Las casas embrujadas son uno de los fenómenos más enraizados en la cultura y el folclore arquitectónico. Lo que pasa es que, normalmente, la típica casa embrujada suele ser una mansión antigua. Algo decimonónico, como las narraciones de fantasmas.
En #LaBrasaTorrijos ya hemos visto un par de casos de casa embrujada, como el Castillo de la Muerte de H.H. Holmes...
Lo que es bastante más raro es que haya una obra de arquitectura contemporánea maldita. Una casa moderna embrujada.
Pero en México, donde cuentan con un folclore riquísimo que entrelaza vida y muerte en cien leyendas y cien celebraciones, se levanta una: la Casa de los Tubos.
Cuentan los locales que, a mediados de los 70, se acercó por Monterrey un hombre acaudalado de unos 45 años. Venía con su hija, una niña discapacitada que necesitaba de una silla de ruedas —y de quien la empujase— para desplazarse.
Poco se sabía del padre y la hija, además de sus necesidades especiales. Ni de dónde eran ni de quién era la madre, pues allí no había señal de ninguna mujer.
Parecía que vinieran de lejos y que estaban escapando del suceso trágico que les había dejado en ese cuadro de familia.
El caso es que, como manera de empezar de nuevo, el padre quiso regalar una casa a su hija. Una casa que cubriese sus necesidades de movilidad y le devolviese la sonrisa.
Para ello compró una parcela en la colonia Contry en Guadalupe, al sur de Monterrey.
Al poco contrató a un arquitecto y le dijo:
—Quiero que mi hija pueda moverse libremente por la casa.
Y el arquitecto diseñó una casa llena de rampas que ascendían en recorridos leves hasta llegar a las últimas plantas, donde se abrían enormes ventanales con vistas a la ciudad.
Rampas que giraban en recorridos circulares, tendidas y juguetonas.
Una casa formada por tubos que se convertían en patios de diversiones para una niña en silla de ruedas.
Sin embargo, desde fuera no se veía nada de lo que anticipaba el interior. La imagen era extraña y un poco ominosa y los tubos parecían más bien una colección de silos de hormigón.
Los vecinos la llamaron "la Casa de los Tubos".
La imagen funesta de la casa se fue complicando a medida que avanzaba la obra y la relación entre los albañiles, el arquitecto y el propietario se volvía más áspera.
Según el arquitecto, los albañiles no estaban preparados para ejecutar una obra con una geometría tan compleja.
Según los albañiles...
...la casa les hablaba.
Les decía: "No os quiero aquí" y "No pertenecéis a mi mundo".
Las herramientas les desaparecieron y los trabajadores se culparon entre sí. Cada vez bebían más en la obra y cada vez veían y escuchaban más cosas extrañas en el interior de esos tubos.
"Los tubos están malditos, patrón", decían.
Hasta que comenzaron las desgracias.
Una noche, los albañiles, el arquitecto y el propietario se reunieron en una gran cena de reconciliación.
Allí se comió cabrito al pastor y arrachera pero también se bebió gran cantidad de cerveza, mezcal y atole blanco...
Todos rieron y todos se emborracharon...
...excepto Alberto, el albañil más serio, que además era abstemio.
Todos se fueron, pero no todos regresaron.
Cuando la cuadrilla volvió a la obra a la mañana siguiente se encontraron, en el fondo de uno de los ojos de las rampas, el cuerpo destrozado y sin vida de Alberto.
Los albañiles huyeron en desbandada pero el propietario no se rindió. No podía tirar por la borda la obra que iba a regalar a su niña.
La casa que la haría feliz al fin.
Así que volvió con ella a la casa en obras. Quería enseñarle cómo estaba quedando y quería enseñarle cómo iba a ser.
Cuan felices vivirían allí, con el viento y el sol y las vistas de la montaña a un lado, y de la gran ciudad al otro.
Pero, en cuanto la niña puso una de sus ruedas en la rampa principal, un embrujo poseyó a la silla y la empujó pisos arriba.
—¡Auxilió, papá!— gritaba mientras la silla volaba arrastrada por una fuerza invisible.
Y cayó.
Quince metros.
Hasta el fondo de la rampa.
El padre se acercó al despojo tembloroso en que se había convertido su hija y escuchó unas últimas palabras que sonaron en la casa con un siniestro hilo de voz:
"NO
PERTENECÉIS
A MI
MUNDO"
Algunas habladurías locales dicen que, tras la terrible tragedia, el hombre se abandonó al alcohol y termino sucicidándose.
Otras afirman sencillamente que se marchó de allí para no volver nunca.
El caso es que la casa quedó así, en obra gris, a medio terminar, durante 40 años.
Y en esos 40 años, la Casa de los Tubos fue vandalizada, y okupada y dentro de ella se grabaron documentales de miedo y los días y las noches alimentaron leyendas y más leyendas...
...pero todas esas leyendas eran falsas.
También la del padre y la niña en silla de ruedas y los albañiles y las casa embrujada.
La verdadera maldición de la Casa de los Tubos fue una que se extendió por todo el mundo.
La maldición de que se acaba el dinero y una obra se para y, al final, se abandona.
Algo que pasó a finales de los 70 en todo el mundo por culpa de la crisis del 77.
Algo que conocemos muy bien en España tras el 2008, con decenas de obras abandonadas, como la caracola de Toyo Ito en Torrevieja...
Porque la Casa de los Tubos está en Contry, una urbanización donde las casas tienen un precio medio de unos 10.000.000 de MXN (unos 500.000 $). El doble que en el resto de Monterrey y del estado de Nuevo León.
Casi diez veces más que el precio medio de una vivienda en México.
Y en una urbanización de ese tipo, es preferible hablar de una maldición que de que esa casa que lleva 40 años abandonada la construyó alguien que, sencillamente, no pudo pagarla.
La prueba es que la casa se vendió en 2016 y se ha reformado y ampliado en una obra contemporánea de lujo que incluso ha ganado algún que otro premio.
Y eso que, supuestamente, está maldita.
Y con estas cuatro imágenes que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos de Monterrey, de Nuevo León, de la Casa de los Tubos y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o cambiadme las ruedas (del coche)!
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(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.
Si os habéis quedado con ganas de viajar a más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:
En Donostia hay una escultura de acero que diseñó un portero de fútbol y que ocupa MILES DE KILÓMETROS.
Quizá es la mejor escultura del mundo porque, en realidad, no está hecha de acero sino de horizonte, espuma y viento.
El pasado 18 de septiembre, la 68 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián se inauguró con la última película de Woody Allen.
Se llama Rifkin's Festival y, entre otras cosas, es una declaración de amor por Donostia.
A lo largo de unos cuantos paseos por la ciudad, la cámara de Allen sigue a Wallace Shawn, Gina Gershon o Elena Anaya, desde el Kursaal hasta la Iglesia de San Vicente, pasando por una playa de la Concha que parece extraída de la Nouvelle Vague francesa.
Hace un tiempo me preguntaron cómo saber la diferencia entre un edificio bueno y un edificio malo.
La respuesta no se puede dar en dos frases, así que voy intentar explicarla con estos dos ejemplos, en un pequeño HILO ⬇️
Al final, saber distinguir la buena de la mala arquitectura es un proceso que requiere bastante tiempo y formar un criterio. E incluso los criterios puede diferir (aunque no demasiado).
Por eso, para esta explicación voy a usar dos casos que ejemplifican muy bien la diferencia: la torre del BBVA y las torres KIO.
Ambos son edificios de función similar (oficinas), tipología similar (torre) y que están ambos en Madrid y muy cerca el uno del otro.
Basilea es una meca de la arquitectura contemporánea. Tiene un huevo de obras chulísimas: el Messe Basel, que es una especia de vórtice en medio de la ciudad; o el Werkraum Warteck, con su escalera exterior flipante.
Y además, al ladito está la Fondation Beyeler, que es uno de los edificios más inteligentes de Renzo Piano; y a un paseo en bici tenemos todo el campus de Vitra, que es como el paraíso de la gente a la que le mola la arquitectura moderna.