Thread by @Navegaciones

𝗛𝗮𝗰𝗲 𝘃𝗲𝗶𝗻𝘁𝗲 𝗮ñ𝗼𝘀

Nueva York lleva la hora adelantada, así que la noticia no me desmañanó. Fue poco después de las 10 de la mañana que Josetxo me llamó para ordenarme que encendiera la televisión. Pero como no tenía televisión, sintonicé algún noticiero en la radio.

Ya todos estaban con el mismo asunto: “Se estrelló un avión en una de las torres del World Trade Center de Nueva York”. Madres. Me metí a la ducha y el teléfono volvió a sonar.
Josetxo: Ya se impactó otro avión contra la otra torre. No son accidentes, son atentados.

Acabé de bañarme a las carreras, me vestí y tomé el metro hacia Polanco. En Lamartine estaba la oficina de Ciberoamérica, el medio en línea que habíamos fundado con Jesús del Toro y que yo dirigía. Salí del metro y en el camellón de Homero me topé de frente con Rosa María Barba.

Había ido a buscarme a la oficina para entregarme una muñeca enorme que quería regalarle a Clara, que por entonces tenía tres años. Le dijeron que yo no había llegado y la invitaron a pasar a la salita de espera, en donde sí había una tele.

Allí vio las tomas de los edificios ardiendo y se impactó tanto que no pudo permanecer en la oficina y salió a la calle a llorar su impresión. Llevaba la muñeca agarrada de la mano, como si fuera una niña, me abrazó y me dijo entre sollozos: “El mundo está horrible.”

Luego me puso la muñeca entre los brazos, diciéndome que era para Clara, y se fue sin esperar mi respuesta. Entré a la redacción, dejé la muñeca sentada en una silla y convoqué a una reunión urgente. En la pantalla de la tele vimos cómo se derrumbaba la segunda torre.

El mundo no sólo estaba horrible sino que se había vuelto un hervidero de rumores furiosos: habían caído aeronaves en picada sobre el Capitolio y la Casa Blanca, Bush había ordenado un ataque nuclear contra Irán y otras cosas por el estilo.

No fue sino hasta el mediodía que pudimos tener un panorama un poco menos brumoso de lo ocurrido: en Nueva York la cifra de víctimas mortales ascendía a miles; el World Trade Center ya no existía; un tercer avión, impactado en el edificio del Pentágono...

... y un cuarto, accidentado (o derribado) en Pensilvania, mientras Bush, desde un escondrijo desconocido, amenazaba a los autores de los atentados: “esto no se va a quedar así”. O algo así.

Los aeropuertos del país vecino, cerrados. Los vuelos, suspendidos. La Casa Blanca, desalojada. Las fuerzas militares de la superpotencia, en alerta Delta en todo el mundo. El miedo, instalado en el aire. Y las alusiones cada vez más insistentes a Osama Bin Laden y su Al Qaeda.

Para los servicios de Inteligencia de Washington, el acaudalado líder fundamentalista ya era entonces un viejo conocido. Se le atribuía la autoría intelectual de atentados mortíferos como la tentativa de asesinato del egipcio Honsi Mubarak (1995)...

... el ataque a turistas extranjeros en Luxor (1997, 58 muertos), las embajadas gringas en las capitales de Kenia y Tanzania (1998, 224 muertos y cuatro mil 500 heridos) y el atentado dinamitero al barco de la Marina USS Cole en Yemen (2000, 17 marines muertos).

Por todo ello, Bin Laden figuraba ya en la lista de los 10 más buscados por el FBI, el cual le había puesto precio a su cabeza: cinco millones de dólares.

El gobierno talibán de Afganistán condenó de inmediato los atentados y afirmó: “lo que ocurrió no es obra de gente común; debe ser obra de un gobierno y Bin Laden tampoco es capaz de algo así; pudieron ser enemigos internos de Estados Unidos o rivales mayores”. Nadie les creyó.

(Unos días después, el millonario saudita hizo quedar mal al régimen de Kabul, al reivindicar más allá de toda duda la autoría de los ataques.)

Bin Laden o no, Bin Laden, me pareció claro que los atentados provenían con toda seguridad de la atmósfera de rencores larvados que la política estadunidense había creado en todo Medio Oriente y en el mundo islámico.

Propuse un enfoque editorial a quienes integraban el pequeño equipo de redacción de Ciberoamérica:
–No vamos a competir con las agencias ni con los grandes medios en cobertura –dije– ni vamos a estar refriteando todo lo que ellos difunden.

“Concentrémonos más bien –agregué– en consignar los desencuentros, los malos entendidos, las intrigas y los crímenes que Washington ha protagonizado en los países árabes y musulmanes; sólo en ese historial pudo larvarse tanta maldad.”

La banda estuvo de acuerdo, se puso manos a la obra y ese día rompimos récord de tráfico: 157 mil visitas al sitio y como medio millón de impresiones...

algo que cualquier tuit consigue hoy en día, pero que en aquel tiempo de conexiones dial up, cuando tenías que escoger entre usar tu línea telefónica para llamadas de voz o para comunicaciones de datos, era un gran récord.

“Ya empezó otra guerra”, pensé, y me dispuse a Evoqué, entre muchos otros, a los pastores afganos que serían destripados por las bombas de la fuerza aérea gringa, a los magrebíes que sucumbirían en nuevos atentados...,

... a sauditas e israelíes muertos por los bombazos terroristas y en los palestinos que serían asesinados en represalia.

Era una enumeración larga pero la he olvidado y el texto se disolvió en el ciberespacio y se extravió en alguna de las mudanzas de discos duros. Recuerdo, con todo, la idea general: los inocentes iban a pagar el pato. El mundo se había puesto horrible.

F I N

*... y me dispuse a escribir un editorial que intitulé “Los que van a morir”. Evoqué, entre muchos otros...

Me hice bolas con los horarios. Gracias a @CsrArmnd y a @matyangulo por precisar.

* Hosni