otras, en cambio, pueden ser desgarradoras y crueles. Los misteriosos capiteles de Chauvigny nos proponen un viaje a los infiernos más temibles… ¿me acompañáis? ⬇️⬇️⬇️
La iglesia de San Pedro se ubica en lo alto de la ciudad antigua, custodiada por las ruinas de los castillos que, en tiempos medievales, defendían esta importante plaza.
El aspecto exterior de la iglesia, con esas extrañas formas redondeadas que cubren el ábside principal y sus absidiolos, sorprende a quienes se acercan a los pies de este insólito edificio.
Pero hoy nos vamos a centrar en su interior, donde nos esperan unos capiteles en los que se mezclan oscuros pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento con bestias devoradoras de almas y demonios amenazantes.
Pero antes de empezar a ver en detalle los capiteles, me gustaría compartir una brevísima reflexión sobre cómo mirar las imágenes del pasado. Uno de los primeros impulsos suele ser lanzarnos a su interpretación, a conocer su iconografía y a descubrir sus posibles significados.
Para ello, recurrimos a fuentes textuales de todo tipo con el propósito de comprender qué es lo que se ha representado. Sin embargo, en este esfuerzo iconográfico podemos estar cometiendo el error de separarnos demasiado de cómo pudieron ser percibidas en la Edad Media.
Pienso que tenemos que empezar a pensar una historia del arte en la que prime el estudio de lo sensorial y la experiencia de la imagen frente a la permanente búsqueda de referencias textuales.
Es indudable que las citas de textos sagrados (o de otra índole) nos ayudan a entender lo que vemos (y yo mismo las usaré en este hilo), pero Chauvigny nos demuestra que lo que se despliega ante nuestros sentidos, en realidad, ha sido concebido como un auténtico paisaje sagrado.
Un paisaje, veremos, en el que las torturas infernales y monstruos andrófagos conviven en paradójica armonía con la serena estampa de un ángel que cobija bajo sus alas a dos pastores mientras los Magos visitan el nacimiento de Cristo.
Y dicho todo esto, veamos ahora esta colección de esculturas. En total son 6 capiteles exentos y 2 adosados a los pilares del cimborrio. En total, 30 caras llenas de creatividad. De los exentos, sólo dos de ellos tienen escenas bíblicas, el resto son figuras monstruosas.
Empezando por el lado de la epístola, nos encontramos con unas enormes aves picoteando unos hombres desnudos. Podrían ser almas atormentadas en el infierno o una alusión a los pájaros del Apocalipsis: “Venid, congregaos para la gran cena de Dios, para que comáis carne de reyes…”
Frente a ellos, una de las figuras más inquietantes del conjunto: la Ramera de Babilonia. San Juan, en el Apocalipsis, decía que “la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata (…) y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación".
El texto de San Juan es oscuro como pocos y, como no puede ser de otro modo, ha motivado todo tipo de interpretaciones simbólicas. Dentro de las traslaciones en imagen más interesantes están los Beatos que exhiben la “bestia escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos”.
Esta figura de maldad se compensa con la imagen del Buen Pastor, que aparece como un sencillo personaje guarecido bajo las alas de un ángel. Dos representaciones (la ramera y el pastor) que condensan la lucha del bien y del mal, de la esperanza frente a la abominación.
Girando sobre este mismo capitel nos encontramos con una extraña imagen de un hombre sentado con gesto melancólico junto a una cartela que pone “Babilonia deserta”. Podría ser el profeta Jeremías, quien en su texto sobre la destrucción de Babilonia exclama:
“¡Que agiten las naciones su bandera contra la tierra de Babilonia! (…) La ciudad de Babilonia va a quedar tan desierta como un campo arrasado por el fuego. ¡Llegó la hora de su destrucción!” (Jeremías, 51).
La cuarta de las caras de este capitel se cierra con el pesaje de las almas del arcángel San Miguel. En uno de sus lados un alma se arrodilla implorando por su salvación mientras, en el otro extremo, un diablo se aferra a la balanza para llevársela al infierno.
El segundo de los capiteles que tiene escenas bíblicas presenta una lectura algo más clara. Vemos la escena de la Anunciación del Arcángel a la Virgen María y, acto seguido, la adoración de los Reyes Magos a una Virgen entronizada que más bien parece una talla de la época.
Las caras siguientes muestran la Presentación en el templo ante el anciano Simeón y, en una simpática composición, el pasaje de las Tentaciones de Cristo. Un demonio se acerca con una piedra retándole, como cuentan los evangelios, a que la convierta en pan para comer.
Y hasta aquí las imágenes que han requerido de referencias textuales para su análisis… a partir de ahora, entramos en un terreno distinto… nos adentramos en ese paisaje sagrado del que antes hablaba y que, en Chauvigny, adquiere una dimensión infernal.
Todo este entorno, dominado por bestias y monstruos de todo tipo, parece estar comandado por el propio Satanás, quien desde el primer capitel del lado del Evangelio sostiene con gesto desafiante una pieza cuadrada que parece el altar en el que se ha llevado a cabo la Presentación
Al príncipe del Averno le acompañan dos demonios torturando las almas de dos condenados, dando comienzo a un festín de almas atormentadas que se desplegará por el resto de capiteles…
Y así, capitel a capitel, desfilan seres increíbles cuyo único límite descansa en la maravillosa capacidad creativa de quienes los esculpieron. Las escenas bíblicas quedan sumergidas en un ambiente infernal dando forma, más que a una iconografía, a una experiencia sensorial.
Pero no quiero cerrar este hilo sin compartir la más intrigante de todas las imágenes. Después de este recorrido, de este viaje por los infiernos de Chauvigny, que cada cual guarde para sí mismo lo que le sugiere este extraño ser...
Si os ha gustado este hilo, podéis encontrar más información en este artículo de Dorothy McDougall que, pese a ser ya muy antiguo, tiene información útil: jstor.org/stable/860905?…
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Hoy os propongo un hilo algo distinto, un hilo dedicado a la noche, a los sueños, a las visiones… a la bruma densa que ha dado forma al imaginario medieval. La Edad Media es uno de los períodos más interesantes del pasado, pero su recuerdo, su evocación, está llena de sombras…
Las evocaciones de raíz romántica abundan en la idea de un período cegado por la niebla y dominado, como decía Melisandre, por una nocturnidad terrorífica: “the night is dark and full of terrors”.
La noche cerrada, las antorchas ardiendo, las velas que se apagan con el fuerte viento o los monstruos que habitan en la oscuridad representan algunos de los elementos centrales de esta mirada sugestionada sobre un tiempo imaginado.
En este “hilo de hilos” voy a ir agrupando lo que escribo para que no se me pierdan en la maraña de Twitter. 🧵
Mi primer hilo lo dediqué a un tema poco conocido pero que me tiene atrapado desde mi tesis doctoral: los cráneos modelados del Neolítico Precerámico. Algún día quiero investigarlo más afondo... de momento, este hilo apunta algunas ideas:
Otra de mis pasiones frustradas son los fósiles. Como la Edad Media es uno de mis temas centrales de investigación, ¿por qué no hablar de fósiles en la Edad Media?
¿Pactaríais con el diablo a cambio de conseguir vuestros sueños más inconfesables? Teófilo no dudo y pactó con el maligno, pero claro, luego tuvo que encomendarse a la Virgen para recuperar su alma... Veamos en este hilo la historia de Teófilo esculpida en la abadía de Souillac.
La escena se encuentra colocada a los pies del templo, aunque ésta, sin duda, no fue su ubicación original. La abadía fue saqueada en la Guerra de los Cien años y parcialmente destruida en las guerras de Religión que sacudieron Francia (y su patrimonio) en el siglo XVI.
No se sabe con certeza si fueron las guerras del XVI las causantes del destrozo del pórtico (y su posterior reubicación de las piezas en las reformas del XVII) o si, por el contrario, éste nunca llegó a terminarse y el desorden venía de antes.
Hoy os propongo un hilo para mirar al cielo de las más imponentes iglesias románicas. ¿Cómo se iluminaba su interior?, ¿cómo hacer visibles las pinturas y los capiteles? Veamos el desarrollo de las bóvedas en un contexto muy particular y especial: el románico borgoñón. ⬇️⬇️
Las primeras iglesias románicas de grandes dimensiones, como la abadía de San Filiberto de Tournus, resuelven su abovedamiento con bóvedas de cañón dispuestas en sentido transversal. De este modo, queda una articulación entrecortada y la luz de los ventanales entra por sectores.
Es una solución propia de los templos a caballo entre los siglos XI y XII, pero que pronto dejará de utilizarse y no triunfará como sí lo hizo la bóveda de cañón dispuesta en sentido longitudinal al eje de la nave.