Thread by @xavierpadilla

Vzla CREÓ al chavismo. Esta desgracia ha sido nuestra mayor y más notable producción. Fue Vzla, fuimos nosotros. Nadie más. En alguna parte debe estarnos esperando nuestra medalla de mierda. ¿Nos duele? Ojalá nos doliera: ya hubiéramos divulgado #ElManifiesto, o todos pedido la

intervención (que sigue siendo la única salida, que tanto se niega), y nuestros políticos y personas públicas hubieran hecho algo más que dar entrevistas; algo más que convertirse ellos mismos en virtuales periodistas, en cronistas de la desgracia, en fin de cuentas. Pero nuestra

clase política, ese gran cero a la IZQUIERDA, creció al calor de un paradigma de Estado que no la capacitó para auto transformarse y contradecir, frente a la adversidad, su propia naturaleza. Estaba condenada a reproducirla. Había en Vzla, en lo que se ha dado en llamar la «4ta

República», dos tipos de políticos: los que directamente apoyaron al chavismo (cuando éste apareció como candidatura), y los que no lo apoyaron porque tenían sus partidos y no hubieran tenido —si lo apoyaban— su propio chance de competir. Pero éstos, que ya pudieron —al menos

circunstancialmente— definirse a comienzos del reinado del chavismo como «oposición», vienen de la misma Vzla que produjo al chavismo. Una Vzla que fue construida por ellos también, no sólo por aquellos que apoyaron a la hecatombe directamente. En consecuencia, TODOS produjeron

al esperpento, porque todos son directa o indirectamente responsables de ESA misma Vzla. ¿Y qué era esa Vzla? Un país concebido por TODOS esos políticos a través de un modelo de Súper Estado, consistente en una centralización faraónica del poder y heredado de las dictaduras

militares que tuvimos —sin cese— desde Bolívar. Nosotros crecimos en un país donde el Estado porta la simbología magnánima y vertical del Padre de la Patria; un país donde el Estado debe proveer como un padre y encargarse de TODO. La democracia allí fue sólo una vía más para

acceder no sólo al poder sino al Súper poder, y el político un aspirante a Faraón (por no decir a Dios). Pero en este cuadro psicológico de paternalismo, de omnipotencia mesiánica, no se gestan únicamente los paladines vengadores, los megalómanos incontrolables, sino los rebaños

suficientes para llevarlos a la cumbre. Los 40 años de democracia no remplazaron al mega Estado, sólo cambiaron LA FORMA de perpetuarlo. Nosotros tendemos a confundir el bienestar del boom petrolero de aquellos años con «libertad política», pero ambas cosas no estaban ni están

relacionadas necesariamente, la prueba es que dicho bienestar comenzó en dictadura, con Pérez Jiménez. En términos económicos, la única novedad con respecto a la dictadura que trajo la democracia fue la de una diversificación de la corrupción. El rico Mega Estado no estaba exento

de ella, pero ahora la concentraba por vías democráticas. Decir que en esos 40 años de democracia al menos se hizo grandes esfuerzos por educar y formar, es recurrir a la misma apología condescendiente de que aquellos «robaron pero hicieron cosas buenas». Efectivamente, hubo

educación y formación, pero ello no debería generar suficiente nostalgia como para olvidar que dicho esfuerzo por educar no impidió que la corrupción de la política y del Estado culminara en una increíble pobreza para el país. El Mega Estado fue entonces puesto en bandeja de

plata para ser asaltado por un caudillo, y dicho asalto fue perdonado y aplaudido. El caso es que el Mega Estado, ya sea Estado de élites o Estado de masas (supuestamente reivindicadas), era y siguió siendo tal: un «Mega Estado». El leitmotiv de nuestra perdición. Porque los

venezolanos nos manejamos según la convicción infantil de que el Estado debe dar y dar y dar, porque tiene y tiene y tiene. Lo cual se llama socialismo. El modelo que llevamos como una estaca clavado en nuestra médula espinal. Y nuestros políticos son sus agentes. Con la

excepción de Uslar Pietri, Carlos Rangel y algún otro, nunca hubo en Vzla otra visión de Estado que la del Mega Estado. Lo que hay ahora es su expresión macabra, la consecuencia directa de dicha visión llevada al paroxismo. Puede que haya actualmente (entre nuestros escombros)

una oposición honesta a esta barbarie que difiera en la forma, mas no en el fondo. Todos los políticos conocidos vienen del mismo esquema. Ni hablar de la falsa oposición, esa que con unas elecciones «medianamente confiables» ya se arrastra de contenta. Pero sin cambiar el

modelo, que nos viene de una figura paterna; sin esperar que nos den una casa, cultura, cualquier asistencia, los políticos nunca pararán de comprarnos con limosnas y montones de promesas. Y lucharemos por no vivir sin socialismo, en la mierda.

X. P.